Image: Salman Rushdie: Estaba cansado de contar la verdad. Quería inventar

Image: Salman Rushdie: "Estaba cansado de contar la verdad. Quería inventar"

Letras

Salman Rushdie: "Estaba cansado de contar la verdad. Quería inventar"

25 septiembre, 2015 02:00

Salman Rushdie. Foto: Antonio Heredia

En el piso 21° de un edificio próximo a Central Park, en Nueva York, un pasillo de puertas cerradas y discretas placas de identificación conduce a ese sancta sanctorum literario que es la Agencia Wylie. Conocido como el Chacal debido a sus tácticas empresariales, entre los clientes de Andrew Wylie figuran ilustres muertos como Mailer, Updike y Bellow, y la flor y nata de los vivos, como Martin Amis, Kundera y Salman Rushdie, que lanza la semana que viene su novela, Dos años, ocho meses y veintiocho noches.

Cuando el pestillo electrónico se abre con un chasquido, dentro el ambiente es tan profundamente silencioso que digo en un susurro lo que me ha llevado hasta allí: una cita con la más rutilante de sus estrellas, Salman Rushdie. La recepcionista me devuelve el susurro de un modo que hace pensar que quizá me haya equivocado de hora, de día, de lugar o, tal vez, incluso de persona. "¿Salman?... ¿Se refiere a Salman Rushdie?". Nadie se inmuta ni muestra interés. Es un día más con una entrevista más para dar a conocer un libro nuevo más. En este silencioso laboratorio en el que colisionan la literatura y el comercio, el trabajo prosigue.

Al cabo de unos instantes, Rushdie, también puntual, llega y rompe el hechizo. Su saludo es afable y cálido. Él mismo despide calor: estamos en Manhattan. La camisa de lino a rayas, los pantalones de algodón, los calcetines blancos y las zapatillas de deporte logran esquivar cualquier insinuación de estilo, a no ser que sea el de la arruga es bella. Ya nos habíamos encontrado antes en Londres, en un pasado lejano, cuando Rushdie aún vivía bajo la fatwa del ayatolá Jomeini (motivada por su novela Los versos satánicos) sin dirección conocida, rodeado de guardaespaldas y obligado a viajar en coches blindados. Los últimos quince años ha vivido en Nueva York. El 5 de octubre Seix Barral publica en España su decimosegunda novela, Dos años, ocho meses y veintiocho noches.

Ambientada en un futuro próximo, después de que una tormenta haya azotado Nueva York, Dos años... presenta a un jardinero llamado Gerónimo que desafía a la gravedad y a Dunia, princesa de los jinn. Estas criaturas del folclore preislámico, cuenta la novela, "no destacan por su vida familiar (aunque practican el sexo, lo practican continuamente)". Suelen ser amorales, taimadas, lujuriosas, sedientas de poder y profanas. Rushdie añade su propia rúbrica burlesca: "Nosotros, los humanos, tenemos todo lo demás, pero no el sexo sin fin. Después de un par de milenios, probablemente hasta el sexo sin fin se vuelva un poco tedioso".

Sería muy fácil hacer un relato que acabase de forma horrible, pero pensé que tal vaez hay un futuro mejor"

Para esta novela ha rastreado un mar de cuentos de hadas indios y árabes, tales como Las mil y una noches y el Panchatantra, y lo ha reunido todo en un relato fantástico barroco y pletórico. "La materia original es el enorme depósito de historias con el que crecí, que hizo que me enamorase de la lectura. Me dije que ese es el bagaje literario que he llevado a todas partes a lo largo de mi vida, y ahora estoy descargando las maletas. A ver qué pasa cuando las abra y las historias se escapen por ahí".

Con menos de 300 páginas, que tardó tres años en escribir, es uno de los libros más breves de Rushdie. Recorre el mundo del filósofo del siglo XII Ibn Rushd (Averroes), y abarca Nueva York y el Reino de las Hadas, con apariciones breves de Isaac Newton, Henry Ford, la Madre Teresa y Harry Potter."Sí, están todos para que se les haga un hueco", dice Rushdie a modo de explicación. "Posiblemente sea la más divertida de mis novelas. Tengo que decir que incluso Andrew Wylie me contó que cuando la leyó se rió a carcajadas, y eso no es fácil de conseguir". Este zigzagueo entre literatura, religión, fantasía, lenguaje académico, paródico y coloquial subido de tono. le será familiar a todo lector, o lector fallido, de Hijos de la medianoche. Es la huella digital estilística de Rushdie.

