Image: La geometría y el ensueño

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Letras

La geometría y el ensueño

Carlos Marzal reflexiona sobre el misterio de estar vivo a través de la poesía y los toros

14 mayo, 2013 02:00

Talavante en la Feria de San Isidro el año pasado. Foto: Alberto Cuellar

'La geometría y el sueño' (Vandalia) es una muestra de poesía taurina, seleccionada por Carlos Marzal, que prescinde de los autores más clásicos y obvios para presentar una selección que sorprende tanto por el autor del texto como por la visión de la fiesta que ofrece. José Hierro, Claudio Rodríguez, Ángel González, Pablo García Baena, Julio Mariscal, Vicente Núñez o Benítez Reyes son algunos de los autores reunidos con el fin de que la poesía taurina sea más poética y menos taurina.

A continuación se pueden leer algunos poemas de 'La geometría y el sueño'.


El torero

Para Guillermo Infante, director de RCA,
primer editor de mi poesía


De ti me fío, redondo,
seguro azar.

Pedro Salinas

Con amplitud de palacio
y rigor de minutero,
debe ajustar el torero
su tiempo por el espacio.
Ni de prisa, ni despacio.
Y un tanto como el azar,
al aire de su persona,
como Fuentes o Gaona,
maestros del bien andar.
Entre osar y precisar
está el juego en que culmina
-no en la rígida doctrina-
la gracia de torear.
Saber ver, saber ver.
Y el diablo del oficio
transportado a sacrificio
por la pasión de crear.
Que todo venga a quedar
con la capa y la muleta
como lo dijo el poeta:
perfecto, seguro azar.

José Alameda


Entre la magia y la sabiduría (Antoñete)

Es esta sinfonía
del capote, que suena,
¿a qué? He aquí el misterio.
Todo, la tela, el aire
de la distancia, toda la embestida,
agresiva y solemne,
y cuando el temple llega, ya es un canto.
He aquí el toro, que aunque tiene nombre,
él se lo da ya más, y quiere, y salva.
Esa manera a solas andándose en la plaza,
el movimiento interno, el del tanteo,
se maciza,
y se hace tacto y aire al mismo tiempo,
cuando llega el embroque.
Aparición sin tiempo.
¿Frontal o circular? ¿Es movimiento o reposo?
La lejanía, la proximidad,
helas aquí. Él bien sabe
la religiosidad del humo y de la sangre:
lo más vivo. Y le llega
una revelación oscura, por la izquierda
o bien por la derecha, y está el cuerpo
ofrecido, total, aquí en su pecho, en poderío y mármol,
entre la magia y la sabiduría.

Claudio Rodríguez


Oda a la plaza de toros de la Real Maestranza de Caballería de Ronda

Cráter de luna donde todo es luna,
era donde el trabajo es fiesta y rito,
rueda de la fortuna
petrificada contra el infinito,
esfera de reloj, cero absoluto,
que resume lo eterno en un minuto.

Todo empezó a dar vueltas una tarde:
velador en lo oscuro, negra nube,
la pantera enjaulada en el Botánico,
la columna que sube
al cielo soledad, y el pánico
del caballo asombrado en el alarde
agrícola y marcial de la Maestranza.

Trilla en que la pezuña, el casco, el viento,
el juego de la caña y de la lanza,
el lance alado y el pitón cruento
separaban el oro de la granza.
Era de oro, círculo amarillo.
Arena en que quedaba soterrado
el juramento de oro de un caudillo
por un señor perjuro desterrado.

Oro que luego de Ultramar trajeron
dríadas de la Sierra de las Nieves
que en mástiles pinsapos convirtieron
para llevar hasta las tierras de oro
de Ultramar y en los términos más breves
el caballo, el aceite, el vino, el toro
y traer de lastre un mítico tesoro
para acuñarlo en el troquel del ruedo.
Quien pisa ese oro no conoce el miedo:
ostensorio del sol, crisol de luna,

ojo de arena, pétrea corona,
pozo de sombra y luz, tambor del cielo,
fondo agostado de laguna
que atraviesa la tarde, de amazona,
terciado el marsellés de terciopelo.

La que fue luna helada es sol ardiente,
y ante la media luna de una frente,
caliente el corazón y el pulso frío,
envuelto en luces, un valiente
la media luna encela
desplegando un cartel de desafío
de seda, de percal y de franela.

La peonía y el romero,
la orquídea, la romúlea, el torvisco,
el jaguarzo morisco
y el verbasco,
los diamantes que levanta el casco
del caballo en que viene caballero
con su luna a la grupa el bandolero.
Si esta luna va al sol, otra en la sombra
toma asiento del brazo de un maestrante.
Todos conocen, pero nadie nombra
al pregonado que entra con su amante,
y en torno al redondel giran, despacio,
la luna del algar, la del palacio.

Se abre el portón de las cuadrillas,
tímpano roto y pétreas barreras.
Bajo el escudo y el balcón de herraje
se paran carruaje y carruaje:
faetones, calesas, jardineras
desbordantes de peinas y mantillas.
Se desdobla un estribo, crujen muelles,
en una rueda se enganchó una falda,
y en lo alto, en su palco rojigualda,
saludan los retratos de los reyes.

Chupa de paño azul y vueltas rojas,
áureos galones y botonaduras,
los jinetes deshojan y monturas
un trébol inicial de cuatro hojas
en cuadrillas, parejas, carruseles,
la geometría de la contradanza,
aspas, elipses, ruedas y luneles...
Así se adiestra contra los infieles
y los herejes la Real Maestranza.

Porfía del caballo y el olivo:
la paz, la guerra y una sola fiesta.
Cintas, coronas, ramos, alcancías,
el sombrero que baja hasta el estribo,
la banderilla que tremola enhiesta
y una paloma en las balconerías.

Lo perfecto en el mundo es lo redondo,
y es vertical lo grande, lo imponente.
Ronda, que tiende sobre lo más hondo
del tajo la osadía de su puente,
alzó frente al vacío y su amenaza
la perfección redonda de su plaza.

¿Quién aprendió de quién? ¿La arquitectura
a imagen nació en Ronda del toreo?
¿O fue el toreo el que en la mesura
y en la severidad del coliseo
su genio descubriendo y su figura,
en arte mucho y en esfuerzo poco,
dio un quiebro grácil a la línea pura,
clásica gravedad a lo barroco?

El horror al vacío
y el horror a la informe muchedumbre
dieron a Ronda estilo y señorío,
y su centro de arena, cumbre a cumbre,
en círculos calizos, onda a onda,
sierra a sierra, se abrió en la lontananza,
ganando altura y gravedad, redonda
y rotunda y profunda la Maestranza,
plaza, corona y corazón de Ronda.

Aquilino Duque


El paseíllo

A Ricardo Cadenas

La tarde extiende un oro soñoliento.
Calor en los tendidos, y en las gradas
un bullicio de gentes malhabladas
que miran el reloj cada momento.
Ha sonado el clarín. En un jumento
de crines sin color y desgreñadas
el alguacil se da unas galopadas
hasta el palco que ocupa el estamento

presidencial: deán, veterinario,
dama de la belleza y comisario.
Los abanicos baten la calima.

Envueltos en capotes con rocallas,
avanzan las figuras: Curro el Bayas,
Pedrín de Utiel y el Vendaval de Lima.

Felipe Benítez Reyes