Mapa para leer el periplo de Neruda

Desde los orígenes de la Humanidad cartografía y literatura comparten una vocación fundamental, la de recrear la realidad. Para destacar esta relación, Nórdica publica el Atlas de Literatura Universal, un recorrido sentimental por 35 obras de todo el planeta a lo largo de más de 3.000 años.

"Los mapas son los ojos de la historia", aseguraba el famoso cartógrafo del siglo XVI Gerardus Mercator. Fue en su época cuando esta ciencia destinada a descifrar y reproducir la realidad comenzó un auge que hoy continúa plenamente vigente. Como señala el escritor y catedrático de Historia Pedro García Martín, los mapas "proliferan actualmente gracias a su polivalencia en el lenguaje, puesto que se habla con soltura de mapas de poder, mapas neuronales, mapas genéticos, mapas del tiempo, y un largo etcétera en el que incluimos los mapas literarios". Desde los orígenes de la literatura, con los relatos orales de los mitos de la creación, esta va unida a la cartografía, convirtiéndose el mapa en un relato y la narración en un espacio geopoético. Y es que ambas disciplinas comparten una vocación fundamental, la de recrear el mundo que describen, la realidad.



Con el empeño de destacar esta relación, García Martín coordina el volumen Atlas de Literatura Universal (Nórdica), un recorrido que abarca todas las épocas y ámbitos culturales a través de 35 obras incontestables que han conformado nuestro imaginario literario a través de los siglos, e incluso los milenios. Con ilustraciones de Agustín Comotto y Tono Cristòfol y textos de profesores, críticos y escritores como Fernando Aramburu, Julio Llamazares, Carlos García Gual, Laura Castro, Luis Alberto de Cuenca, Alberto Manguel, Andrés Barba, Marta Sanz, Ignacio García May, Ignacio Peyró o Mercedes Monmany , este Imago mundi de la literatura universal supone un fresco histórico en cuyo espacio podemos leer el tiempo, un periplo sentimental cuyo objetivo es ponerle rostro al autor, encarnar a sus personajes y habitar sus escenarios, para, alejados ya el escritor y nosotros del ruido del mundo, hacernos la ilusión de viajar en el tiempo y vivir su vida. En definitiva de empaparnos de esa abstracción que propone la literatura, que no deja nunca de ser un viaje.



Mitos fundacionales

Remontándonos a los orígenes de la palabra escrita, el periodo reservado a la Antigüedad recoge dos de las primeras fábulas que alumbró la creación humana, historias que cabalgan entre el mito y la realidad pero en las que, quizá ahí reside su magia, todavía nos es posible reconocernos. Nacido en la frondosa Mesopotamia, cuna de la civilización, El poema de Gilgamesh, un relato épico sobre la constante búsqueda y la esperanza humanas, supone la primera lucha de nuestra especie por escapar de una realidad incomprensible y dotarla de sentido. Por su parte, La historia de Sinhué, perfecto reflejo de la vida en tiempos del Imperio medio egipcio y recipiente de infinidad de mitos posteriores, muchos de ellos bíblicos, narra la historia de un viaje que recoge toda una concepción del mundo y de la vida.



Mapa de la Odisea de Homero

Además de estos oscuros y remotos precedentes, es en la Antigüedad donde se fraguan los primigenios pilares culturales de nuestra civilización occidental, las tradiciones judeocristiana y grecolatina. Junto a la Biblia, texto coral por excelencia integrado por una amplia variedad de formas literarias, destacan los dos textos clásicos más memorables, la épica popular de la Odisea homérica y la épica artística de la propagandística Eneida de Virgilio, no por ello menos grandiosa. Alrededor de 700 años separan una concepción del mundo que fue evolucionando y refinándose hasta acabar fagocitándose a sí misma, pero que constituye una de las grandes bases de lo que somos hoy en día.



