Almudena-Grandes

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Letras

El corazón helado

15 febrero, 2007 01:00

Almudena Grandes

Tusquets. Barcelona, 2007. 936 páginas. 25 euros

El corazón helado es una novela en el sentido más clásico del término. Es, de principio a fin, una obra de ficción, y sin embargo no quiero ni puedo advertir a los lectores que cualquier semejanza de su argumento o sus personajes con la realidad sea una mera coincidencia. Lo que ocurre es más bien lo contrario. Los episodios más novelescos, más dramáticos e inverosímiles de cuantos he narrado aquí, están inspirados en hechos reales” (pág. 924). Con esta declaración en la “Nota de la autora” añadida al final bajo el epígrafe “Al otro lado del hielo” presenta Almudena Grandes esta impresionante novela, la más ambiciosa de las suyas y la mejor, tanto por la ingente articulación de historias, sentimientos, pasiones y emociones en su contenido, como por el artístico maridaje de tradición y modernidad en su estructura narrativa.

Imposible dar cuenta del océano de historias y personajes en una novela que ronda las mil páginas, contando y mostrando desde el principio hasta el final episodios y situaciones que nunca dejan de interesar, por su gravedad y dramatismo, y que bucean con progresiva intensidad en la psicología de los personajes en desgarradas introspecciones, que remueven sus conflictos más íntimos en su enfrentamiento consigo mismos, con sus seres más queridos y con el pasado trágico que atormenta la memoria de casi todos. Sólo diré que tan caudalosa novela está vertebrada en torno a la historia de dos familias españolas en la Guerra Civil y su amedrentada posguerra, hasta la muerte de Franco, los años de la transición política y el presente situado en 2005, que abre y cierra tan larga peripecia individual, familiar y colectiva, representativa de las dos Españas del poema de Machado, de donde procede el título de la obra. La familia española, del éxodo y el llanto, está representada por los Fernández Muñoz, ricos antes de la guerra, defensores de la República y exiliados después en Francia. La otra es la familia de los Carrión, dueños de un imperio inmobiliario, amasado en la España franquista.

Todo comienza con el entierro de Julio Carrión en marzo de 2005. Allí aparece Raquel Fernández Perea, joven desconocida que despierta el interés de uno de los hijos, álvaro. A partir de ahí, en tres partes con 5, 15 y 5 capítulos, en composición simétrica, se producen largas retrospecciones que van recreando la desgraciada historia desde la preguerra, la guerra y la posguerra, hasta llegar al presente. Su primer acierto constructivo está en la colaboración de dos narradores alternantes que van completando la variedad de historias de una misma historia. En las tres partes los capítulos impares están narrados en primera persona por álvaro Carrión, cuyo enamoramiento recíproco, entre Raquel y él, arrastra a los dos a descubrir el abismo de la culpa y la tragedia.

Los capítulos pares están contados por un narrador omnisciente en tercera persona que va relatando fragmentariamente la historia familiar de los Fernández: sus desgracias en la guerra, sus amarguras en los campos de refugiados y en la resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial, la gran traición que los condenó a perder sus propiedades en España y su regreso al país con la vuelta de muchos exiliados. En 1977 el abuelo de Raquel hizo una visita a Julio Carrión, que no se le olvidará a la niña que entonces era su nieta ni tampoco a los hijos mayores de los Carrión, cuya fortuna procede de la traición y del robo. La perfecta complementariedad de ambos narradores permite ir aclarando tan compleja historia, encarnada en el sufrimiento individual de muchos personajes, e ilustrativa de las dos Españas en permanente conflicto.

El realismo es la técnica predominante. Grandes ha construido una novela de prosapia galdosiana (el autor de Fortunata y Jacinta recibe uno de los homenajes incluidos en la tabla gratulatoria final). A esa estirpe realista de las grandes novelas del siglo XIX responden el desarrollo progresivo de una historia familiar y plural con muchos meandros y la creación de personajes redondos, complejos, como Julio Carrión, que se apuntó a todos los frentes hasta dar con el ganador; Ignacio Fernández, íntegro en su esencial bondad y sabiduría humana; Teresa González, luchadora maestra republicana de Torrelodones; y Paloma Fernández, criaturas éstas dos dignas de una tragedia, además de álvaro Carrión y Raquel, salvados al final por el amor.

Pero la técnica realista resulta enriquecida y modernizada por medio de fecundos procedimientos aprendidos en la novela del siglo XX, como el estilo indirecto libre, empleado para revelar la visión de los personajes principales, o el monólogo interior, a veces tejido con las voces de varios personajes en su dramática corriente de conciencia. Aquí entra el confesado homenaje a Max Aub y a su Laberinto mágico en el encuentro de Ignacio Fernández y el aubiano Vicente Dalmases en un calabozo madrileño (pág. 283).

