Image: Cambiar el teatro para cambiar la realidad

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Teatro

Cambiar el teatro para cambiar la realidad

23 marzo, 2018 01:00

Fiesta, fiesta, fiesta, de Lucía Miranda

En España coge ritmo el teatro comunitario, aplicado, inclusivo... Diversas formas de estar en la escena con vocación de transformar la sociedad. Hablamos con una de sus pioneras, Paloma Pedrero, que estrena en el Festival Ellas Crean Una guarida con luz. También con Pepa Gamboa, que revolucionó las tablas con sus gitanas de El Vacie, con Sánchez-Cabezudo, fundador de Kubik en Usera, con Lucía Miranda, impulsora de The Cross Border Project... Con este debate celebramos el Día Mundial del Teatro.

Se acuerda todavía Pepa Gamboa de cuando la llamaron del Financial Times para entrevistarla por el montaje que hizo de La casa de Bernarda Alba con las gitanas de El Vacie, el barrio chabolista sevillano. "Yo alucinaba", dice a El Cultural. Todo empezó con un encargo de la compañía Atalaya. Le plantearon a Gamboa darles un taller de interpretación pero ella afinó el plan. "No tenía sentido que vinieran al teatro a escuchar unas charlas después de levantarse a las seis de la mañana para recoger chatarra y ocuparse de todas las tareas domésticas. Así que les dije que yo quería hacer una obra con ellas". Primero hubo cierto escepticismo: si las gitanas no sabían ni leer ni escribir, ¿cómo iban a interiorizar la palabra lorquiana? Ni siquiera dominaban las claves flamencas porque su origen es portugués. Pero al final Gamboa impuso su iniciativa, y cuajó. Su versión de La casa de Bernarda Alba encantó a los herederos de del poeta (Laura, su sobrina nieta, le confesó que era la mejor que había visto en su vida), subió a escenarios históricos como el del Teatro Español y periódicos internacionales como el Financial Times se hicieron eco del fenómeno.

Fue el hito más sonado en España de lo que se ha dado en llamar teatro comunitario o aplicado, cuyo objetivo es visibilizar conflictos sociales y propiciar la integración de colectivos marginados. Aquí, antes incluso de que fuera bautizado, Paloma Pedrero ya lo practicaba. Su ONG Caídos del cielo es un referente en este terreno. La fundó para dar continuidad a iniciativas puntuales en las que se había embarcado con otras organizaciones. "Son personas en situaciones límite que, por momentos, te ponen a ti en situaciones límite. Pero necesito estar con ellos, volver todas las semanas, que sepan que no les voy a abandonar. Hacer teatro con personas desamparadas es esencial para mí, le da un sentido a mi existencia". La directora y dramaturga madrileña (la más representada en España) estrena este viernes en Conde Duque, dentro del Festival Ellas Crean, Una guarida con luz, obra que nace de una experiencia cercana a la muerte en un servicio de reanimación hospitalario. "Tenía la obligación de transmitirla a otros. Aprendí que cuando estás a punto de morir tu cerebro, tu alma, como quieras llamarlo, se pone alerta para protegerte y darte amor. La muerte no es lo que me habían contado. Puede ser un amanecer".

"No trabajé con las gitanas por buenismo. Lo primero era defender a Lorca con exigencia". Pepa Gamboa

Pedrero cuenta de nuevo con refugiados e inmigrantes en el elenco, aparte de profesionales tan reputados como el compositor Jorge Fernández Guerra y la coreógrafa Teresa Nieto. Ética y estética se confabulan. El empeño filantrópico no está reñido con la ambición artística. Es un prejuicio que todos los implicados en este tipo de teatro niegan radicalmente. "Yo nunca me planteé un dilema entre ambos fines", zanja Gamboa, que tras La casa de Bernarda Alba montó Fuenteovejuna con sus ‘bernardas'. "A mí las gitanas me preguntaron al principio si iba a ir a sus chabolas para documentarme. Les dije que no, que no iba hacer turismo de miseria, que nosotras teníamos un trabajo artístico que hacer y que, si algún día nos hacíamos amigas, yo iría a su casa y ellas vendrían a la mía. No me movía el buenismo, lo primero era defender el texto de Lorca con la máxima exigencia".

Una guarida con luz, de Paloma Pedrero

Cárceles y banlieues

En Europa hay algunos gurús del teatro comunitario. En París está la compañía Théâtre de l'Opprimé, fundada en 1979. Desde 1998 la dirige el infatigable Rui Frati. Su troupe se remanga en las cárceles y en las banlieues más conflictivas de la capital francesa. Caso aparte es el italiano Pippo Delbono, un artista mimetizado con un grupo de colaboradores compuesto por vagabundos, refugiados, enfermos mentales... Con ellos se mueve por los grandes festivales europeos, con su talante anárquico y libertario.

Delbono ha habitado los infiernos de donde proceden sus cómplices: psiquiátricos, las calles más oscuras y hediondas de las grandes ciudades, los campos de refugiados... Y de ahí brota su grito poético de rabia, tan pasoliniano en su autenticidad radical. El último que ha proferido lo vimos en el Festival de Almada. En su Vangelo un refugiado afgano narraba en el patio de butacas su traumático éxodo a Europa, jalonado por la muerte de amigos y familiares. Lo de Delbono es más bien una lucha personal, instintiva y espiritual. Nada que ver con las afianzadas estructuras inglesas, donde muchas salas tienen su propio departamento de teatro comunitario para fomentar el arraigo en sus barrios.

