Portada-plagio

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Letras

Plagio, tradición y verdad

Ante la oleada de escándalos que cuestionan la honestidad de los creadores y su relación con el lector, escritores, críticos y editores debaten los límites de la ficción.

9 mayo, 2001 02:00

Ménage à Trois

El plagio bien podría ser ante todo una cuestión de intencionalidad. Pierre Menard, según Borges, no plagiaba El Quijote porque su intención no era hacerlo, sino reescribir la inmortal novela de Cervantes. Con todo, el que plagia es porque tiene esa intención, diferente de la de quien recrea un texto, alejándose más o menos de la literalidad.

A este respecto, creo que el estatuto del plagio difiere en el caso de la literatura de creación y en el ensayo o las obras científicas. Las frases hechas, las acuñaciones lingöísticas, incluso muchas de las metáforas son bienes mostrencos y la repetición de las mismas en obras de autores diferentes nunca podrá justificar una denuncia de plagio. Tampoco la gran mayoría de las situaciones, argumentos o personajes. Creo recordar que Emilia Pardo Bazán se mofaba de quienes aducían como sospechoso parecido entre alguna de sus novelas y otras de autores diversos el adulterio o el “ménage à trois”, ¡cómo si alguien pudiera registrar la patente de esta figura geométrico-sentimental! Otra cosa sucede con contenidos de tipo discursivo, filosófico o científico en general. Aquí es obligado mencionar la fuente siempre que se utilice un argumento o planteamiento de otro autor, y recurrir al estilo directo cuando las palabras con que han sido expresados nos parecen las más justas, insuperables. Un buen amigo italiano, fallecido ya, me contaba cómo hacía con sus libros de crítica: primero los escribía y luego leía la bibliografía existente. Si más de un 50 por ciento de sus páginas se le revelaban entonces originales, publicaba su obra, añadiendo en nota las referencias pertinentes para justificar la otra mitad que había descubierto como no original a posteriori.

Nunca, como crítico, me he encontrado con un plagio evidente, pero sí con numerosas recreaciones. ¡Ah, la posmodernidad...! Y como autor de ensayos literarios tampoco he sentido nunca la tentación de plagiar. Mis amigos me critican, incluso, por las reiteradas citas textuales que hago de mis contemporáneos y de los clásicos. Para mí, los estudios críticos consisten en el empeño modesto y gris de llevar un poco más allá o por mejor camino, nuestro conocimiento de la literatura. Por eso, incluso en mis críticas de El Cultural procuro hacer un par de citas textuales de la obra objeto de mi atención.

Dario Villanueva. Académico y crítico literario.

Bobos y delincuentes

Apoderarse de ideas ajenas, de formas de escribir o de argumentos son distintas formas de plagio. Para que sea plagio, tiene que haber voluntad de plagiar. Ocultar la procedencia de pasajes de otro libro indica ya voluntad de plagio. Otra cosa es la incorporación de ideas ajenas con una finalidad original. En estos casos se trata con frecuencia de incorporarse a una tradición para celebrarla o parodiarla. El plagio es, simplemente, copia, y creo que es más frecuente en el terreno de la pintura o de la música que en el de la literatura.

Como crítico no he detectado señales de plagio. Reseñé La cruz de San Andrés como una novela de Cela, no una de las mejores. Así que, si realmente hubo plagio (e ignoro cómo se puede demostrar eso) me he cubierto de gloria. Como escritor, he incorporado con frecuencia textos ajenos, como una especie de collage. Pero jamás se me ha ocurrido plagiar a nadie. Uno necesita escribir, no plagiar. Y supongo que es más fácil escribir algo original que hacer mil piruetas para copiar sin que se note. A mí los plagiadores no me preocupan. Me preocupan los imitadores (de García Márquez, de Cela y de tantos otros). Es decir, me preocupan más los bobos que los delincuentes.

Juan Antonio Masoliver Ródenas. Escritor y crítico literario.

Nuevos torquemadas

No se escribe siempre para decir cosas nuevas, sino para recordar las ya sabidas a los que las tienen ya olvidadas. Si los plagiarios son censurables, más lo pueden ser los nuevos torquemadas, que tomando el plagio como pretexto tratan de anular a sus contrincantes ideológicos o estéticos. Todo ello contesta a mi juicio más al cainismo patrio que al deseo estricto de hacer justicia. La literatura y el arte no requieren, por otra parte, justicieros. Lo que la cultura con mayúsculas necesita es sólo justeza amorosa.

