Letras

La historia de Genji

Murasaki Shikibu

24 noviembre, 2005 01:00

Murasaki Shikibu, por Gusi Bejer

Traducción de Jordi Fibla. Atalanta. Gerona, 2005. 980 páginas, 48 euros.

Si el movimiento indica orientación, tendencia y, por tanto, anhelo, la vida, que es movimiento, es también anhelo, y por ello resulta natural que el deseo sea el eje de la novelística, ese arte que pone en pie la vida en forma de libros. Dos son las versiones que aparecen ahora en lengua española de la que es considerada la primera novela moderna, definida precisamente como una historia del deseo. Se titula en su lengua original Genji monogatari y fue concebida en el Japón a comienzos del siglo XI por una mujer, Murasaki Shikibu.

"Nada se ha escrito mejor en ninguna literatura", dijo de ella Marguerite Yourcenar. "Es comparable a los grandes clásicos occidentales como Cervantes o Balzac", dijo Octavio Paz. "No es que sea mejor o más memorable o intensa que la obra de Cervantes, pero sí es más compleja", observó Borges. Pero esta obra no necesita elogios previos, necesita solamente que el lector llegue a ella y empiece a leerla. Algo inasible le empujará a seguir. Ese algo es su movimiento.

Del mismo modo que la mano se desliza naturalmente sobre una seda, la escritura de Murasaki va diseñando el relato con tal riqueza de detalle incorporada al mismo despliegue narrativo, que el lector entra en su atmósfera sin sentir como ajenos unos usos y costumbres tan distantes como los del Japón medieval. El que lee este libro ve sucederse las aventuras galantes de Genji, apodado Hikaru (el resplandeciente), como si ante sus ojos se fuera extendiendo el rollo -soporte en el que originalmente se presentó- donde la caligrafía y la ilustración forman una unidad, siendo la letra los vaivenes psicológicos de los personajes y la imagen el marco material: vestuario, mobiliario y todo lo propio de la escenografía palaciega o la paisajística. Esta capacidad de Murasaki para asaltar al ojo y a la vez al intelecto se concreta en su integración en el texto de las bellas artes y en su incesante matización de caracteres. No sin motivo la crítica ha dicho de ella que se adelanta en diez siglos a Freud al explicar la conducta humana como fruto de una frustración de la infancia. En efecto, su protagonista es hijo del emperador Kiritsubo y de una concubina que muere cuando él tiene menos de tres años, y él buscará en varias de sus amantes a la madre perdida.

Si Genji de niño brilla por su belleza y sus dones y, a pesar de ser el favorito de su padre, para evitar venganzas posteriores, no se le nombra heredero del trono, esto parece no afectarle; como tampoco el hecho de que lo casen a los 12 años. Pronto, sin embargo, lo vemos atisbar desde los paneles corredizos a Fujitsubo, concubina de su padre, 6 años mayor que él, que le recuerda a su madre. ésta acabará por ceder a sus impulsos y el hijo de ambos pasará por serlo del emperador y sucederle. Nada hay de trágico en ello y tampoco en que Genji viva sin cesar nuevas aventuras. En una casa situada junto a un bosque y envuelta por la niebla primaveral, hallará el amor que perdura: una niña de diez años, Murasaki, sobrina de Fujitsubo, y como ella con los rasgos añorados.

Es vana toda comparación de esta obra con una obra occidental. Los elementos que en ella se manejan son tan propios de la cultura japonesa, que resulta inimaginable cualquier traslado. La sensibilidad motriz del relato, el mono no aware (la belleza desgarradora de las cosas frágiles) está encarnada en la misma escritura, modelo de una gracia difícil de mantener en un texto tan extenso. Más de cuatrocientos personajes en sus ámbitos concretos y las sucesivas situaciones (fiestas tradicionales, íntimas, ceremonias) en el devenir de la corte, se sostienen gracias a ese modo oriental que resume en un trazo la complejidad de un gesto. También pertenece a este estilo la unión complementaria de prosa y poesía. La agilidad estilística de Murasaki, además, lleva consigo un humor sutil que le permite la connivencia con el lector, la expresión de un juicio de la sociedad y el análisis de los temas que le preocupan: la condición femenina y la de la novela como medio de plasmar la realidad.

Tampoco pueden establecerse paralelos a la hora de considerar que esta novela, la más importante de la literatura japonesa, haya sido escrita por una mujer. En el antiguo Imperio del Sol Naciente, relatar historias era un oficio femenino. A ello contribuía el empleo de la letra silábica kana, que apareció en el siglo VIII y permitió un apartamiento de la china y el aflorar de la literatura autóctona. Las mujeres adoptaron esta escritura, mientras los hombres se veían obligados a seguir escribiendo con las letras chinas. Por tradición, además, ellas no sólo eran contadoras sino maestras de sabiduría o tutoras literarias en la corte. Murasaki, que había sido iniciada en las letras por su familia, sirvió a la emperatriz Akiko desde 1001 a 1013, y escribió también un conocido diario. Ahora bien, el hecho de que se insertara en una tradición no merma en absoluto su genialidad. Dotada del don de la trama, la penetración y la fluidez, no esboza retratos ni describe personajes, sino que obliga al lector a seguir sus movimientos a través de una diversidad de planos que se entrecruzan.

