Image: El perverso encanto de la burguesía. (Madame Bovary, 1857-2007)

Image: El perverso encanto de la burguesía. (Madame Bovary, 1857-2007)

Letras

El perverso encanto de la burguesía. (Madame Bovary, 1857-2007)

12 abril, 2007 02:00

Ilustración de Grau Santos

Un 12 de abril de hace ciento cincuenta años vio la luz uno de los libros fundacionales de la novela moderna, Madame Bovary, de Gustave Flaubert. La historia de los amores prohibidos de una joven burguesa malcasada supuso tal conmoción para la sociedad de su tiempo que Flaubert fue llevado a juicio, acusado de inmoralidad, y finalmente absuelto. Hoy todo eso es anécdota, porque la novela sigue resultando tan revolucionaria como entonces, tan viva y conmovedora. El Cultural celebra hoy la juventud de este clásico con artículos de Germán Gullón y Lourdes Ventura que confirman las palabras de Mario Vargas Llosa, uno de los grandes enamorados de esta novela: "¿Qué puede aprender de Madame Bovary un novelista de nuestros días? Todo lo esencial de la novela moderna: que ésta es arte".

Las insignes heroínas literarias del ochocientos empiezan a cumplir años. La primera, Emma Bovary, es sesquicentenaria este año, y enseguida la seguirán Anna Karenina, Isidora Rufete, Ana Ozores y Fortunata. Todas ellas fueron en un momento de su vida ficticia envenenadas por un mismo destilado: la sentimentalidad romántica. El bebedizo les fue dispensado a unas, como la Bovary o Ana Ozores, vía la lectura, los novelones románticos que pintaban sentimientos, el amor en primera instancia, totalmente apartados de la realidad y de sus limitaciones. Otras, caso de Isidora y de Fortunata, fueron engañadas por la palabrería de los donjuanes de la época, quienes incendiaron su imaginación con anhelos irrealizables. El realismo decimonónico nunca pudo deshacerse de ese componente romántico, un invitado molesto, el ideal creado por la ilusión humana, al que había que sacudirse de encima porque desdecía de la sobriedad positivista. Flaubert será el exponente de esta dualidad, tanto en su vida como en su obra.

Los artistas del XIX, bien fueran pintores, músicos o escritores, cultivaron el componente creativo de la obra con ansias renovadoras. Y Baudelaire y Flaubert fueron sus mejores críticos y, a la vez, los escritores de referencia del nuevo modo, que hoy conocemos como el arte moderno. Un arte fuertemente autoconsciente y creativo. El pintor, fuera un realista Courbet o un impresionista Monet, entendió que la línea del dibujo que definía el motivo representado en la tela, propio del arte figurativo, adquiría un carácter único, artístico, cuando aparecía bañado por la luz y el color. En la esencia de tales expresiones artísticas se halla ese genial descubrimiento de la modernidad artística que identificamos frecuentemente con el quehacer literario de Gustave Flaubert: el hacer de la obra de arte una especie de escenario dramático, donde la realidad es representada, pero que, a su vez, no guarda con ella ninguna relación de continuidad. La obra de arte, la realidad allí representada, resulta autosuficiente, un texto creado por un artista, un dios fabulador.

Flaubert nunca pretendió que esa autosuficiencia artística llegara a convertirse en un despropósito de la crítica moderna, la violenta separación del autor de su texto. La torpeza de negar que la obra pertenece a un ser de carne y hueso proviene de un malentendido histórico. Cuando Madame Bovary vio la luz de forma seriada, en "La Revue de Paris "(1856), ya saltó el escándalo, por la conducta libre de la protagonista, que violaba las leyes del matrimonio y de la iglesia. Por ello, Flaubert y su editor acabarían siendo procesados por inmoralidad. Un brillante abogado les defendió, explicando que el narrador de la obra no suscribía la conducta irregular de su protagonista, simplemente dramatizaba un problema social, incluso las palabras de la Bovary eran de ella misma. El autor sólo las transcribía. Y además que la muerte de Emma al final de la obra indicaba que el pecado acababa siendo condenado.

