Image: José María Merino

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Letras

José María Merino

“Descubrí que aparecían en el texto numerosas erratas, pese a mi corrección meticulosa”

22 noviembre, 2007 01:00

José María Merino. Foto: Jesús Morón

Por José María Merino

Han pasado treinta y seis años, así, con todas las letras. Sin embargo, conservo un recuerdo bastante preciso de cómo conseguí editar mi primer libro, uno de poemas titulado Sitio de Tarifa. El título puede ser orientador del tema, una visión simbólica del hijo -los hijos- de Guzmán el Bueno, sacrificados por la negativa de su famoso padre a entregar las llaves de la ciudad cerrada a cal y canto, que me servía para hablar de mi infancia y adolescencia desde una especie de ajuste de cuentas moral y sentimental.

Como lector, tras el juvenil deslumbramiento ante Bécquer, Juan Ramón, Omar Keyyam y algunos autores de tangos, había descubierto a Lorca -el que mi padre hubiese asistido a alguna representación de La Barraca era un mito de la memoria familiar- y a Antonio Machado, gracias también a mi padre y a un clérigo muy fumador llamado Antonio González de Lama, que fue director de la revista "Espadaña" y que nos daba en el colegio clases complementarias de literatura. Eran tiempos oscuros, pero en mi ciudad, Leon, podías cruzarte por la calle con Eugenio de Nora, Victoriano Crémer, Antonio Pereira o Antonio Gamoneda, formando parte de la vecindad, de manera que el estímulo literario estaba bastante presente. Mi traslado a Madrid me hizo conocer la obra de Miguel Hernández, de Blas de Otero, de Georges Brassens, de Neruda, de Lucrecio, de Vallejo, de Cernuda, de Prèvert, de Whitman, y de tres poetas a quienes he hecho algún homenaje dándoles categoría alada, el arcángel Valente, el arcángel González y el arcángil de Biedma.

Pero vamos a esa referencia de 1971 con la que comencé esta rememoración. Yo por entonces tenía compuesto ese libro del que he empezado hablando, lo había enviado a algún concurso y no había salido mal parado -recuerdo que recibió un premio llamado Ocnos, al alimón con otra docena de manuscritos, nada menos- y también había intentado publicarlo, remitiendo mi original por correo certificado a ciertas editoriales conocidas, sin recibir respuesta.

De entonces data mi simpatía por los pequeños editores, pues Javier Alfaya me puso en contacto con uno de ellos, Andrés García Madrid, que accedió a publicar mi libro en su editorial, Helios, con un prólogo del propio Alfaya, en una colección donde habían aparecido poemas de Max Aub, por ejemplo. Es comprensible que no pueda olvidar la emoción con que corregí mis primeras galeradas, con anotaciones tan cuidadosamente escritas como si fuesen glosas en la superficie de un códice valiosísimo. Pero el tiempo pasó y el libro no acababa de ser editado. Yo procuraba refrenar mi esperanzada impaciencia, y conocía también por primera vez ese desasosiego que sigue despertando en mí todo manuscrito en el trance de materializarse en libro.

Por fin llegó a mis manos el primer ejemplar. Al abrirlo, como en un vuelo surrealista de hojas-pájaros, las páginas saltaron por los aires, pues no estaba cosido al hilo, y el fresado, o retractilado, o como quiera que se llamase entonces el pegamento de las hojas al lomo de la cubierta, había resultado defectuoso en toda la edición. Pero por lo menos tenía el libro, mi primer libro, en las manos. Al releerlo descubrí, estupefacto y desolado, que aparecían en el texto numerosas erratas, pese a mi corrección meticulosa. El editor me confesó, campechano, que se había visto obligado a cambiar de imprenta, y que con las prisas no me había enviado las galeradas esta segunda vez. La colección se llamaba Saco Roto.

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Desde entonces

Tras ese 1972 lleno de inquietudes y desengaños, José María Merino (La Coruña, 1941) tardó cuatro años más en publicar su primera novela, Novela de Andrés Choz. Autor de La orilla oscura (1985); El oro de los sueños (1986); El centro del aire (1991); Las visiones de Lucrecia (1996), El heredero (2003) o El río del Edén. (Premio de la Crítica de Castilla y León en 2013), entre 1987 y 1989 dirigió el Centro de las Letras Españolas del Ministerio de Cultura y a partir de 1996 se dedicó en exclusiva a la literatura. Sus relatos los publivó en La glorieta de los fugitivos. Minificción completa (2007) y El libro de las horas contadas (2011).