Jimmy Castro, Jesús Noguero e Israel Elejalde en un momento del ensayo de 'La Patética'. Foto: Bárbara Sánchez Palomero

Jimmy Castro, Jesús Noguero e Israel Elejalde en un momento del ensayo de 'La Patética'. Foto: Bárbara Sánchez Palomero

Teatro

'La Patética', el viaje existencial de Miguel del Arco que suena a Chaikovski

El dramaturgo y regista estrena en el Teatro Valle-Inclán esta obra protagonizada por un director de orquesta que se muere y que busca la eternidad con su legado artístico.

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Chaikovski fallecía pocos días después de estrenar su Sinfonía nº6, concebida con intención autobiográfica. Fue su hermano el que le puso el nombre de Patética, por su gran carga pasional y emotiva, una acepción algo alejada de la mayoritaria que se le da hoy en castellano al adjetivo, como algo penoso o lamentable.

Bajo este doble juego, entre lo cómico y lo conmovedor, lo ridículo y lo sublime, Miguel del Arco (Madrid, 1965) estrena el 30 de abril en el Teatro Valle-Inclán su última y esperada obra, La Patética, una pieza que responde a un momento vital en la trayectoria de su autor y que empezó a fraguarse tras la pandemia y el final del Teatro Kamikaze como iniciativa dentro del Pavón.

Aquello fue “otra forma de morir. Era el cierre de un proyecto artístico muy importante en mi vida”, recuerda Del Arco a El Cultural. Un final que se juntó, además, con la muerte de su padre. Atravesado por aquellos dos tipos de duelo empezó a leer Morir, de Arthur Schnitzler –en la que su obra se inspira muy libremente–. “Fue una lectura que hice por el camino y que iluminó una vía. Sin embargo, aquella historia era oscurísima y yo no tenía ganas de revisar la muerte desde un sitio tan terrible, porque acabábamos de salir, precisamente, de esa oscuridad”.

En La Patética el dramaturgo y regista cuenta la historia de Pedro Berriel (Israel Elejalde), un director de orquesta de 53 años en fase terminal por una enfermedad que, empeñado en dejar una obra artística que le continúe, se encuentra inmerso en la grabación de la famosa sinfonía del músico ruso (Jesús Noguero), presente también en escena bajo una especie de loco delirio.

“Ese es su legado, dejar un disco de una obra que ha sido revisada una y otra vez por otros directores. Es como nuestro Hamlet o como La vida es sueño”. Este diálogo con nuestros clásicos conforma una enorme parte de lo que es La Patética. “Es una complicidad que todos buscamos con los grandes genios que nos han precedido, la gente a la que admiramos profundamente, algo que nos conecta con la eternidad”.

En todo ello, hay, por tanto, un intento “patético”, de no desaparecer, de compartir “cómo asimilamos nuestra propia extinción y una necesidad de perdurar en la memoria”.

En ese sentido, “para Chaikovski la obra de arte es la única muestra de resistencia fren-te a la muerte, o lo que él llamaba el monstruo de la nariz aplastada”, comparte Del Arco.

En medio de un estudio de música, de una cámara anecoica con las paredes acolchadas, la obra oscila entre los intentos de perdurar y de buscar un significado a la existencia del ser humano. Los personajes están en “una de esas salas donde el silencio es absoluto y dentro uno aguanta poco, porque se oye hasta su propio corazón o flujo sanguíneo y todo se vuelve insoportable”.

De fondo, la Sinfonía nº6 está muy presente. “En sus cuatro movimientos reúne todo. El tercero es asombroso por la vitalidad que desprende justo antes de emprender el cuarto, que es donde Chaikovski reinventa la composición sinfónica al terminarla, por primera vez, con un adagio lamentoso”, señala el director.

"Es terrible que, al mismo tiempo que Rusia exaltaba al compositor se le negara absolutamente su identidad". Miguel del Arco

A pesar de haber sido terminada poco antes de la muerte del músico, “realmente se oye el gusto por la vida, un poder vital asombroso y un lamento gigantesco. Es decir, está todo de una manera tan bestia y con unos contrastes tan asombrosos que es un poco donde hemos querido estar también en la obra”. Viajar de la gran emoción a las carcajadas pasando por lo completamente absurdo.

“En el momento en que un director de orquesta del siglo XXI habla tranquilamente con Chaikovski, evidentemente el tono es el que es. Pero es también un tono complicado porque no deja de ser una comedia y Pedro es un protagonista trágico, un hombre que se muere”, explica sobre esta historia que define como “un viaje enajenado” en el que hay pocas certezas. “Tan pronto estamos en Moscú o en Italia, como en el barrio donde creció, cuando tenía 17 años y estaba con sus colegas. Ese momento en el que vuelves al inicio, a lo que te configuró, donde toda la vida se alzaba delante”.

Los paralelismos entre ficción y realidad son evidentes. Casado con Jon (Jimmy Castro), Pedro es “una personalidad de la cultura que tiene una vida pública en la que le resulta muy incómodo tener que justificar su condición sexual en cada acto. Como si coger de la mano a alguien por la calle no fuera un acto de amor, sino político”.

Sus personajes se plantean si, como personas públicas, deberían demostrar su compromiso para mejorar la sociedad. “Es muy cansino tener que estar en esa lucha permanente, pero hay que seguir avanzando porque ¿estamos en el sitio donde deberíamos estar? Evidentemente, no. Pero es una etiqueta que parece que disminuye tu consideración artística. Pedro no quiere que se le reconozca como un director de orquesta homosexual porque, para algunos, eso lo convierte en una cuota, lo que va en detenimiento de su valía artística”.

En esa contradicción se mueve este personaje que recuerda al propio Chaikovski. Del Arco lo rememora. “Es terrorífico que al mismo tiempo que en Rusia exaltaban la figura del compositor, cuya homosexualidad es la base de la tristeza que le acompañó a lo largo de su vida por no haber sido capaz, como dijo, ‘de haber experimentado la dicha plena del amor’, ese aspecto de su vida fuera borrado".

"Hay una perversión -continúa- en que su música aparezca como un himno ruso y que, al mismo tiempo, se niegue absolutamente su identidad. Y es terrible porque, con todo, Chaikovski vivió mejor que cualquier homosexual hoy en Rusia”.

La obra, no obstante, reconoce el director , “tiene mucho que ver conmigo”. “Evidentemente no es una autoficción, simplemente son cosas que me interpelan”. Algo que siempre busca en sus textos: “Jauría lo hacía desde una profunda conmoción, como ciudadano, por la violencia sobre las mujeres. Aquí hablo más bien de proyectos y desarrollos creativos, de vida y muerte. Este año voy a cumplir 60 tacos, y de repente me pregunto: ¿cómo he llegado aquí?”.