Image: Herberto Helder, o cómo comunicar la misantropía

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Letras

Herberto Helder, o cómo comunicar la misantropía

25 marzo, 2015 01:00

Herberto Helder

Fallece el poeta portugués Herberto Helder, cuya poesía, tan distinta a la de todo el mundo, tiene en común con todos los grandes poetas tener como centro de gravedad una herida en forma de duda.

Ha muerto el poeta portugués Herberto Helder (Funchal, 1930-Cascais, 2015) y los periódicos portugueses se apresuran a decir que estaba considerado como el "mayor poeta portugués de la segunda mitad del siglo XX" (eso ha dicho, por ejemplo, Isabel Coutinho). No sé si sería tanto: en esa segunda mitad de siglo Portugal dio poetas tan altos como Jorge de Sena, Sophia de Mello, Eugénio Andrade, Rui Knopfli, Mário Cesariny... Una constelación que sólo tiene igual en la poesía polaca del mismo período. Todos ellos diferentes entre sí, diferente a ellos y casi de sí mismo Helder.

Herberto Helder fue el misántropo por excelencia de la poesía portuguesa. Siempre se negó a dar entrevistas, no quiso saber nada de la vida literaria, y cuando en 1994 le fue concecido el premio Fernando Pessoa, no sólo renunció, sino que pidió que ni la concesión ni su renuncia se hicieran públicas y que se lo dieran a otro.

Helder comenzó a vueltas con el surrealismo. Pero su surrealismo era de otra estirpe que el de Cesariny, por ejemplo, quien decía que ser surrealista era ser surrealista, no escribir poemas surrealistas. Helder trabaja el lenguaje de una forma material, como si fuera barro. Ese comienzo marcará el desarrollo de su obra poética. Helder pensaba, como Brodsky, que el lector de poesía no merece facilidades; prefería al lector que asume los mismos retos que él se plantea como creador. Helder siempre estaba dispuesto al triple salto mortal, como hizo, por ejemplo, cuando en 2001 decidió no reunir su poesía completa, sino rehacerla en un poema único, O poema contínuo (que Hiperión publicó en España en traducción de Jesús Munárriz). Lo más radical de la poesía de Helder, y lo que más le diferencia de sus contemporáneos, es que escribe una poesía en la que el yo no está en primer plano, sino que, muy al contrario, tiende a desaparecer, a sumirse en la materia del poema como uno más de sus componentes; parte de ellos, pero no su guía. No es que la biografía falte en sus poemas (o en su prosa); pero siempre que aparece lo hace de forma críptica, casi jeroglífica. La forma de Herberto Helder de ser moderno fue ser antiguo, primordial, volver a plantearse las preguntas esenciales como si nadie lo hubiera hecho antes. Un riesgo que sólo un talento gigante como el suyo hubiera podido atravesar incólume.

La única vez que Helder concedió una entrevista se la concedió a sí mismo. Se publicó en un número de la desaparecida revista "Luzes da Galiza". Allí se respondió a sí mismo cosas como que "Se escribe un poema debido a la sospecha de que mientras lo escribimos ocurrirá algo", que busca una poesía de preguntas y no de respuestas porque "cualquier respuesta sería un acto de arrogancia", que su poesía se asienta en la idea del ejercicio de "el poder de descomponer la palabra del mundo, es decir: la realidad, por más que no sepamos qué son poder y realidad" y acaba por decir que "no hay nada que enseñar, aunque esté todo por aprender".

Poco antes de morir Helder había dado a la imprenta su último libro, A Morte sem Mestre, que fue un éxito de ventas inmediato, una última declaración de misantropía con algo más de autobiografía que de costumbre: "yo que me olvidé de cultivar familia, inocencia, delicadeza / moriré como un perro arrojado a la fosa". La poesía de Herberto Helder, tan distinta a la de todo el mundo, tiene en común con todos los grandes poetas tener como centro de gravedad una herida en forma de duda, un motor de hacer preguntas. No quiere darnos respuestas pero ¿no es ya una respuesta ser capaz de hacerse la pregunta correcta?

Bicicleta

Allá va la bicicleta del poeta en dirección
al símbolo, por un día de verano
ejemplar. Con los pulmones a la espalda
y pico al aire, el poeta zancudo pedalea.
Una enorme memoria, las señales
de los días sobrenaturales y la historia
secreta de la bicicleta. El símbolo es sencillo.
Los émbolos del corazón al ritmo de los pedales-
allá va el poeta en dirección a sus
señales. Patalea
como los otros animales.

El sol es blanco, las flores legítimas, el amor
confuso. La vida es para siempre tenebrosa.
Entre las rimas y el sudor, aparece y des
aparece una rosa. En el día de verano,
violenta, la fantasía olvida. Entre
el nacimiento y la muerte, el movimiento de la rosa florece
sabiamente. Y la bicicleta adelanta
al milagro. El poeta aprieta el manillar y derrapa
en el instante de la gracia.

Con los pulmones a las espaldas, la vida es para siempre
tenebrosa. La pata del poeta
apenas se atreve ahora a pedalear. En medio del aire
se distrae la flor perdida. La vida es corta.
Mierda de vida subdesarrollada.
El pico del poeta recorre los puntos cardenales.
El sol es blanco, el campo plano, la muerte
segura. No hay sombra de señales.
El poeta patalea como los otros animales.

¿Y si la noche cae ahora sobre la rosa pasada
y el día de verano se recoge
a su anda, y la única dirección es la propia noche
encontrada? Con los pulmones a la espalda, la vida
es tenebrosa. Muerte es transfiguración
en la imagen de una rosa. Y el poeta zancudo
de rosa interior pedalea
por la confusión del amor.
En la noche secreta de los caminos iguales
el poeta patalea como los otros animales.

Si el sur ha quedado atrás y el norte a un lado,
es para siempre la muerte.
Agarrado al manillar con los pulmones a la espalda
como un neumático pinchado,
el poeta pedalea el corazón transfigurado.
En la memoria más antigua la dirección de la muerte
es la misma que la del amor. Y el poeta,
al final más mortal que los otros animales,
pedalea hacia un verano anterior.

Traducción de Martín López-Vega