El acoso infantil, la guerra, el exilio, el poder, los prejuicios identitarios, el oficio mismo del teatro y los traumas del terrorismo son algunos de los temas del variado repertorio del XI Premio Valle-Inclán de Teatro, que se falla este lunes, 27, coincidiendo con el Día Mundial del Teatro y en el que encontramos textos clásicos y contemporáneos (los más). Recorremos la excelencia de estos doce finalistas, entre autores, actores y directores, que optan, con trabajos procedentes de la escena madrileña, al premio concedido por El Cultural de El Mundo y patrocinado por la Fundación Coca-Cola. Un jurado presidido por el jurista y dramaturgo Antonio Garrigues Walker elegirá, mediante el método Goncourt, al ganador de los 50.000 euros y la escultura de Víctor Ochoa con que está dotado el galardón. Todos se lo merecen.

Alfredo Sanzol. Autor y director. La respiración





Es un hombre de teatro hasta la médula. Lo demuestra la vertiente biográfica de su obra, que nos viene conmoviendo en los últimos años. En La calma mágica arregló las cuentas pendientes con su padre, que acababa de morir. Quedaban cosas por decirle y utilizó el teatro para desahorgarse. Similar ejercicio realizó en La respiración. Sólo que esta vez el dolor provenía de la ruptura con su pareja. Otra vez el teatro fue el espacio que le permitió recomponerse y entenderse. Aliviarse a través del humor y la ternura. Porque lo bueno de Sanzol es que sus cuitas no se las carga al espectador ni le anega con un llanto quejoso. Su veta de comicidad surrealista redime y eleva sus espectáculos hasta la categoría de cantos vitales, profundamente humanos. "Es una obra sobre la soledad, pero no solamente. También habla de la aceptación de la soledad como algo elegido, no como una situación necesariamente negativa", explica el autor y director navarro. Con su teatro ofrece una salida: "Mis comedias dicen: mira, la realidad es así, pero también puede ser de otra manera. No pienses que estás atrapado por la realidad. Nosotros podemos cambiarla". Agradecemos que comparta su esperanza.




Mario Gas. Director. Incendios





Mario Gas tenía muy complicado salir airoso del envite que le planteó la productora Pilar de Izaguirre. Nada menos que montar Incendios. Nadie cuestiona, claro, que Gas es uno de los tótems de nuestro teatro y que le avalan una larga lista de montajes memorables. Pero es que el reto consistía en levantar una obra que su propio autor, Wajdi Mouawad, había estrenado en el Teatro Español hacía muy poco tiempo y que había causado una conmoción mayúscula en el público madrileño. Al veterano director, sin embargo, no le tembló el pulso en La Abadía. Se dejó llevar por su instinto y buscó su propia verdad. "Es un texto muy abierto y ofrece muchos caminos", explica. Evitó Gas buscar atajos e incurrir en sensiblerías, consciente de que una obra como Incendios se presta a trucos y efectismos emocionales. "Muchas veces confundimos el dramatismo profundo, hondo y exacto con el melodramatismo lacrimógeno", denuncia. Gas, apoyado en un mágnifico reparto con Nuria Espert al frente (enorme desdoblándose en dos papeles), consiguió detonar de nuevo "una tragedia contemporánea que nos adentra en los orígenes del horror y el amor, y que entra por vía intravenosa en el espectador".




María Adánez. Actriz. El pequeño poni





La precisión y creíble interpretación de María Adánez en El pequeño Poni, de Paco Bezerra, fue uno de los principales activos del éxito de la obra en el Teatro Bellas Artes. Confirmó con su papel de Irene su versatilidad tanto en el formato como en el registro de sus interpretaciones. No era fácil este cara a cara con Roberto Enríquez (Jaime). Tampoco el tema, una dura indagación sobre el acoso escolar tan desgraciadamente de actualidad en nuestras sociedades. "La obra ha significado meterme por primera vez en un personaje dramático sin ningún tipo de artificio ni fisuras", declara la actriz a El Cultural. "Es mi trabajo más adulto, honesto y comprometido". El texto de Bezerra, "brillante, incisivo y rotundo", según Adánez, trata con elegancia y sensibilidad un tema muy doloroso tanto para las víctimas como para sus familiares. "Al contrario que Irene -explica-, no soy madre ni he sufrido acoso escolar a mi alrededor pero el miedo es universal. Creo que el éxito de la obra se debe a la valentía de tratar esta problemática con tanta precisión y sin tabúes. Siento que en la actualidad no utilizamos las tablas para hablar de nuestros conflictos, como hacía Arthur Miller o Tennessee Williams".




