Image: La Catedral de Turing. Los orígenes del universo digital

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Letras

La Catedral de Turing. Los orígenes del universo digital

George Dyson

30 enero, 2015 01:00

Von Neumann podía convertir la máquina de Turing, el Maniac, en una realidad.

Traducción de Francisco J. Ramos. Debate. Barcelona, 2015. 560 pp., 29'90€ Ebook: 12'99€

Nadie sabe si nuestro mundo digital terminará con una explosión, un quejido o una singularidad. Una cosa está clara: empezó con un doble sentido. Los orígenes de la era digital se remontan a una máquina construida hacia 1951 en Princeton, Nueva Jersey. Se la bautizó con el altisonante nombre de Integrador y Computador Matemático y Numérico y se la conocía por el acrónimo Maniac, que hace referencia a algo alocado e incontrolable (cosa que resultó ser). Pero ese doble sentido crucial se encontraba en la memoria del ordenador. Por primera vez, los números podían ser números o instrucciones. Los datos podían ser un nombre o un verbo.

Esto resultó ser tremendamente importante, como aclara George Dyson en La catedral de Turing, el primero que cuenta la historia del ordenador de Princeton. Aunque el título del libro de Dyson reconoce al matemático inglés Alan Turing, el verdadero protagonista es el estadounidense de origen húngaro John von Neumann (1903-1957), presentado aquí como el Steve Jobs de los albores de la informática, un hombre que no inventó casi nada, pero cuya visión cambió el mundo. Von Neumann era un matemático alejado de los estereotipos. Era cortés, dicharachero, rico y noble. Se cuenta que en su examen doctoral de 1926, el matemático David Hilbert solo hizo una pregunta: "Por favor, ¿quién es el sastre del candidato?". Jamás había visto un traje tan bonito.

Ya convertido en uno de los grandes matemáticos de su siglo, von Neumann desarrolló su carrera en el mundo académico antes de convertirse en asesor para la construcción de bombas (y ordenadores) durante la II Guerra Mundial. En aquella época, el Ejército había empezado a trabajar en un "ordenador electrónico digital" llamado Eniac que se programaba a mano, mediante cables e interruptores. Tras lo ocurrido en Nagasaki, von Neumann vendió a los militares de EE.UU. un ordenador "de programa almacenado" más potente, que podía leer secuencias codificadas gracias a una memoria de alta velocidad y, así, llevar a cabo de forma automática unas simulaciones numéricas esenciales para el diseño de las armas nucleares. Von Neumann también le vendió a su empresa, el Instituto de Estudios Avanzados, la construcción del fáustico dispositivo de Princeton.

Otro matemático del Instituto, el especialista en lógica Kurt Gödel, es también un personaje crucial en la historia de Dyson. Gödel es conocido por su "teorema de incompletitud", que demostraba la existencia de proposiciones verdaderas que son indemostrables mediante métodos matemáticos rigurosos. Pero lo que aquí nos interesa no es tanto la conclusión de Gödel como el truco que empleó para llegar a ella: inventó el doble sentido matemático. En su famosa demostración, los números poseen dos significados; el habitual, que designa una cantidad, y otro codificado que designa una proposición lógica (por ejemplo: "No es posible obtener 7 multiplicando un número por 0"). De este modo, Gödel combinó los datos y el "código" de la aritmética. Turing aprovechó esta idea y, en 1936, la aplicó a un universo hipotético de "autómatas". Según su concepción, a un sencillo robot (una "máquina de Turing") se le suministra un rollo de papel. El rollo es una forma rudimentaria de memoria, cuyo contenido se duplica en forma de datos y código. Turing demostró que este diseño minimalista es un ordenador "universal", capaz de realizar cualquier cálculo.

