Julia Fischer. Foto: Uwe Arens

Julia Fischer. Foto: Uwe Arens

Música

Julia Fischer, el violín puro

La violinista germana, al frente de la orquesta Academy of Saint Martin in the Fields, llega a Ibermúsica con un atractivo programa en el que combina a Schubert, Britten, Shostakóvich y Mozart.

18 mayo, 2022 03:20

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Siempre alegra la vista y sobre todo el oído, y consiguientemente el espíritu, reencontrarse con un artista con el que uno se ha identificado, que te ha puesto en el camino de la comprensión de pentagramas maestros. En esta ocasión nos referimos, ante una nueva actuación madrileña, a la violinista muniquesa de ascendencia eslovaca Julia Fischer (1983), quien desde que ganó el concurso internacional Yehudi Menuhin en 1995 se hizo notar por su sonido, no potente, pero sí puro, su línea expositiva, de rara rotundidad en instrumentista tan joven; su fraseo, de natura tan bien cincelada; su técnica, aparentemente fácil.

Fue discípula de la magnífica profesora Ana Chumachenco. De ella siempre atrae un talento espontáneo, un don tan poco abundante. Fischer posee estos atributos a manos llenas. Hay que esperar que los derroche o al menos que los reparta equitativamente en esta su nueva visita a Madrid por cuenta de Ibermúsica, ahora en compañía de la histórica Academy of Saint Martin in the Fields, un conjunto creado en su día por el no menos histórico violinista Neville Marriner. Un músico muy activo, ágil, de rara flexibilidad y con una noción de lo que es la música del clasicismo bien acendrada.

No es raro que tras su muerte –aunque él ya se había distanciado del conjunto– sus músicos, cuyo número varía, hayan seguido una senda rectilínea y cultivando similares esquinas del repertorio. Sus cuerdas cristalinas, su transparencia, su afinación, su equilibrio entre familias hicieron época. Algo que sin duda volverán a demostrar en esta nueva cita que se hará realidad el próximo día 18 de este mes en el Auditorio Nacional en la que tocarán bajo el mando sensible de la violinista germana.

Dramatismo lírico

El programa es muy atractivo y da para mucho: para ensimismarse, para volar, para concentrarse, para la evocación de otras músicas. Comienza con el esbelto Rondó para violín y orquesta de cuerdas D 438 en La mayor de Schubert, una obra luminosa en la que, como es habitual en el músico vienés, se dejan entrever algunas vetas de un inesperado dramatismo que acaban siendo subsumidas en la corriente cordialmente lírica. Nació en 1816 y a veces se interpreta con el solo soporte de un cuarteto de arcos. Música muy bella, que mana ondulante y melodiosa a lo largo de 14 minutos, cerrados con una animada coda.

Las Variaciones sobre un tema de Frank Bridge op. 10 (1937) es una de las composiciones de juventud más celebradas de Britten. Se estrenó en el Festival de Salzburgo y nos muestra la sabiduría del músico para crear un hermoso tejido de once variaciones sobre el tema original. La inventiva del compositor no conocía ya fronteras en esa época y las sorpresas se suceden a cada paso hasta alcanzar la fuga final. Un nuevo rondó, este de Mozart, el K 373 (1781) nos anima la tarde. La melodía inicial es de un calor muy estimulante. Parece que el compositor la escribió para el violinista italiano de la corte de Salzburgo Antonio Brunetti.

Cierra la sesión por todo lo alto la Sinfonía de cámara op. 110a de Shostakóvich, transcripción de Rudolf Barshái del famoso Cuarteto op. 110 del compositor ruso, una partitura penumbrosa y desoladora. Tensión durante 25 minutos hasta el casi silencio postrero