Combinar la razón y la fantasía

A pesar del tema, Dos años... es sorprendentemente benigna. "Sí, es casi una serie de historias de amor", asiente Rushdie con un deje de dulzura en su siempre bien modulada voz. "Pensé que sería muy fácil, teniendo en cuenta las noticias de cada día, hacer una fantasía despótica en la que todo fuese espantoso, a continuación empeorase, y al final acabase de una forma horrible. Esa es exactamente la razón por la que no es interesante hacer algo así. Entonces, ¿qué debía hacer en su lugar? Se me ocurrió que tal vez haya un futuro mucho mejor de lo que actualmente tenemos derecho a esperar".

El epitafio del libro es el grabado de Goya El sueño de la razón produce monstruos, de la serie Los Caprichos. "Creo que la novela trata de la razón y la insensatez. No se puede decir sencillamente que lo racional sea bueno y lo irracional malo. Un aspecto de lo irracional es la imaginación y el sueño. Cuando la razón y la fantasía se combinan, producen maravillas. Cuando se separan, crean monstruos. Creo que hoy en día mucha gente tiene la sensación de que las reglas del mundo que le eran familiares ya no son válidas".

- ¿Se refiere a que se ha perdido la cortesía y el decoro, o a la seguridad, la guerra, la tecnología?
-"Me refiero a cómo creemos que son las cosas. Todos tenemos nuestra propia concepción de qué es el mundo y cómo funciona. Y de buenas a primeras, ha ocurrido toda una serie de cosas -lo que Grace Paley llamó enormes cambios en el último minuto- en parte tecnológicas, en parte políticas: el final de la Guerra Fría, el auge del extremismo religioso, la transformación del mundo por la comunicación electrónica. De repente, mucha gente se siente un poco perdida, creo yo".

"Creo" es una interjección habitual en Rushdie. Tanto habladas como impresas, sus oraciones son fluidas, enlazadas con paréntesis y subordinadas, guiadas por una sensibilidad hacia la narrativa y la historia. "Me pregunté cómo representar un mundo en el que las reglas ya no valen, y Decidí empezar por romper algunas de las leyes fundamentales, como la de la gravedad. Que la gente sencillamente se ponga a flotar en el espacio no es interesante. Lo que es interesante es que esté tan solo a unos centímetros del suelo. De hecho, Gerónimo, el jardinero, fue lo primero que tuve. Pero resulta que ese hombre cuyo amor es la tierra se despega de ella. Ahí estaba lo cómico y lo patético. En realidad, yo ni siquiera sabía si volvería a bajar".

Una de las influencias de Rushdie a lo largo de su vida ha sido Gabriel García Márquez, especialmente su novela Cien años de soledad, a la que se identifica estrechamente con el realismo mágico. "El problema de esa expresión", advierte Rushdie, "es que la gente solo oye la palabra mágico. Lo importante es que es una manera de intentar combinar lo fantástico con lo realista en una misma narrativa". Insinúo que esa técnica puede ser irritante. Siempre hay alguna evasiva, como que el protagonista consigue escapar del cataclismo, pongamos, convirtiéndose en un gorrión y echando a volar. "Lo fundamental de cualquier clase de mundo imaginado es que tiene que ser coherente en sí mismo", replica. "No puede ser caprichoso. Si cualquier cosa puede suceder, entonces nada importa".

Agotado de realidad

Su último libro fue Joseph Anton. Memorias. El título es el seudónimo de Rushdie cuando vivía en la clandestinidad. Además de la fatwa, describe la cosmopolita infancia india de clase media de un chico nacido en 1947 que tiene tres hermanas, y la conmoción que le supuso su llegada a Inglaterra en 1961 para ingresar como interno en un colegio (la pintada "Fuera inmigrantes" garabateada en un muro de la escuela le abrió pronto los ojos). Su amor por sus dos hijos, Zafar (nacido en 1979) y Milan (1997), resplandece a través de la obra, y su remordimiento por el fracaso de los matrimonios con sus madres, la desaparecida Clarissa Luard y Elizabeth West, es casi insoportable de leer. A la segunda y a la cuarta mujeres, la escritora Marianne Wiggins y la modelo Padma Lakshmi, apenas les presta atención. El autor se esfuerza por describir cómo se deterioraron el amor y el afecto en cada caso. Sea como sea, las dos mujeres salen mal paradas.

Los años dedicados a encontrar maneras de decir la verdad "con tanta claridad y precisión como le fuese posible" lo han agotado. "Creo que lo que pasó fue que,
Al acabar Joseph Anton me harté de la verdad. Me sentí desplazado hacia la gran fabulación"

cuando acabé de escribir las memorias, era como si me hubiese hartado de contar la verdad. Me dije que era hora de inventar algo. Sentía un auténtico desplazamiento emocional hacia el otro extremo del espectro, hacia la gran fabulación. Había disfrutado tanto escribiendo los libros para mis hijos -Harún y el Mar de las Historias y Luka y el fuego de la vida- que volví a pensar en esa materia prima, no para niños, sino para adultos".