La edición simultánea de estas dos versiones de la obra demuestra que al fin se reconoce la enorme importancia de esta novela y que la escritura de Murasaki se impone incluso a las traducciones, ambas, por cierto, indirectas, pero de lectura sin asperezas. La edición de Destino está basada en la clásica traducción inglesa de Arthur Waley -hermosa pero infiel- y la francesa de René Seifert -llena de escollos-; la que nos ofrece Atalanta procede de la realizada por el americano Royall Tyler, que se propuso una mayor proximidad al texto. Ambas hay que acogerlas aunque siempre nos quedará la duda, pero probablemente en España los estudios orientales no están tan avanzados para que se pueda aspirar a un traslado directo del original. De entrar en esa discusión, habría que empezar por el título. La palabra monogatari quiere decir "lo que se relata" y su traducción más ajustada sería "Historias". Este pequeño escollo se salta fácilmente.

Otro que hay que saltar son las interpolaciones explicativas de la edición de Destino que es aconsejable leer al final a modo de apéndice. Atalanta, en cambio, ha elegido emplear numerosas notas al pie de página y sugerentes ilustraciones. Queda un tercer escollo: lo que en su día fueron 54 capítulos o escenas, reunidos en tres partes (o rollos), se presenta ahora en dos tomos, lo que no importaría si aparecieran a la vez, pero no es así. Destino ha optado por publicar de momento sólo la primera parte y Atalanta por las dos primeras, llegando hasta la muerte del protagonista, así que, en cualquier caso, el lector tendrá que esperar el plazo de un año hasta que el final llegue a sus manos. Mientras, irá deleitándose sobre todo con los personajes femeninos creados por Murasaki, ahora a su alcance: la sencilla Yugao, la inquietante Rokujô o la doliente Aoi, que se convirtieron en símbolos y codiciosamente el teatro Noo hizo suyos y los dotó de una nueva dimensión dramática.


El otro Genji
Las ediciones de Destino y Atalanta de La historia de Genji colman una de las grandes lagunas editoriales de España, si bien en 1998 (con reediciones en 2000 y 2004) José J. de Olañeta, de Mallorca, editó los primeros nueve capítulos de la novela bajo el título Genji Monogatari. El romance de Genji, traducido por Fernando Gutiérrez a mediados del siglo pasado, en apenas 260 páginas. La obra está ilustrada con grabados en madera de Yamamoto Shunsho, con escenas de biombos, antiguas ediciones del libro y pinturas inspiradas en pasajes de la historia de Genji. Curiosamente, de la otra gran obra de Murasaki Shikibu, sus Diarios, sólo existe una edición en España, aunque no en castellano. La publicó en el año 1990 Edicions del Example y es una traducción del francés al catalán debida a Dolors Farreny Sistac. Tiene un centenar de páginas, en las que narra, por ejemplo, cómo estudiaba chino con su hermano, y era tan rápida y disfrutaba tanto aprendiendo que su padre lamentaba amargamente que no fuese un chico.

El enigma Shikibu
No se conocen las fechas exactas de la vida de Murasaki Shikibu, aunque se cree que pudo haber nacido hacia 973 o 975. Tampoco se sabe su nombre real, pues "murasaki" designa la tinta de una planta, la púrpura imperial, y la palabra "shikibu" no es un nombre ni un apellido, sino que indica las funciones de su padre en el departamento de ritos (Shikibu Sh). Su abuelo fue el célebre poeta Kanesuki y su padre, Fujiwara no Tametoki, era un funcionario erudito y poeta sin talento, que enseñó a su hija la lengua china y apreciar sus clásicos -algo poco habitual entre las jóvenes de su época. En realidad, Murasaki nació en una rama menor pero muy distinguida y cultísima de la familia Fujiwara en el último cuarto del siglo X, en el periodo Heian. Se casó a los veinte años, pero su esposo murió pronto, en 1001, dejándola viuda y con una hija.

En 1006, después de que su padre se convirtiera en gobernador de la provincia de Echizen, Murasaki entró al servicio de Akiko, la joven consorte del emperador Ichijo. Cuenta la leyenda que la emperatriz solicitó a la escritora que le explicara versos de un autor chino a escondidas. Tras la muerte de Ichijo en 1011, Akiko se retira con su corte. Poco se sabe desde entonces de la vida de Murasaki. Se cree que murió en 1013, dejando tras de sí La historia de Genji (que terminó en 1008).