Por tanto, las nociones básicas de los ordenadores de programa almacenado ya estaban ahí antes de que von Neumann se pusiera manos a la obra. Pero era él quien tenía el prestigio y los contactos necesarios para convertir la máquina de Turing en una realidad. Dado que las bombas que destruyen ciudades enteras no pueden construirse usando el método de ensayo y error, era necesario que los ordenadores simulasen la física de las detonaciones y las ondas expansivas. Un ordenador ayudó a construir la bomba, y la bomba requería ordenadores cada vez más avanzados.

Von Neumann y dos compañeros codificaron el diseño de su máquina en un informe publicado en 1946. Se podría decir que fueron los padres del movimiento del código abierto, ya que, al final, no quisieron patentar nada. Unos años después de que publicasen la configuración, ya había en todo el mundo más de una docena de réplicas de la máquina de Princeton. De hecho, los procesadores de todo teléfono móvil, tableta y ordenador portátil siguen ciñéndose al diseño de Neumann.

El Maniac se probó por primera vez en 1951, "con un cálculo termonuclear que llevó a cabo durante 60 días sin interrupción". Con sus 180 x 60 x 240 cm y su estilizada media tonelada, era mucho más pequeña que el Eniac, que ocupaba toda una habitación. Pero heredó algunos de los problemas de fiabilidad de su predecesora. Dyson cita las exasperadas notas que escribían los ingenieros en el diario de laboratorio de la máquina de Princeton. 14 de junio de 1953: "Maldita sea; este chisme no me va a ganar a cabezota". 17 de junio de 1956: "Que se vaya al cuerno".

Al igual que el físico nuclear Edward Teller, von Neumann no parecía sentir ningún conflicto a la hora de defender la bomba. En el Instituto de Estudios Avanzados, su dureza chocaba con el pacifismo de Einstein, y este se opuso a que construyesen allí el ordenador. Virginia Davis, esposa del especialista en lógica Martin Davis, recuerda haber escrito "Detened la bomba" en el polvo del coche de von Neumann. Pero la segunda esposa de Neumann, Klári, le recuerda afectado por lo que su ordenador pudiese desencadenar. Una noche de 1945, John afirmó: "Lo que estamos creando ahora es un monstruo cuya influencia va a cambiar la historia, suponiendo que quede algo de historia". Sin embargo, su mayor preocupación no era la bomba, sino "el creciente poder de las máquinas".

La catedral de Turing, que recoge las investigaciones y los informes originales -Dyson entrevistó a varias personas que estaban en el Instituto cuando Neumann trabajó allí, entre ellas su propio padre, el físico Freeman Dyson- es un relato expansivo en el que cada personaje, lugar e idea merece una digresión. Una de las continuas bromas de Dyson tiene que ver con el clima, que al parecer era horrible: a Princeton "en verano lo han descrito como 'estar dentro de la boca de un perro". La humedad hacía que los aires acondicionados del Maniac se congelasen al formarse hielo.


El libro rebosa de detalles insospechados. Gödel creía que su comida estaba contaminada y se dejó morir de hambre. Turing, perseguido por su homosexualidad, murió envenenado de verdad. El trágico final de Klári von Neumann es menos conocido. Era una judía de la alta sociedad con depresión que se convirtió en una de las primeras programadoras de lenguaje automatizado del mundo y protagonizó el suicidio más grandioso del grupo, al beberse de un trago unos cócteles antes de caminar hacia el Pacífico con su traje negro con puños de piel.

A diferencia de muchos historiadores, Dyson no siente la necesidad de encontrar ninguna relevancia contemporánea. Cita a Julian Bigelow, el ingeniero jefe del Maniac, en un pasaje que podría servir de resumen del libro: "Lo que von Neumann aportó fue una inquebrantable confianza que decía: ‘Adelante, todo lo demás no importa, hazlo funcionar a esta velocidad y a esta potencia'... Aunque éramos personas poco ambiciosas, todos nos dejábamos la piel y trabajábamos desinteresadamente porque creíamos -sabíamos- que era algo que estaba sucediendo allí, y teníamos suerte de formar parte de ello. Una oleada de poder informático estaba a punto de estallar e inundarlo todo de ciencia, y ya nada volvería a ser igual".