La absolución supuso un enorme descanso, pero las continuas referencias de unos y otros a su objetivismo, inteligentemente utilizado por la defensa en el proceso, ya hacía tiempo que le tenían cansado. Por eso, en una carta a su amante Louise Colet escribe la siguiente y hoy famosa frase: "¡Madame Bovary, soy yo!". Y le sobra razón, pues el texto gana mucho cuando lo leemos dejando de lado los objetivismos y nos fijamos en cambio en cómo el narrador, portavoz de una conciencia humana, relata la historia de una mujer adúltera, bastante común en la época, sacada como tantas otras de una noticia aparecida en la prensa, bañada por su sensibilidad, perspectiva e impresiones. Lo que también le confiere su valor artístico, a parte de la presencia de una conciencia original en el texto, es el estilo. Flaubert fue un maestro de estilo, un artesano de la palabra, siempre ajustada al objeto o la persona, al propósito expresivo (le mot juste).

Gustave Flaubert (1821-1880) fue asimismo un ciudadano convencional de su tiempo; Sartre tituló su extensa biografía exageradamente El idiota de la familia. Su padre fue un exitoso médico de Rouen, su ciudad natal, a cuya muerte Flaubert se irá a vivir con su madre y su sobrina a la casa de verano familiar en Croisset , donde pasará el resto de su vida. Allí en una bella casa, frente al río Sena y contemplando pasar los barcos, laboraría incesantemente en pulir sus obras. Durante diversas estancias en París entablará amistad con los mejores escritores de su tiempo, George Sand o los hermanos Goncourt. A pesar de su constitución nerviosa y débil, viajará durante unos años intensamente, Egipto, Grecia, y varios otros países, con su amigo, Maxime du Camp, contrayendo en esas escapadas la sífilis. Su relación sentimental con Louise Colet, que duraría unos diez años, dio objeto a una correspondencia excepcional, que se conserva gracias a la diligencia de ella, donde el autor cuenta al pormenor los avatares de la escritura de Madame Bovary, que duró de 1851 a 1855. La obra se publicó por primera vez en forma de folletín, como dije, y en formato de libro al año siguiente.

Flaubert redactó el texto acuciado por su amigo Maxime, quien había criticado con dureza su primera obra, La tentación de San Antonio (1849), aconsejándole que la tirara al fuego. Tras las conversaciones con los amigos decide redactar una novela inspirada en una noticia periodística, teniendo cuidado, y aquí residía el quid de la cuestión, de no parecer que competía con la prensa. Su cuidadosa redacción consigue, en primer lugar, que los hechos verídicos de la historia apareciesen contados de otra manera, con arte verbal, y luego que el narrador los aureolase con explicaciones psicológicas.

El novelista abría así una veta temática en cuyo centro se halla una fuerte crítica de la vida burguesa, de su modelo educativo y de sus costumbres. De hecho, el trasfondo de la obra compone un tapiz de la vida burguesa en la provincia francesa de su tiempo, sus instituciones, y la impresionante corte de profesionales de la clase media, médicos, banqueros y abogados, los mantenedores del orden establecido. La profunda ironía con que los bosqueja, permite entrever tras la fachada de respetabilidad el profundo egoísmo de las clases medias. Los episodios del argumento resultan fáciles de repasar. Una bella mujer provinciana, recién salida de un convento, donde su cabeza se había llenado de lecturas románticas, se enamora del doctor rural Charles Bovary. La vida con este hombre rutinario la lleva a un profundo aburrimiento, a aborrecer al marido y a desear otra cosa. Varios amantes, entre ellos Rodolfo, en quien cree encontrar el ideal del amor romántico, para darse cuenta tras su entrega de su profunda equivocación, o del pasante León, acabarán todos en la más absoluta insatisfacción. Las deudas y el descubrimiento de su adulterio la llevarán a un final trágico. Al sustrato irónico de la obra pertenece un singular personaje, que al final de la obra cobra un cierto protagonismo, el farmacéutico Homais, el burgués por excelencia de la obra, que se expresa en los lugares comunes más reconocibles de la clase media, consiguiendo incluso que le concedan la Legión de Honor. La clase media reinaba en aquella Francia de la restauración.

