Música

Los 70 de Plácido

El gran aniversario del 'hombre orquesta'

21 enero, 2011 01:00

Plácido Domingo dirigiendo en el Teatro Real. Foto: Javier del Real.

Plácido Domingo cumple hoy setenta años y lo celebra con una gala en el Teatro Real. Desde su bautizo musical en el Met neoyorquino en 1968 hasta su debut como barítono en Simon Boccanegra hace sólo unos meses, pasando por sus 134 roles, su talento con la batuta, su gestión en los teatros y sus decenas de grabaciones, Domingo no ha dejado de desafiar las leyes de la naturaleza. Rubén Amón, autor de su recientísima biografía, Plácido Domingo, un coloso en el teatro del mundo (Planeta), se suma a los homenajes que le dedican estos días y recorre los principales hitos de su carrera. Además, 70 personalidades del mundo de la cultura nos confiesan sus "domingos más plácidos" junto al maestro.

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  • Plácido Domingo es un omnívoro, un hombre orquesta, un atleta total de la ópera. Vienen a demostrarlo los 134 "disfraces" que se ha puesto y el alarde de 3.500 funciones, aunque detrás de las estadísticas se alojan también los hitos que han jalonado su carrera. Se nos ocurren ocho, y bien podrían ser doce, como los trabajos de Hércules.

    Primero, barítono
    Era el registro con que protagonizó sus primeras funciones profesionales, aunque la primera audición a la que fue sometido en la Ópera de México (1959) le hizo descubrir que pertenecía a otra estirpe. Se había preparado Domingo el prólogo baritonal de I Pagliacci de Leoncavallo y un aria de Andrea Chénier de Giordano, pero el maestro que organizaba la sesión le animó a que se probara como tenor en el aria Amor ti vieta de Fedora, también de Giordano. Fue un momento decisivo. Primero porque le descubrieron su "verdadera" naturaleza, y en segundo lugar porque el gallo que se le escapó en el trance del agudo (un la natural) demostraba que el debutante iba a tener que trabajarse mucho su porvenir en la zona alta.

    Debut exprés
    Era el 28 de abril de 1968. Domingo se encontraba en Manhattan para atenerse a los compromisos de la New York City Opera, así es que la llamada de Rudolf Bing, sobreintendente del Metropolitan, le sorprendió en un descanso:
    -¿Cómo estás, Plácido?
    -Bien, gracias.
    -Me alegro, porque debutas esta noche...
    El silencio y la sorpresa se entrecruzaron con el nerviosismo y la curiosidad. El eminente Franco Corelli se había indispuesto cuarenta minutos antes de alzarse el telón de Adriana Lecouvreur. Domingo aceptó sustituirlo, quizá porque no le dio tiempo a pensárselo. Había comenzado la aventura en los grandes teatros.

    Los misterios del podio
    Las escaramuzas de Plácido Domingo como director de orquesta iban a permitirle, tarde o temprano, colocarse delante de una gran formación sinfónica. La New Philharmonia de Londres quedaba a disposición del tenor para llevar a cabo una grabación de arias. No cantaba Domingo, lo hacía Sherrill Milnes, barítono estadounidense en plenitud y pareja artística de Plácido en tantas funciones.
    La compañía RCA los reunió en 1972 a propósito del disco Domingo conducts Milnes, aunque el proyecto revestía mayores riesgos para el primero de los artífices. No sabía cómo iban a tratarlo los músicos, ni estaba seguro de cómo dirigirse a ellos. Fueron disipándose las dudas a raíz del primer ensayo. Domingo estaba habituado a dirigir orquestas mediocres, de tal forma que aquel fórmula uno con matrícula inglesa le permitió disfrutar y divertirse; hasta el extremo de llevar a término su idea de la dirección orquestal: "Primero debes saber dónde quieres llegar. Después debes saber cómo hacerlo".

