Clara Cabrera y  María Álvarez,  en 'Nuestros muertos'. Foto: Javier Naval

Clara Cabrera y María Álvarez, en 'Nuestros muertos'. Foto: Javier Naval

Teatro

España, vista a través del dolor provocado por ETA

La compañía Micomicón lleva a la sala Cuarta Pared el diálogo entre una madre y el asesino arrepentido de su hijo en el que se abordan cuestiones espinosas como el perdón, la traición o el olvido.

18 enero, 2024 01:45

Una mujer octogenaria acepta tener una entrevista con el preso de ETA arrepentido que mató a su hijo... Es el doloroso argumento de Nuestros muertos, que Mariano Llorente ya abordó (aunque de manera distinta) en el texto teatral Nadie canta en ningún sitio (en torno a los asesinatos de Miguel Ángel Blanco y José Luis López de Lacalle, entre otros) y sobre el que ahora vuelve, este jueves, a la sala Cuarta Pared, con escenografía de Laila Ripoll, producción de la compañía Micomicón e interpretaciones de María Álvarez, Carlos Jiménez-Alfaro, Clara Cabrera y Javier Díaz.

Llorente construye un diálogo a cuatro voces entre víctimas y verdugos, entre la posibilidad de perdón y la traición, entre dos fuerzas que han marcado profundamente la historia reciente de nuestro país.

“El teatro es un lugar de encuentro donde a poco buen teatro que haya habrá desencuentros o, al menos, debate y confrontación. No me siento valiente habiendo hecho este espectáculo. He realizado lo que necesitaba hacer”, reconoce a El Cultural Llorente, galardonado junto a Ripoll con el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2015.

“No me siento valiente habiendo hecho este espectáculo. He realizado lo que necesitaba hacer”. Mariano Llorente

Nos encontramos la sala de una cárcel absolutamente aséptica, teñida de gris. Vemos el suelo, una mesa, sillas... En el vestuario también dominan los grises. Todo es gris: el preso, su relato... Todo menos el personaje de la anciana, que se presenta luminosa, beige. Algo sugiere soledad, es el lugar más aislado del mundo, flota en el espacio...

La puesta en escena de Nuestros muertos se define por su gran sencillez: “Son dos personas hablando con una enorme tensión y una concentración extraordinarias –añade el director y autor–. Existe una poética que viene del recuerdo de los personajes, de sus vivencias, que se hace corpóreo en las presencias de los dos jóvenes actores”. La ‘mujer beige’ ha sido víctima de dos violencias, la franquista (su marido) y la de ETA (su hijo).

En este sentido, dice Llorente: “Ha habido personas que han sido víctimas de las dos violencias. España ha estado castigada por el franquismo y por ETA desde hace ya más de 80 años. Naturalmente que hay más horrores, más atrocidades, pero la represión franquista impuesta desde el Estado y la violencia terrorista, sumadas, hacen de España un lugar muy castigado. Cabría preguntarse si ETA hubiera existido sin el franquismo. Que nadie me recuerde que buena parte del tiempo de ETA y la mayoría de sus crímenes ocurrieron después de muerto Franco y ya en período de democracia. Lo sé, pero eso no invalida la pregunta”. No hay nada didáctico en Nuestros muertos.

Llorente y Ripoll se han visto sorprendidos por el poder de la anciana desde los ensayos: “No porque tenga una autoridad moral incuestionable, que la tiene, sino porque habla, pregunta, argumenta, inquiere, ironiza, escucha y acusa desde un lugar que yo desconozco. Habla desde un sitio que a mí me resulta inalcanzable. Nadie que vea el espectáculo puede salir frivolizando”.