'Fuenteovejuna'. Foto: Pablo Lorente

'Fuenteovejuna'. Foto: Pablo Lorente

Teatro

Una espectacular y asfixiante 'Fuenteovejuna' abre el Festival de Almagro

La bailaora Cristina Hoyos recibió el Premio Corral de Comedias en una noche marcada por el impactante estreno de la obra de Lope de Vega, dirigida por Rakel Camacho con la CNTC.

Más información: Cristina Hoyos, bailaora: “Todavía tengo en mi cuerpo ganas de bailar”

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Fue la noche de los cuerpos, de la voz y de las manos. De los versos, la poesía y del pueblo. De un grito ensordecedor: Todos a una. De un nombre propio: Cristina Hoyos. Era la primera vez que una bailaora se subía al Corral de Comedias de Almagro, y fue recibir el mayor reconocimiento del festival. Tras su paso por allí no quedó ni una mínima sospecha de que aquel era su sitio.

Ella misma creció en un corral, el Corral Trompero de Sevilla. Allí, con la música de la radio, dio sus primeros pasos. "En las raíces más duras", subrayó durante la entrega del premio el director escénico José Carlos Plaza, con quien la bailaora había trabajado en Yerma, Romancero gitano y Poema del cante jondo.

"En una España que ahora pretenden que olvidemos, pero que no vamos a olvidar que existió, en esa parte tan humilde, Cristina cogió toda esa fuerza popular, esa raíz del pueblo y la transformó a través del rigor, la disciplina y sobre todo la constancia. ¿Cuántas horas, me imagino, habrá bailado? ¿Cuántas horas de autobús?".

Hoyos es, sin duda, el ejemplo del trabajo y del esfuerzo. Pero también de ese duende, que decía Lorca, que tuvo y aún tiene, y que la llevó a bailar junto a Antonio Gades durante veinte años, a trabajar con Carlos Saura en su maravillosa trilogía flamenca –Bodas de sangre, Carmen y El amor brujo– y a fundar su propia compañía de danza.

"Nunca ha parado –recordaba Plaza ayer–. Llenó el mundo de emoción. Fue una gran actriz que conmovió al público. He visto cómo los franceses se enfebrecían con una Carmen, como ninguna intérprete, cantante o soprano logró hacer hasta entonces".

No lo gastó todo en su larga carrera, y ayer también fue el día para las emociones. Lo fue para la directora de Almagro, Irene Pardo, culpable de contagiarnos a todos de esa magia tan especial que desprende la bailaora, pero también para un público ante el que Hoyos, que alcanza ya 79 años, habló poco y bailó mucho. Ya lo decían por allí, su voz son sus manos. Piensa, dice ella misma, con sus brazos. "Me gustaría hacer alguna cosa más antes de retirarme del todo –contaba hace unos días a El Cultural-. Todavía puedo ponerme una bata de cola y mover los brazos. El baile lo tengo dentro. Esto está conmigo siempre".

Cristina Hoyos en Almagro. Foto: Pablo Lorente

Cristina Hoyos en Almagro. Foto: Pablo Lorente

Anoche dimos fe de sus palabras, al tiempo que se arrancaba a recitar unos versos que la bailaora había aprendido hace tiempo, cuyo autor o procedencia se desconocen: "Callarse los cantaores, / que enmudezcan las guitarras, / quédense las bailaoras / convertidas en estatua / y suenen las castañuelas / como en cajas destempladas / para acompasar el luto / que ha muerto Carmen Amaya".

Con el aire festivo de las palmas del público y los últimos pasos que la homenajeada se arrancó a dar, quedó inaugurada la 48ª edición del Festival de Almagro en una velada a la que aún le quedaban gratas sorpresas.

Fuenteovejuna, el poder del colectivo

Una escena de 'Fuenteovejuna'. Foto: Pablo Lorente

Una escena de 'Fuenteovejuna'. Foto: Pablo Lorente

La de anoche era también la noche de Fuenteovejuna de Lope de Vega, dirigido por Rakel Camacho y versionado por María Folguera, una dupla a la que este mismo año hemos podido ver también en la adaptación de El cuarto de atrás de Carmen Martín Gaite.

El primer montaje de la Compañía Nacional de Teatro Clásico con Laila Ripoll al frente bebe, como Cristina Hoyos, de la cultura popular. Escrita en 1619, Lope de Vega se inspiró en un hecho histórico ocurrido en 1476 para crear esta historia de resistencia colectiva: la revuelta de un pueblo oprimido contra la tiranía del comendador Fernán Gómez.

Como era de esperar, la propuesta de Camacho, a la que hemos visto últimamente en la dirección de Las amargas lágrimas de Petra von Kant en Nave 10 Matadero, destacó por una espectacular puesta en escena muy estimulante –fantásticos la escenografía de Mónica Borromello y el vestuario de Rosa M. García Andújar-, que pone el acento en la violencia y en la cultura popular.

Sobre el escenario varios cencerros, pieles, un cuerno gigante, estacas afiladas y cadenas construyen un ambiente asfixiante que apela a nuestros más primitivos instintos al tiempo que ‘cobija’ a 19 valientes intérpretes entre quienes destacan Chani Martín en la piel del Comendador, y unos maravillosos Cristina Marín-Miró como Laurencia y Alberto Velasco, como Mengo.

Todos cantan, bailan y actúan. El Fuenteovejuna de Camacho suena a canciones regionales, con bailes de jotas o incluso aurresku, y ese es uno de sus puntos fuertes. El pueblo auténtico contra el poder. Sin embargo, la fuerza musical es tal que parece, a veces, que arrolla con las escenas más textuales.

Entre el terror y el deseo de venganza, entre sangre, mucha sangre, la obra conecta con nuestro presente más inmediato y nos recuerda que una vez que la violencia empieza es difícil detenerla. ¿Y después? "Fuenteovejuna lo hizo" se defienden los personajes. De lo que no cabe dudas es que nunca antes habíamos visto la obra de Lope de Vega de este modo y eso siempre es un soplo de aire fresco en este verano de altas temperaturas.