Image: Seis claves para Delibes

Image: Seis claves para Delibes

Letras

Seis claves para Delibes

por Darío Villanueva

15 marzo, 2010 01:00

Miguel Delibes. Foto: Carlos Miralles

Fragmentos de la conferencia de Darío Villanueva (Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada de la Universidad de Santiago de Compostela) en el Congreso internacional Miguel Delibes (CUNY Graduate Center. New York,

"Más de medio siglo contempla la carrera literaria de aquel joven veinteañero, periodista, dibujante y profesor, que obtuvo uno de los primeros premios Eugenio Nadal al comenzar sin más su andadura, y que cincuenta años más tarde, luego de recibir los más importantes reconocimientos a su ingente labor, merece por segunda vez el Premio Nacional, que ya obtuviera en 1955 con Diario de un cazador, concedido ahora a su novela histórica antes mencionada [El hereje] , que trata de los conventículos religiosos renovadores de la Valladolid de mediados del XVI. Son, en conjunto, veinte novelas y varios libros de relatos los que le han permitido a Miguel Delibes estar presente en todos los momentos significativos de la novela española posterior a la guerra civil. El escritor vallisoletano se mantuvo siempre al margen de grupos y capillas literarias, favorecido por esa indiferencia hacia lo contingente que desde una ciudad no metropolitana se puede dignamente mantener, pero vivificado por el hilo umbilical que desde un principio representó para él el comercio literario con su editor de Barcelona José Vergés cuyo testimonio está en el volumen de su correspondencia entre 1948 y 1986 recientemente aparecido (Miguel Delibes/Josep Vergès, 2002). Esa independencia brilla también en otra de las facetas sin las que tampoco se podría comprender al Miguel Delibes escritor: su actividad periodística en el diario El Norte de Castilla donde lo fue casi todo antes que director (José Francisco Sánchez, 1989). El periodismo aporta de por sí, al margen de desde donde se ejerza, una curiosidad global, el pulso de la actualidad contemporánea que luego demanda una prosa expresiva y eficaz a la vez, modelo no desdeñable para la buena escritura literaria (y baste mencionar aquí, de nuevo, el caso de Gabriel García Márquez)." [...]

"Miguel Delibes es una persona que cree en el diálogo y lo practica cabalmente. La forma de sus novelas, y su humanismo, son básicamente dialogísticos, y gracias a sus conversaciones con periodistas amigos, luego recogidas en libros como los de Leo Hickey (1968), César Alonso de los Ríos (1971; nueva edición 1993) o Ramón García Domínguez (1985), podemos conocer mejor su personalidad así como sus ideas políticas y literarias. Por ejemplo, saber que el periodismo le "empujó a buscar el lado humano de la noticia" y que escribiendo para El Norte de Castilla aprendió que "había que decir lo más posible con el menor número de palabras posibles" (César Alonso de los Ríos, 1993: 59-60). En varios de sus textos más personales Delibes confiesa que sus primeros pinitos como novelista surgieron de "tal estado de virginidad literaria que entendía que la literatura debía ser engolada, grandilocuente", y que solo a raíz de su triunfo en el Nadal -confiesa- "llego al convencimiento de que, abandonando la retórica y escribiendo como hablo, tal vez pueda mejorar la cosa" (Alonso de los Ríos, 1993: 97)." [...]

Las seis claves
"Para mí una novela era -y sigue siendo- una historia inventada encaminada a explorar las contradicciones que anidan en el corazón humano y, por tanto, requiere, al menos, un hombre, un paisaje y una pasión" (Delibes, 1996: 93). Pero no se trata de una formulación puntual y reciente, sino propuesta inicialmente en 1966 y reiterada luego varias veces, por caso en las conversaciones de 1971 y 1993 con César Alonso de los Ríos, o en las de 1985 con Ramón García Domínguez, que titula precisamente su libro así: Miguel Delibes, un hombre, un paisaje, una pasión.

