Roger Waters durante el concierto

Roger Waters durante el concierto

Música

La despedida de Pink Floyd en los cines: Roger Waters lanza su última gira como una película

Un espectáculo visual con 20 canciones emblemáticas, sonido envolvente y mensajes políticos, grabado en directo en el O2 Arena de Praga.

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This Is Not A Drill no es solo una gira de despedida. Es, como su propio título sugiere, una alerta urgente. Una sirena encendida desde la guitarra y el verbo de Roger Waters, ese hombre que convirtió los traumas bélicos y las distopías personales en algunas de las obras más monumentales del rock.

Esta semana, su voz —más política que nunca— desembarca en los cines con This Is Not A Drill: Live from Prague – The Movie, una película-concierto rodada en ultra alta definición y con sonido envolvente, que se proyectará solo los días 23 y 27 de julio en más de 60 salas de toda España.

La cinta recoge el concierto ofrecido por Waters en el O2 Arena de Praga el 25 de mayo de 2023, durante su última gran gira mundial. El director Sean Evans, colaborador habitual del músico británico, ha concebido el montaje como una experiencia inmersiva, donde cada tema se entrelaza con una escenografía de alto voltaje visual, pantallas gigantes que disparan imágenes de guerras, migraciones, destrucción medioambiental, autoritarismo. Es decir, el mundo según Roger Waters.

Pero sería un error pensar que este despliegue tecnológico busca deslumbrar. Waters siempre ha sido alérgico a la complacencia. Sus conciertos, desde los años de The Wall, han sido ejercicios de confrontación emocional y política. En Praga no fue distinto. El setlist entrelaza clásicos de Pink Floyd con temas de su etapa en solitario: Us & Them, Comfortably Numb, Wish You Were Here, Is This The Life We Really Want?, The Powers That Be, Sheep, Another Brick in the Wall y The Bar, su más reciente y melancólica composición, que sirve como una suerte de testamento musical.

La banda que lo acompaña —Jonathan Wilson, Dave Kilminster, Jon Carin, Gus Seyffert, Joey Waronker, Robert Walter, Shanay Johnson, Amanda Belair y Seamus Blake— no solo aporta virtuosismo, también encarna la voluntad de Waters de mezclar generaciones y registros. Hay momentos en los que la voz de Amanda Belair parece convertirse en el hilo conductor de la conciencia colectiva que Waters quiere despertar. No hay solos gratuitos, ni nostalgia vacía: todo está al servicio del mensaje.

Retrospectiva Waters

Waters tiene 80 años, pero en escena no lo parece. Camina con paso firme entre estructuras móviles, señala a los poderosos, lanza proclamas desde el micrófono como si aún quedara tiempo para salvar algo. Desde joven ha vivido con el peso de una historia familiar marcada por la tragedia: su padre, Eric Fletcher Waters, fue asesinado en Anzio, Italia, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando él apenas tenía cinco meses.

Esa ausencia ha atravesado toda su obra, desde The Final Cut hasta Roger Waters: The Wall, su documental de 2014 en el que visitaba la tumba de su padre. "No me hice músico para entretener", dijo una vez. "Me hice músico para entender por qué murió mi padre".

Esa herida original se ha traducido en una sensibilidad antibélica y antiautoritaria sin fisuras. Y también en una incomodidad constante con el negocio musical. En los años setenta, cuando Pink Floyd arrasaba con The Dark Side of the Moon, Waters ya fantaseaba con el derrumbe del estrellato. En Animals, inspirado en Rebelión en la granja de Orwell, denunció la deshumanización del capitalismo con una rabia que sigue vigente.

En The Wall levantó una barrera metafórica —y después literal en sus conciertos— que denunciaba la alienación del individuo frente al Estado, la escuela, la familia y la fama. En uno de sus espectáculos de esa gira, en Montreal en 1977, escupió a un fan que lo había sacado de quicio; aquel momento de ruptura le sirvió de inspiración para escribir el álbum.

Después vino la implosión de Pink Floyd. Las tensiones con David Gilmour fueron cada vez más agudas. La banda siguió sin él, y él los llevó a juicio por el uso del nombre. Waters perdió, pero conservó algo más importante: la coherencia artística.

Roger Waters durante el concierto

Roger Waters durante el concierto

En solitario ha seguido explorando temas como el control mediático, la guerra globalizada, el conflicto palestino-israelí, la inteligencia artificial, el racismo institucional y la crisis climática. Sus conciertos son actos de resistencia. También lo es esta película.

This Is Not A Drill: Live from Prague – The Movie no es, como se ha dicho, un simple concierto filmado. Es una experiencia audiovisual que exige atención y reflexión. Es, en cierto modo, la culminación del largo camino que Waters ha trazado desde hace medio siglo. Pero también es un acto de amor por la música como vehículo de conciencia. El montaje intercala primeros planos del artista —arrugado, enfadado, vulnerable— con paisajes sonoros donde la angustia se convierte en himno.

En los pasillos del O2 Arena, antes de que comenzara el concierto de Praga, algunos asistentes llevaban camisetas con la portada de The Wall, otros ondeaban banderas de Palestina. Una mujer de unos 60 años llevaba una pancarta que decía: “Gracias por no rendirte nunca”. Esa frase podría resumir la trayectoria de Waters: un hombre incómodo, excesivo, visionario, que ha puesto su arte al servicio de la crítica más feroz.

Ahora que su gira se despide de los escenarios para ocupar la pantalla grande, el mensaje sigue siendo el mismo: esto no es un simulacro. Esto es real. Y hay que hacer algo