Lev Tolstói

Lev Tolstói

Letras

El viejo León: Tolstoi, un retrato literario

2 julio, 2010 02:00

Mauricio Wiesenthal

Edhasa, 2010. 256 páginas, 8 euros

La muerte de los grandes escritores produce un sentimiento de orfandad, pero casi siempre se trata de una reacción provisional que se corresponde con la cortesía impuesta por el duelo. Después, comienza el ajuste de cuentas, donde surgen el escepticismo, el menosprecio e incluso la befa. La posteridad a veces es necia e injusta. Al igual que Shakespeare, Cervantes o Dante, Tolstoi es uno de esos clásicos que se han convertido en el emblema de una tradición y una cultura. Los grandes conflictos del alma rusa se encarnan de una forma compleja y profunda en los personajes de Ana Karenina o Guerra y paz, mostrando la ambivalencia de una sociedad que se debate entre el feudalismo y la modernidad, el lujo oriental y la penuria extrema, las tensiones étnicas y el imperialismo. Se puede objetar que Dostoievski también merece ese lugar, pero Crimen y castigo o Los hermanos Karamazov desprenden un aire enfermizo, neurótico, que no se aviene con la serenidad requerida a los símbolos nacionales. Dostoievski no debe envidiar a Tolstoi. Su escritura es más imperfecta, pero también más moderna e incisiva, atreviéndose con temas que aún representan un tabú (como la pedofilia y el incesto) y la gloria de Tolstoi no ha sido gratuita, sino que ha sacado a la luz esos trapos sucios que insisten en presentarlo como un lunático y un memo. Su agonía en la estación ferroviaria de Astápovo parece el previsible final de un aristócrata enloquecido por el regreso a un cristianismo primitivo, asociado al vegetarianismo, la abominación de la propiedad privada, el elogio de la abstinencia sexual y un pacifismo ingenuo e incompatible con cualquier forma de revolución social, con su coste de sangre y arbitrariedad. Esta postura parece especialmente inaceptable en un hombre pródigo en excesos, que había combatido como oficial de artillería en el Cáucaso y en Crimea, amante apasionado de gitanas y prostitutas, padre de trece hijos, y propietario de una vasta hacienda, Iásnaia Poliana, con más de 700 almas (es decir, siervos).

Mauricio Wiesenthal (Barcelona, 1943) es el último bohemio de las letras españolas. Si Luces de Bohemia, de Valle-Inclán, fue el canto del cisne de una concepción heroica de la literatura, Wiesenthal -intempestivo, hedónico e inconformista- representa la vigencia de una literatura aristocrática, radical y antiburguesa. Sólo Wiesenthal podía asumir el riesgo de novelar la vida de Tolstoi, rescatando y dignificando su legado moral.

Con su prosa limpia y poética, Wiesenthal nos recuerda en El viejo León que la esencia del dandismo no es un refinamiento afectado, sino la pasión iconoclasta, el coraje de ir contracorriente, oponiéndose al materialismo de una época que ha reemplazado la opresión del Antiguo Régimen por la dictadura neoliberal, donde el escritor sólo puede escoger entre ser un mercenario o una figura marginal, irrelevante. Wiesenthal reconstruye la peripecia vital de Tolstoi para demostrar que el escritor aún puede ser un faro moral. El viejo León se divide en dos partes: una biografía novelada, que incluye al propio Wiesenthal como viajero e investigador de la vida y obra de Tolstoi y un precioso álbum de imágenes, que reúne fotografías, manuscritos, pinturas y apuntes.

Humanismo e Ilustración

Wiesenthal nos advierte de inmediato que Tolstoi “no escribía para entretener, sino para comunicar una experiencia de la vida”. Tolstoi no era un falso profeta, sino un humanista. Wiesenthal no ignora que el humanismo está vinculado a esa Ilustración que convirtió el progreso material en una nueva idolatría, fomentando la alienación del ser humano por medio del trabajo industrial. El humanismo renacentista e ilustrado atribuyó al hombre el poder de someter a la naturaleza por medio del saber tecnológico, introduciendo terribles discriminaciones en una sociedad basada en el criterio de eficiencia y productividad. Tolstoi concibe el humanismo de otra manera. El verdadero humanismo hunde sus raíces en la sencillez de los Evangelios y nos enseña que “un hombre no puede ser superior a otro, [pues] es una vergüenza y una bajeza el querer hacerse superior al prójimo”.