José Sacristán. Actor. Muñeca de porcelana





El baqueteado linaje de los cómicos españoles tiene en José Sacristán su último gran clásico, su último gran maestro, por fin reivindicado como merece su carrera caudalosa, ecléctica y plena de hitos interpretativos. A los que hay sumar su papel del magnate Mickey Ross, que defiende su emporio con uñas, dientes y billetes que inyecta en las cuentas de políticos venales. "Muñeca de porcelana es una colonoscopia que le hace David Mamet al poder. Le mete por el culo una sonda y nos muestra su lado más siniestro, más grotesco y más miserable", explica (muy gráficamente) Sacristán, que tomaba el testigo de nada menos que Al Pacino. La estrella hollywoodense acababa de protagonizar la pieza de Mamet en Broadway, sin que la crítica le otorgase su bendición: le afeaban una actitud demasiado "titubeante" sobre las tablas. Sacristán, en cambio, volvió a darnos en el Teatro Español otra lección de encarnadura orgánica y creíble de un personaje ‘de riesgo', obligado a desplegar diálogos a velocidad de vértigo y a traslucir su podredumbre moral sin caer en el trazo grueso. "Es un ejercicio magnífico para un actor, que refleja el proceso de decadencia de Ross en mitad de una jauría humana, donde lo único que rige es la ley del más fuerte".




Ernesto Caballero. Director. El laberinto mágico





Salimos con el corazón encogido y con España atravesada en la garganta después de ver esta versión de El laberinto mágico. La última escena, con los republicanos en el puerto de Alicante esperando un barco que nunca llegará, fue el cierre de un portentoso retrato de nuestra guerra incivil. Pura frescura y verdad que mana de las seis novelas de Max Aub. José Ramón Fernández consiguió sustanciarla en su adaptación y Ernesto Caballero la presentó en una puesta en escena moderna (con ecos jazzísticos en directo) y fragmentaria, a modo de un collage impresionista de imágenes poderosas, tiernas, furiosas, bellas y trágicas. "Max Aub refleja muy bien el ambiente de tres escenarios importantes de la guerra: Madrid, Barcelona y Valencia. Este ciclo es un gran ejemplo del teatro español encriptado en la narrativa, como El Quijote o La Celestina", explica Caballero. Todo el proyecto lo armó en el Laboratorio Rivas Cherif del Centro Dramático Nacional, institución que bajo su mandato se ha propuesto restituir autores orillados y articular un relato de los dos últimos siglos de España a través del teatro. Su recorrido ha sido coherente y revelador: los montajes Doña Perfecta (Galdós) y Montenegro (Valle-Inclán) evidenciaron los precedentes que condujeron al cainismo del 36.




Maribel Verdú. Actriz. Invencible





Maribel Verdú vuelve a las nominaciones del Premio Valle-Inclán (optó por Un dios salvaje en 2009) con esta divertida y profunda peripecia sobre los iconos de la lucha de clases escrita por el dramaturgo británico Torben Betts. En Invencible, dirigida por Daniel Veronese, la actriz descubre al espectador el mejor teatro interpretando a Emilia en una historia en la que una pareja con un estatus social y cultural elevado se ve obligada a cambiarse a un barrio más humilde de la periferia debido a la crisis. La relación con sus nuevos vecinos desatará una serie de complejas situaciones en las que, en palabras de Veronese, no sabremos de parte de quién ponernos. El montaje, con traducción de Jordi Galcerán, traslada la acción a nuestra sociedad. Por eso, ya sea como víctima o como verdugo, cualquiera puede sentirse identificado con lo que se plantea sobre las tablas. Maribel Verdú, arropada por las interpretaciones de Jorge Bosch (Julio), Pilar Castro (Laura) y Jorge Calvo (Pablo), debutó en el teatro en 1986 y desde entonces ha formado parte del elenco de obras como Después de la lluvia, de Sergi Belbel, Te quiero muñeca, de Ernesto Caballero, la mencionada Un dios salvaje, de Yasmina Reza, y Los hijos de Kennedy, de José María Pou.




José Luis Arellano. Director. La Odisea





El Proyecto Homero de la Joven Compañía ha sido una de las ofertas teatrales más ambiciosas de 2016. Al frente de ella, e integrada por la Ilíada y la Odisea, estuvo José Luis Arellano en una iniciativa con muy pocos precedentes en nuestra escena. Se representó en el Teatro Conde Duque y recoge las dos grandes epopeyas griegas, los dos poemas épicos de Homero, para hablarnos de los eternos temas del hombre. Arellano opta al XI Premio Valle-Inclán por su trabajo en la Odisea, que se representó con la versión de Alberto Conejero y que muestra la capacidad inagotable del texto para arrojar nueva luz en cada época. Arellano busca entre sus versos nuevos cíclopes, nuevas sirenas, para construir un montaje que se convierte en una celebración de la aventura de estar vivos, en una invitación a descubrir y descubrirnos. Ulises ha de sortear los fantasmas que le hablan de gestas de un pasado sangriento y Telémaco ha de emprender el viaje sin reparar en la incertidumbre... El director y su puesta en escena parece decirnos que si enfrentamos nuestros fantasmas, los del pasado y los del futuro, viviremos plenos de presente porque es el único lugar en el que estamos vivos. Arellano nos mostró una idea de Europa que en estos momentos está en peligro.




