Image: Carta a Saco, o el Síndrome Albéniz

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Música

Carta a Saco, o el Síndrome Albéniz

19 junio, 2009 02:00

Fragmento de la partitura de Merlín, de Isaac Albéniz. Foto: J. del Real

El domingo, Día Europeo de la Música, el Auditorio Nacional y la Fundación Albéniz de Madrid tendrán una nueva oportunidad para rendir tributo a la memoria de un europeísta como Isaac Albéniz en el año en que se conmemora el centenario de su muerte. José De Eusebio, protagonista de las jornadas y uno de los mejores conocedores del legado albeniciano, analiza aquí el síndrome que hace que Merlín, Pepita Jiménez y Henry Clifford sigan aún sin programarse.

Es posible que anhelara escribir una carta a Albéniz en el centenario de su muerte. Buscaría en ella respuestas insatisfechas con el hilo del tiempo o una excusa para inventarme dónde y cómo habita la obra de uno de los mayores compositores de nuestro país. Albéniz, apodado Saco por sus amigos, fue un europeísta pionero, un autor que asimiló un precedente de globalidad. Londres, París, Barcelona, Madrid, Praga y Bruselas lo moldearon. Los simbolistas franceses, la poesía victoriana o el impresionismo lo enmarcaron. Creaba en y desde Europa. Las porfías sobre su españolismo o el prejuicio que veta su música en ámbitos localistas me aburren. Y por eso reescribo: uno de los mayores compositores de la historia.

Es creíble que me pareciera inoportuno certificarle en mi carta que los teatros de ópera de este país, ¡del orbe!, tienen en repertorio sus Pepita Jiménez, Henry Clifford y Merlín. Sería un tanto atrevido. Y mentira. No sabría explicarle cómo ni por qué Merlín -la producción del Teatro Real que más impactos en medios de comunicación internacionales ha obtenido hasta 2003- prescribió. Incluso La Barcaccia, programa de ópera de la RAI, se trasladó a Madrid para emitir. Críticos y teatros de todo el mundo sortearon la escasez de entradas de protocolo. El público parecía aplaudir esos diez minutos que ahora duelen tanto. Sus óperas, arrulladas por Plácido, obtuvieron dos nominaciones a los Grammy -una de ellas ganó la estatuilla- además de otros premios que hicieron de ellas un récord de ventas.

Así las cosas, cómo revelarle al autor de Poèmes d’Amour, melólogo que exhala y exalta al amor, una hora de espectáculo de los sentidos, que teatros de ópera españoles con presupuestos de más de 50 millones de euros anuales no toquetearon siquiera en concierto sus óperas por el centenario. Cómo desgranar la complicada, la ilegible política cultural de España al respecto, la misma que ya en 1898 le forzó a rogar a su hermana Clementina que no le dijera una palabra de "la cosa pública". "He decidido ignorar -le explicaba Albéniz- lo que pase y lo que pasará en España". Un sentimiento que el tiempo ha confirmado mutuo.

Es seguro que en mi carta intentaría exponerle que ahora se trabaja al máximo nivel en la industria musical española. Muchos hemos rematado durante décadas nuestra formación en mercados de Europa y Norteamérica, y algo hemos importado. Hoy sería exagerado decir lo de que "mi pobre tierra no cambiará". Isaac, son complejos de una potencia en potencia. Los efectos del Síndrome Albéniz, cuyos dos principales axiomas son: "todo lo que viene de fuera es mejor" y " no hay que atender a nacionalidades, sino a calidades". Danos otro siglo y lo apañamos.

Tampoco desearía que se enterara por mi carta de que San Antonio de la Florida no embriaga a Madrid, o eso dicen; que su hilarante musical a lo Gilbert & Sullivan, Magic Opal, sigue inerte; o que su ignota obra orquestal original -dos horas de música sinfónica del primer eslabón europeo de la cultura española- se está demacrando. Aun así, le embargaría saber que el Festival Internacional de Música de Canarias puso en pie de concierto su Henry Clifford con el mismo éxito que recaudara durante su estreno en el "italiano" Liceo de 1895.

Si le hablase a Albéniz de realidades, secundaría su decisión de expatriarse. El mismo año del estreno de El ópalo Mágico, en 1893, le confiesa a Clementina su decepción con España. "Creo que será difícil volver a ella si no es a dejar los huesos", llegó a sentenciar. Lo seguimos haciendo. Lo de los huesos no, que aquí se vive bien. Me refiero al exilio al que te sometiste y que no cambiará. Es más, está bien que así sea. El periodista Luis Bonafoux escribió que "para Albéniz el españolismo no consiste en escribir páginas musicales a cinco francos. Albéniz vive en París y en Londres, porque en París y en Londres come y duerme".

El gran operista, que además escribe Iberia, dominaba desde Europa lo vocal y lo sinfónico, algo incompatible con esa política cultural que no acabo de aprenderme y que continúa fomentando el gasto en repertorios y artistas ajenos al origen público del presupuesto. ¡Si se llegara a saber que más del 80% del dinero público destinado a música clásica deserta de repertorios y artistas españoles! Y cavilaba el de Camprodón en 1899: "Una de las cosas que más me contristan cuando reflexiono sobre el carácter que en España predomina es la petulante ignorancia en que vivimos". Ignorémoslo.

Era un anhelo. No te escribiré. Entonces eran Italia y sus empresarios los que programaban en España ópera. Ahora nos vienen de otras haciendas, Isaac. El Síndrome lleva por algo tu nombre. Si es que somos muy malos, Saco, somos unos mataos. Y tú, el primero, que llevas ya cien años muerto.