Image: Kantor y el teatro de la muerte

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Teatro

Kantor y el teatro de la muerte

por Jaime Siles

19 septiembre, 2002 02:00

Tadeusz Kantor

El director de escena polaco Tadeusz Kantor es el protagonista de una exposición en torno a su obra La clase muerta, que dio nombre a su teatro. La muestra se puede ver a partir del 20 de septiembre en la Iglesia de las Verónicas de Murcia y luego viajará a Valladolid y Alicante. El crítico y poeta Jaime Siles analiza la evolución de este hijo legítimo de las vanguardias del siglo XX.

Nacido el 6 de abril de 1915 en Wielepole y muerto en Cracovia el 8 de diciembre de 1990, este polaco, hijo de padre judío y de madre católica, resume, en su creación y su figura, la angustia derivada de la imposibilidad de todo lenguaje y de toda representación. Pintor, autor, escenógrafo y director, empezó su actividad teatral dirigiendo, en 1937, una obra de Maeterlinck. Durante la segunda guerra mundial fundó el teatro clandestino Tear Niezalezny. En 1948 obtuvo una cátedra en la Academia de Bellas Artes y trabajó como figurinista en Teatr Stary. A comienzos de los años cincuenta fundó el Teatro Experimental Cricot 2, que quería continuar la experiencia del teatro polaco de vanguardia: un teatro amateur y autónomo, que intentaba liberarse de las ataduras impuestas por el texto recurriendo tanto a elementos musicales como a los usos y manifestaciones de lo ritual. La escenificación de las obras surrealistas de Stanislaw Ignacy Witkiewicz fue para él como un descubrimiento y una obsesión que le duró casi diez años. En 1965 empieza a explorar las posibilidades del happening y, diez años después, inicia lo que uno de sus textos teóricos llama teatro de la muerte.

Se dice que Kantor desidealiza el tiempo y que, al poner todo en clave grotesca, practica algo así como "un arte de la profanación". Uno de sus estudiosos, Guy Scarpetta, ha llegado a escribir que lo que hace Kantor es "una escritura escénica de la corrupción generalizada". Y algo de eso hay, aunque con resquicios de humor y con una absoluta descreencia histórica, que algunos explican tanto por su contexto como por su tradición. Figuran en ésta Goya, Artaud y Thomas Bernhard: el Goya de los Caprichos y Los desastres; el Artaud que hace corrosivo lo burlesco; y el Bernhard que caricaturiza lo autobiográfico hasta despojarlo de toda nostalgia sentimental. Su tendencia al exceso y su rechazo de la medida y de la norma lo emparentan también con Valle-Inclán. Lo mismo puede decirse de su visión de lo sagrado y de su carnavalesco tratamiento de lo metafísico.

Su testamento está en Je reviendrai jamais, donde recoge personajes y elementos de todas sus obras anteriores y que ha sido considerada la Danza de la Muerte de nuestro tiempo. En ella Kantor utiliza como materiales los restos del naufragio de la civilización occidental. Quien se había iniciado en la línea de los futuristas, de los constructivistas y del Dadá, hizo de ellos y de los autores que tomó como maestros -Craig, Meyerhold, Piscator, Artaud y la Bauhaus- la plaforma-base de un tipo de espectáculo que iba a convertirse en un acontecimiento y que estaba llamado a ser una conmoción. En 1972 introdujo el desnudo femenino de una princesa ninfómana en Les Cordonniers, mezcló autores franceses y polacos e hizo un guiño escatológico a Wyspiansky. En 1977 inicia lo que llama "sesiones dramáticas": "personajes sin psicología -escribe Jean-Pierre Leonardini- que llevan una especie de prêt-à-porter mental".

La classe morte se inspira en Las tiendas de canela y El Sanatorio, de Bruno Schulz, que aprovecha para hacer una crítica feroz del realismo socialista. Y, tras colocarnos ante la cámara oscura del determinismo, construye Wielepole-Wielepole (1980) a partir de una vieja foto de familia. Ensaya allí una coreografía reiterativa y realiza una ordenación plástica de todo lo simbólico. Antes había hecho "teatro independiente", "teatro informal" y "teatro imposible". Había llegado al "teatro cero": a un punto cerrado y casi inaccesible. En otros momentos de su vida había hecho creaciones que casi parecían gamberradas: en 1971, hizo erigir en Oslo una silla de cemento de 14 metros de altura; antes, el 21 de enero de 1967 había enviado desde Varsovia una carta, timbrada y estampillada, de 14 metros de largo, 2"5 de ancho y 87 kilogramos de peso, para cuyo franqueo fue precisa la presencia de siete funcionarios de correos; después experimentó con embalajes humanos. Kantor fue hijo legítimo de las vanguardias, que reinterpretó a su modo y manera. Ha sido llamado "magnetizador social", "gran técnico de lo efímero" y "soberbio conquistador de lo inútil". Como Gerhard Stadelmaier escribió a su muerte, el teatro último de Kantor parecía una misa, celebrada en la Iglesia de la incredulidad.