Image: Alberto Olmos: Es muy fácil escribir tres cuentos e ir por ahí diciendo que eres escritor

Image: Alberto Olmos: "Es muy fácil escribir tres cuentos e ir por ahí diciendo que eres escritor"

Letras

Alberto Olmos: "Es muy fácil escribir tres cuentos e ir por ahí diciendo que eres escritor"

El escritor publica Guardar las formas, su primer libro de relatos

23 marzo, 2016 01:00

Alberto Olmos. Foto: Sergio Enríquez

Alberto Olmos (Segovia, 1975) escribió su novela más ambiciosa, Alabanza, y después se bloqueó. "Me di cuenta de que lo siguiente que escribiría sería menor, y eso me parecía triste", dice. Un día se topó en internet con la convocatoria del Premio Ribera de Duero de narrativa breve, que organiza Páginas de Espuma; quedaban seis meses para el fallo. Se propuso escribir un cuento cada dos semanas, y presentarse. Además, añade Olmos, le daba "morbo" ensayar un género del que ha despotricado en varios artículos (tiene un post entero explicando por qué le parece menor). "A mí esto me estimula; al haber hablado mal de algo, siento la obligación de escribir algo genial". Guardar las formas quedó finalista -con otro título- del premio Ribera de Duero que ganó Samanta Schweblin. Ahora, tras un proceso de revisión, llega a las librerías editado por Literatura Random House.

Pregunta.- Entonces... ¿el relato es un género menor?
Respuesta.- Como género quizá no, pero sí es una práctica menor. Hay libros fantásticos de cuentos, como los de Eloy Tizón. Pero en la mayoría de los casos el cuento es una cosa mediocre; es muy fácil escribir tres cuentos e ir por ahí diciendo que eres escritor. Con esto no quiero decir que escribir, no sé, La calle de los mendigos, de Mario Levrero, que es un cuento genial, sea fácil. Pero en general lo es. Una novela de doscientas páginas es un filtro impresionante que deja atrás a muchos escritores malos. Porque a la novela hay que llegar. Es tan evidente que el cuento es más fácil que cuesta explicarlo en este mundo tan intelectualizado en el que vivimos. Escribir un cuento es más sencillo simplemente porque es más corto. Es más fácil ir andando a Sol que ir andando a Barcelona, ¿no? Aunque haya gente que andando de aquí a Sol tenga mucho arte. La confirmación es que hay muchos más cuentistas, y muchos más poetas -sobre todo poetas- que no son más que vendedores de humo, gente que hace pasar por escritura seria lo que se escribe en una tarde.

P.- ¿Comenzó a escribir teniendo claro el libro que quería armar?
R.- Quería que los cuentos fueran muy experimentales. Al principio pensé en cosas radicalísimas, como un cuento hecho solo con fotos. Creo que esto en el cuento se puede hacer: no es una gran pérdida ni para el escritor ni para el editor ni para el lector si un cuento de cinco o seis páginas no es legible. Pero esa radicalidad la perdí a medida que me fui dando cuenta de que funcionaban los relatos un poquito más humanos. Estoy contento porque todos los relatos son distintos. Me llama la atención el empeño que tienen los críticos en que los libros de cuentos sean unitarios. Mi amigo Federico Guzmán dice, y tiene razón, que tú puedes plantear una novela con cinco partes que no tengan absolutamente nada que ver unas con otras, y eso es una novela. Pero si haces un libro de cuentos en el que las historias no tienen nada que ver, la gente se queja. Es fascinante.

P.- Pero sí que hay temas que se repiten en el libro: la pérdida, el duelo, la soledad...
R.- ¿Sí? Pues no era mi idea.

P.- ¿Escribir un buen cuento es una cuestión de técnica?
R.- No sé si de técnica. Leí hace poco la biografía de Philip Roth (es buenísima, por cierto) y ahí se decía que Roth se sienta a escribir sin ningún plan, a lo que salga. A mí esto me parece increíble. Yo a Roth me lo había imaginado como un autor que cuando se sienta ya tiene, como Pérez Reverte, todo el mapa delante. Pues resulta que no, y que luego le sale un novelón sólido. Así que lo de la técnica no sé si es importante. Es importante la forma. La gente cree que Cervantes o Kafka son geniales porque uno se inventó a un personaje que enloqueció por leer libros de caballería y el otro a uno que se despertaba convertido en una cucaracha. Y son dos estupideces que se podría inventar un niño de cinco años. No. Las obras de Cervantes y de Kafka son geniales por cómo están escritas.

