Xabier Anduaga. Foto: Borja Arrizurieta

Xabier Anduaga. Foto: Borja Arrizurieta

Escenarios

Xabier Anduaga, el tenor vasco que triunfa en Nueva York: "Tuve que elegir entre cantar y el fútbol. Acerté"

El cantante acaba de participar en 'La traviata' en el Teatro Real, abrirá la temporada del Met y brillará en agosto en casa, con dos actuaciones en la Quincena de San Sebastián.

Más información: El verdadero desafío de la Odisea: la espera de Penélope

Publicada
Actualizada

Fue en 2023. Abril. Xabier Anduaga (San Sebastián, 1995) se marcó un veni, vidi, vici en toda regla en el Metropolitan. "Ha llegado un Tenor", tituló su reseña el New York Times, cabecera que no regala los elogios precisamente. La ‘T’ mayúscula era la señal inequívoca de la admiración suscitada. Su encarnación de Nemorino en L’elisir d’amore de Donizetti encandiló a crítica y público, gracias a su timbre mediterráneo, tan seductor, y su seguridad en los agudos, marca de la casa.

La parroquia lírica neoyorquina lo adoptó entonces como uno de sus hijos predilectos. Aquel encantamiento le ha procurado varios contratos con el descomunal teatro para los próximos años. Sin ir más lejos, en octubre abrirá la temporada allí con La sonnambula manufacturada –como regista– por Rolando Villazón.

En España lo hemos podido disfrutar en el Teatro Real, como el atribulado Alfredo Germont en la minimalista Traviata de Willy Decker, junto a la estelar Nadine Sierra, compañera, por cierto, en el citado compromiso neoyorquino. Y pronto comparecerá por partida doble en la Quincena de San Sebastián, que es como decir su casa.

Para acometer, primero (4 de agosto), el Stabat Mater de Rossini con la Orquesta de la Comunidad Valenciana y con el Orfeón Donostiarra, claustro este en el que ahormó su voz cuando era un crío que se debatía entre el canto y el fútbol.

Y, segundo (día 12), en un recital en el Teatro Victoria Eugenia, variado, aunque con la intención de ir evidenciando su querencia por el romanticismo francés. "Es mi objetivo ahora", dice sentado en la cantina del personal del Teatro Real, donde desgrana con El Cultural los hitos de su trayectoria, confiesa sus referentes y vislumbra el futuro de su carrera.

Pregunta. Con Verdi y La traviata, ha estado a gusto en el Teatro Real, ¿no?

Respuesta. Pues sí. Casi todo el mundo me decía que tuviera mucho cuidado con él. Ya me pasó cuando hice Rigoletto en su día y ahora con La traviata. Hay mucho miedo. Pero yo he sentido al llegar a Verdi que era un bel canto que me dejaba cantar, ser libre. No me veo obligado a empujar las notas para traspasar la orquesta. Es más bien lo contrario.

P. La producción de Decker, tan austera, le da mucho protagonismo a los cantantes.

R. Sí, hay mucho margen para crear y poco a lo que agarrarse, con una escenografía que no es más que un reloj y cuatro sofás. Eso acrecienta la sensación de libertad.

P. Es una libertad que, por contraste, no le da Mozart, ¿no?

R. Siento con él que no obtengo el mejor resultado que puedo dar con mi voz. Si puedo hacer Verdi, Donizetti y Bellini al 100%, ¿para qué voy a hacer Mozart al 10%? Por eso lo saqué de mi repertorio. Y no me frustra, porque nunca me ha emocionado cantar un aria de Mozart.

P. Tiene claro que debe ir a favor de su voz.

R. Sí, porque si haces solo lo que te apetece, vas mal. A todos los tenores nos gusta hacer ciertos papeles, pero muchas veces es mejor esperar o renunciar si no tienes las cualidades necesarias. Querría acertar lo máximo posible, sabiendo de antemano que algún error cometeré. La voz decide, sí.

"No me veo con Verdis más pesados por ahora, no es el momento, pero sí con el romanticismo francés: Werther, Faust, Romeo, Manon..."

P. ¿Y por dónde le va a encaminar en los años venideros?

R. No me veo con Verdis más pesados por ahora, no es el momento, pero sí con el romanticismo francés: Werther, Romeo, Faust, Manon… Es un repertorio que requiere una voz más lírica, aunque hay que mantener los agudos, que son un poco marca de la casa.

P. ¿Qué tenores mira como modelos para orientar su carrera?

R. Hay muchos que me gustan: Carreras, Aragall, Kraus… Obviamente, Pavarotti y Domingo. De los que están activos y llevan muchos años cantando, mencionaría a Roberto Alagna y Piotr Beczala. Veo que no paran de crecer, de cambiar, de ampliar su repertorio. Beczala cantando Wagner, Alagna con Pagliacci o Manon en París. Llevan 30 o 40 años al primer nivel y siguen sabiendo elegir bien.

