Image: La gran mentira de Tolcachir

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Teatro

La gran mentira de Tolcachir

23 septiembre, 2016 02:00

El elenco completo de La mentira durante una representación

El aclamado director argentino estrena en el Teatro Maravillas La mentira, del autor Florian Zeller, un excelente ejercicio de equilibrismo que reflexiona sobre la verdad y sus consecuencias.

¿Cuál es la delgada línea que separa verdad y mentira? ¿Es conveniente la sinceridad absoluta en nuestras relaciones? ¿El ser humano está ligado inevitablemente a la mentira? Probablemente no exista una repuesta exacta a estas preguntas, pero encontrarla es lo que pretende La mentira, un juego de verdades y falsedades que disecciona los secretos de las relaciones humanas. Firmada por el prestigioso dramaturgo francés Florian Zeller, la obra se ha convertido en referencia en el teatro francés actual tras su estreno la temporada pasada en el Teatro Eduardo VII de París.

A España llega de la mano del aclamado director Claudio Tolcachir, que quedó entusiasmado con el texto de Zeller: "Es una obra brillante porque a partir de una situación muy íntima de un matrimonio comienza a plantear una serie de preguntas que en realidad no estamos preparados para hacernos". Y todo ello con muchísimo humor, algo que también ha llamado la atención del ecléctico director, que asegura que tras una obra de grandes dimensiones dramáticas como Tierra del Fuego le apetecía hacer una comedia. "La comedia es un género muy difícil para mí. Trabajar el humor con verdad, que las situaciones sucedan en el momento justo, es muy complejo. Esta obra genera humor a partir de lo mal que lo pasan los personajes, de que las situaciones estén atravesadas por lo humano de los personajes. A partir de ahí se produce el humor involuntario del público, el más difícil de conseguir".

Y es que la situación que pone a andar todo el mecanismo del montaje seguro que le suena a más de uno. Protagonizada por cuatro actores de peso como Carlos Hipólito, Natalia Millán, Mapi Sagaseta y Armando del Río la obra lleva al límite el juego de la verdad y la mentira. Por casualidad, Alicia descubre al marido de su mejor amiga con otra mujer. Y comienzan las dudas: ¿Qué debe hacer? ¿Confesarse a su amiga o fingir y olvidar lo que ha visto? "La obra se pregunta si de alguna manera tiene sentido esa honestidad, si realmente el decir toda la verdad es un valor o de alguna manera cierto lugar de la mentira protege al otro", explica Tolcachir.

Para colmo esa misma noche, el matrimonio tiene una cena con la otra pareja. El marido de Alicia aboga por mantener la boca cerrada como si nada hubiera pasado, pero eso despierta aún más alarmas en ella: ¿Por qué actúa así? ¿Tiene él algo que ocultar? A lo largo de la cena se entreteje una telaraña de verdades y mentiras que como un perfecto engranaje encajan en un final inesperado y sorprendente. "¿Qué pasaría si fuéramos absolutamente honestos? ¿Lo podríamos soportar? Pienso que no existe una verdad absoluta sobre la verdad, se trata más bien de códigos que uno crea con las personas", reflexiona el director. "Lo que uno quiere saber y lo que no, lo que el otro necesita saber... Como dice el amigo Carlos Hipólito, la verdad está sobrevalorada. A veces pienso que uno plantea la honestidad como un deber cuando el otro muchas veces no tiene ni ganas ni necesidad de escuchar las verdades que uno tiene para decir".


Además de las relaciones de amistad, La mentira plantea el conflicto de la confianza y la infidelidad en la pareja, detonante del argumento y protagonista de las dudas entre los protagonistas. "El planteamiento que hace la obra sobre la infidelidad se basa en la concepción de la pareja que tienen los personajes, que es la tradicional. Hay parejas que se llevan muy bien con una idea de cierta apertura y flexibilidad y otras que no", advierte Tolcachir. "De alguna manera, roza el borde de la hipocresía suponer que una pareja de años anula la posibilidad de que te pueda gustar otra persona, pero creo que se trata de un código de convivencia, un acuerdo entre las personas que es lo que se debería respetar, más que una idea universal de la verdad o de la mentira".

Porque una de las cosas que queda clara en la obra es que no existe una universalidad en asunto de verdades y mentiras, que no existen certezas. "¿Cuántas certezas tenemos sobre las cosas? Yo tengo muy poquitas. Voy creyendo cosas, voy aprendiendo de situaciones de la vida, pero mis certezas para poder decir la verdad es esto son mínimas, prefiero escuchar y preguntarme qué es lo correcto cada vez". Una postura similar a la que adopta el autor del texto, que "por suerte, no toma partido, no nos enseña nada. Simplemente plantea una situación: esto es lo que le pasa a esta pareja y así es como lo ha resuelto. E induce al público a pensar qué haría en su lugar".

Es esa interpelación directa al público otra de las grandes bazas del montaje. "Es una comedia muy psicópata de cara al espectador, porque Zeller es un autor muy hábil en lo relativo a cómo el público se va adelantando y juntando la información. Los espectadores creen entender lo que está sucediendo, hallar la verdad, pero en cuanto uno se acomoda y siente que entiende, la obra vuelve a desplegar otra capa que te hace dudar de lo que tú mismo creías", advierte el director. "Es interesante cómo reacciona el público, que sabe lo que le está pasando a esos personajes porque todos hemos vivido momentos así, entre mentiras piadosas y mentiras que son de supervivencia. Como espectador vives momentos en los que te dices que es verdad y que no de lo que están diciendo. Cuando están siendo sinceros parece que mienten y cuando están mintiendo uno les cree y eso involucra al espectador de una manera muy especial".

Carlos Hipólito y Natalia Millán en un momento de la obra

Porque lo que sí sacamos en limpio de la representación es la veracidad del conocido dicho de que una mentira lleva a otra mentira. "Los personajes se enredan en una especie de confesiones que luego para cubrirlas se transforman en mentiras ya directamente absurdas. A la hora de dirigir jugaba con los actores a que todo fuera verdad, porque uno cuando miente en la vida miente bien, no miente denunciándose". En definitiva, como asegura Tolcachir, la propia naturaleza del teatro se basa en la mentira, y todos los actores son unos mentirosos tan buenos que en cada obra se hacen pasar por otra persona. "En el teatro hay que mentir de forma mucho más convincente. El teatro es una mentira, pero cuando te toca mentir con tu personaje debes hacerlo para que el otro te crea y eso lo vuelve fascinante este trabajo porque el espectador les cree todo lo que dicen aun sabiendo que es muy probable que estén mintiendo".

Pero, como decíamos, más allá de plantear los temas la obra nos deja a nosotros como espectadores la terrible tarea de dilucidar todos estos dilemas. "La obra no ofrece conclusiones. Es como una cebolla que uno va pelando capas y uno descubre que el mundo de la mentira puede ser infinito y es el espectador el que va a decidir después si tenemos que ser totalmente sinceros o si está bien decir lo que necesitas sin lastimar al otro". Afirma Tolcachir, que la obra puede ser una buena terapia de pareja para tratar estos temas tan espinosos con normalidad. Esperemos que a nadie le cueste la relación decir una verdad a destiempo. "La obra no da ningún sermón sobre lo correcto porque lo correcto no existe sino que hay tantas historias como parejas o vínculos se creen en el mundo".