
Un momento de 'Diversion of Angels', de la compañía de danza Martha Graham. Foto: Melissa Sherwood / Martha Graham Dance Company
Una noche para recordar: 100 años de la Martha Graham Dance Company en el Centro de Danza Matadero
El programa de aniversario de la compañía estadounidense es una celebración donde el pasado y el futuro se dan la mano a través de la danza. Un viaje emocional que va de la contemplación al estallido.
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Hay noches que no pertenecen del todo al presente. Noches que son, en sí mismas, una grieta en el tiempo.
El programa del 100º Aniversario de la Martha Graham Dance Company, presentado en el Centro de Danza Matadero, fue exactamente eso: una síntesis apretada pero luminosa de lo que ha significado esta compañía para la historia de la danza contemporánea.
Un puente entre el ayer y el mañana, donde el cuerpo baila, habla, grita, canta sin sonido, y se convierte en archivo viviente de un arte que, como pocos, sabe de transformación y permanencia.
El programa ofrecido es, en su estructura, un acierto. No es una retrospectiva pasiva ni un mero homenaje. Se me antoja clasificarlo como un pulso vivo que respira en varias direcciones.
Desde los fundamentos del estilo Graham hasta las pulsiones más actuales de la danza global, lo que vimos en Matadero es una muestra inteligentemente curada de cómo se puede honrar una tradición sin convertirse en su sombra.
En ese sentido, cabe felicitar a María Pagés y El Arbi El Harti, directores del centro, por incluir este espectáculo en su selección de la temporada, conjugando emoción, historia, modernidad y riesgo.
La velada se abrió con Diversion of Angels, pieza de 1948 que pone en escena, con una abstracción que roza lo celestial, las múltiples caras del amor. Aquí la danza se deshace de la narrativa literal para adentrarse en lo simbólico.
Tres mujeres que encarnan las fases del enamoramiento como si colores fueran—la inocencia, la pasión y la madurez— son personificaciones de un sentimiento que no se deja atrapar por una sola forma.
La coreografía, ágil y lírica, se despliega en oleadas, como si fueran pensamientos que no se pueden retener. El trabajo de los torsos —ese sello Graham que tensiona y libera desde el centro— es aquí un lenguaje claro y sin afectación, un gesto que comunica sin ornamentos. No hay escenografías suntuosas ni artilugios visuales: sólo cuerpos que se mueven con la precisión de lo esencial.
Luego vino el momento más íntimo y, sin duda, más conmovedor del programa: Immediate Tragedy. Este solo, creado por Martha Graham en 1937 como respuesta visceral a la guerra civil española, se creyó perdido durante décadas.
Su recuperación reciente —a partir de treinta fotografías consecutivas de una representación encontradas casi por azar— es uno de esos milagros de la danza que suceden cuando el arte se convierte en arqueología. Janet Eilber, directora artística de la compañía, junto a la intérprete Xin Ying, reconstruyeron esta joya con sensibilidad quirúrgica.
Lo que presenciamos no fue una copia muerta, sino un acto de resurrección. La figura solitaria en escena no representaba solo a una mujer, sino a todas las mujeres aplastadas por la violencia, a todas las que han resistido desde el margen.
Cada gesto de Ying —económico, incisivo, cargado de sentido— era un recordatorio de lo que significa seguir en pie cuando todo a tu alrededor se desmorona.
Tras la contención de la tragedia, llegó el estallido colectivo de We The People, del coreógrafo Jamar Roberts. Con música de Rhiannon Giddens, la pieza se articula en torno a la idea de comunidad como fuerza regeneradora.
Aquí la danza se vuelve pulsátil, casi tribal, pero no cae nunca en la simplificación. Hay complejidad en las dinámicas grupales, en los relevos entre solistas y coro, en los momentos de caos que se disuelven en una armonía construida a base de resistencias. El cuerpo, de nuevo, es voz.

Un momento de 'We the People'. Foto: Isabella Pagano / Martha Graham Dance Company
No importa de dónde venga el gesto: lo que se dice con él es que juntos, en movimiento, aún podemos conquistar el futuro. Roberts no pretende reinterpretar a Graham, pero sí dialoga con su legado: esa fe en la expresividad corporal como núcleo de lo humano.
Y luego, CAVE. Un final explosivo, casi brutal, firmado por Hofesh Shechter, el enfant terrible de la coreografía contemporánea establecido en el Reino Unido. Aquí, la escena se inunda de un ritmo implacable, con música electrónica que sacude desde dentro.
Es un trance colectivo, una ceremonia sin dios donde lo único sagrado es el movimiento mismo. La iluminación agresiva, los desplazamientos vertiginosos, la fisicidad extrema: todo en CAVE apunta a lo catártico.
A ratos uno se siente arrastrado por una corriente que no permite pensar. Sólo sentir. Sólo dejarse ir. En este sentido, la pieza culmina el viaje emocional propuesto por el programa: de la contemplación al estallido, del gesto íntimo al grito multitudinario.
Pero si algo sostiene todo este recorrido es la fidelidad a una idea de la danza como arte del cuerpo pensante. El “estilo Martha Graham” —ese modo único de concebir la danza desde el centro del torso, con la contracción como origen del impulso y la inevitable rememoración de lo que pudo ser Isadora Duncan— no es una reliquia del pasado.
Sigue latiendo, mutando, en las nuevas generaciones de coreógrafos que han entendido que no se trata de repetir una técnica, todo lo contrario, de heredar una mirada.
El programa funciona como una declaración: se puede evolucionar sin olvidar; se puede ser radical sin perder el alma. No hace falta artificio, no hacen falta decorados superfluos ni tecnologías invasivas. El cuerpo basta.
El elenco de bailarines, impecable en cada una de las piezas, confirma lo que el público ya sabía: estamos ante una de las compañías más sólidas del mundo. Por su historia y por la forma en que sus intérpretes entienden la responsabilidad de portar una tradición que se reinventa sin cesar.

Imagen de 'Immediate Tragedy'. Foto: Melissa Sherwood / Martha Graham Dance Company
El 100º Aniversario de la Martha Graham Dance Company no es una conmemoración nostálgica. Es un manifiesto. Un recordatorio de que hay una forma de bailar que aún importa, porque viene de lo profundo y apunta hacia lo alto. Un cuerpo que respira en nombre de todos los cuerpos que no pudieron hacerlo. Un legado que, en lugar de pesar, impulsa.
Y esa es, quizás, la mejor definición de lo que vimos en el Centro de Danza Matadero: una celebración donde el pasado y el futuro se dieron la mano a través de la danza. Una noche para recordar. Una noche que recordó.
Martha Graham Dance Company
Centro Danza Matadero. Hasta el 1 de junio
Compañía: Lloyd Knight, Xin Ying, Leslie Andrea Williams, Anne Souder, Laurel Dalley Smith, So Young An, Richard Villaverde, Devin Loh, Antonio Leone, Meagan King, Ane Arrieta Zachary Jeppsen-Toy, Amanda Moreira, Jai Perez y Ethan Palma