Image: La Institución Libre de Enseñanza

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Letras

La Institución Libre de Enseñanza

Vicente Cacho Viu

11 junio, 2010 02:00

Foto: Fundación Giner de los Ríos

Fundación Albéniz/SECC. 562 + XLVI páginas


Hay que reconocer que a veces se abusa de la calificación de "clásicos", sobre todo cuando se aplica a libros cercanos en el tiempo, cuando aún no opera la perspectiva histórica. En el caso que nos ocupa, sin embargo, puede afirmarse tal condición sin reservas: baste constatar que no hay en las últimas décadas estudio de entidad del siglo XIX español, en su vertiente de historia intelectual, que no se nutra en mayor o menor medida de lo que publicó Vicente Cacho Viu (Madrid, 1929-1997) en la editorial Rialp en 1962, con el título -abierto a aquellas alturas a una prolongación que nunca llegó a producirse- de La Institución Libre de Enseñanza. I. Orígenes y etapa universitaria (1860-1881). En la reedición que acaba de salir se ha optado, con buen criterio, en acortar el título para no mantener el equívoco de esa inexistente continuidad.

Aquellas densas paginas eran fruto de diez años de trabajo y también, a su vez, la adaptación de una previa tesis doctoral que mereció el Premio Extraordinario de 1962. Reitero la fecha porque es fundamental para entender la significación de la obra en el panorama político, cultural y universitario de entonces. En dicho contexto, lo que se dilucidaba no era sólo el valor en sí de la investigación -que, dicho sea de paso, superaba con mucho la media usual en un ámbito cerrado y dogmático- sino su tentativa de apertura y recuperación de un ayer anatematizado. Con pleno sentido pone Octavio Ruiz-Manjón, en un esclarecedor prólogo, tan preciso como afectuoso con Cacho Viu, la aparición del libro con otros movimientos discretamente aperturistas en el seno del régimen, en especial la llegada de Ruiz Giménez al Ministerio de Educación y la evolución de algunos intelectuales falangistas (como Antonio Tovar y Pedro Laín Entralgo).

Pero es que la publicación de aquel estudio sobre la I LE no sólo ponía a prueba -¡y ya era mucho!- el corsé de un catolicismo estrecho y miope (por no hablar de la propia ortodoxia franquista), sino que presentaba visos de una cierta rectificación del camino emprendido por los vencedores de la contienda civil. La revisión comprensiva de un pasado antes execrable corría a cargo de los propios sectores católicos integrados en el régimen y, más concretamente, del Opus Dei. En efecto, Cacho, miembro de la Obra, estaba protegido y animado en su tarea por un personaje tan prominente como Florentino Pérez-Embid y hay testimonios que apuntan al propio fundador, Escrivá de Balaguer, como inspirador de la idea de estudiar el institucionismo. Otra cosa distinta es que los resultados de esa empresa terminaran siendo de su agrado. En el ya mencionado "estudio introductorio" de Ruiz-Manjón y en la "evocación" que firma Salvador Pons, hallará el lector jugosas referencias al prólogo que en forma de "paraguas protector" desplegó Pérez-Embid al editar la obra, así como otras circunspectas reacciones de los capitostes de la época (como las sintomáticas reticencias de Fernández de la Mora).

"Fino barniz liberal"
Lo que parece indudable es que el propio Cacho, manteniendo sus convicciones primigenias, quedó no obstante impregnado para siempre de ese "fino barniz liberal" que rezumaban sus admirados Sanz del Río, Fernando de Castro, Giner, Cossío, Azcárate y demás familia institucionista. Pero tuvo la habilidad de canalizar esa indudable admiración en una escritura contenida, metódica, reflexiva, más atenta al dato desnudo que a la adjetivación imprudente. De este modo, podía irritar a muchos su aparente indefinición personal pero, a cambio, ganaba en solidez empírica, ateniéndose con maestría y habilidad a la exposición de unas doctrinas, al análisis de unos textos y al desarrollo de unos acontecimientos que eran, en todos los casos, desplegados con una precisión difícilmente cuestionable.

Cacho valoraba la traslación del ideario krausista a España como uno de los más importantes movimientos de modernización de nuestra historia, pero no se le escapaban -y así lo hacía constar- las limitaciones que aquel magno propósito comportaba. Al tiempo, subrayaba que gran parte de esas limitaciones derivaban de la escasa o nula receptividad -cuan- do no franca hostilidad- del ambiente político e intelectual que regía en la España de la época.

El estudio de Cacho abarca sólo un determinado lapso de la trayectoria de la Institución, el fundacional (1860-1881). La idea inicial de un segundo tomo nunca llegó a materializarse. En 1986 estuvo a punto de aparecer una reedición corregida de la obra original, que tampoco llegó a ver la luz. Así las cosas, los albaceas Vicente Ferrer y Ruiz-Manjón, la Fundación Albéniz (legataria del archivo de Cacho) y la SEC C, han acometido esta "edición crítica" con un inmenso respeto al libro primigenio, que ha sido básicamente depurado de erratas evidentes o rectificado en datos menores. Por tanto, el objetivo expreso de esta cuidada edición es poner a disposición del lector un trabajo que era prácticamente inencontrable, salvo en bibliotecas especializadas.

Sería ocioso entrar en consideraciones más pormenorizadas acerca del carácter y contenido de una obra que ha sido lectura obligada para dos o tres generaciones de historiadores hispanos. Baste advertir a los que se acerquen por primera vez al libro que hallarán en él un análisis penetrante y prolijo, una documentación abrumadora y un tono aparentemente desapasionado, servido todo ello en un estilo elegante y austero (como era la propia Institución). Revisado y releído con los ojos de hoy, me atrevería a decir que la contención y las cautelas de Cacho se convierten paradójicamente en elementos positivos que libran al texto de la hojarasca retórica de otros ensayos de la época. Es obvio que el libro ya no puede tener el impacto que tuvo en su momento, como también es innegable que disponemos de muchas investigaciones sobre la Institución. Pero el libro de Cacho, además de su condición de pionero, sigue mostrando una vitalidad que para sí quisieran muchas obras de nuestros días.

La ILE

Por Fernando Aramburu

Sabido es que la Institución Libre de Enseñanza nació para regenerar un país atrasado, mueble viejo carcomido por los dogmas de la fe y la ignorancia, etc. Un país en el que, no obstante, avanzado el siglo XIX, unos cuantos hombres sensatos desplegaron un abanico de proyectos pedagógicos que constituyen una de las páginas más hermosas de la historia de España. Desde su fundación por Giner de los Ríos hasta que Franco apagó la luz, transcurrieron sesenta años de intensa actividad educadora y de renovación cultural sin la cual no podría explicarse el esplendor que hemos dado en llamar Edad de Plata. La ILE (neutralidad religiosa y política, gratuidad de la enseñanza primaria, abolición de libros oficiales de texto, igualdad de sexos en la educación, estudios en el extranjero, campañas de alfabetización por los pueblos y mucho más) semeja un oasis en la permanente tragedia educativa de España.