Oscuridad y florecimiento

El fin del mundo clásico y la oscuridad que envolvió a Europa trasladó el eje de la tradición literaria mundial hacia otras culturas más florecientes que alcanzaron entonces el apogeo de su esplendor narrativo. Durante la Edad Media, el pujante y joven mundo árabe produjo una de las más exquisitas colecciones de relatos jamás escritas. Bajo el título de Las mil y una noches conocemos hoy esta amalgama de cuentos que integra las tradiciones de diversas culturas orientales: india, mesopotámica, persa, hebrea, egipcia, árabe..., hiladas mediante la eterna fábula de la bella Sherezade, cuyas interminables historias se han vuelto eternas alimentando durante siglos la magia y la fantasía. En pleno corazón de la era Heian, época de esplendor político y cultural sin precedentes en Japón, nació la Historia de Genji, escrita alrededor del siglo X por la cortesana Murasaki Shikibu. Ficción llena de realismo entretejido con poesía, narra la vida de Genji, el príncipe resplandeciente, envuelta en una trama de amor y celos protagonizada por una asombrosa galería de personajes retratados con gran pericia psicológica. Considerada como una obra cumbre de la literatura por escritores como Borges, Octavio Paz o Marguerite Yourcenar, se trata de una historia tan universal que todavía es capaz de conmover el corazón de un lector del siglo XXI.



Mapa de Historia de Genji escrita por la cortesana Murasaki Shikibu

A comienzos del siglo XIV Europa comienza a salir definitivamente de las sombras, en buena parte gracias a su primacía tecnológica y a su dominio incipiente del comercio internacional, patente en otro texto fundacional de amplia repercusión (por ejemplo en Cristóbal Colón), El libro de las maravillas del veneciano Marco Polo. En él, el viajero y comerciante narra una expedición familiar de más de dos décadas hasta los confines del mundo conocido entonces, la actual China, en la que recorrió, incluso como embajador del gran emperador Kublai Kahn, Persia, Afganistán, la India y el Sudeste asiático. Y será en Italia donde la historia europea, también la literaria, alcance una de sus grandes transformaciones que afectaría a todos los órdenes de la vida, el Renacimiento. Cuenta de los grandes cambios de la sociedad darán dos grandes obras maestras de este periodo, ambas nacidas en Florencia, la Divina Comedia de Dante Alighieri y el Decamerón de Giovanni Boccaccio, que en su tratamiento de la religión y del individuo sentarán las bases para todo lo que vendrá después.



La Edad Moderna fue un viaje sin retorno destinado a destruir, en todos los órdenes, la mayoría de la herencia recibida y a transformarla para siempre. De esta compleja época de absolutos contrastes en todos los sentidos datan dos de las más grandes historias jamás escritas, cuya universalidad garantiza su pervivencia infinita en la historia de la literatura. Poco más se puede decir tanto del Quijote de Cervantes como del Hamlet de Shakespeare, por lo que viajemos al otro lado del mundo, donde a finales del siglo XVIII también se producían importantes cambios sociales. Tras un largo periodo de estabilidad y prosperidad, el Imperio manchú de China vivió durante el siglo XVIII una época de deterioro muy proclive para una novela como Sueño en el pabellón rojo, de Cao Xueqin, cumbre de la narrativa china. Precedente de la novela decimonónica europea, esta novela esencialmente de amor narra la historia de la decadencia de cuatro familias de funcionarios manchúes siendo asimismo un alegato humanista y feminista contra la moral neoconfuciana que reinaba en la época. Todo ello, vertido en una narración que oscila entre el realismo del declive social y el romanticismo de la pasión de los protagonistas.



Viaje sin retorno

A caballo entre el anticuado y refinado XVIII y una concepción contemporánea del mundo nacida en el XIX se encuentra una pequeña novela que preludió el incipiente Romanticismo, Las penas del joven Werther, de Goethe. La historia del joven hipersensible, que provocó numerosos suicidios y fue un auténtico éxito de ventas, abrió una nueva brecha en la moral de una sociedad que pocos años después iniciaría un camino transformador para el que ya no habría vuelta atrás. Hijo del Romanticismo es el Nacionalismo que dominó en buena medida el siglo XIX hasta precipitarlo en el XX. Una de las muestras más significativas de esta reivindicación de las raíces es el Kalevala, la epopeya nacional finlandesa. La monumental obra de Elias Lönnrot, comparable a muchas mitologías ancestrales, cohesionó al país y permitió la formación de una conciencia nacional clave para alcanzar una independencia inédita en la historia finlandesa. También como conformadoras de una incipiente identidad nacional aparecen dos obras de los crecientes y prósperos Estados Unidos, la novela Moby Dick, de Herman Melville, la historia marítima más célebre, y el poemario Hojas de hierba, de Walt Whitman, el centro del canon poético norteamericano que en su día fue una obra rompedora.