A pesar del impacto de la fatwa, a Rushdie le sigue atrayendo -también en esta nueva novela- el doble peligro de la religión y la fe. Ha declarado sin rodeos que, al final, la propia religión hará que la gente se harte de Dios. ¿Lo cree así? "Bueno, es lo que espero. A lo mejor es ligeramente optimista. Parece que la cantidad de cosas terribles que se hacen en nombre de la religión está aumentando. Quizá en algún momento a la gente se le ocurra que el problema reside en la idea de religión. Mire, no soy religioso, por decirlo suavemente, pero en el libro esto supone un conflicto, porque se trata de un punto de vista. El otro punto de vista, que es que la gente recurrirá cada vez más a la religión, también está presente".

Este giro hacia la fe que se encuentra allá donde se mire, le sigue desconcertando. "A los nacidos en la década de 1960, una cosa que jamás se nos habría pasado por la cabeza es que la religión volviese a adquirir poder. Parecía un fiasco. No es que la gente no creyese en varios dioses, pero la idea de que le religión vendría a orquestar el discurso público habría parecido imposible. Si alguien me lo hubiese dicho en 1968, probablemente me habría reído".

La experiencia de Rushdie de vivir bajo amenaza de muerte ha generado la expectativa implícita de que, de alguna manera, él tiene todas las respuestas. Como dijo una vez Martin Amis, "Salman había desaparecido en el mundo de las mayúsculas. Se había esfumado a la portada".

"Preferiría volver a la sección de libros", dice Rushdie. "Es algo que no consigo quitarme de encima. En cierta medida es una carga, porque tengo otras cosas de las que hablar. Por otra parte, la cuestión del fanatismo religioso ha adquirido tanto protagonismo para todos nosotros que todos tenemos que reflexionar sobre ello. Por lo menos puedo hacer lo posible por utilizar la experiencia que he tenido para intentar dar una respuesta como artista". En el renacer islámico percibe "una retórica de poder capaz de desafiar a los arrogantes occidentales y de hacer que personas que en otros aspectos están desamparadas sientan que tienen algo de poder. Por otra parte, si uno es un psicópata y siente la necesidad de decapitar gente, le resulta de lo más útil".

Libertad para discrepar

Le disgusta el término islamofobia. El extremismo religioso no es inherente a ninguna religión ni a ninguna región del mundo en particular. Son cuestiones más amplias y profundas: "En mi opinión, si no me gustan tus ideas, tengo que poder decirlo. Si tú piensas que el mundo es plano, tienes derecho a decirlo, y yo tengo derecho a decir que estás loco. Si tú crees en Dios y yo no, tiene que ser legítimo que yo diga que tus creencias son ridículas. ¿Por qué tenemos que tratar con tantos miramientos las creencias religiosas? En lo que respecta a las ideas, la cuestión es que deberían encajar unas con otras, no estar aisladas. Una cosa muy diferente es decir que no debería haber prejuicios raciales contra las personas. Por supuesto que no debería haberlos. El color de la piel es un hecho; las creencias religiosas son una opinión. Creo que es legítimo tener opiniones contrarias a cualquier otra sin que te insulten".

Ha advertido que una de las cosas más llamativas de los últimos 25 años es el valor que ha perdido la vida humana individual, "a la que, sin duda alguna, una tradición humanista concedería un gran valor. Para mucha gente, la vida individual se ha convertido en algo de usar y tirar. O se cree en esta vida, o se piensa que no es más que un preámbulo de la vida real, de manera que cuando antes lleguemos a la siguiente, mejor. Por desgracia, todo eso son disparates. Por lo tanto, hay mucha gente al servicio de los disparates. Lo que es verdad en este momento es que en varias partes de Europa ha arraigado un tipo de racismo de extrema derecha que ha atacado a comunidades musulmanas en toda Europa, y es evidente que es algo que hay que abordar lo más rápidamente posible".

"Pero proteger las vidas y la capacidad de la gente para vivirlas no significa que tengas que abstenerte de criticar sus ideas. En eso hemos estado confundidos. Para muchos, entre ellos los que criticaban a Charlie Hebdo, cuestionar ideas se consideraba inapropiado, dada la precaria situación económica de la comunidad musulmana, como si se estuviese atacando a personas que ya son vulnerables. Ese era el argumento. Yo no creo que eso se sostenga".