Tradición y modernidad se unen en momentos culminantes de la novela, como la sangrante lectura de la carta de la abuela Teresa por álvaro y su descubrimiento de lo que su padre les había ocultado; o la patética desolación de Paloma, primero por la herida carta de amor de su esposo antes de morir, y después por la traicionada entrega de su belleza al pérfido Carrión. Son momentos inolvidables, pero hay más en esta novela con múltiples tonos y registros: épica en el fervor de las ideas, incluso con empleo del epíteto épico “la viuda roja”, referido a la bella Paloma; lírica en la explosión íntima de sentimientos; dramática y trágica, con anagnórisis en el reconocimiento tardío, y catarsis en la redención por amor; y melodramática en la ternura y efectismo de algunas historias como la de Anita. Hay que resaltar la profundidad y complejidad de la introspección psicológica en el alma destrozada de Raquel y álvaro, para el cual no hay reconciliación posible con su nombre, cargado de vileza, y menos al comprobar el despiadado cinismo de su madre con el corazón de piedra.

El corazón helado muestra una gran lección de Historia social y sentimental para comprender el pasado y el presente de los españoles. Como novela combina con eficacia la narración, que mantiene su interés de cabo a rabo; la descripción matizada, con páginas tan logradas como las dedicadas al cielo de Madrid (págs. 32-33); la reflexión cargada de pensamiento; y el diálogo, como vehículo de desnudamiento de almas. Sin duda es una novela desmesurada, muy novelera. Le sobran páginas, historias y personajes. A todas las novelas de más de cierta extensión se les pueden eliminar. Hay demasiados laísmos en la voz del narrador, tópicos y algún uso impropio, como “dintel” (pág. 816) en lugar de umbral. No son ni siquiera manchas en un texto con indesmayable fuerza narrativa, lleno de vida, pasiones y sentimientos que hacen de esta novela excesiva una gran novela.

Almudena Grandes: “Es una novela política, pero no panfletaria; sentimental, no sentimentaloide”

Cuatro años, desde 2002 a octubre de 2006, ha pasado Almudena Grandes enredada con El corazón helado, aunque comenzó a escribirla en 2004: “Todo ese tiempo -confiesa ahora- lo pasé tomando notas y leyendo todo lo que podía sobre la República, la guerra civil, la posguerra, la II guerra mundial. No me podía permitir muchas distracciones, porque no quería que la novela se fuese donde quisiera”.

Pregunta.- Es usted una autora disciplinada, que estructura sus novelas antes de comenzar a escribirlas. ¿también ésta, a pesar de su extensión?

Respuesta.- Desde luego, sabía lo que iba a pasar, el tono que quería que tuviese, la ambigöedad de los personajes. Me interesaba evitar tres peligros: quería una novela política, pero no panfletaria, porque los panfletos son nefastos desde el punto de vista literario e ideológico; una novela sentimental, pero no sentimentaloide, y una novela sobre la historia, pero no histórica, es decir, que no pareciera de no ficción. Y hasta que no estuve segura de eludirlos, no comencé a escribir. La verdad es que esta novela me ha afectado mucho. Porque los escritores aspiramos, en el mejor de los casos, a cambiar a los lectores, pero a menudo omitimos que nos cambian también a nosotros. El corazón helado me ha hecho un verdadero agujero, me ha marcado.

P.-¿ En qué sentido?

R.-En el de la responsabilidad con el libro, con los personajes, conmigo misma, y, aunque no me gustaría parecer pretenciosa, con la historia. Porque cada español tiene su propia novela sobre el tema. Pensaba que lo sabía todo sobre ese tiempo, pero descubrí que sólo tenía una ligera opinión. Ahora me he enganchado, he hecho una especie de inmersión en nuestro pasado y he descubierto un mundo formidable en el que me voy a quedar una larga temporada. Sí, este libro ha modificado mi vida.

P.-El libro incluye una cita de Machado muy emocionante:“para los políticos, para los historiadores todo estará claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no estoy tan seguro. Quizá la hemos ganado”. ¿Tenía razón?

R.-Yo creo que sí, que perdieron su presente pero ganaron el futuro. Desde donde estamos ahora, tres generaciones después de la guerra, nos parecemos más a nuestros abuelos que nuestros padres, porque hoy disfrutamos de una libertad, de una democracia, de una forma de vida que ellos conocieron y nuestros padres no. He escrito esta novela sin miedo a mancharme, pegada a la realidad. A medida que la escribía fueron surgiendo nuevas historias que reuniré en otro libro de novela breve, aunque sin imponerme plazos, como siempre, porque aún queda mucho por contar.

Nuria Azancot