Parte del contenido de la caja de Melchor Miralles sobre los GAL. Foto: David Morales

Parte del contenido de la caja de Melchor Miralles sobre los GAL. Foto: David Morales

Historia

Historia de la guerra sucia contra ETA desde Franco hasta los GAL: del ojo por ojo al asesinato indiscriminado

El periodista Manuel Cerdán publica 'Guerra sucia', una monumental crónica de los crímenes de Estado contra la banda terrorista, sus chapuzas y sus víctimas colaterales.

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Una revelación del expresidente del Gobierno de España Felipe González en el documental La última llamada, recientemente estrenado en Movistar Plus+, cogió a más de uno con el pie cambiado.

Míster X, como era conocido en las esferas jurídicas durante los mediáticos juicios a los GAL, relata que en una ocasión fue avisado de una reunión que la cúpula de ETA iba a celebrar en el País Vasco francés. "Se les puede eliminar", deslizaron al otro lado del teléfono.

González reconoce en este documental –no precisamente incisivo– que se enfrentó ahí a uno de los grandes dilemas morales de su mandato, que se prolongó desde 1982 hasta 1996. "¿Realmente podemos salvar 50 o 60 vidas si cortamos la raíz de la serpiente?", dice que se preguntó entonces.

"Rechacé intervenir con todas las implicaciones que tenía [actuar en territorio francés] y 33 años después vuelvo a tener dudas de si lo hice bien o mal", resuelve, pero al tiempo asegura que la gente no le perdona que lo dudara.

Antes de hacer algunos apuntes al respecto, quizás sea pertinente recordar al lector una obviedad: asesinar a los jefes de la banda terrorista vasca habría sido, entre otras cosas, absolutamente ilegal.

Ricardo Arques (izda) y Melchor Miralles (dcha) desentierran el baúl encontrado en el zulo de los GAL.

Ricardo Arques (izda) y Melchor Miralles (dcha) desentierran el baúl encontrado en el zulo de los GAL.

Los apuntes: esta revelación ya se la hizo González a Juan José Millás en una entrevista con El País hace quince años. El ya expresidente fechaba el episodio de la llamada en 1989, mientras que el documental de Movistar Plus+ señala con un rótulo que tuvo lugar en 1992.

El periodista Manuel Cerdán, histórico investigador de los crímenes de Estado en la revista Interviú y el diario El Mundo –junto a otros periodistas como Melchor Miralles y Ricardo Arques–, reserva para el final de su nuevo libro, Guerra sucia (Plaza & Janés), los pormenores del presunto dilema que tanto desazonó a González.

Un interlocutor del periodista –que prefiere conservar el anonimato de su fuente– asegura que fueron él mismo y el mercenario François Bob Denard quienes propusieron al Ministerio del Interior volar la cúpula de ETA. Pero el ofrecimiento data de 1984, cuando los GAL estaban en plena actividad, no en 1989 ni en 1992.

Cerdán se remite a las prestidigitadoras artes del presidente más longevo de nuestra democracia para explicar las causas de tan desconcertante declaración. No es que en un momento concreto se comiera el tarro con la idea de acabar con las vidas de los terroristas, sino que González era plenamente consciente de que unos comandos paramilitares llevaban haciéndolo desde 1983 con la aquiescencia de su gobierno, asegura Cerdán en su libro, una crónica extraordinaria de una de nuestras historias más vergonzosas.

El periodista se remonta hasta 1975 para contar la guerra sucia en nuestro país contra la banda del hacha y la serpiente. De hechuras enciclopédicas y pertrechada de información acerca del contexto político en el que se enmarca cada una de las acciones, la historia de los "mercenarios contra ETA: de Franco a los GAL", como reza el subtítulo, posee todos los ingredientes de una novela de espías pletórica de aventuras.

En realidad, el origen de todo está en el asesinato de Carrero Blanco (1973). El régimen andaba sediento de venganza, pese a que el entonces presidente, profundamente arraigado al catolicismo, jamás hubiera consentido que se empleara contra quienes le dieron muerte el mismo modus operandi con el que ellos actuaban, afirma Cerdán. El atentado de ETA en la cafetería Rolando (13 muertos el 13 de septiembre de 1974) desencadenó, definitivamente, la guerra sucia.

Faltaban ocho años para que los GAL iniciaran su abyecta trayectoria, pero algunos de sus mercenarios ya habían empezado a actuar. Reunidos en torno al Batallón Vasco Español (BVE), que integraba un buen puñado de siglas –muchas de ellas fantasmagóricas, pues los ejecutores operaban indistintamente en nombre de varios grupos–, miembros ultraderechistas del espectro internacional –la Triple A argentina y la OAS de Argelia, entre otros– se pusieron al servicio del franquismo para golpear a ETA.