Mapa de la historia de Moby Dick de Herman Melville

La efervescencia del siglo arroja ya diversas vías narrativas que produjeron grandes obras maestras. En Guerra y paz, el ruso León Tolstoi se vale de una monumental cortina histórica para, además de describir los prolegómenos y antecedentes del siglo, dar por primera vez voz al pueblo, entendido este no como una entidad abstracta al estilo comunista, sino como una suma de personalidades brillantes. La industrialización y la economía son el eje de la pieza teatral Casa de muñecas, del noruego Henrik Ibsen, que narra las profundas transformaciones sociales propiciadas por el desaforado crecimiento de la ciudad de Kristiania, hoy Oslo. El entonces ya consolidado colonialismo europeo ofrece amplias lecturas en obras como El hombre que pudo reinar, de Rudyard Kipling, imposible amante a un tiempo del opresor Imperio británico y de la oprimida India, o en La línea de la sombra, de Joseph Conrad, célebre por la profunda y estremecedora El corazón de las tinieblas. Y absolutamente célebres, y de clara vocación popular, son dos maestros pioneros de sendos géneros: de la ciencia ficción y los viajes, Julio Verne, que desgranó todo un mundo interior y profético en sus Viajes extraordinarios; y de la novela policiaca o detectivesca, Arthur Conan Doyle, gran amante de la novela histórica, pero cuyo Sherlock Holmes, que llegaría a aborrecer, se convirtió en el prototipo de detective además de en un gran observador de la sociedad victoriana.



Historias para entender lo que somos

Si el siglo XIX ya es difícil de amalgamar a nivel literario, la complejidad del siglo XX a este respecto es absoluto reflejo de lo que fue el propio siglo, el de las grandes revoluciones a todos los niveles, desde la destrucción del mundo anterior con las dos guerras mundiales hasta la globalización y la uniformización, si bien precaria, de todo el planeta. Todavía impregnada de muchos elementos del siglo anterior, despunta en Suecia en 1907 El maravilloso viaje de Nils Holgersson, de Selma Lagerlöf, una fascinante novela de aprendizaje todavía llena de alegatos en favor de una naturaleza que cedía inexorablemente al empuje del progreso. Plenas de vanguardia literaria, que atenazaba implacablemente a todas las artes europeas, deben destacarse tres obras capitales del siglo XX, referencia obligada para todo lo que vino después: En busca del tiempo perdido, de Proust, La metamorfosis, de Kafka, y el Ulises, de Joyce, aunque también podría acoger esta terna el Libro del desasosiego, de Fernando Pessoa. Y, sin salir de Europa, merece ser nombrada una novela fundamental para entender lo que fue la Primera Guerra Mundial y el fin del viejo mundo: Las aventuras del valeroso soldado Schwejk, del checo Jaroslav Hašek.



Mapa de los avatares de El Quijote

Pero, como decíamos, el siglo XX devuelve su importancia a las literaturas extraeuropeas, ajenas a Occidente, o de lo que solemos llamar el Tercer Mundo. Algunas de las mejores obras de la literatura contemporánea en castellano vienen de Latinoamérica, como la obra en verso de Pablo Neruda, Veinte poemas de amor y una canción desesperada, o la novela Cien años de soledad, con la que Gabriel García Márquez dio origen al boom literario del subcontinente. También encuentran aquí hueco El Aleph, del sabio Borges, quizá el mejor cuentista del siglo, o los relatos recogidos en Gran Sertón: Veredas, del cosmopolita brasileño João Guimarães Rosa. También la Ladera este del "viajero del siglo", Octavio Paz, incapaz ya él, con plena consciencia y lucidez, de huir de los grandes disturbios políticos y sociales que azotaron el pasado siglo. Problemas que fueron determinantes en un continente como África, donde la descolonización narrada magistralmente por el nigeriano Wole Soyyinka en El león y la joya no fue la panacea prometida, como demuestra el viaje al corazón del horror que narra la sudafricana Nadine Gordimer en La hija de Burger.



Con esta novela publicada a finales de los años setenta, pone fin este recorrido cartográfico por más de 3.000 años de historia de la literatura, una experiencia excitante, en palabras de García Martín, "no tanto por la poco más de treintena de títulos que hemos conseguido incluir, sino por todo aquello que hemos debido excluir".