Image: Prosas apátridas

Image: Prosas apátridas

Letras

Prosas apátridas

Julio Ramón Ribeyro

22 marzo, 2007 01:00

Julio Ramón Ribeyro. Foto: El hablador.com

Seix Barral. Barcelona, 2007. Barcelona, 2007. 144 páginas. 17 euros

La obra y la figura del escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) fue una referencia para la promoción siguiente, la de Vargas Llosa o Bryce Echenique, entre otros. Coincidió con ellos en París, ciudad a la que se trasladó en 1960 y en la que trabajó primero como periodista de France Presse, posteriormente como consejero cultural y embajador de su país ante la UNESCO. Sus Prosas apátridas fueron escritas allí. En la nota inicial ya indica que ha querido "dotarlos de un espacio común" y éste fue la capital francesa, aunque descubramos referencias al barrio limeño de Miraflores (como Vargas Llosa y Bryce), a Toledo o a los paisajes andinos, pero "la mayor parte han sido escritos en París y, como en la obra del autor de Les fleurs du mal, esta ciudad figura nominalmente o como telón de fondo en muchos de estos fragmentos". Es consciente del problema de su definición: "No son poemas en prosa, ni páginas de un diario íntimo, ni apuntes destinados a un posterior desarrollo, al menos no los escribí con esta intención". En consecuencia, no están fechados: resultan intemporales.

Estas Prosas apátridas constan de dos corpus separados, aunque coincidan en sus propósitos. El primero fue publicado en 1975, en los inolvidables "Cuadernos ínfimos" de Tusquets, y forman los 89 primeros. El autor completó el libro hasta alcanzar los 200, en 1986, diferenciados por alusiones poco explícitas a sus circunstancias vitales. ésta constituye la primera edición española completa. A mi juicio, es el mejor libro, el más intenso y actual del conjunto de su obra (que incluye relatos, novelas, ensayos, diarios, piezas teatrales y aforismos).

Subyace en él un profundo pesimismo. Su protagonista es el observador / narrador, capaz de extraer de cualquier detalle urbano o de un objeto de su escritorio una reflexión en busca de la trascendencia. No faltan las alusiones a los aspectos literarios en sentencias casi aforísticas: "Arte del relato: sensibilidad para percibir las significaciones de las cosas". Y se extiende a continuación sobre el tema. Es un mecanismo habitual que situaría los textos en el ámbito de lo que podríamos calificar como aforismos ampliados. Los textos son fragmentarios (la obra debe situarse por su forma y filosofía en la postmodernidad; fragmentarismo, autorreferencia y pesimismo). En los de la segunda parte es frecuente la alusión a la muerte, así como a la enfermedad, al dolor y a una personal observación de la vida hospitalaria. No deja de ser significativo el fragmento 169, donde alude a su edad y, en consecuencia, aquí puede fecharse el texto: "Pronto 48 años y sigo hablando conmigo mismo, dando vueltas en torno a mi imagen doblegada, raída por el orín del tiempo y la desilusión. Helado, seco, hueco, como una lápida en el más minúsculo cementerio serrano, mi propia lápida". Estaba aún lejos de su muerte, que se produjo cuando contaba 65, aunque por entonces decía ya "vivir a crédito", coincidiendo con el premio Rulfo. Los detalles sobre su proceso creativo aluden a una autodestrucción: "Me ahogo en un mar de náuseas, de tabaco y de bruma".
Pero las expansiones personales no son abundantes. Parece irrespetuoso con maestros intocables de la literatura. Parte del aserto: "Literatura es afectación" y acaba considerando: "Tanto más afectado que un Proust puede ser un Céline o tanto más que un Borges un Rulfo". En ocasiones, nos ofrece alguna referencia de sus lecturas o nos ofrece divertidas anécdotas como la del admirador que le confundió con Vargas Llosa. Pero su evidente pesimismo es vitalista. Sus textos son fruto del desengaño postrevolucionario, de quien observa las inconsecuencias posteriores a mayo del 68 y su observatorio parisién le permite ir más allá de la cotidianeidad, en una crítica que podría entenderse moral antes que política.

Sus prosas no carecen de cierto sentido del humor. Tampoco faltan notas líricas, la iconoclastia, la natural adscripción a su siglo, la herencia existencialista y los previsibles problemas sociales. Pero la lectura del libro que puede hacerse de principio a fin o espigándolo o al revés (cierto guiño a lo Cortázar) nunca nos deja indiferentes. Procede de una tradición que habrá que buscar en Valéry, en los "cahiers" de los escritores de finales del siglo XIX, en D’Ors y más recientemente en Rafael Sánchez Ferlosio. Julio Ramón Ribeyro es precursor y consecuencia. Pero Prosas apátridas resulta una obra maestra por el estilo ajustado y sentencioso, por la derivada de sus observaciones vitales más cotidianas que siguen vigentes. El paso del tiempo no las ha deteriorado en absoluto y por ello debe entenderse como un clásico del no-género, de lectura obligada.