Parto de la opinión que en literatura todos plagian. En todo gran escritor se escucha el resto de la gran literatura que le ha precedido y, si se me apura, que le sucederá. ésta no es además una idea original ni exclusiva, otros muchos y más ilustres me precedieron en esta opinión. Ya decía Juan Valera, por ejemplo, en un memorable ensayo sobre el plagio que no hay autor notable de quien con un poco de trabajo y diligencia no se puedan sacar centenares de frases o sentencias copiadas de otros autores, que los que de las obras últimamente tachadas de plagiarias u otras han sacado mucho de los delatores. Añadía también que lo difícil, lo casi imposible, es sacar de ningún autor, por original que sea, por raro o peregrino que se muestre en pensamiento, estilo y lenguaje, cien pensamientos o cien frases que tengan verdadera originalidad. Tengo para mí, por otro lado, que no hay nada tan original como todo aquello que es verdadero y en lo verdadero también se puede escuchar siempre el eco de algo ya conocido.

El problema no está en esos casos aislados aventados por la Prensa, sino en la multitud de casos que una vez más refrendan algo que se viene denunciando reiteradamente: la falta de escrúpulos por parte del medio editorial para engañar al lector con productos pretendidamente culturales que no alcanzan ni siquiera a ser subproductos. Creo que un poco de honestidad intelectual a este respecto no haría ningún daño y creo que en las manos de todos está restituir esa imagen necesaria de rigor perdida.

Manuel Borrás. Editor de Pre-Textos.

Zurcir con retales ajenos

La intertextualidad (o, con palabras menos malsonantes, el común denominador de la alusión, la cita, la recreación, la parodia...) se produce para ser reconocida y gustada; el plagio se propone pasar inadvertido. La literatura es necesariamente intertextual, porque no existe sino en el marco de la tradición, de unas convenciones previas. Nadie se levanta un día y escribe por las buenas un soneto: empieza por imitar el arquetipo "soneto". El plagiario reproduce "¿Empañé tu memoria? ¡Cuántas veces!" para presentarlo a unos juegos florales.

Crítico no lo soy, pero como historiador tropiezo a cada paso con fenómenos que hoy tildaríamos de "plagio": libros zurcidos entera y exclusivamente con retales ajenos, tramas y temas calcados punto por punto, páginas y páginas espigadas en otro autor... No fue Cervantes quien copió a Fernando de Herrera la dedicatoria del Quijote, pero ni siquiera él se libró de esas prácticas. Sólo con el romanticismo y la revolución industrial se fijan las fronteras modernas del plagio. Como sea, tampoco hoy pueden cribarse con el mismo cedazo las obras de creación y los repertorios, manuales o compendios. Sobre todo cuando los segundos son de encargo, tiendo a ser comprensivo y a entender como descuido involuntario que falten unas comillas o la mención expresa de una fuente. En trabajos de ese tipo yo mismo (a veces con pseudónimo) he reproducido sin advertencia fragmentos de otras cosas mías. Al fin y al cabo, también es un plagio.

Francisco Rico. Académico y crítico literario.

Unos robaperas

El plagio empieza en el texto y descubrirlo es tan sencillo como comparar, en dos columnas, al plagiado y al plagiario, su léxico, su sintaxis. También hay plagios más sutiles, que se pueden enmarcarar en un homenaje o una parodia, como el que realiza Avellaneda con el Quijote de Cervantes, que es una renuncia a la originalidad. ¿Intertextualidad? A lo mejor quienes se amparan en ella se refieren a una suerte de globalización textual en la que todo vale, pero lo cierto es que plagiar no es muy distinto a robar peras, manzanas o carteras. Hoy el que plagia actúa desde la impunidad, con la certeza de que nadie se va a enterar o quizá de que jamás le van a nombrar Director General de nada. También porque llega un momento en el que el plagiador deja de ser consciente de que copia: el plagio, que no deja de ser un robo, está enmascarado en la creencia común de que somos hijos de los griegos, de Shakespeare...

Personalmente, jamás he sentido la tentación de plagiar. Sólo puedo imaginar algo así en la adolescencia, cuando para seducir uno se apodera, como el cartero de Neruda, de poemas ajenos, pero más por la capacidad de seducción de un poema que por el propio poema. También puedo entenderlo en el caso de los negros, pero el plagio me parece una canallada, porque niega lo que debe ser un escritor. Un escritor es un mundo, y debe gobernar ese mundo, descubrir sus límites, ampliarlos. Sin plagiar.

Luis Landero. Escritor.