Después de Charlie Hebdo

La decisión de 26 escritores de firmar una carta de protesta en contra de la concesión del premio PEN a la libertad de expresión a Charlie Hebdo, que siguió a la de otros seis de retirarse de la gala anual de los premios PEN celebrada en Nueva York en abril, ha dejado una herida que todavía está fresca para Rushdie.

Los nacidos en los sesenta jamás nos hubiésemos planteado que la religión volvería a adquirir poder"

"Yo no era de ningún modo el único que pensaba así. Creo que disgustó a mucha gente. Hablé con Ian McEwan y estaba profundamente escandalizado y alarmado. Para mí fue un golpe que tantos escritores maravillosos como Junot Diaz, Peter Carey, Joyce Carol Oates, Michael Ondaatje y otros, se opusiesen. Ni en un millón de años se me habría ocurrido que estuviesen de ese lado de la polémica, y fue un golpe. Hace 30 años que todos somos amigos. No cabe duda de que esto ha dejado mal sabor de boca".

Lo que más le contrarió fue la falta de conocimiento, o de curiosidad. Uno de los firmantes ni siquiera había visto un ejemplar de la revista francesa. "Continuamente nos piden a todos que firmemos cosas. Desde mi punto de vista, uno no firma nada a no ser que esté absolutamente convencido de que puede ponerse en pie y justificar la firma. Lo único que pensé fue lo espantoso que era denigrar injustamente a los muertos. Si te vas a meter con los muertos, que no pueden responder, al menos entérate bien de los hechos. A esas personas las mataron por dibujar, caramba".

Sorprendentemente, siente cierto entusiasmo por el Papa Francisco. "En este momento el Papa me da bastante ánimo. Tiene algunas ideas progresistas, aunque no todas. Por ejemplo, el Vaticano estaba horrorizado con la votación irlandesa sobre los derechos de los homosexuales y la igualdad en el matrimonio. Pero parece una mejora sustancial con respecto al anterior, al que yo llamo ex-Benedicto..."

A Rusdie le preocupa un nuevo hinduismo doctrinario que está ganando terreno en India, representado sobre todo por el partido de extrema derecha Shiv Sena. "No creo que sea justo decir que el Partido Bharatiya Janata (BJP) sea igual de extremista, pero se está volviendo más estridente y menos tolerante en sus demandas".

La derecha cristiana estadounidense es una fuerza más cercana. "Su problema es que no pueden encontrar a nadie lo bastante extremista como para votarle. George Bush, hijo, no lo era. Le votaron, pero luego pensaron que era una decepción terrible, como también lo fue para muchos de nosotros por otros motivos [risas]". Rushdie añade con pesar: "Encuentro muy interesante que [su amigo, el desaparecido] Christopher Hitchens adquiriese una popularidad que no había tenido nunca cuando empezó a manifestar una posición contraria a Dios. Siempre he pensado que Dios salvó a Christopher de la derecha estadounidense, porque, por supuesto, a la derecha no le gustaba que fuese ateo. Creo que Dios es responsable de muchos problemas. Ya casi no hace falta decirlo".

En muchos aspectos, Estados Unidos ha sido un tiempo de redención y de reunión. Muchos de sus más antiguos amigos viven ahora en Nueva York, entre
En parte de Europa ha arraigado un racismo de extrema derecha que ataca a los musulmanes"

ellos Martin Amis. "Ian [McEwan] no lo ha hecho. Martin está aquí, aunque, por desgracia no lo veo mucho. Pero la mayoría de los amigos que tengo aquí no han venido de fuera". Nadie en Nueva York puede decir "fuera, inmigrantes de mierda", porque todo el mundo "viene de otro sitio". Como Rushdie decía en sus memorias, "la emigración ha hecho pedazos las raíces tradicionales del yo".

De Nueva York dice: "La riquísima textura que la inmigración da a esta ciudad es fascinante. Y, dicho sea de paso, ha creado una fértil nueva ola de literatura estadounidense. Todos sabemos que la literatura estadounidense debía mucho a la cultura europea; a la emigración de italianos, de judíos del Este de Europa, etcétera. Pero ahora, de repente, tenemos las nuevas historias contadas por inmigrantes que llegan de todas partes: vietnamitas, chinos, afganos, de la República Dominicana, y así sucesivamente".

Nunca ha olvidado cuando el editor de origen indio Sonny Mehta (director editorial de Alfred A. Knopf) le dijo, después de mudarse de Londres a Nueva York en 1987: "Para la gente como tú y como yo, Salman, realmente es buena idea irse del Imperio británico". En aquel momento, rememora Rushdie, "pensamos simplemente que era una broma. Todavía creo que es sobre todo una broma. Pero es verdad que este país también abandonó el Imperio británico. No me siento particularmente distanciado de Inglaterra. La mayoría de mis parientes más próximos todavía están allí. Es solo que aquí he encontrado un lugar en el que me gusta vivir. Es la horma de mi zapato".

