Image: Ni dolor ni ruido en la tumba de Virgilio

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Letras

Ni dolor ni ruido en la tumba de Virgilio

El túmulo funerario del autor de la Eneida es un reducto de paz en el interior de la escandalosa ciudad de Nápoles al que acuden con discreción los peregrinos literarios

11 agosto, 2010 02:00

Imagen del túmulo funerario de Virgilio y vista general de la bahía de Nápoles.

Nápoles seguramente sea una de las ciudades más ruidosas de Europa. Sus calles acogen el estallido de las voces de sus habitantes, de natural alegre y muy comunicativo. En los barrios populares las conversaciones de los vecinos se cruzan de un balcón a otro. Sin el pudor, muchas veces hipócrita, del civismo. Es trepidante su dicción de una lengua, el napolitano, que tiene su mayor virtud en la tremenda velocidad que permite en la expresión oral. También alimenta este rumor frenético las infinitas vespas que, como endemoniadas, circulan por la ciudad; y el tráfago del puerto, que es, en sí mismo, otra urbe (dominada por la Camorra, según cuenta Roberto Saviano en el comienzo de Gomorra).

Pero en mitad de este estruendo, que puede espantar de entrada al viajero en busca de sosiego, también hay espacios en los que el silencio y la belleza se han hecho fuertes. Y ahí, en su fuero, no hay estridencia sonora que valga. Ocurre, sobre todo, en la colina de Posillipo. Este nombre, en griego, significa "pausa del dolor", como explica César Antonio Molina en su último libro, en el que exalta el valioso patrimonio histórico y artístico de Nápoles. El anterior ministro de Cultura, enamorado del sur de Italia, rescata en El lugar donde se calma el dolor una frase definitiva, deslizada por Cervantes en su novela ejemplar El licenciado vidriera: "La mejor ciudad de Europa y aun de todo el mundo". Algunos cuentan que el autor de El Quijote sólo consiguió ser feliz allí.

En Posillipo la pausa no sólo actúa sobre el dolor; también alcanza al ruido, que decae al mínimo. Ni rastro de turistas ni de napolitanos. Se escuchan de fondo los trenes de la estación de Mergellina y poco más. A los pies de este remanso acústico reposa desde hace ya varios siglos Virgilio. La tradición advierte que murió en Brindisi, en Apulia (tacón de la bota de la península itálica), y que sus restos fueron trasladados a la capital de Campania. El lugar donde fue depositado está rodeado hoy por un parque. A su entrada sale una senda que serpentea a medida que va tomando metros respecto a la colina. En el primer recodo, incrustada en una hornacina, se encuentra un busto de Virgilio, de aire juvenil y vigoroso. Pero no es aquí donde está la tumba. Hay que caminar más, superar otro par de recodos y la columna erigido a Leopardi, cuyos restos también se trasladaron hasta esta colina, para toparse con el columbario en el que descansa en paz el autor de la Eneida.

El monumento funerario está ubicado en la boca del túnel que se excavó en el siglo I a. C. para pasar de Nápoles a Pozzuoli y los Campos Flégreos, caldeados en su día por las cálidas aguas que manaban del Vesubio. Para llegar a su planta superior hay que subir por unas escaleras, que salvan la galería mediante un pasadizo. Desde él la vista de la bahía de Nápoles es impresionante, con el Castel dell'Ovo en primer término y el volcán que arrasó Pompeya y Herculano de fondo. Cabe entender que la capacidad que le atribuyen a la colina para atemperar el dolor se debe a la gozosa contemplación que brinda.

En el interior del túmulo, horadado por diversos nichos, han colocado una especie de vasija que acoge los mensajes de los peregrinos. Algunas manifestaciones de cariño resultan especialmente simpáticas: "A pesar de lo que nos has hecho sudar traduciéndote, has acabado siendo una referencia clave en nuestras vidas", puede leerse en uno de los papelitos. Otros parecen confundir los términos, y se dirigen a Virgilio como si lo hicieran ante una divinidad con poderes sobrehumanos: "Espero que siempre estés cerca de mis padres, protegiéndoles...". Pequeñas ramas de laurel se mezclan entre las notas. Aún quedan excepciones en el género humano que honran a los auténticos clásicos. No todo está perdido.