Desfachatez evidente

La ley permite la utilización de textos ajenos con fines de investigación o análisis. Pero, obviamente, la originalidad de las tesis del autor, aun apoyadas en citas de otros, debe ser manifiesta. Aprovecharse del trabajo ajeno para el propio beneficio es una práctica absolutamente reprobable, favorecida por el hecho de que resulta fácil disimular plagios ante un público no especializado. Muchos de los casos que se han reflejado en los últimos meses en la prensa, si responden a la literalidad de lo que se publica, reflejarían una desfachatez evidente.

En alguna ocasión me he encontrado con un texto que, planteando tesis originales, aprovechaba en exceso sus fuentes. En estos casos, siempre hemos trabajado con el autor para destacar sus aportaciones y eliminar lo que pudiera haber de ajeno en su texto. Sólo en alguna rara ocasión me he enfrentado a una presunción de plagio y la actitud de mi editorial ha sido no confundir a los lectores y no apoyar dicha obra. Por supuesto, nunca hemos sentido la menor tentación de publicar un texto que, incluso remotamente, pudiera ser considerado un plagio.

Ana Rosa Semprún. Editora de Aguilar.

Intersexualidad, qué pretencioso...

Esa palabra tan pretenciosa, intertextualidad, quiere decir lo mismo que se decía antes con alusión y cita. La alusión implica un grupo de lectores atentos que la identifiquen: si yo escribo que alguien, con una vara de mimbre, va a Sevilla a ver los toros, por ejemplo, el lector sabe que estoy citando un romance de Federico García Lorca. Pero si la alusión no es tan clara, hay que recurrir a las comillas y al nombre del autor, cosa que en otros países está mucho más regulada que aquí (en Estados Unidos se necesita permiso explícito para incluir una cita en un libro, y reconocimiento del copyright). Todo lo demás es plagio, o cara dura.

¿He sentido la tentación de plagiar alguna vez? Pues no, la verdad. Si escribir es contar algo que de un modo u otro es la expresión más veraz de uno mismo, no tiene mucho sentido copiar las palabras de otro.

Antonio Muñoz Molina. Escritor.

Una mierda

El plagio es copiar textualmente un original ajeno sin citar al autor verdadero ni mencionar la fuente y sin entrecomillar, imitando el estilo, la expresión literaria, la sintaxis.

Por otra parte, lo de la intertextualidad es una mierda, eso es lo que toda la vida hemos llamado influencias, tradición, literatura al cabo. Por ejemplo, podemos reconocer la influencia de Blake, la de Shakespeare, la del mismo Cela, en un escritor y eso no tiene nada que ver con plagiar, con copiar, por ejemplo, deliberadamente treinta líneas de un texto de estos clásicos sin mencionarlos ni entrecomillarlos.

Otra cosa muy distinta son las acusaciones de plagio que ahora padece Cela: es una verdadera infamia. Incluso mencionar el tema sin negarlo de manera categórica resulta infamante. Yo, que he leído ambas novelas, La cruz de San Andrés y la de la autora gallega, las he estudiado con detenimiento y puedo proclamarlo muy alto: Cela no ha plagiado. Luego, que los jueces digan lo que quieran: ni son críticos literarios ni, en ocasiones, jueces, sino unos locuelos que se creen dioses. ¿Y van a ser ellos los que establezcan la verdad?

Rafael Conte. Crítico literario.

El juego de las imposturas

En primer lugar, hay que distinguir entre el plagio desde el punto de vista legal y el plagio desde el punto de vista ético. La ley dice que es lícita la inclusión en una obra propia de fragmentos de otras ajenas cuando se realice a título de cita o para su análisis, comentario o juicio crítico. Además, tal utilización sólo podrá realizarse con fines docentes o de investigación e indicando la fuente y el nombre del autor de la obra utilizada. Ahora bien, el concepto de autoría intelectual es un concepto muy moderno y no es infrecuente ver en la historia casos en los que la obra de arte "ha elegido", para realizarse, a autores de distinta índole, incluso plagiarios; por ejemplo, no sería del todo absurdo considerar que el Cántico espiritual se beneficia de los esfuerzos del "autor" del Cantar de los cantares. El Arte no conoce de leyes, y que es sorprendente la escasa atención que nuestra sociedad presta a las obras de arte y cuán interesada parece estar por quién firma tal o cual obra (¿que sea o no El coloso un cuadro de Goya afecta realmente a la grandeza de tal creación?).

Desde el punto de vista ético, es sin duda reprobable que un autor se beneficie, sin consentimiento, del esfuerzo de otro; máxime, cuando el intelectual lo es por su compromiso con el conocimiento, con la verdad. Si los intelectuales y los creadores aceptan entrar en el juego de las imposturas, la sociedad queda cercenada de su principal herramienta hacia el conocimiento. No creo que sea necesario recordar que nadie sabe qué es exactamente la realidad.

