Image: Manuel Leguineche y Javier Reverte, cara a cara

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Letras

Manuel Leguineche y Javier Reverte, cara a cara

La historia, sus mentiras y sus héroes

4 julio, 2001 02:00

Porque "la historia es maestra de la vida, y la vida, maestra de la historia", dos periodistas como Manuel Leguineche y Javier Reverte bucean desde hace años en una y otra con especial fortuna, a vueltas también con la literatura de viajes y de aventuras. Valgan como muestra sus últimas novedades: Leguineche recrea ahora la historia de Pearl Harbor, en vísperas de la celebración de los 60 años del bombardeo y del estreno de la película más cara de la historia y Reverte apuesta por la historia desconocida del padre Pedro Páez, el español que descubrió las fuentes del Nilo Azul.

¿Por qué unos periodistas y viajeros irredentos como ustedes bucean en la historia y en lo exótico?
Manuel Leguineche: Porque la historia es maestra de la vida y la vida maestra de la historia. En mi caso influye la precoz fascinación por Asia. Cuando el viajero recorre los escenarios de la guerra del Pacífico, siente la tentación de contar lo que ha pasado allí. De ahí Recordad Pearl Harbor.
Javier Reverte: Yo no me planteo si los asuntos de mis libros son exóticos o históricos, de hecho tengo tres novelas publicadas que transcurren en Madrid y en el más rabioso presente. Escribo sobre lo que me apasiona, no sobre lo que me parece oportuno, sobre lo que quiero, no sobre lo que debería. Y el ancho mundo es un territorio estupendo para apasionarse.

¿Cuándo y por qué decidieron embarcarse en este proyecto? ¿cuáles son los principales problemas a los que se han enfrentado?
J. R. A mí me embarcó el personaje, Pedro Páez, cuando escuché hablar sobre él, viajando por áfrica, y su figura me cautivó. He tardado muy poco, menos de un año, porque tuve mucha suerte a la hora de encontrar los datos necesarios. Me ayudaron varios amigos en la búsqueda de la documentación y he manejado toda la bibliografía que existe sobre el personaje, que no es mucha, y sobre todo el libro que Páez escribió, nunca traducido al español. Mi principal problema fue leer su libro, escrito en portugués clásico. Pero le eché voluntad, cuestión de horas...
M. L.- Había publicado hace unos años un libro sobre la II Guerra Mundial, Los años de la infamia. Dediqué‚ unas pocas páginas a Pearl Harbor y pensé que no estaría mal, al cumplirse sesenta años del ataque japonés, dedicarle un libro entero a la efeméride. Ese momento ha llegado, el 7 de diciembre se cumple el aniversario y parece que se nos viene encima una película, la más cara de la historia, sobre el "raid" aéreo. Mejor dicho, una insulsa historia de amor a lo Hollywood, con la disculpa del ataque. Quizá alguien quiera saber algo más que eso sobre lo que pasó. Un crítico inglés ha dicho que por primera vez deseaba que ganaran los japoneses.

Sus libros descubren a dos personajes desconocidos. Pedro Páez lo es totalmente, mientras que Hiro Hito lo fue en lo más íntimo. ¿Cómo eran realmente y qué es lo más asombroso que han descubierto? ¿Qué enseñan al hombre de hoy?
J. R.- Pedro Páez era un hombre que unía en su personalidad dos valores que a mí siempre me han seducido, aunque no comparta sus ideas: la altura intelectual y la capacidad de acción. Páez acaparaba muchos y variados saberes y, puesto a actuar, nada le detenía. A mí, su historia me enseña que el coraje y la sabiduría, unidos, hacen del hombre que los atesora un ser excepcional. Páez lo era. Y esas cualidades son tan ejemplares hoy como ayer. Yo lo admiro.
M. L.- Pretendí entrevistar a Hiro Hito, allá por los años 70 y un chambelán del palacio imperial me respondió que hacía 3.000 años que el emperador no concedía una interviú. Pero pregunté por él, indagué en textos y archivos y al terminar con su muerte en 1989 los tabúes, se saben más cosas. Nos lo han pintado como un hombre bueno, un biólogo marino, enamorado del ratón Mickey, que no tuvo ni arte ni parte en la agresión a Pearl Harbor. Ahora sabemos que no es verdad. Estuvo desde el principio del lado de los militaristas. Al general MacArthur le convino después de la guerra salvarlo de la horca, del tribunal de depuración de responsabilidades, acabar con su naturaleza divina para transformarlo en un monarca constitucional. El enemigo era el comunismo.

En ambas historias desempeña un papel crucial la religión. ¿Cómo influyó en la historia? ¿Y ahora, tienen razón los que sostienen que las guerras futuras serán religiosas y culturales? ¿El nacionalismo será el mayor problema del siglo XXI?
M. L.- La religión, la militarización de la sociedad, la ambición de espacio vital, el orgullo de raza. Hirohito era Dios. La teoría de Huntington es atractiva, pero las guerras santas hace muchos siglos que estallaron. Son más o menos las mismas. Los japoneses, al contrario que los alemanes, no han reconocido sus crímenes. ¿Y los 300.000 asesinados a sangre fría en Nankin?
J. R.- La religión ha sido y es un elemento determinante en la Historia de los pueblos y de los hombres singulares. Somos siempre religiosos e, incluso, el agnosticismo es una forma de religión. Miramos la religión como una tabla salvadora, pero en el fondo es una losa condenatoria. Yo creo que cargaremos con la religión a las espaldas hasta que nos extingamos. No sé cómo serán las guerras del futuro, pero habrá muchas, porque son parte de nuestra naturaleza. Y en cuanto al nacionalismo, es ya EL PROBLEMA: Bosnia, Ruanda... ¿y ETA?

