Image: Frühbeck de Burgos

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Música

Frühbeck de Burgos

“Nunca me he sentido parte del público, soy demasiado crítico”

13 septiembre, 2013 02:00

Frühbeck de Burgos

El maestro burgalés será el encargado de dar el pistoletazo de salida a la temporada sinfónica. Con un concierto en Burgos de Beethoven y Brahms y, el 20 de septiembre, dos piezas en el Teatro de la Zarzuela, celebra su 80 cumpleaños.

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  • A Rafael Frühbeck de Burgos le gustaría tener eternamente los 80 años que va a cumplir el próximo 15 de septiembre y poder disfrutar siempre de esa dulce conjugación de madurez y sosiego con que estudia cada mañana las partituras. "Una cosa es la edad -cuenta el kapellmeister burgalés al teléfono desde Copenhague- y otra bien distinta los años". Hace sólo unos meses que asumió la titularidad de la Orquesta Nacional de Dinamarca y ya le han propuesto que renueve. "Es curioso porque cuanto más veterano parezco más novato me siento. Llevo 50 años dirigiendo Wagner, y resulta que el otro día, durante un ensayo de Los maestros cantores, encontré una nota en la que no había reparado antes. Y es que la vida puede ser maravillosa, ¿no le parece?". A la década que se le abre ahora delante le pide salud y muchos conciertos. Unos 115 por temporada, que son los que viene dirigiendo de media en los últimos tiempos. "Jamás he contemplado la idea de una retirada", resuelve categórico. "Si me quitaran la música me marchitaría".

    Con motivo del aniversario, dirigirá esta tarde un concierto en Burgos con la Séptima de Beethoven (su especialidad) y el Concierto para violín Op 77 de Brahms en los atriles. Después, el 20 de septiembre, inaugurará la temporada del Teatro de la Zarzuela con La Tempranica de Giménez y la Suite española de Albéniz. Y en diciembre volverá a soplar las velas en el Auditorio Nacional de Madrid, donde se ocupará del estreno de Codex Calixtinus (Cantus Iacobi) de Tomás Marco y los Carmina Burana. "Yo mismo estrené la obra de Orff en España. Me acuerdo porque fui repasando mentalmente la partitura durante la vuelta en Seiscientos de mi luna de miel en Málaga".

    -Le precede la fama beethoveniana. Además de la Séptima, en diciembre volverá a ponerse al frente de la Sinfónica de Madrid para la tradicional Novena. ¿Cuál es su ingrediente secreto?
    -He sido educado en la tradición más romántica del repertorio germánico. Y, en ese sentido, nunca me han llamado la atención los instrumentos de época ni el rigor metronométrico. Dirijo Beethoven con sentimiento y lo estudio con sentido común. Si tengo tiempo, algún día escribiré un libro sobre las faltas ortográficas de algunas de sus partituras, que han dado lugar a todo tipo de especulaciones, cuando lo cierto es que Beethoven, como todo genio, tenía derecho a equivocarse.

    -¿Qué balance hace de todos estos años sobre el podio?
    -Estoy satisfecho con las decisiones que he tomado porque tengo la sensación de que todos los caminos me han ido llevando a mi propia Roma. No me arrepiento de nada pues el carácter ha sido mi destino. No tiene sentido pensar que de no haber cancelado aquel concierto con la Sinfónica de Boston al comienzo de mi carrera me habrían ido mejor o peor las cosas. A veces uno cierra una puerta y, sin saberlo, se están abriendo tres.

    -Ha sido 17 años titular de la ONE en Madrid y después en Dusseldorf, Montreal, Tokio, Washington, Dresde, Viena, Berlín, Turín y ahora Dinamarca. También se lo rifan las Big Five estadounidenses. ¿Cuál diría que es hoy la mejor fábrica de sonidos del mundo?
    -He de reconocer que ya no existen sonidos inconfundibles, como el de la Orquesta de Filadelfia a las órdenes de Ormandy o el de la Filarmónica de Berlín en manos de Karajan. A esos conjuntos se les podía reconocer a través de una radio vieja en los primeros dos compases. Ahora las orquestas son infinitamente más resolutivas técnicamente, pero han perdido algo de personalidad. Con alguna salvedad, por supuesto. Porque el Bartók que se escucha en Boston es verdaderamente formidable.

    -Viene de inaugurar la temporada americana en el festival-escuela de Tanglewood. ¿Cómo se avecinan las nuevas generaciones de músicos?
    -Vienen pisando fuerte. Después de mi generación, que es la de Lorin Maazel y Zubin Mehta, han tenido que pasar algunas décadas hasta llegar a Gustavo Dudamel, Andris Nelsons y Yannick Nézet-Séguin, que son auténticos prodigios. Lo que no logro explicarme es cómo a estas alturas sigue sin haber un número razonable de mujeres liderando orquestas.

    -Además del foso y el podio, ¿frecuenta el patio de butacas?
    -Nunca me he sentido parte del público. Por supuesto que disfruto de los éxitos de mis colegas, pero soy demasiado crítico con lo que sucede dentro de una sala de concierto.

    -¿Tiene alguna partitura pendiente?
    -Necesitaría otras dos vidas para quedarme satisfecho. Tengo pendientes varias óperas de Wagner, Verdi y Richard Strauss. Por supuesto muchas sinfonías de Haydn, que compuso 104, y también de Mozart. Y, puestos a pedir, me encantaría volver sobre la Marina de Arrieta.

    -¿Está afectando la crisis a la calidad de los conciertos?
    -No a la calidad, pero desde luego que sí a la cantidad. En Estados Unidos algunas orquestas importantes se han declarado en bancarrota como subterfugio legal, se han cancelado temporadas y yo mismo me he visto obligado a rebajarme el caché en alguna ocasión. La situación en España no es menos compleja, pero nunca he sentido complejo de españolidad.

    -¿Sigue existiendo una brecha atlántica, un sonido y un público típicamente americanos y europeos?
    -Soy bastante optimista en lo que a la globalización se refiere. Es verdad que los países son cada vez menos idiosincrásicos, pero no es menos cierto que la cultura se ha democratizado una barbaridad. Lo que antes eran privilegios de una élite hoy está en internet al alcance de cualquiera.

    -¿Y hay algo, a sus casi 80 años, que le quite el sueño?
    -Los aviones. Echo de menos viajar, perder unas horas escudriñando el paisaje. Detesto perder el tiempo en frías salas de espera.