Stefano Delle Chiaie, líder de Avanguardia Nazionale, coordinó la Internacional Negra desde Madrid. Cuando murió Franco, se ocupó de introducir en España la strategia della tensione, que consistía en la desestabilización del gobierno para propiciar el ascenso al poder de una figura totalitaria.

Jean-Pierre Cherid era miembro de los pied-noir argelinos, pero su compromiso con la causa ultraderechista le llevó a colaborar con la unidad más reaccionaria de los servicios secretos españoles –CESED durante el franquismo; CESID desde 1977– desde los comienzos de la guerra sucia hasta los GAL. Implicado en la conspiración en torno al 23-F, ostenta el dudoso honor de haber asesinado en 1978 al etarra Argala, autor de la muerte de Carrero. Sin embargo, murió en 1984 mientras manipulaba una bomba destinada a otro terrorista.

A propósito de la fauna integrada en la guerra sucia, Cerdán apunta que "la mayoría de sus protagonistas eran gente miserable y obscena". Sugiere, no obstante, que lo de los GAL fue más miserable si cabe. Es verdad que el BVE también echó mano de sicarios para perpetrar sus atentados –Josu Ternera se libró más de una vez milagrosamente–, pero sus acciones estaban determinadas por un sesgo ideológico.

(Cabe apuntar, llegados a este punto, que Manuel Fraga, vicepresidente segundo del Gobierno de España entre 1975 y 1976, y Adolfo Suárez, presidente desde 1976 hasta 1981, salen muy bien parados en la crónica de Cerdán. Sobre ninguno de ellos se vierte la más mínima sospecha de haber incurrido en el terrorismo de Estado).

Lo del GAL fue otra cosa. Nacida en 1983, fue una organización terrorista cuyas acciones paramilitares estuvieron amparadas desde el principio por el gobierno del PSOE. No en vano, González estuvo presente en la reunión, celebrada en la finca Las Campanillas, donde se redactó el acta fundacional, relata Cerdán.

Su cobertura fue financiada con fondos reservados –los impuestos de los españoles, hablando en plata– y detrás de cada atentado estaban los hombres más despreciables de las fuerzas de seguridad del Estado en aquel momento.

Los criminales de la Guardia Civil (el GAL verde) y los de la Policía (el GAL azul) actuaban por separado, pero en la coordinación de las actividades siempre estuvo al tanto el CESID –a través de la AOME, su unidad más potente– y el Ministerio del Interior, liderado por José Barrionuevo –al frente de la cartera– y Rafael Vera, su número dos.

Los asesinatos por parte de ETA de Martín Barrios, capitán de Farmacia, y Enrique Casas, senador y líder de los socialistas guipuzcoanos, encendieron la chispa de los GAL. La banda terrorista vasca estaba en pleno apogeo. Una nueva hornada de pistoleros –muchos de ellos procedentes de barrios deprimidos– relegaron a los estudiantes y a los que apostaban por la vía pacífica para sembrar el terror en los años de plomo. Al gobierno se le ocurrió que había que contestar con el mismo lenguaje: bomba lapa y tiro en la nuca.

El objetivo no solo era golpear a ETA, sino también presionar a Francia para que colaborara con el gobierno español en la lucha contra la banda. Lo cierto es que Miterrand dejaba campar a sus anchas a cualquier refugiado vasco que decidiera instalarse en Bayona, Biarritz, San Juan de Luz o Hendaya, estuviera o no acusado de delitos por terrorismo.

Cerdán reconoce que el GAL resultó decisivo en la colaboración de Francia, y sin embargo Francia solicitaba como "condición inexcusable" el final de la banda paramilitar para empezar a colaborar. En este caso, la expresión de la pescadilla que se muerde la cola nos remite también a una perversa paradoja.

Y a propósito de paradojas, conviene apuntar que el cambio de postura de Francia respecto a ETA se produjo con la irrupción de Jacques Chirac como primer ministro francés. Sería un gobierno conservador el que al fin accediera a los ruegos del socialdemócrata ejecutivo del PSOE, momento que coincide con la disolución de los GAL.

Parte del contenido del zulo de los GAL que encontraron los periodistas Ricardo Arques y Melchor Miralles

Parte del contenido del zulo de los GAL que encontraron los periodistas Ricardo Arques y Melchor Miralles

Hasta entonces, los de González secundaron uno de los episodios más lamentables de nuestra historia reciente. El método, basado en la siniestra lógica del ojo por ojo, era el siguiente: un comando de sicarios se desplazaba al País Vasco francés, atentaba contra ETA como venganza por sus últimas ekintzas y volvía lo más rápido posible para no ser capturado en Francia. El resultado: 27 asesinatos y 9 víctimas ajenas a la banda entre 1983 y 1986. El 80 % de las acciones fueron fallidas.