¿Me he encontrado en la tesitura de rechazar un original por reconocer en él un plagio? No. Pero, además, resulta impensable que un editor, o cualquier otra persona, esté al cabo de todo lo publicado. Respecto a lo de "un texto claramente inspirado en otro", es una práctica habitual entre los "industriales del ocio" repetir la fórmula que ha conocido un éxito comercial.

José Huerta. Editor de Lengua de Trapo.

Después del asesinato

Yo no creo que el sentido de la literatura, ni del arte en general, sea la originalidad. Entiendo la literatura como una herencia. En ella hay homenajes, influencias, parodias, discusiones secretas... y esto es así desde siempre, desde que la Biblia tomó prestado el diluvio universal de la gesta del Gilgamesh.

A veces los escritores tendemos a creernos seres únicos bajo la luz del sol. Nadie admite deberle nada a nadie, sobre todo a los contemporáneos (a los clásicos se les tolera mejor). Me parece una actitud demasiado ingenua e infantil, y si además se ha pasado de los treinta, una actitud patética. La literatura, si es algo, es sobre todo una herencia, una gran deuda. Ahora bien, lo que está ocurriendo en el panorama literario y editorial español, que está más degradado que nunca, es otra cosa, como son otra cosa los plagios y las intertextualidades. Yo en este punto suscribo las declaraciones que hizo no hace mucho tiempo Martín de Riquer, cuando, parafraseando a Unamuno, dijo que el plagio sólo es admisible después del asesinato. O sea, cuando se ha superado al maestro.

Susana Fortes. Escritora.

Copiar es lícito

Casi nada es netamente original, cualquier creación es reflejo de nuestros referentes culturales, de nuestras lecturas y se basa en nuevas formas de asociar conceptos ya conocidos. La evolución del arte y la literatura se asienta en la tradición, los escritores avanzan sobre los pasos que han dado sus antecesores. Incluso copiar es lícito y algunos elevan la copia a categoría de arte, como una transgresión original en sí misma. No es robar, que según Nabokov es el mayor cumplido que se le puede hacer a nadie, sino engañar lo que a mi entender es más rechazable y, para evitar juicios morales, no por reprobable, sino por aburrido, pues aun en el caso de presuponer que nadie quisiera mentir, el privilegio de buscar la verdad está reservado a los más geniales. Por otra parte el engaño, cuanto más artificioso, cuanto más aparente, menos engaño, a mi parecer el peor engaño es aquél del que sólo es conocedor el propio autor. Para los demás ya está la ley.

En Ediciones del Bronce no nos hemos encontrado nunca en el caso de tener que rechazar un texto plagiado, sin embargo una de las autoras de mayor éxito en la editorial, Barbara Kingsolver, acaba de abrir un pleito contra otra autora americana que ha copiado párrafos enteros de una de sus novelas.

Miriam Tey. Editora de Ediciones del Bronce.

Inaceptable

El plagio, en literatura, es inaceptable desde que los autores y editores se dotaron del concepto de propiedad intelectual y se desarrollaron las leyes que la protegen. La literatura europea es un diálogo, por ello es habitual retomar métodos y temas precedentes, actualizándolos. Tomemos como ejemplo a Chéjov y la revolución que operó en la técnica del cuento. Muchos escritores posteriores a él tomaron su técnica y sus temas: Carver transpuso a los Estados Unidos de un siglo después situaciones y personajes de la Rusia chéjoviana; Katherine Mansfield, en su magnífico relato Matrimonio a la moda retomó los mismos personajes y situación del cuento de Chéjov Poprigunia (Cabeza de chorlito). A nadie se le ocurriría tildarlos de plagiarios. Los libros de divulgación difunden ideas y descubrimientos ajenos. Por ello reproducen fragmentos o definiciones extraídos de otras obras, lo que no puede considerarse plagio siempre que se citen las fuentes.

Si nos referimos a los llamados "productos editoriales", esos libros escritos por personas ajenas al oficio de escritor, el tema es más complejo. Normalmente, son libros escritos en un tiempo muy breve, al amparo de un nombre mediático, y en cuya elaboración participan otros profesionales, además de quien los firma. La industria editorial norteamericana, habituada a este tipo de productos, se comporta como los científicos: cuando algún colega publica un descubrimiento y demuestra su buen funcionamiento, también en lo comercial, los demás lo hacen suyo y se basan en él para llevarlo más allá. Pero a nadie se le ocurre publicar ese mismo descubrimiento como propio.

