Image: Jordi Gracia: La vida de Cervantes no fue un encadenamiento de fracasos

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Letras

Jordi Gracia: "La vida de Cervantes no fue un encadenamiento de fracasos"

11 marzo, 2016 01:00

Jordi Gracia. Foto: Isabel Soler

Jordi Gracia publica una biografía de Miguel de Cervantes que destaca la conquista de la ironía como el mayor logro del autor de El Quijote

Jordi Gracia (Barcelona, 1965), tras sus elogiadas biografías de Dionisio Ridruejo y Ortega y Gasset, dos de los intelectuales españoles más importantes del siglo XX, da un importante salto al pasado y viaja al Siglo de Oro de las letras españolas para meterse en la cabeza de nuestro escritor más universal, Miguel de Cervantes, cuando se cumplen 400 años de su muerte y empiezan a caldearse los actos de conmemoración de la efeméride y a multiplicarse las novedades editoriales sobre el escritor, como el reciente La juventud de Cervantes de José Manuel Lucía Megías. Miguel de Cervantes. La conquista de la ironía (Taurus) es el resultado de dos años de trabajo de este catedrático de literatura española, que responde a El Cultural con emoción y profusión acerca de su más reciente objeto de estudio. El subtítulo de la obra refleja claramente la tesis principal del libro, que establece la explicita conquista de la ironía de El Quijote como el mayor valor que ha aportado Cervantes a la historia de la literatura, adelantándose varios siglos al pensamiento moderno. El retrato que realiza Gracia, apoyándose no solo en la documentación sino también en su obra, es a la vez melancólico y luminoso y lo presenta como "un iluso escarmentado por la experiencia, pero libre del rencor del desengaño", alguien "real y genial como normal y corriente, tan jovial y burlón como estricto y comprometido, además de pasmosamente inteligente".

Pregunta.- Supongo que después de Ridruejo y Ortega, ambos intelectuales del siglo XX, era un reto importante enfrentarse a la biografía de Cervantes...
Respuesta.- Jamás se me hubiese pasado por la cabeza ni proyectar una biografía de Ortega ni muchísimo menos una de Cervantes. Pero me hicieron la propuesta de una biografía de Ortega y acepté porque encajaba más o menos con el ámbito de trabajo en el que siempre me he movido, que es el siglo XX, y luego tuve la temeridad y la irresponsabilidad de aceptar el encargo de esta biografía de Cervantes que evidentemente es otro mundo. Pero no se me ocurre un modo más pleno de ser feliz que dedicar dos años de mi vida a meterme en la cabeza de Cervantes. No iba eludir ese regalo.

P.- ¿Ha establecido paralelismos entre los tres autores?
R.- En mi cabeza tengo las tres biografías relativamente organizadas y mientras a Ortega la madurez le fue fosilizando, anquilosando y en el fondo empeorando, a Dionisio Ridruejo y a Cervantes la experiencia les mejora sustancialmente. Ortega nunca escapó de la soberbia de quién tiene la verdad desde el principio mientras que los otros dos partieron de la humildad de entender que esa verdad era mucho más esquiva y falible de lo que habían pensado e hicieron el tránsito desde un dogmatismo estático intocable hacia la sospecha en torno a las evaluaciones morales. De ahí la conquista de la ironía desde el dogmatismo de la fe católica en el caso de Cervantes y la conquista de la socialdemocracia desde el fascismo por parte de Ridruejo.

P.- Una vez que decide afrontar el reto, ¿por dónde se empieza?
R.- Por la documentación de primera mano, que es de fácil acceso. Hay unas 1.500 páginas que están ya muy estudiadas con actas notariales, testamentos... Después sigues con la obra completa desde la primera línea hasta la última. Hay que leerlo todo otra vez pero con una alerta activada en la cabeza para imaginar la voz del autor detrás de los narradores, los personajes y las escenas que plantea Cervantes en su obra. De esta manera, vas construyendo una imagen del escritor lo más rica posible atreviéndote a oírlo hablar a él en La Galatea, en El Quijote, en el Persiles...