    Otello contra la crisis
    Plácido Domingo se atrevió mucho antes sin miedo a contrariar las opiniones que le disuadían de cantar Otello. Era una locura, decían, atreverse con el personaje de Verdi a los treinta y cuatro años, pero la oferta de la Ópera de Hamburgo, en septiembre de 1975, supuso una fascinación insobornable.
    La soprano sueca Birgit Nilsson fue de las pocas colegas que creyeron en la aventura. Domingo tenía entonces una voz demasiado lírica para un Otello ortodoxo, aunque semejante color se demostró un acierto y una manera distinta de acercarse al personaje. Tuvo que aparecer 59 veces Plácido Domingo sobre el escenario para agradecer los clamores y los vítores de la platea hamburguesa. También se vio envuelto en una insólita reclamación de los grandes teatros. Su Otello se antojaba providencial, resolvía la crisis de alternativas abierta en el escalafón y proponía al artífice la ocasión de un gigantesco salto cualitativo.

    La gran hazaña verista
    Domingo ha realizado otras proezas. Bien lo saben los espectadores del Covent Garden londinense, testigos del programa que puso a cavilar a los historiadores en 1976: interpretaba la misma noche I Pagliacci de Leoncavallo y Cavalleria rusticana de Mascagni. Muchos colegas han realizado la machada en el disco, espaciando una y otra ópera en el calendario de ensayos, pero Domingo se convertía aquel día en el primer tenor de la historia que compaginaba ambos roles desde 1946, cuando lo hizo Beniamino Gigli. Era un homenaje implícito a Caruso y el antecedente de futuras exhibiciones: repitió la osadía en La Scala, Viena, Hamburgo, Múnich, Barcelona, el Met y la Ópera de San Francisco.

    Ascensión a Bayreuth
    El tenor, y el director de orquesta, y el barítono no han sido meros "depredadores". Cada gran iniciativa se justificaba en el rigor y en la responsabilidad. Empezando por el gran desafío wagneriano. Domingo fue a cantar Parsifal (1992) allí donde es preceptivo tomar la alternativa y donde es obligatorio ganarse el "permiso".
    Hablamos del Festival de Bayreuth y de las ovaciones que jalearon su desafío en la colina sagrada. Tenía que demostrar el magisterio de la lengua y la idoneidad estilística. Debía justificar que era digno de interpretar Parsifal allí donde fue estrenada, así es que la expectación del estreno recordaba a la tensión de las veladas históricas, explicaba el ajetreo de personalidades políticas y justificaba el acento mundano -people- de la velada.

    Los tres tenores
    José Carreras, Plácido Domingo y Luciano Pavarotti representan el triunvirato de la ópera en la resaca del siglo XX. Se habían reunido amistosamente en las termas de Caracalla para animar la clausura del Mundial de fútbol de Italia (1990), pero el concierto triangular se convirtió en el mayor hito discográfico y sociológico de la historia de la ópera. Las estadísticas resultan inequívocas, tanto por los telespectadores que hubo delante del televisor (cerca de mil millones) como porque el disco publicado al hilo del concierto se ha convertido en el más vendido en la historia de la música clásica y en una referencia mitológica de la mercadotecnia cultural. Doce años después de Caracalla, el triunvirato "liquidaba" la fórmula después de haberla placeado en cinco continentes y 29 conciertos.

    Después, barítono
    La última gran prueba de fuego hay que situarla el 24 de octubre de 2009. Fue entonces cuando se atrevió con el papel de Simon Boccanegra y cuando se percibió que Plácido podía viajar hacia un nuevo horizonte. Los espectadores de la Staatsoper de Berlín permanecieron de pie 25 minutos aplaudiendo al tenor; o al barítono,ya que la proeza consistía en cambiar de registro. Como si un boxeador de los pesos medios decidiera pegarse con un peso pesado. No es que a Domingo le hubiera cambiado la voz de un día para otro, ni que se hubiera reciclado en un escalafón distinto; sucedía que el tenorísimo había soñado un día despedirse de la profesión con el ambiguo y sombrío corsario. Cumplió el deseo a medias. Dio cuerpo, alma, vida y muerte a Simon Boccanegra... pero no pensaba en retirarse, ni existían razones para hacerlo.