P.- ¿Evitó conscientemente cualquier acercamiento a las consabidas tradiciones del cuento, la realista, la fantástica...?
R.- Creo que mis cuentos no se parecen ni a los de Cortázar ni a los de Carver, si es a lo que se refiere. La mayoría de mis cuentos han seguido una técnica muy simple. Parto siempre de una idea sencilla que me estimula: un hombre quema todas sus cosas antes de morir, por ejemplo, o un hombre se queda encerrado en una casa. Después me imagino el personaje: un inmigrante, un jubilado, una mujer o un hombre (por cierto, hubo un momento en que pensé que estaba escribiendo una especie de catálogo progre: el emigrante, el enfermo de cáncer... aunque sí que había un esfuerzo consciente por evitar el personaje de escritor segoviano de cuarenta años). Y luego elijo cómo lo cuento, y la voz del narrador.

P.- ¿Cree que ha perjudicado su imagen en Internet -su labor de crítico en Malherido- a la recepción de sus libros?
R.- Sí, claro. Yo soy de los pocos críticos honrados que hay en España. Todo el mundo sabe que estoy loco, que me meto con Muñoz Molina y con gente así. A la gente le parece una locura porque todo el mundo está haciendo la pelota a todo el mundo todo el tiempo. Nadie se mete nunca con Muñoz Molina, ni con Vila-Matas, ni con ningún periodista cultural con poder, ni con ningún crítico. Y luego, eso sí, son todos de izquierda radical y dicen que hay que oponerse al poder. Pero oponerse al poder, amigos míos, no es meterse con Rajoy, eso es facilísimo. Es meterse con gente que tiene poder en tu mundo. Hay una hipocresía tremenda en el mundo editorial. Uno presenta un libro, después lo reseña y lo pone por las nubes y mientras tanto, en privado, dice que es malísimo. Es delirante que la gente se ponga pensar de qué libros conviene hablar bien o mal en función del sello, o del poder que pueda tener el autor. Volviendo a su pregunta, lo que me pone histérico es que digan que yo esto, lo del blog y demás, lo he hecho por promocionarme. Que no vean que detrás de Malherido lo que hay es pasión por leer y por escribir reseñas.

P.- ¿No le importa tener enemigos?
R.- No, aunque me cuesta entender a quienes se consideran mis enemigos y yo ni siquiera los conozco. Hay casos. No me importan las enemistades abiertas, como la que tengo con Patricio Pron, autor de esta casa, con el que no me hablo. Eso está bien. Pero si Pron hace una novela que me interesa yo la voy leer, no soy tan nazi. Hace tiempo leí una novela de Francisco Solano, el crítico de El País que destrozó mi libro. Y me pareció que estaba muy bien escrita.

P.- Ya han salido los primeros libros de Caballo de Troya. ¿Qué tal ha ido la experiencia como editor? ¿Le gustaría seguir?
R.- Claro. Ser editor es fantástico. Es el mejor trabajo posible. Haces feliz a la gente y ni siquiera, con el sistema que hay, tienes que rechazar autores. Los autores pasan, están arriba o abajo, entran y desaparecen, pero el trabajo de los editores nunca termina. En Caballo de Troya además es un lujo, algo irreal, porque tienes barra libre, no hay objetivos de venta... y te vas al año siguiente. No hay riesgo, que es algo consustancial a la tarea del editor. Dicho esto, ojalá mis autores salgan en todos los sitios y sean tratados como merecen. Yo me he tomado la edición de esos libros como si fueran míos, con muchísimas sugerencias que luego el autor ha admitido o no.

P.- Creo que ha seguido un criterio más o menos generacional, ¿no?
R.- Sí, me he centrado en autores nacidos en los ochenta, porque creo que es una generación que está desdibujada. Me he propuesto poner una serie de autores sobre la mesa. Me parece que aún no hay una novela de esa época que señalar, una novela generacional. Ahora está Cocaína de Daniel Jiménez, al que estuve a punto de publicar en Caballo de Troya. De hecho lo paramos porque me dijo que se había presentado a un concurso, que luego resultó ser el Dos Passos, y lo ganó.