Image: Georges Aperghis: Sigo viendo el mundo con los ojos de un niño griego

Image: Georges Aperghis: "Sigo viendo el mundo con los ojos de un niño griego"

Música

Georges Aperghis: "Sigo viendo el mundo con los ojos de un niño griego"

17 junio, 2016 02:00

Georges Aperghis. Foto: Fundación BBVA

El compositor ateniense, asentado en París desde 1963, recibe este martes el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento de Música Contemporánea, sucediendo en el palmarés a Kurtag. Antes de visitar España, recorre con El Cultural su carrera, marcada por su conexión con el teatro y su inmersión en la banlieue. También alerta de los dilemas de Europa, con Grecia y los refugiados como sus principales desvelos.

En la música de Georges Aperghis (Atenas, 1945) no hacen blanco las etiquetas. Es un organismo móvil, en continua mutación: se comprime en lo camerístico, se expande en lo orquestal y cristaliza visualmente en la ópera. "Cada partitura es un nuevo camino", explica el autor griego a El Cultural. "Intento ampliar siempre mi territorio hacia nuevos descubrimientos, dejar atrás las limitaciones iniciales para topar con situaciones inesperadas". No se siente vinculado a ningún estilo: ni definido ni definitivo, ni propio ni ajeno, ni actual ni histórico. Ese riesgo libertario ha recibido en el último año el espaldarazo de dos de los premios más codiciados por cualquier compositor. El año pasado le entregaron en la Bienal de Venecia el León de Oro y este martes (21) recogerá en el Palacio de Salamanca de Madrid el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento de Música Contemporánea, dotado con 400.000 euros y con un palmarés colmado de figurones: Sciarrino, Boulez, Reich, Kurtag

A pesar de ese carácter proteico, en la trayectoria de Aperghis sí hay una seña de identidad muy reconocible. Podría decirse que también intransferible. Nos referimos a la integración de las notas musicales en el teatro. Ambos lenguajes se (con)funden en su escritura. Su propuesta trasciende incluso la de Brecht, que no concebía un montaje sin su correspondiente ‘banda sonora'. En el lenguaje escénico de Aperghis, en cambio, es la música la que rige el espectáculo, no el texto. "No es un teatro con personajes y situaciones precisas, es más bien una acción que es la prolongación de la música", explica. Las palabras son sustituidas por fonemas, ruidos, onomatopeyas… Construye códigos inéditos de comunicación con el público, al que exige, para conectar con él, "una disposición abierta, ganas de escuchar y la ausencia de miedo a perderse".

Esa alquimia entre música y teatro la acuñó en París, ciudad a la que llegó en 1963 siendo apenas un adolescente. Allí relegó su primera vocación artística, la pintura, que le venía por herencia materna. En Grecia había aprendido a tocar el piano de forma autodidacta, gracias a las clases ocasionales de un amigo de la familia. "No he ido nunca al conservatorio, prefería conocer a los compositores que me atraían y hablar directamente con ellos. Es un recorrido más difícil que el habitual porque sólo te tienes a ti mismo y por tanto te quedas sin excusas".

No he ido al conservatorio, prefería hablar directamente con los compositores"

Ese escaso bagaje no le impidió lanzarse a la composición, siguiendo el ejemplo de su compatriota Iannis Xenakis, también parisino de adopción y uno de los mascarones de la vanguardia posterior a la II Guerra Mundial junto con Stockhausen, Boulez, Berio, Maderna y Nono. Las experimentaciones serialistas de esta generación le marcaron la pauta de entrada. Luego siguió ampliando su órbita de referencias hacia la poética minimalista de John Cage y la electroacústica de Mauricio Kagel.

Bailarines ‘compositores'

Aperghis iba poco a poco gestando su particular gramática, que entró en combustión con la escena gracias a su mujer, la actriz Edith Socob. En 1971 firma su primer título inscribible en el teatro musical: La tragique histoire du nécromancien Hieronimo et de son miroir. En sus ‘dramaturgias' otorga el rango de músicos a los actores y los bailarines, que tienen mucho que decir sobre los pentagramas. Aperghis escribe en contacto con ellos durante los ensayos. "Para mí son músicos desde el momento en que son conscientes del valor musical de su interpretación", aclara. "Lo que me interesa es hacer surgir de su personalidad los gestos y los sonidos en lugar de imponérselos escribiéndoles previamente apoyado en el solfeo clásico". Ese esquema de trabajo lo ha venido desarrollando en las últimas cuatro décadas en su Atelier Théatre et Musique (ATEM), que abrió en 1971 en el suburbio de Bagnolet (en el 91 lo trasladó a Nanterre, bastión histórico de la izquierda francesa y uno de los epicentros de la revuelta estudiantil del 68).

P.- ¿Por qué eligió la ‘periferia' para fijar su laboratorio?
R.- El objetivo era confrontar nuestras propuestas con gente que sólo conocía la música y el teatro a través de la televisión. Siempre hemos trabajado mano a mano con los vecinos del barrio. A través de ensayos abiertos y talleres para niños, adolescentes y mayores, han visto la luz algunos de nuestros temas. Uno de los principales fue la inmigración ya que buena parte de los habitantes eran de origen magrebí.

Europa está ante un dilema: asentar su unidad política o dejar que la extrema derecha levante de nuevo muros"

P.- ¿Han faltado más iniciativas así para evitar el choque identitario en la banlieue?
R.- En esa época los fundamentalismos no se manifestaban en la vida diaria. Si hubiera otras iniciativas que nos tomasen el relevo, se crearían vínculos culturales más fuertes. Es necesario hacerlo: ampliar el conocimiento del otro.

P.- Suele retratar la vida cotidiana de esos ciudadanos anónimos pero del realismo siempre desemboca en el surrealismo. ¿Es un guiño a Beckett, Ionesco, Adamov…?
R.- La idea es darle un aire poético a sus vidas, no hacer meros documentales. Por eso creamos universos fantasmales, ensoñaciones que derivan hacia un absurdo no lejano, cierto, de esos autores que menciona...

Contra la globalización musical

Atrincherado en su taller, casi medio siglo después de su fundación, Aperghis sigue gestando su música como un desafío a la globalización que, a su juicio, está uniformando la producción de las nuevas generaciones de compositores. Aunque ha hecho la mayor parte de su vida en Francia, jamás se ha extirpado la raíz helénica. "Llevo siempre mi infancia conmigo. Ahí es donde se cimentó todo. Hoy sigo viendo el mundo como un niño griego". Por eso le duelen las convulsiones de su país natal, instalado en el colapso financiero desde hace ya demasiado tiempo. "Creo que más allá del problema griego, es el problema europeo el que debemos solucionar. Europa está ante un dilema: avanzar, estructurarse y dejar atrás la crisis económica y asentar la unidad política o que los distintos Estados se encierren sobre sí mismos por miedo a los extranjeros, dejando a la extrema derecha volver a construir muros en las fronteras. Espero que siga el primer camino y aplique en Grecia algún día una política inteligente".

@albertoojeda77