De todos modos, no debemos olvidar los términos exactos en que Delibes hizo por primera vez esta definición. Se trata del prólogo al tomo segundo de su Obra completa (Delibes, 1966: 9) y allí Delibes está hablando de la caza: "En ella se dan, suficientemente perfilados, esos tres ingredientes que yo considero inexcusables para la novela: un Hombre, un Paisaje, y una Pasión". Relaciónese con tan sorprendente concomitancia algo en lo que nuestro autor insiste una y otra vez para destacar su antiintelectualismo: que él es "un cazador de escribe", no un novelista con aficiones cinegéticas, y que la autodefinición que prefiere es la de "un hombre-de-campo-con-una-pluma-en-la-mano", escrito así, todo junto, con guiones entre las palabras; "un hombre de aire libre que gusta de escribir del aire libre" (Delibes, 1990: 196).[...]

La persona
Volvamos a Diario de un cazador. En esta novela temprana Delibes consolida los perfiles fundamentales de lo que él considera ha de ser el primer pilar de toda novela: la persona. El factor humano, que diría Graham Greene. La humanidad de que se trata ha de ser verídica, genuina, e individualizada en personajes singulares. Gonzalo Sobejano (1975: 175) ha explicado con toda justeza la virtualidad de la caza a estos efectos: "es una actividad natural desinteresada en la cual el sujeto realiza, sin daño de nadie, su voluntad de ser auténtico". Y Alfonso Rey, en su libro titulado La originalidad novelística de Delibes, atribuye esa virtud a la fidelidad del escritor para con la novela de personaje, su selección de los tipos humanos en que inspirarse y el tratamiento literario que les otorga y su capacidad de identificarse con ellos en un acto de cordial simpatía. Destaca Delibes en algo sumamente difícil para el novelista: la creación de protagonistas infantiles de una pieza, como lo son Daniel el Mochuelo de El camino, el Nini de Las ratas o Quico, a sus tres años El principe destronado de la novela que Delibes escribió en 1964 y por reticencias de su editor no apareció sino nueve años después. Cada uno a su aire, con su idiosincrasia inconfundible, contradictorios pero humanamente coherentes, nobles y egoístas, sensibles o pretenciosos, desgraciados o bienaventurados, Lorenzo, Mario y Carmen, Rubes, Adela y Paulina, Pacífico Pérez, Cipriano y Minervina, Paco, Régula y Azarías, Pedro y Jane, Desi, Eloy y su hijo el notario pueden figurar por mérito de su autor en el mejor elenco de las criaturas de ficción que nuestra novela contemporánea ha producido. Esa riqueza de matices de cada personalidad individual retratada por el novelista contrasta con la anonimia que la sociedad arrasadora impone, o la obligada en organizaciones militares en donde la persona es poco más que un guarismo, como se sugiere en el título irónico de una de las novelas autobiográficas de Miguel Delibes, 377A, madera de héroe (1987).

El paisaje
La segunda de las claves de la novela según Delibes es el paisaje. Si así lo preferimos, el espacio o escenario de la acción. Y aquí aflora inmediatamente una conexión directa con el factor humano antes analizado. La esencia humanista la ha buscado el escritor en la naturaleza y el mundo rural. Complementariamente, en la pequeña capital de provincia. Nunca, en la gran ciudad, que uniformiza a las personas. A Miguel Delibes (1990: 199), al escribir sus novelas -son sus propias palabras- "me parecía que la urbe producía grupos de hombres iguales, indistintos; hombres en serie". [...]

Mas la dimensión del paisaje tiene en Delibes otra referencia absolutamente inexcusable: Castilla y León. Al margen de la ambientación chilena -o mejor dicho, santiaguina- del Diario de un emigrante, y la extremeña de Los santos inocentes, pocos son los enclaves no castellano-leoneses en las novelas del escritor de Valladolid: la Nueva Inglaterra de La sombra del ciprés es alargada, los mares del continente europeo de El hereje, y poco más. Un periodista ovetense le preguntó hace ya tiempo con qué juicio se sentiría más halagado y Delibes contestó: "Con que, cuando se analice mi obra, dentro de equis años, se diga: 'Acertó a pintar Castilla'" (García Domínguez, 1985: 55). Un territorio paisajístico, humano y literario que él acotó, a base de sus propios escritos, en un libro titulado Castilla, lo castellano y los castellanos (1979). La Castilla de la Montaña, del Valle de Iguña, solar de sus mayores; de los campos yermos al norte del río Duero y la "bronca comarca intermedia" del norte de León, Palencia, Burgos y Soria, la menos exaltada literariamente. Acierta Francisco Umbral cuando afirma que Delibes ha "desnoventayochizado" -y bien que nos vale tan difícil palabra- el campo de Castilla cuyos surcos, ribazos y veredas holló, presentando como escasez y silente sufrimiento lo que antes había sido tratado como literaria austeridad.