P.- ¿No es peligroso para un biógrafo querer definir a su objeto de estudio a través de su obra?
R.- Sí, pero me parecía peor la cobardía o la timidez de no decir dónde creo que está Cervantes por no poder probarlo. De todas maneras, no creo que sea significativo. Pero siempre procuro en el texto ser escrupuloso y advierto cuando algo es una conjetura o una hipótesis. Es parte de la obligación y el decoro de un biógrafo.

P.- ¿Qué pautas se marcó a la hora de escribir?
R.- Siempre escribo muy rápido y muy al final. Un criterio fundamental en este caso fue ser estrictamente escrupuloso con la linealidad cronológica y que, de esta manera, no pudiese avanzar información sobre un personaje que no ha llegado todavía. Por eso, El Quijote no aparece hasta la página 250. Cervantes a los treinta no sabe que va a escribir El Quijote, como es natural. Por tanto, lo que dice en El Quijote no se puede aplicar a sus 20 años. Lo que dice a sus 50 o 60 si puede iluminar su juventud, pero nunca al revés. Y de ahí surgió esa cámara subjetiva con la que me intento introducir en su cabeza para que el mismo nos guie.

La conquista de la ironía

P.- Ha titulado el libro La conquista de la ironía. ¿Cómo la alcanzó Cervantes?
R.- Hay que intentar entender los 10 años que pasó como comisario y funcionario real en Andalucía como el laboratorio moral y vital que reeduca a Cervantes con respecto a las convicciones dogmáticas, excluyentes, firmes y poco modernas de su juventud. A esto hay que sumar su propia experiencia, el sentimiento de encontrarse al final de una época con la muerte de Felipe II en 1598, la muerte de muchos de sus amigos, su relación con una Sevilla pletórica, golfa, hiperactiva... Es un mundo extremadamente rico, casi tan fantástico como la novela idealista plagada de aventuras, naufragios, redenciones y reencuentros. Todo esto acaba fraguando una intuición en Cervantes de que la única manera de acercarse realmente a la naturaleza humana es aceptando esa doble condición que casi todo humano tiene de ridículo y de noble, de patético y de ejemplar. Las dos posiciones son verdad y en ambas es posible sentirse seguro y por eso todo deja de ser claro, transparente, inequívoco.

P.- ¿Cómo funciona esa ironía en El Quijote?
R.- La novela empieza con un botarate que sale de su casa disfrazado de payaso. En apariencia solo es eso, pero a medida que vamos avanzando en la lectura de la novela nos damos cuenta de que ese botarate ridículo hace reflexiones ponderadas y da lecciones a Sancho que realmente están bien dadas. Por su parte, Sancho empieza siendo un trepa crédulo y un poco bobo pero pronto deja de ser un zoquete. Por tanto, ¿qué va descubriendo Cervantes en la estructura de la novela? Que ese personaje ridículo es también entrañable, que ese loco también es cuerdo, que ese hombre delirante es también ecuánime. En Sancho descubre que no solo es bobo, también es muy avispado y, aunque cobarde, es capaz de un afecto generoso. Y también se da cuenta de que la condición humana solo se puede medir con esa clave irónica que nos sitúa en un mundo moderno que todavía no existe. En 1605 nadie piensa así, las verdades son verdades absolutas. Pero en El Quijote el lector está constantemente expuesto al desafío de dos verdades contradictorias y la decisión entre una y otra se traslada a él, al propio lector. Cada uno determina el grado de locura del Quijote.

P.- ¿Es consciente Cervantes de la ruptura que está generando?
R.- Creo que la creación del personaje es la semilla, pero en principio no ha concebido el libro como un texto largo, quizás sí como una Novela ejemplar más. No creo que Cervantes a los 50 años escribiera El Quijote para ilustrar que los libros de caballerías son dañinos. Esta idea me parece una pamema. Creo que lo hizo por el placer de la escritura y por el placer del conocimiento que genera la escritura en términos de experiencia real de la condición humana. De ahí la conveniencia de la ironía como recurso estructural para contar la realidad del mundo que no es blanca o negra sino que a veces es blanca y negra a la vez.