Wiesenthal nos cuenta la forma en que trabajaba Tolstoi, nos muestra sus manuscritos, nos relata su carácter obsesivo y apasionado (“sin emoción no se puede escribir nada que merezca la pena”), pero no se ocupa tanto de su obra como del estricto moralista que inspira a Gandhi y a Gorki, con su respeto a la naturaleza, el trabajo manual y los valores campesinos. Wiesenthal nos recuerda que Tolstoi es ruso y en la Rusia de las vísperas de la Revolución de Octubre, aún pervive el ideal de pobreza como opción ética. La pobreza es una infamia cuando afecta al pan, el trabajo, la educación o la sanidad, pero se transforma en generosidad cuando implica renuncia, desprendimiento, ascetismo. Cuando Tolstoi se fugó de Iásnaia Poliana, apenas se llevó unas pocas pertenencias (libros, manuscritos) y eligió viajar en tercera.

"Amad a veustros enemigos"
Cuando en 1901, empezó a circular el rumor de que le iban a conceder el Nobel, se indignó y aseguró que entregaría el dinero a los perseguidos políticos. En sus últimos años, renunció a los derechos de autor y escribió al zar para que conmutara la sentencia de muerte dictada contra los asesinos de su padre, citando el sermón de la Montaña, donde Cristo establece un nuevo mandato moral: “Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian”. Tolstoi se negó a instalar electricidad y agua corriente en Iásnaia Poliana. Segaba, cuidaba personalmente sus manzanos y se avergonzaba de su patrimonio, pues opinaba que la riqueza material siempre acarrea podredumbre moral.

Es una lástima que esta edición no sea más lujosa, pues el álbum de imágenes de la última parte no se aprecia en toda su belleza, pero tal vez Tolstoi se habría sentido más cómodo con la sencillez de una edición de bolsillo, tan discreta como su túmulo de hierba y tierra -sin cruces ni inscripciones- en el bosque de Stary Zakaz.

Mauricio Wiesenthal no oculta su admiración hacia Tolstoi. Es conveniente recuperar textos como Dios está en vosotros o En qué consiste mi credo en un momento histórico donde la especulación financiera escarnece sin tregua los ideales de justicia y fraternidad. La herencia moral de León Tolstoi se concentra en una sencilla frase: “No hay regla moral más simple que la de hacer que los otros nos sirvan lo menos posible y que uno sirva a los demás cuanto más mejor”. Si Tolstoi era un loco, su locura era hermosa y necesaria.

LIBROS PARA EL AÑO TOLSTOI

El 20 de noviembre de 1910 moría en Astapovo (Rusia) Leon Tolstoi, de ahí el aluvión de recuperaciones que inunda nuestro mercado editorial. Así, junto a reediciones de Anna Karenina (Espasa, Alba) o Guerra y Paz (Planeta), Kairós rescata El Reino de Dios está en vosotros; Acantilado, La tormenta de nieve; Alianza, La sonata a Kreutzer y Resurrección; Edelvives, Cuánta tierra necesita un hombre, y Belaqvua, Hadji Murat (publicada póstumamente en 1912). Escrita entre 1896 y 1904, esta última es una novela breve que relata la rendición de un guerrillero checheno a las tropas del zar Nicolás I. Por otra parte, uno de los principales lanzamientos de otoño será El esposo impaciente, de Grazia Livi (Alfaguara), que narra el viaje de amor hacia su vivienda común de dos recién casados: León Tolstoi, un escritor maduro y muy conocido en toda Rusia, y Sofía Andréievna, una aristócrata tan joven como idealista. Además, la agonía de ese amor y el último año de vida del escritor son el tema de la película La última estación, protagonizada por Helen Mirren y Christopher Plummer.