Quizá lo que sus libros demuestran es que aún existen muchos enigmas históricos sin resolver, pero ¿qué pasa cuando la historia se falsifica? ¿se pueden evitar las manipulaciones?
J. R.- La Historia cabalga siempre sobre los mitos, porque los pueblos necesitan de la leyenda para decirse a sí mismos que son mejores de lo que son. Así que la Historia se falsifica casi siempre. ¿Quién era el Cid? Probablemente un mercenario y un cuatrero. Y hoy pasa por ser el alma de Castilla. ¿Quién era Sabino Arana? Un nazi meapilas sin cultura, y hoy es la enseña del irredentismo vasco. Estas cosas son como la j...dienda, que no tienen enmienda.
M. L.- En efecto, en el caso de Pearl Harbor, quedan en pie numerosas incógnitas. Japón ha manipulado la historia, la reinventa. Incluso se han publicado libros en los que ganan en la ficción una guerra que perdieron en la realidad. Es un pueblo grande en muchos conceptos, pero arrastra ese vicio, ese estigma, la carencia del mea culpa. Hay un monasterio en Tokio en el que se venera como un héroe y un santo al criminal de guerra Tojo. Creo que Japón haría bien en reconciliarse con la verdad pero no creo que lo haga, al menos a corto plazo.

¿Cómo juegan, en su libro, realidad y ficción? ¿Los historiadores "profesionales" respetan sus libros?
M. L.- No pertenezco a la escuela, tramposa y brillante, de Bruce Chatwin, de modo que trabajo sobre la realidad todo el rato. La técnica es la del reportaje. Los historiadores son en su mayoría gente maja y comprensiva, pero no faltan quienes saltan de alegría cada vez que descubren un error o una errata, que las hay. La descalificación es total e inmediata. Es muy malo "invadir" territorios que algunos fundamentalistas consideran su finca particular. Se enfadan mucho y venden poco.
J. R.- Mi libro sobre Páez no tiene nada de ficción, pero uno acaba haciendo siempre algo de ficción cuando ordena el caos de la realidad. ¿Cómo explicar bien lo que fue y ya no es? Yo he intentado acercarme a Páez poéticamente, y eso puede ser lo nuevo de mi libro. En cuanto a los historiadores "profesionales", no sé qué pensarán sobre mi trabajo. Pero, ¿por qué no conjugar rigor y amenidad? Todos los grandes libros de Historia son amenos, porque un buen escritor siempre es ameno.

¿Por qué hoy la historia tiene tanto éxito entre los lectores? ¿Falta imaginación o sobran enigmas?
J. R.- Yo creo que España es un país que ha vivido muchos siglos en guerra y azotado a menudo por la intransigencia intelectual, con quema de libros y persecución y exilio de intelectuales. Ahora, en libertad, los españoles queremos saber qué fuimos y qué somos, releer nuestro pasado. Sobran, pues, enigmas. Y por lo que se refiere a la imaginación, pasa lo de siempre: que es un extraño don y, por lo mismo, escaso. Hoy tenemos cientos de creadores de lo imaginario. Novelistas, vamos. ¿Pero cuántos tienen verdadero talento, eso que llaman genio? Como siempre, muy poquitos.
M. L.- Es posible que se deba a la saturación de otros géneros, aunque siempre ha estado ahí, con mayor o menor fortuna. La historia es un vehículo conductor de toda clase de dramas y pasiones, cabe todo en ella. Hasta que el mercado se sature de historia y pase la moda.

Ambos están acostumbrados a dominar las listas de los más vendidos: ¿el éxito condiciona su escritura? ¿Se sienten forzados por editores o lectores a publicar a menudo?
M. L.- Hay lectores que no pueden permitirse el lujo de comprarse dos leguineches al año. Lo que ocurre es que medio muerto el periodismo, no nos queda otra salida que ésta. Los que dicen que somos "prolíficos" no se han leído nunca un libro tuyo. Y hacen bien, pero quizá les molesta que trabajes y te diviertas al mismo tiempo mucho. Hoy un libro es como un reportaje, una prolongación del periodismo, todo dura tan poco... Salvo Homero, que es nuevo todos los días.
J. R.- Vender libros me da más dinero y me proporciona más tiempo para hacer lo que más me gusta: escribir. Vamos, que es un círculo cerrado y estupendo. Y eso que llaman éxito me ha condicionado, en el buen sentido: en seguir escribiendo lo que quiero. Ni admito encargos ni he puesto una fábrica de churros. Mis amigos lectores me animan a hacer lo que quiera, no a repetirme o a explotar el "éxito". Si les engañara, me dejarían. ¿Publicar a menudo? Sí. Pero como decía Burgess, yo no tengo la culpa del estreñimiento de otros escritores.