P.- Después de esta inmersión tan profunda en Cervantes, ¿cuál cree que era su personalidad?
R.- Cambiante. No es igual Cervantes a los 20 que a los 60. El que cuaja El Quijote es un Cervantes que es una especie de vitalista tranquilo con un registro humorístico e irónico muy personal. Entre otras cosas es alérgico a la petulancia, a la soledad, al envaramiento, a las lecciones presuntamente incuestionables, y probablemente también intemperante y cada vez más impaciente con tanto cambio. Lope de Vega le imputa arrogancia y ciertamente debe de haber un punto de insolencia en su personalidad, aunque no creo que sea constante. Cervantes trasmite en la prosa de una manera natural una bonhomía relajada, tranquila, bien humorada..., pero también es un hombre de convicciones firmes. La idea de la conquista de la ironía no quiere decir que él crea cualquier cosa. Precisamente por sus firmes convicciones es capaz de ironizar sobre la realidad.

Una vida de época

P.- ¿Qué fue lo que llevó a Cervantes a Italia cuando apenas contaba con 20 años?
R.- Hay un documento que habla de un Miguel de Cervantes que un juez ha condenado a diez años de destierro y a la amputación de la mano derecha por pinchar a espada a un maestro de albañiles en una rencilla. De ser él, y todo hace pensar que es él, este episodio podría delatar ese pronto caliente que tiene de joven.

P.- ¿Por qué no lo empalaron en Argel pese a intentar la fuga cuatro veces?
R.- Mi única explicación es que para los amos argelinos puede ser peor matarlo o herirlo que encerrarlo. Que tuviera la convicción, la vitalidad y la energía para arriesgar la vida cuatro veces en cuatro fugas distintas es excepcional y quizás esa misma excepcionalidad hace que su captor, Hasán Bajá, quiera asegurar los 500 ducados que ha de costar su rescate. Otra posible explicación es que el propio Hasán Bajá lo sodomizaba, pero no lo creo. Normalmente preferían a los niños cristianos secuestrados para estos menesteres y no a un señor tullido de 30 años. Todo lo que tiene de ejemplar, modélico y emocionante defensor de la autonomía de las mujeres, de su potencia intelectual y vital, que se manifiesta en personajes muy intrépidos, valientes e intelectualmente consistentes, por el lado homosexual es en ocasiones burla un tanto sangrienta.

P.- A su vuelta a España desde Argel intenta que le den un cargo importante en Indias pero lo que consigue al final es un puesto de recaudador de impuestos. ¿Piensa Cervantes que no es acorde a sus méritos?
R.- No lo creo. Me parece erróneo entender la vida de Cervantes como un encadenamiento de fracasos. Cervantes no cree que la realidad deba tratarlo mejor de lo que lo ha tratado. De hecho actúa con convicción como comisario de abastos para nutrir a la armada que va a cargarse de una puñetera vez al vicioso luterano. Es un trabajador que va a las sacas, que va a los ayuntamientos, que exige ver, que mete en la cárcel a sacristanes pese a que lo excomulgan dos veces... Es su contribución al ejercito de Felipe II. En cualquier caso no creo que su aprendizaje desde las convicciones fanatizadas se diera con sangre.

P.- Cuando publica El Quijote alcanza el gran éxito siempre ansiado, pero sobre todo es un éxito popular nada culto...
R.- Es un éxito comercial, popular y trasversal pero echa de menos el reconocimiento de las élites intelectuales de su tiempo que tratan a la novela como lo que es, una extravagancia. A Lope de Vega le parece una tontería ridícula y le descompone que incluso incluya discursos de la comedia para meterse con él. Cervantes responde con la agrupación de las Novelas ejemplares para demostrar que es capaz también de hacer la alta literatura de su tiempo de acuerdo al patrón de aventuras sentimental, redimida por la fe, en un mundo idealizado en el que todo es dulce y bueno. Pero Cervantes es algo más que eso porque es el primero que publica en español unas novelas ejemplares inventadas, ni imitadas ni copiadas de nadie.

P.- ¿Es la segunda parte del Quijote más genial que la primera?
R.- No tenemos más remedio que aceptar que sí. El tipo de experimentación con que juega en la segunda parte de El Quijote es alucinante.

@JavierYusteTosi