José Moreno Carbonero: 'Desembarco de Alhucemas', 1929. Depósito del Museo del Prado en el Museo del Ejército

José Moreno Carbonero: 'Desembarco de Alhucemas', 1929. Depósito del Museo del Prado en el Museo del Ejército

Historia

Alhucemas, 1925: las claves del desembarco que ganó la guerra de (no contra) Marruecos

Se cumple un siglo de la operación que permitió a España someter a las cabilas rifeñas y culminar su dominio sobre el Protectorado tras más de quince años de penalidades.

Más información: De Salamina a Stalingrado: 25 siglos de las batallas que han forjado Europa

Publicada

“Un erial montañoso, estepario y abrupto, con áridas llanuras al este. Duro y agreste, hostil para los que le son ajenos. En un mismo verano se llegan a dar cambios de temperatura que van desde -1 hasta 50 ºC, con un sol abrasador durante el día y un frío intenso por la noche”. Tal infierno abría sus puertas en el norte de Marruecos.

Y aquel averno fue una sangría constante para los españoles durante el primer cuarto de la pasada centuria, con el Desastre de Annual (1921) como mayor símbolo de la humillación: “La ignominiosa derrota de España a manos de Abd el-Krim fue la mayor sufrida por una potencia europea en un conflicto colonial africano en el siglo XX”.

El primer entrecomillado pertenece a Adolfo Morales Trueba, oficial de Infantería de Marina y autor de El desembarco de Alhucemas. Cien años después del Día D de España (La Esfera de los Libros). El otro se halla en las páginas de Alhucemas 1925. El desembarco que decidió la Guerra de Marruecos (Desperta Ferro), del doctor en Historia Contemporánea Roberto Muñoz Bolaños.

Ambos libros analizan minuciosamente el desembarco de Alhucemas, la operación anfibia que hace justo un siglo permitió al Ejército español derrotar a las belicosas cabilas rifeñas, aquellos guerreros que tantos quebraderos de cabeza le estaban causando desde que en 1909 estallara la Guerra del Rif, más conocida como Guerra de Marruecos.

A estas dos publicaciones se ha unido la editorial Almuzara que presenta estos días 'El desembarco de Alhucemas' del historiador Juan José Primo Jurado que define este capítulo de nuestra historia como "una auténtica proeza militar".

El Protectorado de Marruecos

Para comprender esa contienda, retrocedamos a comienzos del siglo XX. Hasta entonces, Marruecos “era prácticamente el único territorio africano que no estaba ocupado por las potencias coloniales europeas”, apunta Adolfo Morales en El desembarco de Alhucemas. Sin embargo, la debilidad del sultán lo empujó en 1912 a firmar con Francia el Tratado de Fez, por el que se establecía el Protectorado de Marruecos.

A continuación, los franceses practicaron un particular reparto con los españoles: “Bastante más del 90 por ciento del territorio marroquí quedó bajo el control francés, singularmente la parte más tranquila, rica y desarrollada”, subraya Morales. España, mientras, hubo de conformarse con la franja costera del norte, “un territorio muy pequeño, menor que la provincia de Badajoz”, señala Roberto Muñoz Bolaños en Alhucemas 1925.

Al exiguo tamaño del Protectorado español de Marruecos se unían la áspera orografía del Rif -parte central y oriental del suelo asignado a España- y la belicosidad de unos pobladores que, si ya no acataban la autoridad del sultán de Fez, menos aún la de la potencia europea en cuyas manos depositaba el monarca alauí la defensa y el orden público de su territorio.

La incapacidad española para imponer su autoridad en el Protectorado, que tocó fondo en Annual, fue una de las causas del golpe de Estado del general Primo de Rivera en 1923. El dictador, en un principio dispuesto a abandonar Marruecos, recapacitaría tras asegurarse el apoyo que Francia hasta entonces le había regateado a España.

¿Qué hizo cambiar de postura a París? El ataque de Abd el-Krim a la zona francesa del Protectorado en la primavera de 1925. Al cruzar esa línea, el líder de la cabila de los Beni Urriaguel -que incluso había proclamado la República del Rif, eufórico tras sus victorias contra los españoles-, cometió un error cuyas consecuencias no fue capaz de prever.

La preparación del desembarco

A finales de julio de 1925, Primo de Rivera recibió en Ceuta al mariscal Pétain, principal valedor en el país vecino de la colaboración franco-española. Volverían a encontrarse a mediados de agosto en Algeciras, en una reunión a la que, entre otros, asistió el general Sanjurjo, entonces comandante general de Melilla.