"En Kubik hicimos desde un pequeño teatro privado lo que deberían hacer los públicos". Sánchez-Cabezudo

Esa línea más profesional es la que trabaja en nuestro país Lucía Miranda. Esta dramaturga y directora vallisoletana estudió Humanidades en la Carlos III de Getafe. Uno de sus docentes, Domingo Ortega, también profesor en la RESAD, fue quien le inculcó el deseo de combinar teatro y educación. Para consumar la convergencia se formó luego en la Universidad de Nueva York con una beca Fullbright. Y desde que regresó a España su caballo de batalla es intentar clarificar a las instituciones en qué consiste exactamente eso del teatro aplicado a fin de ganárselas para la causa. "Al llegar, me encontré con que casi nadie sabía lo que era. Hay un máster en Barcelona y otro en Valencia. En Madrid es totalmente desconocido, igual que en Valladolid", explica al teléfono desde Brasil. Estos últimos días ha estado concentrada en uno de los barrios más duros de São Paulo, siempre con el teatro como vía de transformación social, algo que también ha hecho en Bolivia, Ecuador, Senegal, Etiopía, Filipinas… Aquí ha fundado la The Cross Border Project, compañía con las que está intentando "aplicar todas las metodologías que me traje de Nueva York en la mochila". El resultado de su último experimento se podrá ver en el Teatro Español del 18 al 22 de abril. Bajo el título de Fiesta, fiesta, fiesta, muestra las historias ‘absorbidas' durante su inmersión en un instituto de secundaria en la primavera de 2016. Entrevistó a alumnos, profesores, padres... El 95% por ciento del texto resultante es transcripción directa de esas conversaciones, siguiendo el patrón del verbatim, género dramatúrgico que predica tal literalidad. La realidad ni se edulcora, ni se exagera, ni se estiliza. Se refleja. Afloran escenas muy duras, propias de la convulsa -y confusa- adolescencia, por lo que guarda el anonimato del centro.

Miranda elaboró Nora, 1959, su peculiar visión de la protagonista de Casa de muñecas en la Kubik, la sala que, desde Usera, abanderó el trasvase de la actividad teatral del centro de Madrid a la periferia. Su fundador, Fernando Sánchez-Cabezudo, se inspiró mucho en la escena alternativa británica y argentina. Germinó la confianza con la gente del barrio poco a poco: "Fue un proceso muy progresivo. Primero fuimos conociendo a los parroquianos del bar de al lado, luego a los fontaneros y carpinteros que venían a hacernos trabajos, luego también contactamos con las asociaciones de vecinos...".

Fuenteovejuna, de Pepa Gamboa

El tópico del hermetismo chino

Sus logros en los seis años que estuvo abierta, de 2010 a 2016, fueron notables, a pesar del laberinto burocrático con el que tuvieron que lidiar. "La gente al final tenía un sentimiento de orgullo por la sala. La empezaron a considerar como algo propio. Y les dio pena cuando tuvimos que cerrar por los enredos con las licencias. Fue muy emocionante ver también todo el barrio inundado con los carteles de Historias de Usera cuando se estrenó en Matadero, ya con la sala cerrada". Sánchez-Cabezudo y su equipo consiguieron rizar el rizo en materia de integración. Desde Kubik crearon muchos lazos con la comunidad china, tan numerosa en Usera. Él, de hecho, se ocupó de la dirección artística de las celebraciones del Año Nuevo Chino, expandiendo su espíritu festivo al resto del vecindario. "Aquello nos demostró que lo de su hermetismo es un tópico. Lo que pasa es que hay que dar el paso, promover el acercamiento. Es algo que debería hacerse desde las instituciones públicas. Nosotros lo hicimos desde un pequeño teatro privado y eso es sólo sostenible por un tiempo", apunta Sánchez-Cabezudo. Su discurso alcanza mayor relieve al pensar en los recientes disturbios de Lavapiés.

"Alguien que vive en la calle o huye de la guerra necesita un espacio donde expresarse y rehacerse". Paloma Pedrero

Lo cierto es que el teatro aplicado, comunitario, inclusivo va cogiendo ritmo en España. La Abadía acaba de anunciar el ciclo Partir/Venir/Quedarse. Incluye montajes como Kalimat, donde Helena Tornero presenta los testimonios de refugiados recabados en el campo Nea Kevala, al norte de Grecia. Hay que recordar también la perseverancia de Blanca Marsillach, quien, apoyada por la Fundación Repsol, dirigió a actores discapacitados en una nueva adaptación de la obra de su padre Yo me bajo en la próxima, ¿y usted? La compañía Palmyra de David Ojeda y Sara Akkad ha cristalizado producciones como Mi piedra Rosetta, del Premio Nacional de Literatura Dramática José Ramón Fernández. "Aprendí mucho poniéndome en el lugar de Christian [sordo] y Tomi [en silla de ruedas]. De las dificultades que pasan porque a menudo ni se nos ocurre pensar en ellos, en la anchura de una puerta, en un escalón, en un cartel…", recuerda Fernández. "Creo que crecí como persona, que miro al mundo de otro modo".

Los efectos beneficiosos del teatro son múltiples. Paloma Pedrero destaca uno: recuperar la alegría. "Las políticas de integración les ayudan con lo material. Les dan cursos con los que puedan buscarse los garbanzos. Pero estas personas que están en la calle o vienen huyendo de guerras lo primero que necesitan es un espacio donde puedan rehacerse y expresarse libremente". Pepa Gamboa enuncia unos cuantos: "Las gitanas ganaron un dinerillo, viajaron y se sintieron valoradas". Pero le da especial importancia a uno concreto: "Por fin les dejaron entrar en el Carrefour". No está mal.

@albertoojeda77