En la memoria de muchos está el secuestro de Segundo Marey, un comercial francés que nada tenía que ver con el mundo abertzale. Cuando los captores repararon en el error, lo liberaron en un estado lamentable que a punto estuvo de costarle la vida. Su caso, aunque coordinado por Rodríguez Galindo –al frente de la Comandancia de Intxaurrondo–, fue el que condujo a prisión a Vera y Barrionuevo.

Entre los que sí perecieron se encontraba Jean Pierre Leiba, trabajador de una empresa que simpatizaba con ETA, aunque él no tenía ningún tipo de relación con la banda; Santiago Brouard, un pediatra que luchaba por el fin de la violencia (único atentado del GAL cometido en España); o Mikel Zabalza, un conductor de autobús asfixiado en una bañera tras horas de torturas.

Y, por supuesto, muchos etarras cuya condición no excusaba su ajusticiamiento. El caso más mediático fue el de los militantes Lasa y Zabala, torturados, asesinados y enterrados en cal viva por unos guardias civiles del cuartel de Intxaurrondo. Rodríguez Galindo y Julen Elgorriaga, gobernador civil de Guipúzcoa, fueron condenados por su implicación.

El delirio alcanzó su máxima expresión cuando el GAL pasó de las acciones concretas al terror indiscriminado. Especialmente repulsivos fueron los atentados del bar Batzoki, donde una niña resultó herida, y del restaurante Monbar, en el que murieron cuatro miembros de ETA y se disparó contra todos los clientes que se encontraban en el establecimiento.

Amedo (derecha) y Domínguez (izquierda), en el Hotel Eurobuilding. Foto cedida por Melchor Miralles a El Español

Amedo (derecha) y Domínguez (izquierda), en el Hotel Eurobuilding. Foto cedida por Melchor Miralles a El Español

"Los mejores atentados son los que provocan daños colaterales, elevan el miedo en la población francesa y enervan a los políticos de París". Esa era, según Cerdán, la consigna de coordinadores como José Amedo, que operaba en Bilbao al frente de Información en la Jefatura Superior del País Vasco.

Una de las informaciones más significativas de Guerra Sucia es la que corresponde al accidente de tráfico que sufrió Amedo en los primeros compases del GAL. Tras la colisión, el policía descubrió que el interior de su maletín, que contenía datos absolutamente comprometedores para la banda, había sido manipulado. No tardó en percatarse de que el gobierno de Vitoria se había quedado con una copia.

Cerdán no duda en impugnar el cinismo del PNV, al frente del ejecutivo vasco durante los años paramilitares. Según el periodista, el gobierno regional conocía todos los datos de los GAL desde el inicio y, en lugar de denunciarlo, aprovechó para chantajear al PSOE en busca de beneficios puramente partidistas.

Guerra sucia incluye, entre otras aportaciones relevantes, nuevos documentos secretos del CESID y la CIA, que, por cierto, advirtió muy pronto que "el peligro de las operaciones chapuceras en una guerra sucia contra ETA podría desacreditar gravemente a la administración de González".

Tras los juicios, en los que salvo Felipe González fueron condenados prácticamente todos los implicados en el terrorismo estatal, el gobierno del PSOE siempre situó el origen de la guerra sucia en la etapa de Suárez, al tiempo que se arrogaba (¡ojo!) haber acabado con los GAL.

La realidad es que si Francia no se hubiera decidido a colaborar con España en la lucha contra ETA, no sabríamos cuándo hubieran dejado de matar los GAL. "El silencio de las pistolas fue más efectivo y propició más daño a ETA que con sus acciones violentas", resuelve Cerdán.

Además de las múltiples tramas, tejidas con pulso de thriller –sin perder de vista el rigor– por el buen narrador que demuestra ser Cerdán, Guerra sucia es un libro lleno de curiosidades, como la del delegado de Playboy para España, Sánchez Pajares, el primer mecenas de los crímenes paramilitares en nuestro país.

Son singulares también los casos del agente que delata a sus propios compañeros para infiltrarse en ETA, o los guardias civiles inmersos en operativos que paseaban con sus familias por el sur de Francia para no levantar sospechas.

Guerra sucia es un libro teñido de sangre que pesa como un muerto –el inconmensurable trabajo de documentación se revela también físicamente–, pero resulta imprescindible para conocer la historia violenta de nuestro país. Además, será un gozo para los interesados en el submundo del terrorismo.