Israel Elejalde. Actor. Hamlet





Era un reto difícil. Israel Elejalde y Miguel del Arco revolucionaron en el Teatro de la Comedia el clásico de Shakespeare dotándolo de una fuerza insólita y de un carácter pocas veces visto sobre un escenario. Elejalde se dejó literalmente la piel en el personaje y se fue con él al límite de la percepción, atrapando al espectador desde el minuto uno de la función (producida por la CNTC). El actor, cumbre en El misántropo y La clausura del amor (trabajo por el que también fue nominado en la pasada edición del Valle-Inclán), se mueve hipnotizado por una escenografía vertiginosa, casi cinematográfica, capaz de desvelar amplios espacios mentales, a mitad de camino entre el sueño y la vigilia, la vida y la muerte, la noche y el día... Hamlet es, en el interior del actor, un ser completo en lo incompleto. Lo es todo para no ser nada. Alejado de una línea narrativa realista, Hamlet -¿o es Elejalde?- se desgarra entre su tragedia personal y la conspiración que le rodea. Su existencialismo, su tristeza y su melancolía son las del ser humano y su existencialismo, una exhibición de profundidad. "Hamlet tiene rasgos de psicópata, sí, pero como decía T. S. Eliot, en él hay menos de locura que de fingimiento", afirma Elejalde.




Sergio Peris-Mencheta. Director. La cocina





Pasará mucho tiempo hasta que veamos un desafío tan descarado, audaz y contudente contra la reducción del teatro a su vertiente microaustera como la de La cocina, del ‘airado' Arnold Wesker. Peris-Mencheta movilizó a 26 actores en un escenario de 360° en el Valle-Inclán. Encarnaban el personal (pinches, reposteros, chefs, camareros...) de un restaurante londinense en los los 50. En muchos pasajes coincidían todos. El guirigay de cacerolas entrechocando y gritos de comandas en acentos de todos los rincones de Europa fue brutal. Un caos atronador milimétricamente coreografíado por Chevy Muraday. Toda una experiencia escénica con un trasfondo socioeconómico con significativas ramificaciones hasta la actualidad: en mitad del trajín una radio anuncia la noticia de que varias países europeos, entre ellos Grecia, acaban de condonar la deuda alemana. En la cocina, sin embargo, griegos y alemanes forman dos bandos antagónicos. Los recelos identitarios afloran. El conflicto les hace perder de vista que no son más que carne de cañón. "Se creen privilegiados porque tiene un trabajo en tiempos difíciles pero en cuanto comienzan a pensar comprueban que se han quedado muy lejos de sus sueños", sentencia Peris-Mencheta.




Pedro Casablanc. Actor. Yo, Feuerbach





Pedro Casablanc, actor en una racha pletórica, desplegó una paleta de matices y colores casi infinita en Yo, Feuerbach, que estrenó en La Abadía, el teatro donde se formó. La obra de Tankred Dorst, sustanciada en la adaptación de Jordi Casanovas, la dirigió Antonio Simón, que contó con un ínterprete en estado de gracia en los últimos años. De ahí que no pare de trabajar, en cine, teatro y televisión. Entre la arrogancia y la vulnerabilidad, Casablanc hizo escala en una amplia gama de actitudes para dar vida a un actor que ha entrado en barrena y que lamenta que su amor por el teatro ya no sea correspondido. Encarnar a un colega le permitió a Casablanc crear un lazo de identidad extremo: "Esto de actuar es una vocación que, si te va bien, debes estar muy agradecido pero, si te va mal, pagas un precio muy alto".




Ana Peinado. Actriz. Ana el 11 de marzo





Ana el 11 de marzo supuso para esta actriz abulense su salto al teatro profesional. El cambio de perspectiva y de exigencia lo asimiló con madurez. "Fue un aprendizaje continuo, con aciertos, errores, dudas... Un constante aprender y desaprender", recuerda. Bajo las órdenes de Paloma Pedrero (también la autora) y Pilar Rodríguez, se metió en la piel de la joven enfermera Julia, que debe apoyar a una anciana que acaba de perder a su hijo en el ataque a los trenes. "También sufre el miedo y la ansiedad por los atentados pero en esos momentos debe mantener a salvo de esos sentimientos a Doña Ana. Julia es la metáfora de la cura", explica Peinado. Su relación simboliza la solidaridad femenina ante un trauma colectivo. "Ana el 11 de marzo nos invita a mirar la barbarie desde un punto vista esperanzador".




Paco Bezerra. Autor. El pequeño poni





Todo empezó con Grooming, obra sobre el acoso a menores en la que se fijó José Luis Gómez para dirigirla en La Abadía. Cuatro años después, Paco Bezerra, uno de los grandes talentos de la nueva dramaturgia, volvía a enfrentarse a sus fantasmas en El pequeño poni, una obra basada en la historia de Gryson Bruce, el niño estadounidense que en 2014 sufrió numeroso ataques por llevar una mochila de My Little Pony. Estrenada en el Teatro Cervantes de Alcalá de Henarres, para pasar después al Bellas Artes de la capital, el montaje, dirigido por Luis Luque e interpretado por María Adánez (también en la lista de nominados por su interpretación de Irene) y Roberto Enríquez, destacó por su eficaz estructura y por la situación del punto de vista, colocando el drama en el epicentro familiar.