La pasión
Este es el teatro de las pasiones que el escritor nos pinta, concorde a la tercera de las claves por él propuestas para comprender la esencia de su arte. Pasiones en plural, pues en cada uno de los personajes de una pieza que el narrador nos propone anidan una o varias de ellas. Pasiones sutiles o tremendas, pues este último rasgo está presente en Delibes desde sus primeras obras y no cejará en las siguientes, pero doblemente humanizadoras por su simpleza y autenticidad. La mayor parte de ellas pueden, sin tergiversarlas, calificarse de domésticas, pues tienen su ámbito de realización preferentemente en el seno de la familia. Surgen de las relaciones entre personas afines, por lazos de sangre, de parentesco, de matrimonio, de vasallaje o, incluso, de pupilaje. Trenzan una tupida red de nudos entre hombres y mujeres, adultos y niños o adolescentes, que experimentan amores y odios, celos y recelos, envidias e impulsos sexuales, temores y venganzas, ideaciones místicas y pulsiones brutales. El diálogo entre todos ellos sirve para explicitarlas. Pere Gimferrer, en su prólogo ya citado a la versión teatral de La hoja roja (Delibes, 1987: 36), escribe algo que me interesa destacar aquí: "Toda literatura es diálogo; todo verdadero diálogo es reconocimiento. Eloy se reconoce en Desi y Desi en Eloy. Ambos nos miran; somos nosotros, y nos reconocemos en un doble juego de espejos". Hé ahí una de las claves, no solo de la novela de Delibes sino también de su éxito de público, sostenido a lo largo de medio siglo y no decreciente: la sabia elección de las pasiones que mueven a sus personajes y la cabal plasmación literaria de las mismas proporciona un ingente caudal de motivos para la empatía, para la identificación de los lectores. Difícil resulta para cualquiera de ellos, de cualquier edad, no sentirse plagiado por alguna de la criaturas de Delibes en el ejercicio, el gozo o el padecimiento de alguna de sus mínimas pero a la vez soberbias pasiones. [...]

El mito
Carlos Fuentes es uno de los escritores mexicanos, ocho años más joven que Delibes, que contribuyó decisivamente al éxito europeo de la novelística hispanoamericana con su novela Cambio de piel, ganadora del prestigioso premio Biblioteca Breve de 1967. Pero, a diferencia de Delibes, Fuentes se caracteriza por su dedicación complementaria a la crítica y la teorización literaria, de la que es una buena muestra su ensayo de 1972 La nueva novela hispanoamericana. Y allí formula otra definición, "la novela es mito, lenguaje y estructura" (Fuentes, 1972: 20), que yo no quisiera ver contrapuesta a la de Delibes, sino proveedora de tres pistas más para la comprensión de nuestro escritor. [...]