La originalidad formal de la obra la ha convertido en un modelo universal para narradores, de Henry James y Clarín a Mario Vargas Llosa y Julian Barnes. En especial, el uso del punto de vista, la maestría con que permite que los personajes se expresen ellos mismos, con lo cual la novela adquiere ese aire de texto contado a varias voces, coral y dramático. Otra innovación técnica adoptada por sus admiradores resulta el tratamiento de la escena, el ejemplo siempre recordado es un inolvidable diálogo ocurrido en una feria agrícola, cuando la miel que sale de los labios de Rodolfo enamora a Emma, y pronto la hará caer en sus brazos. Aquí Flaubert yuxtapone trozos del diálogo mantenido por la pareja con las voces de la gente en la feria, que atienden a las ofertas de ganado y otros productos del campo. Así conseguía Flaubert añadir a la narración novelesca una innovadora manera de entender al individuo en su contexto social.

Emma Bovary, Anna Karenina, fueron, en última instancia, víctimas de un sistema de valores y creencias burgués, de origen cristiano, que condenaba la sexualidad y que cuando la mujer se escapaba de sus redes utilizaba el entramado social y político para vigilar su conducta, y cuando se constituía en una transgresora del orden establecido la castigaba psicológicamente por ello. La consecuencia suele ser la muerte por suicidio, causada por la desesperación. Flaubert odió como pocos a las costumbres burguesas, por eso su protagonista ha quedado como símbolo de sus devastadores efectos en el ser humano.

Algunos secretos del libro

Flaubert escribió Madame Bovary entre 1851 y 1856. Ese mismo año aparece por entregas en la revista Revue de Paris, entre el 1 de octubre y el 15 de diciembre, y meses después, el 12 de abril de 1857, como volumen.

El libro "le trajo un proceso por falta de respeto a la moral", pues, como explica Umbral, escribir en el XIX "era ya en sí mismo una cosa sospechosa". De modo que "al solterón más casto y feo de Francia, al masturbador literario de su prosa, al solitario que sólo vive orgías de tabaco y aburrimiento, en sus paraísos de humo y gramática, se le pone un proceso por inmoral".

En pleno siglo XX, La Congregación del Santo Oficio lo sumó a la lista de libros "pornográficos"y la Sagrada Congregación en el índice de Libros que contradicen la doctrina católica.

En España, 1961, el editor Gonzalo Losada fue condenado a un mes de prisión y el traductor Miguel Amibilia a seis por publicarlo.

El escándalo procuró a Flaubert un gran éxito, que le permitió viajar a Cartago, entre abril y junio de 1858, para documentarse para su siguiente novela, "Salambó".

Lo escribió mientras leía la Filosofía positiva de Comte, quien predica "el cómo, no el porqué, el hecho, no la idea". De este modo, Flaubert en su Madame Bovary, "no contento con negar todo heroísmo, hace pasar este mismo afán bajo las horcas caudinas de la asperísima realidad".

"Madame Bovary soy soy" es la frase tópico que se atribuye a Flaubert. Sin embargo, su biógrafo Frederick Brown afirma que jamás la dijo ni escribió. Madame Bovary no hubiera podido escribir Madame Bovary, escribir es tomar distancia. Así advirtió: "El futuro nos tortura, y el pasado nos encadena. He ahí por qué se nos escapa el presente"; "Tened cuidado con la tristeza, es un vicio".

Adaptada al cine por Jean Renoir (1933), Minnelli (1949), Chabrol (1991) y Fywell (2000), no ha dejado de tener actualidad.

En enero de 2007 apareció en el segundo puesto de la lista de "Time" de los 10 mejores libros de todos los tiempos.