No creo que ningún editor haya publicado un texto siendo consciente de que se trata de un plagio. El editor debe y tiene que poder confiar en lo que el autor le propone, y ese compromiso queda reflejado en los contratos habituales, que contienen cláusulas en este sentido. Resulta absolutamente imposible que un editor sea capaz de reconocer plagios como los que han saltado a la luz pública.

Joan Tarrida. Editor de Círculo de Lectores.

Evitar el amarillismo

No es fácil precisar con todo rigor esa frontera que puede llegar a desaparecer con internet (como desapareció en la edad media). Se supone que plagiar es copiar textualmente páginas enteras, y que copiar sólo algunas líneas es "citar". Pero imaginemos que alguien está escribiendo una novela sobre Aristóteles e incluye en el texto largos párrafos del macedonio. Esa intertextualidad amplia y no precisada es legítima. Otras formas de intertextualidad pueden resultar más problemáticas.

En ocasiones he percibido en clásicos del siglo XX "citas" muy amplias y hay casos que exceden todos los límites: los Cantares de Pound son una continua, clara y asumida intertextualidad donde participan miles de autores de todas las épocas. A través de ese procedimiento Pound consigue que los muertos dialoguen. Vivo ajeno a esa tentación y sólo me acosa una angustia: no saber si tendré tiempo para desarrollar mis propias ideas. Por lo demás, plagiar me parece muy grave, justamente por eso ha de estar rigurosamente demostrado, evitando siempre la calumnia, los intereses de grupo, el amarillismo y la inflación. Y evitando también la confusión entre lo que es cita legítima, avalada por toda la tradición literaria, y copia descarada.

Jesús Ferrero. Escritor.

Todo está inventado

Entiendo el plagio como la copia de un texto intencionadamente. Alguien decide reproducir una frase, una página o varias sin citar la procedencia. En el caso de la novela es un hecho muy claro y no tienen nada que ver con que tengan argumentos parecidos o estilos similares, una cosa es coincidir en temas o tener un "aire" de escritura y otra copiar. En cuanto a la no ficción, el pensamiento o la historia, el tema es más complejo porque todos asimilamos lecturas, formación, etc. y reelaboramos de alguna forma teorías o pensamientos. Para eso están en los libros las citas, las notas y la bibliografía que orientan de las fuentes y la documentación manejada por el escritor. No es sólo de cortesía sino de rigor el utilizarlas.

No he reconocido ningún plagio. Creo que salvo que sea una obra muy conocida o acabes de leer, es muy difícil reconocer unas frases fuera del contexto en que las has leído. Sí me ha pasado recibir originales que al leerlos me recordaban a un tipo de autor o de novela, es lógico sobre todo en primeras novelas porque siempre hay influencias. En cuanto a la tentación... creo que el editor debe buscar la originalidad y la voz propia del escritor, pero hay veces, sobre todo en el campo de la no ficción que (como casi todo está inventado) buscas ideas o fórmulas que se están haciendo fuera de España e intentas adaptarlas con un estilo propio. ¿Es eso inspiración? Siempre hay algo de lo que parte una idea o un texto, pero lo importante es darle una entidad propia. Si no lo consigue y "el maestro" (es decir, al que se intenta emular) prevalece en el conjunto de la obra, es que no se ha conseguido la creatividad y el talento necesarios para hacerse un hueco en el difícil mundo de la literatura o el pensamiento.

Carmen Fernández de Blas. Editora de Temas de Hoy.

Incompatible con un cargo público

Considero que "tradición" es un concepto general, vago, un poso que nada tiene que ver con las citas exactas (lo de la intertextualidad se me escapa). El plagio sería copiar de forma literal de la tradición, considerando tradición todo, desde el punto cero a nuestros días, lo que está ahí y pertenece a otro sin citar la fuente. A partir de esta definición elemental, y aunque no me gusta tirar la primera piedra, creo que un puesto público o político es incompatible con perpetrar algo tan delictivo desde el punto de vista literario como el plagio. No me parece coherente, aunque hay grados: una cosa es robar para vivir y otra, para fastidiar.

Como no me dedico a la historia ni a la novela histórica ni a la divulgación, donde esa tentación debe ser mayor, jamás se me ha ocurrido copiar absolutamente nada. Lo mío es la novela, la ficción total, que no se lleva nada bien con el plagio, y sí con crear un mundo original y un sello personal, autorial, bien reconocible.

Soledad Puértolas. Escritora.