El maestro canadiense Yannick Nézet-Séguin. Foto: Chris Lee

El maestro canadiense Yannick Nézet-Séguin. Foto: Chris Lee

Música

Yannick Nézet-Séguin, mano firme para el Concierto de Año Nuevo de Viena

El director musical del Metropolitan de Nueva York se estrena en el podio de la tradicional cita del Musikverein con varias novedades en el programa.

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Novedades importantes apreciamos en el tradicional Concierto de Año Nuevo de Viena, la reunión musical más importante y celebrada del planeta. La primera es la presencia del director francocanadiense Yannick Nézet-Séguin (Montreal, 1975), que se estrena en estas convocatorias.

Puede dar juego considerando sus virtudes y su estilo, bien comprobados desde hace años. Actualmente es el responsable musical del Metropolitan de Nueva York, en donde se está desempeñando a satisfacción. Es artista ya muy bragado.

Va como un tiro desde que, a los diez años, decidió que iba a ser director de orquesta. De su cargo como ayudante de la Ópera de Montreal dio un inesperado salto a la Filarmónica de Róterdam, con la que lo vimos en San Sebastián. A partir de 2010 se convirtió en titular de la Orquesta de Filadelfia. Desde 2010 mantiene un vínculo con las filarmónicas de Viena (esto interesa particularmente) y de Berlín, que han sabido apreciar su buena mano para que todo quede bien dibujado, sin blanduras ni contemplaciones, sin rebuscados lirismos: todo por derecho, directo y claro.

Lo hemos observado en distintas ocasiones y estudiado sus modos y maneras. A través, en muchas ocasiones, de sus estimulantes grabaciones y de sus actuaciones en el foso del teatro neoyorquino.

Nos gusta de él la seriedad y la sensación de que siempre se acerca a las partituras con una gran preparación previa. Pone de relieve encomiable seguridad de trazo, sentido de las proporciones y mano firme para que la narración —operística en muchos casos— lleve siempre la direccionalidad dramática necesaria y que todo sea fluido, comprensible y equilibrado. Lo que, a la postre, redunda en la veracidad de la expresión.

Esa solidez de construcción, ese deseo de que todo quede bien dibujado contribuye a que la interpretación no suela tener altibajos y a que mane en apariencia libremente, lo que no es cosa baladí. Y más en el curso de una velada en la que lo que suena es música vienesa o aledaña.

Hemos encontrado, sin embargo, en sus maneras y en variadas ocasiones la práctica de una velocidad excesiva en sus exposiciones, particularmente en sus versiones operísticas. Hasta cierto punto puede ser un relativo talón de Aquiles. En cualquier caso, de sus interpretaciones solemos apreciar un aroma fino, un toque apolíneo que hace jugosa una recreación.

Habrá música de Florence Price, primera mujer afroamericana en ser reconocida como compositora sinfónica

Sobre todo si su menuda figura encuentra el camino para, batuta en mano, recrear los luminosos compases que animan estas músicas bailables, que ya se sabe que requieren un especialísimo tino para la administración del mágico rubato, para el hábil ralentando, para el balanceo rítmico.

Aspectos que la propia Filarmónica recrea, muchas veces sin que la batuta indique nada al respecto. En todo caso hemos de confiar en el buen dibujo de este maestro. Su batuta es animada, bien proporcionada de tempi, por lo común ligeros. En ciertos aspectos sigue la estela de un Abbado o de un Muti. Y lejanamente la de Carlos Kleiber. Aplica con mucha lógica los a veces inapreciables sforzandi.

Hay novedades importantes en el programa que se sitúa en atriles. Por ejemplo, la que supone la presencia de música de la estadounidense Florence Price, primera mujer afroamericana en ser reconocida como compositora sinfónica y la primera en tener una obra interpretada por una orquesta importante.

Lo curioso y original de esta creadora es que tuvo la idea, realmente afortunada, de incorporar elementos de los espirituales negros buscando una mayor relevancia del ritmo y un más claro realce de la síncopa propia de estos cantos. De ella se interpretará el Vals del arco iris.

A destacar asimismo la presencia de la austriaca Josephine Weinlich con una polka mazurca titulada Canciones de sirenas, en un arreglo en este caso del director y compositor Wolfgang Doerner.

Weinlich era una superdotada y navegó por todos los mares del arte de los sonidos. Y fundó la primera orquesta femenina de Europa. Los últimos años de su vida los pasó en Lisboa donde falleció de tuberculosis en 1887.

Curiosa asimismo es la selección de un gracioso galop del danés Hans Christian Lumbye titulado Københavns Jernbane-Damp. Una suerte de breve viaje en tren que comienza lento y se va acelerando paulatinamente hasta levantarnos del asiento.

Podríamos añadir dentro de las novedades más curiosas de la velada el vals Cuentos del Danubio del prolífico Carl Michael Ziehrer, el mayor rival de la familia Strauss. Es su Opus 446 dentro de un catálogo de más de 500 composiciones.

Junto a las citadas, se sitúan algunas de las habituales piezas. Por ejemplo, las firmadas por el más célebre de la saga, Johann II: Obertura de la opereta Índigo y los cuarenta ladrones, la Quadrilla Fledermaus, la polka Diplomática, el vals Rosas del sur, la Marcha egipcia y, claro, el famosísimo vals del Danubio azul, que cierra el concierto antes de la consabida Marcha Radetzky del padre. Los otros dos hermanos, Eduard y Josef Strauss, están asimismo presentes, lo mismo que Josef Lanner. Y Von Suppé, en este caso con la Obertura de La bella Galatea.