En cuanto a la concepción clásica del mito como la narración de un suceso acaecido en tiempos fundacionales y primigenios, pleno de significación religiosa o espiritual, es unánimemente reconocido que gran parte de la novelística de Miguel Delibes está vertebrada por el de Caín y Abel. Así desde La sombra del ciprés es alargada, en donde se describe una guerra inconcreta, iniciada por la fuerza atávica del cainismo y maldecida por el protagonista, hasta El hereje, sobre el que hemos tratado ya. Incluso en la paradisíaca Arcadia, fuera del mundo de las pasiones políticas, que nos describe El disputado voto del señor Cayo (1978) ha echado sus raíces aquel cainismo, y el protagonista odia al único vecino que le queda, con lo que a la altura de 1978, desencadenado ya el proceso de la transición democrática, tras el rayo de esperanza esbozado en la actitud superadora de las dos Españas por parte del hijo en Cinco horas con Mario resurge el pesimismo de El príncipe destronado y Las guerras de nuestros antepasados. Ese mito de la violencia entre hermanos, que todos los seres humanos lo son entre ellos, encuentra en nuestro escritor, como en la gran mayoría de los novelistas españoles de los dos tercios finales del Siglo XX, un filón de historias en la guerra civil, que ya está presente en Mi idolatrado hijo Sisí y tiene en 377A, madera de héroe (1987) una plasmación concreta con episodios de la guerra naval procedentes de la experiencia del autor, todo ello después de un lema tomado de una lápida de Dachau: "Recuerdo para los muertos; escarmiento para los vivos". [...]

El lenguaje
La que no precisa de muchas explicitaciones es la segunda de las claves que, desde la definición de la novela acuñada por Carlos Fuentes, estamos proyectando sobre la obra narrativa de Miguel Delibes: el lenguaje. Concordamos con Francisco Umbral (1970: 63) cuando destaca en su maestro y amigo "una suerte de ventiloquismo literario, una fabulosa capacidad para poner voces". De este modo Delibes no está haciendo más que anclar sus novelas en la fuente más genuina del género tal y como teóricos como Mijail Bajtín nos hicieron ver. Los discursos novelísticos resultan de la interacción de varias voces, conciencias, puntos e vista y registros lingüísticos. Ese dialogismo implica, pues, la heterofonía o multiplicidad de voces, la heterología o alternancia de tipos discursivos entendidos como variantes lingüísticas individuales y la heteroglosia resultante de la presencia de distintos niveles de lengua. Manuel Alvar (1987) destacaba precisamente en nuestro escritor su dominio tanto del vocabulario dialectal como de la lengua conversacional. [...]

La estructura
Y concluyo con la última de las claves anunciadas: la estructura. Con ella, en la novela, no sucede lo mismo que con aquella hermosa muchacha de El camino, de nombre la Mica, que según Roque el Moñigo "era la única persona del pueblo que tenía cutis". Toda novela tiene estructura, pues la obra existe como tal en la medida en que al caos del mundo se le sobrepone una ordenación formal a través del lenguaje que lo haga significar. Esta evidencia no puede ser ajena a un novelista consciente de su arte como Miguel Delibes, por más que él critique el énfasis experimental por el que la estructura deja de ser un soporte o fundamento de la historia narrada para convertirse en un fin en sí misma.

Con un proceso inicial de aprendizaje que el mismo Miguel Delibes ha admitido con toda modestia, su carrera ha estado jalonada por sucesivos esfuerzos para perfeccionar el tratamiento y la resolución en sus obras de las dos grandes cuestiones estructurales de la novela: la modalización y la temporalización. En cuanto a la primera, son vitales las soluciones que el escritor aplique a dos problemas, el de la perspectiva y el de la voz. Quien ve la historia y desde qué ángulo; quién narra o intervine en el concierto polifonico que el texto es son dos asuntos que Miguel Delibes ha abordado con gran versatilidad y resuelto siempre con la máxima pertinencia. Por eso, como hemos visto ya, Alfonso Rey, en su estudio crítico del Delibes anterior a 1974 apuntaba que las de nuestro escritor son ante todo "novelas de personaje" y que su máximo acierto reside en novelizar cabalmente diferentes puntos de vista, perspectivas múltiples, comunes o insólitas. [...]

Hombre, pasión, paisaje, pero también mito, lenguaje y estructura representan para mí otras tantas claves de Miguel Delibes. No las claves, con exclusión de cualesquiera otras, pero sí, a lo que creo, seis convincentes razones para ilustrar el gran logro de una novela que innovó, a la altura de los tiempos, el recio tronco realista en la literatura española contemporánea.

La conferencia íntegra se publicó en Siglo XXI. Literatura y Cultura españolas. Revista de la Cátedra Miguel Delibes, n° 1, 2003, páginas 151-173.