Detalle de 'Alegoría del emperador Carlos V como dominador del mundo',  de Rubens.

Detalle de 'Alegoría del emperador Carlos V como dominador del mundo', de Rubens. Residenzgalerie, Salzsburgo

Historia

Francisco de Vitoria, Erasmo de Rotterdam, Carlos V y el germen de los derechos humanos

José María Beneyto aborda en 'La conquista, el imperio y la paz' la relación que existió entre el teólogo y jurista, el humanista y el monarca a comienzos del siglo XVI.

20 septiembre, 2024 01:57

José María Beneyto (Valencia, 1956) ha trazado un triángulo entre Francisco de Vitoria, Erasmo de Rotterdam y Carlos V. En medio de los tres, de sus relaciones y distancias, ganan claridad las complejidades de las primeras décadas del siglo XVI, la época de la conquista de América, de la ruptura de la unidad cristiana y de la formación del imperio de los Austrias. Beneyto se ha fijado en el teólogo, escritor político y jurista Vitoria, en el príncipe de los humanistas Desiderio Erasmo y en el monarca de medio mundo.

La conquista, el imperio y la paz

José María Beneyto

Cátedra, 2024. 384 páginas. 23,50 

Evidentemente, los dos intelectuales actuaron en un plano muy diferente al del hombre de Estado, pero la comunicación entre los tres, que subraya el autor del libro, es en sí un hecho destacable, porque significa que el poder escuchaba entonces a los pensadores. En el centro del debate estaban cuestiones tan medulares y novedosas como por ejemplo la legitimidad moral y jurídica de la conquista o la consideración indios.

De la mano de estos nuevos desafíos que preocupaban a Carlos V -por eso les consultó-, Vitoria y Erasmo tomaron la pluma y alzaron su voz para tratar cuestiones de permanente relevancia: el origen del poder político y sus límites, la paz y el bien común como objetivos de cualquier forma de gobierno o la diversidad confesional. Detrás estaba la interpretación moderna de las ideas de Aristóteles y de Tomás de Aquino que se hacía en los círculos académicos.

"El libro de José María Beneyto acredita que el poder escuchaba entonces a los pensadores"

El autor desgrana las posturas de Vitoria y Erasmo sobre todo ello pero lo importante es que tanto el humanismo fiel al legado clásico practicado por el neerlandés como el renovado escolasticismo del catedrático de Salamanca confluyen en poner en primer plano la necesidad de dotar a la política de sentido moral y, sobre todo, concuerdan en primar la conciencia de los individuos frente a las arbitrariedad de todo poder, sea político o religioso.

Beneyto se vuelca en Francisco de Vitoria, fundador de la Escuela de Salamanca. Del dominico destaca dos líneas que traspasan sus clases y sus textos. La primera es la convicción de que el poder político pertenece a la comunidad de individuos y esta, como legítima poseedora de la soberanía, la delega en los gobernantes. Así cada pueblo se ha organizado, según su criterio colectivo y su religión. En consecuencia, no existe un derecho divino de monarquía universal, ni tampoco es válido considerar que la evangelización por si sola justifique el sometimiento de los no creyentes.

Evidentemente, tales tesis le acabaron enfrentando con Carlos V, aun cuando este siempre respetó sus posiciones y hasta llegó a convocar una conferencia en Valladolid en 1550 para que teólogos y juristas dirimiesen la legitimidad de la empresa americana.

Aquí podemos rastrear el germen de los derechos humanos contemporáneos. Entrelazada con esta, la otra línea del pensamiento vitoriano es la afirmación de que todo derecho positivo debe fundarse en los principios éticos del derecho natural. Así puso las bases de lo que hoy entendemos como derecho internacional, o derecho de gentes.

Vitoria creía que las leyes debían perseguir siempre el bien común y este consistía en la preservación de la libertad y la seguridad de los individuos y de las comunidades. Por eso la consecución de la paz tenía que ser el imperativo de las relaciones, junto con el respeto de la libre circulación, la libertad de tratos económicos e incluso de conciencia. Como dice Beneyto, Vitoria puede ser considerado el primer pensador de un mundo global.