P. Es un estímulo saber que con el tiempo se pueden romper ciertos cercos, ¿no?

R. Claro, porque ellos estaban llamados a ser el relevo de Pavarotti, Carreras y Domingo, pero han demostrado que uno no tiene por qué ser el relevo de nadie, sino ser uno mismo, hacer su camino. No me gustan las comparaciones, pero sí tener referencias para intentar no confundirme.

P. En cuanto a maestros, suele remarcar el influjo de Alberto Zedda. ¿Por qué?

R. Fue quien me lanzó por primera vez a cantar una ópera representada, en Pésaro. Siempre insistía en que había que tener todo técnicamente bien resuelto para hacer magia dentro de la frase: que nada estuviera improvisado para poder improvisar. Con esa paradoja me quedé.

P. ¿Qué marca distintiva aporta haberse formado en el Orfeón Donostiarra?

R. Convivir con gente que se deja la vida en un coro amateur, que dedica sus vacaciones a viajar con el Orfeón. Entré con 8 años y no se me olvida que cumplí 16 en Madrid haciendo la Segunda de Mahler con la Orquesta de San Francisco, dirigida por Michal Tilson Thomas. También me dirigieron Chailly, Rattle, Nézet-Séguin… El Orfeón me dio la disciplina, el saber estar. Mis mejores amigos hoy son los que hice allí.

Defensa central Leñero

P. ¿Cómo surgió la vocación por el canto?

R. Mi padre es acordeonista. Iba a misa todos los domingos y empecé con 7 años a cantar en el coro. Probé todos los instrumentos, pero les dije que quería cantar. Martes y jueves iba al Orfeón, lunes y miércoles a fútbol. Tuve que elegir entre cantar y el fútbol. Acerté porque este no me habría dado de comer.

P. ¿Sigue jugando alguna pachanga?

R. Me encantaría jugar todos los días. Yo pagaría por jugar. Lo veo mucho, eso sí.

P. ¿Va a Anoeta?

R. Sí, soy socio de la Real desde los 5 años. Cuando puedo y no hace mucho frío, voy.

P. ¿En qué posición jugaba?

R. Defensa central. Creo que alguna de las patadas que di todavía se recuerda [risas].

"Llegó un día en que tuve que decidir entre el fútbol y el canto. Opté por este, y menos mal, porque el fútbol no me habría dado de comer"

P. ¿Repartía mucha leña?

R. Joder si repartía…

P. ¿Y en el juego aéreo, contundente, no?

R. Sí, sí. Me dejé unas cuantas neuronas. Menos mal que corté con 16 años.

P. Ahora se reencuentra con el Orfeón en la Quincena. ¿Cantar con ellos en casa le da seguridad o más presión?

R. Antes me daba más respeto. Después de cantar en Londres, Madrid, Barcelona… sentía que debía demostrar en casa por qué estaba haciendo esto. Ahora es lo contrario: no siento presión, sino emoción de que me vea mi gente.

P. En el Stabat Mater tiene un reto importante: el Re bemol sobreagudo.

R. Me cuesta más la frase anterior, que es larga y requiere tener el aire bien medido. Si sales al escenario pensando en los agudos, estás perdido. Este de Rossini está muy bien escrito, te lo deja preparado. No es como el final de algunas cabalettas, como en el Rigoletto, donde el Re final te espera bajo presión. Aquí el agudo te espera. Rossini lo hizo muy bien.

P. Muy bien para que se luzca el tenor.

R. Eso es: es un momento muy rossiniano, muy bel canto, muy pirotécnico.

P. ¿Qué pretende mostrar en su recital del Teatro Victoria Eugenia?

R. Habrá ópera italiana, mi esencia hasta ahora. También melodía francesa, que siempre he cantado pero no en recitales. Terminaré con romanticismo francés, que es mi objetivo ahora. Y pasaré por Los tres sonetos de Petrarca, casi arias de ópera, muy complicadas. Y alguna cosa de la tierra.

"La gente de Orfeón Donostiarra se deja la vida en ese coro. A mí me enseñó la disciplina y el saber estar, y me dio mis mejores amigos"

P. Y en octubre abre la temporada del Met.

R. Me quedé alucinado. Era una producción ya hecha. Hice mis funciones casi sin ensayos previos. No esperaba tanta repercusión, pero fue muy bien. Ya están firmadas muchas cosas para los próximos años.

P. ¿Cómo ha condicionado su carrera la llegada de Leo, su hijo?

R. Cancelé cuatro meses de contratos. Había gente que me decía: "¿Eres consciente de lo que estás haciendo?". Sí, lo era. Para mí es más importante la vida que cantar un contrato. No he sido padre para hacerme fotos con él.

P. ¿Lo lleva al teatro cuando canta?

R. Al principio sí. Íbamos con la nanny a los teatros. Una vez, en Múnich, tenía que salir a cantar y lo oía llorar. Me estaban llamando para subir al escenario. Fui hacia él, lo cogí, lo tranquilicé un poco y volví corriendo. No sé ni cómo llegué.

P. ¿En qué nota musical llora su pequeño?

R. No sé bien… pero agudo, agudo. Es tenor [risas].