El general Sanjurjo embarcando en una gasolinera rumbo al crucero Alfonso XIII hacia Alhucemas (Marruecos). Foto: Archivo General Militar de Madrid / Biblioteca Virtual de Defensa

El general Sanjurjo embarcando en una gasolinera rumbo al crucero "Alfonso XIII" hacia Alhucemas (Marruecos). Foto: Archivo General Militar de Madrid / Biblioteca Virtual de Defensa

El resultado de estos y otros encuentros bilaterales se plasmó en la aceptación por los franceses del “plan español de Gómez-Jordana [miembro del Directorio Militar del dictador] de llevar a cabo una operación anfibia sobre la bahía de Alhucemas, en la que el Ejército español llevaría el peso de la operación, mientras que los galos darían apoyo aeronaval”, explica Muñoz Bolaños.

A la bahía elegida se desplazaron en los primeros días de septiembre 109 buques procedentes de Ceuta -al mando del general Saro- y Melilla -con el general Fernández Pérez al frente-, que transportaban a unos 20.000 soldados, según Muñoz Bolaños. Antes de hacerse a la mar, la fuerza desconocía su destino, “pues, hasta que los buques no estuvieron navegando, sus mandos no abrieron los sobres cerrados que contenían las órdenes secretas”, precisa Adolfo Morales.

La meteorología modifica el plan

El desembarco estaba previsto para el 7 de septiembre, pero los barcos procedentes de Ceuta, que habían navegado de noche con las luces apagadas, se disgregaron por la niebla y las fuertes corrientes.

Este contratiempo retrasó su llegada a la bahía de Alhucemas “a las 11:00h, cuando ya era demasiado tarde para poner en marcha la operación, pues se carecía del efecto sorpresa”, añade Muñoz Bolaños. Así, Primo de Rivera, presente en la operación, ordenó que el Día D fuese el 8 de septiembre de 1925.

A las dos de la madrugada se comenzaron a disponer las barcazas que transportarían a los soldados a la costa, que no estarían listas hasta las once de la mañana. Entre los mandos de esas embarcaciones, un joven coronel Franco.

El retraso tuvo efectos afortunados, pues se cambió el lugar previsto de desembarco, la playa de la Cebadilla -donde había un campo de minas-, por la de Ixdain, peor defendida por las fuerzas de Abd el-Krim.

Mientras las tropas españolas desembarcaban, la artillería de los buques escupía fuego sobre las posiciones rifeñas y la aviación hacía lo propio: hasta 162 aparatos participaron en una operación anfibia desarrollada con éxito.

Toma de la capital de Abd el-Krim

Finalizado el desembarco, las tropas se encaminaron hacia Axdir, donde Abd el-Krim emplazaba su capital. El entonces coronel Goded escribió: “En mi columna formaban algunos oficiales que habían sufrido cautiverio en Axdir, entre ellos el teniente Civantos (…) que con ansia y yéndosele el corazón y el cuerpo tras la vista me señalaba desde la Rocosa la casa en que habían estado prisioneros”. El líder rifeño mantenía entonces cautivos a centenares de españoles.

Vista aérea del desembarco de Alhucemas (Marruecos). Foto: Archivo General Militar de Madrid / Biblioteca Virtual de Defensa

Vista aérea del desembarco de Alhucemas (Marruecos). Foto: Archivo General Militar de Madrid / Biblioteca Virtual de Defensa

Goded describe la venganza que sus tropas se cobraron: “Todo el día duró la razzia, viendo toda la columna con satisfacción legítima arder como enorme antorcha de nuestra victoria la casa del cruel y execrado cabecilla”.

Pese al éxito del desembarco de Alhucemas, se le dio a Abd el-Krim la oportunidad de negociar. Emisarios españoles y franceses se reunieron con él en Uxda en abril de 1926. Su negativa a liberar los prisioneros aún en su poder significaría la reanudación de las hostilidades.

Finalmente, el líder rifeño se entregaría a los franceses en mayo de ese año, y los españoles terminarían de pacificar su zona del protectorado en la primavera de 1927.

El éxito del desembarco de Alhucemas demostró la utilidad de la guerra anfibia, en tela de juicio tras el fracaso británico frente a los turcos en Galípoli en 1915, durante la Gran Guerra. Sin embargo, tanto Muñoz Bolaños como Morales concluyen que no hay pruebas de que inspirara al norteamericano Eisenhower para el desembarco de Normandía en 1944.

Morales admite que la operación española fue estudiada “en los centros de pensamiento del cuerpo de marines”. Sin embargo, “el diseño y ejecución del asalto a las playas de Normandía descansó sobre profesionales del Ejército de Tierra, que en aquella época no tenían una relación académica generalizada ni una comunicación transversal con los marines tan fluida e interrelacionada como en la actualidad”. Palabra de militar.