Image: La guerra de los 40 años por ELS JOGLARS

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Teatro

La guerra de los 40 años por ELS JOGLARS

Els Joglars reflexiona sobre teatro y arte en un libro sobre su historia

21 noviembre, 2001 01:00

Tras 40 años de existencia, Els Joglars puede presumir de ser la compañía más antigua y estable del país. Cierto que de los fundadores sólo queda Albert Boadella, su director, pero desde 1982 el grupo es bastante estable. En total, han montado 22 espectáculos que les ha dado para vivir y de qué forma: en el campo ampurdanés, en la finca El Llorá, propiedad del grupo, donde pasan los seis meses que habitualmente duran los ensayos de sus obras. El Cultural adelanta la historia de la compañía que Espasa Calpe publica esta semana bajo el bélico título de La guerra de los 40 años.

Libertad de expresión

La libertad de expresión nos preocupa poco. Y a cualquier artista le debe preocupar poco. Ese asunto no va con él. Se trata de un término sociopolítico, bien reglamentado por la Constitución y el Código Penal. Durante el franquismo existía una fórmula de protección, en relación al teatro, nos referimos, que era la censura. Cuando un montaje había pasado la censura, el riesgo de ser atacado con violencia por aquel espectáculo se reducía mucho. En cambio, el terrorismo no tiene leyes y el artista no tiene más remedio que asumir el riesgo, sin ninguna garantía de superviviencia. Si alguna vez decidiésemos afrontar un espectáculo sobre el terrorismo etarra, tendríamos que vencer el miedo, a qué negarlo. El que uno piense en las consecuencias que puede tener para su vida la realización de un acto artístico, ya es una coacción gravísima. Els Joglars es una compañía que ha tratado todo tipo de temas políticos y sociales. Excepto el terrorismo.

Hasta los años ochenta, el terrorismo no se consideraba un asunto de alto riesgo, tal como lo conocemos hoy. Por eso éramos capaces de montar aquellos actos en el Pla de Santa Maria, haciendo el gilipollas, la verdad, con el asesinato de Carrero Blanco. Sin embargo, hoy es uno de los asuntos más delicados del país y no se nos ocurre la manera de entrar en él. Por otra parte, tampoco hemos sentido una necesidad especial de tratarlo. Lo que sí hemos atacado es el nacionalismo. El vasco, incluso. Si nos planteáramos una obra sobre el terrorismo tendríamos que llegar a un acuerdo unánime entre nosotros. Algo así ocurrió mientras ensayábamos La Torna. Nos dimos cuenta de que aquello iba a ser muy duro, así que hicimos una asamblea plenaria y se decidió seguir adelante. Pero hoy, una obra sobre terrorismo ... A algunos nos da miedo. Deberíamos convertirnos en un grupo de combate, que sabe que se la juega; quizá deberíamos llevar armas clandestinas. Nos obligaría a adoptar un sistema diferente, dejar de ir a las radios, dejar de dar ruedas de prensa, dejar de ponernos a tiro fácil. Nos obligaría a cambiar por completo nuestra estructura de funcionamiento. Porque, de decidir hacer una obra, la haríamos en serio, sin más precauciones que las artísticas. En España hoy es imposible que una compañía de teatro afronte un proyecto de esa naturaleza: es un acto demasiado vulnerable. (...)

El arte

El teatro se convierte en Arte cuando se representa. Antes, no. Cuando el hombre consigue comunicar una realidad alejada de los hechos objetivos, cuando interviene la poesía, entonces el teatro se convierte en Arte. El teatro juega con el tiempo y el espacio y provoca en el espectador la ilusión de que está allí donde han decidido que esté los que pisan el escenario. La realidad tangible nada tiene que ver con el Arte. Para el actor, el Arte se da en ciertos momentos de su trabajo, cuando siente que lo que dice está lleno de trascendencia y es la síntesis de alguna cosa inteligible y aprehensible. Es un clímax que se parece mucho a lo que nos pasaba cuando hacíamos partida en la máquina del millón.

(...) La reacción física a la sensación de hacer diana es, curiosamente, la misma que se produce ante su contraria. Cuando no conectas con el público también se te pone el pelo de punta.

Pero lo que hay que decir, sobre todo, es que el teatro es el Arte del actor. Ni del director ni del dramaturgo. Del actor. El teatro se convierte en Arte sobre el escenario. Con el actor. Lo único que hace el dramaturgo es organizar el festival para que el actor esté en buena disposición de transmitir aquello que es Arte.

Otros opinan que el Arte no es nada más que una mentira, un engaño que se hace creíble y te remueve las entrañas porque los de la platea están dispuestos a creérselo: Brecht. Tampoco es exacto que una mentira bien organizada sea Arte. Mirad La Cubana y Cómeme el coco. La idea del Arte supera la simple manipulación de la realidad: tiene que haber algo trascendental.

El exceso de medios acaba con el Arte. Por eso el cine, con tanta frecuencia, nada tiene que ver con él. El Arte es inseparable de esta relación: mínimos medios/máximo rendimiento. Por eso dejan de ser Arte los musicales de Broadway y sí lo son los largometrajes de Chaplin. La música se compone con sólo siete notas. Praxíteles trabaja un trozo de piedra. Nosotros, guardando levemente las distancias, hacemos lo mismo, con cuerdas, con ropas o con luces...