Rushdie, tuitero entusiasta

El autor se nutre de la energía de una ciudad que apenas duerme. "Si llamas a la oficina del New Yorker a las ocho y media de la mañana, todo el mundo está allí. Y si vuelves a llamar a las ocho de la tarde, allí están". ¿Y es eso tan bueno? "Sí, me gusta que haya ese ambiente de trabajo duro porque eso hace que sea fácil trabajar. Si no trabajas, te sientes como un idiota". Su jornada es la habitual en una oficina, y rara vez la interrumpe para comer. "No soy persona de levantarse a las 5 de la mañana. Creo que Martin se levanta mucho más temprano que yo, o al menos solía trabajar hasta la hora de comer y luego se iba a jugar al tenis. No sé si todavía lo hace. Puede que para todos nosotros los días de hacer deporte sean cosa del pasado...". Se ríe. Durante su exilio impuesto, el propio Rushdie era un jugador de pimpón nada desdeñable que hacía arreglos secretos para jugar en casas de amigos que fuesen seguras.

A juzgar por las columnas de cotilleos británicas, se diría que actualmente el único deporte que practica Rushdie es la asistencia a fiestas con una, o más de una, mujer atractiva. "Menuda tontería. La verdad, ¿dónde y cuándo se celebran esas fiestas? Póngame algún ejemplo. Soy una persona bastante sociable, pero la vida de un escritor es la vida de un escritor. Uno pasa la mayor parte de su tiempo solo en una habitación. Si no, los libros no se escriben. Y resulta que yo he escrito un montón de libros, así que tengo que haber pasado cierta cantidad de tiempo solo en una habitación... Sabe, antes no era así. Creo que todo se debe a que, cuando llegué a Nueva York, empecé una relación con una mujer extraordinariamente guapa, y entonces fue cuando comenzó todo esto. Yo no pude hacer mucho. Eso es lo que pasó. Tuve muchísima suerte".

Él y Padma Lakshmi se divorciaron en 2007. La salacidad de la prensa (en sus memorias, contemplaba a Lakshmi "posar y hacer piruetas" para los paparazzi) es el único tema que provoca algún indicio de ira. "No llevo una vida salvaje. No salgo más que cualquiera. La diferencia es que, cada vez que salgo, alguien me hace una foto y la pone en el Daily Mail. Es patético. El escritor sale por la noche. ¿Y qué? La gente puede hacer lo que demonios se le antoje".

Rushdie, que es un tuitero entusiasta, tiene 1,06 millones de seguidores en Twitter (esta es su autodescripción: "En las inmortales palabras de Popeye el Marino, yo soy lo que soy y eso es todo lo que soy". ¿Que por qué? Le gusta Popeye). Pero tampoco se hace ilusiones sobre su valor. "Lo que más me preocupa es la cuestión del anonimato, los provocadores. El anonimato permite a la gente ser increíblemente grosera. Pero, ya sabe, cuando un libro tuyo está a punto de salir, no está de más tener a un millón de personas para que hablen de él, y ese millón de personas se han autoseleccionado porque están interesadas en lo que tú tienes que decir. Así que es una forma de hablar con ellas en vez de, digamos, pasar a través de un..."

- ¿Periodista?
- Un periodista... Twitter te da un altavoz. No se trata solo de decir aquí está mi libro, por favor, cómprenlo.

- ¿Ah, no?
- De ninguna manera. Pero si hay algo que quieres decir, puedes hacerlo al instante. Estoy preparado para bloquear a la gente. Puede ser ofensiva una vez, pero dos, no.

Algunos de sus tuits son de lo más divertido. Uno de ellos, de un estudiante de Nepal, decía: "Estimado señor, con el debido respeto, el profesor de nuestra facultad nos ha dicho que usted tiene novia africana [sic] más joven que usted". Rushdie, que tiene 68 años, respondió: "Tonterías. Mi novia es de la Antártida y es mucho mayor que yo. Espero que le sea útil".

-¿Hay una nueva relación?
- No hay ninguna nueva relación.

-¿Puedo decirlo?
-Por supuesto que puede decirlo. Eso no significa que no vaya a haberla. Pero, de verdad, ¿es de eso de lo que se habla en las clases de inglés?.

Sin paréntesis ni puntos, se ríe con ganas y desaparece por el silencioso pasillo en busca de el Chacal.