El teatro y la música tiene en común el hecho de la representación, es decir, la repetición. Nosotros representamos muchas veces nuestras obras, aunque con algunas variantes. Una de las cuales es el público, que convierte cada representación en diferente. Pero hay algo esencial: el dominio de la partitura tanto en música como en teatro. La música es lo que no está escrito en la partitura, como el teatro es aquello que no está en el texto. A veces los actores tienen que representar muchos papeles, pero su obligación es asumir el personaje convirtiendo el texto en su propio lenguaje. Por eso, cuanto más se representa, más perfecto sale. A pesar de toda su mítica, la tensión del día del estreno no es positiva desde el punto de vista de la perfección artística. (...)

Como otra gente, también nosotros podríamos decir que sólo hacemos capítulos de una misma obra. El estilo se mantiene, sobre todo, porque hay una persona que ha hecho todo el recorrido y porque hay unos actores que llevan trabajando mucho tiempo aquí y tienen unas inclinaciones, unas manías, unas fórmulas y una manera de contar las cosas comunes. Una de esas inclinaciones, sin duda, es el presente. El presente es un factor decisivo del Arte: si lo que explicas no está vinculado con tu época deja de funcionar. A pesar de todo, el presente es una anomalía entre las compañías de teatro catalanas. El teatro catalán suelta un tufillo necrofílico, que quizá han provocado las condiciones sociopolíticas de estos últimos años. La gente va al teatro como cumpliendo un anacronismo, un deber melancólico.

VAN AL TEATRO COMO SI FUERAN AL CEMENTERIO.

Convivencia
A la hora de convivir aplicamos una serie de normas. Entre las explícitas, la más importante es el sistema económico de la compañía. Els Joglars es una cooperativa, formada por Albert Boadella, Lluís Elias, Jordi Costa (Ladi), Ramon Fontserè, Jesus Agelet, Montserrat Balmes, Josep Maria Fontserè, Minnie Marx, Dolors Tuneu y Xavier Boada. Las vacas sagradas. Ellos son los que deciden los presupuestos de la compañía, es decir, cuánto dinero hay para un montaje, cómo se pagarán los sueldos y las dietas de los trabajadores, etc.(...)

Luego están las normas implícitas. La más simple, y la más eficaz, es "allá donde fueres, haz lo que vieres". Por eso, cuando estamos en El Llorà, se desayuna a las nueve y media; entre todos ponemos y quitamos la mesa; nadie empieza a comer si no estamos todos sentados; cada uno se sienta en su sitio; a nadie se le ocurre comer en bañador; cada cual se hace su habitación; se ensaya de once a una y de cinco a ocho y media; somos puntuales con las horas de ensayo; y nunca trabajamos los fines de semana. Con el tiempo nos hemos ido perfeccionando, y aquello que en su día fueron normas explícitas han pasado a serlo implícitas. Somos tan estupendos que la semana antes de un estreno nos la tomamos de vacaciones.

(...) Cuando estamos de gira, cada cual hace su vida. Pero el último día de función, en cada ciudad, cenamos juntos. (...) Cada cual tiene su cuarto. En los hoteles y en el Llorà. Nadie está obligado a relacionarse con nadie, lo que, sin duda, es la mejor manera de hacerlo. Hemos tratado de hacer de nuestra vida un momento agradable: cuartos individuales, ningún viaje en furgoneta y ninguna obligación de comer juntos, en manada, en el mismo restaurante. Así, desde hace unos años, hemos conseguido una convivencia bastante idílica. Lo que se llama, o se llamaba, buen rollo. Un buen rollo muy poco progre. Antes, con los progres, bastaba que se nombraran seguidas estas dos palabras para que se desencadenara en seguida un mal rollo bestial.

"No vendemos catalanismo"

En España hay algo que aprecian muchísimo: y es que no queremos venderles catalanismo. Por eso hay gente que no suele ir nunca al teatro y que, por el contrario, no se pierde ni una de nuestras funciones.

(...) Si algo no soportamos es que nos pregunten con quién vamos a meternos en el próximo montaje. Porque esa no es la intención ni el ánimo del artista. El artista no trabaja para decirle hijo de puta a nadie.

El problema de los socialistas, de la izquierda, en general, es que se creen los portadores de la cultura y tienen muy claro a quién favorecer. Por el contrario, los populares tiene una idea poco concreta de la cultura, ambigua, incluso; no practican el dirigismo y no muestran la insoportable arrogancia, muchas veces puramente analfabeta, de los socialistas.

El personaje de Pujol tiene unas grandes dotes caricaturescas. Una importante vis cómica, malgré lui. Lo descubrimos rápidamente, en los primeros ensayos de Ubú

¿Amor? Ni con sarcasmo. No; el amor no ha sido un tema para nosotros. (...) La única manera de encontrarle un sentido teatral tal vez fuese derivándola hacia la violencia, la dependencia. La historia de amor -escénico- que Boadella prefiere es la sadomasoquista. ¡Vaya, nadie se había dado cuenta!

El antifranquismo sigue vigente. Se ha hecho fuerte en la política, en el periodismo, en el teatro. Y en Barcelona. Barcelona nunca nos ha perdonado. Desde M-7 Catalònia los estrenos han sido fríos, protocolarios, de trámite. Las temporadas se han ido acortando. Boadella nunca sale a saludar cuando estrena en Barcelona. Ojo por ojo.

En realidad, en España no tiene trascendencia lo que diga la crítica.