Juan Mayorga. Foto: RAE

Juan Mayorga. Foto: RAE

Escenarios

Mayorga, el afortunado

Juega con el espectador a confundir lo que es verdad y mentira, a cómo vemos el mundo y nos ven. Ese es el rasgo más definitivo de su obra

1 junio, 2022 16:40

Noticias relacionadas

El año pospandémico está resultando realmente provechoso para Juan Mayorga. Ha estrenado tres obras en esta temporada y a su reciente nombramiento como director artístico del Teatro de La Abadía de Madrid se une ahora la concesión del Premio Princesa de Asturias de las Letras 2022. Y estamos a mitad de año, todavía puede haber más sorpresas para el dramaturgo madrileño, nombrado académico de la Real Academia Española a los 53 años.

El dramaturgo fue postulado por el catedrático Rafael González Cañal, de la Universidad de Castilla-La Mancha, y al parecer fue aceptado por el jurado casi con paso militar. Nada de extraño, porque Mayorga pertenece al tipo de personas que concitan el consenso. En el trato personal tiene una pedagógica forma de comunicar sus ideas sobre la función del teatro en la sociedad, pero cuando se le pregunta por algún asunto de actualidad adopta una calculada equidistancia ideológica. A eso se suma sus virtudes sociales, es un tipo cultivado y encantador que goza con la buena conversación y con la buena compañía.

El autor está en racha, pero sus triunfos los avalan una carrera de autor dramático con más de cuarenta títulos que inició en los años ochenta y que vista en perspectiva parece diseñada con compás y cartabón, con acertadas decisiones e influencias bien elegidas. Una labor que ha compaginado con la de profesor universitario, adaptador teatral y director de escena en los últimos años.

Comenzó en los años ochenta como discípulo de Marco Antonio de la Parra y de Sanchis Sinisterra, bajo la máxima de que todo teatro es político y todo es posible en el teatro, especialmente si se desafían las convenciones y se reflexiona sobre el valor de lenguaje (lo que hoy está más de moda). Sus primeros estrenos no se hicieron esperar en las salas alternativas madrileñas.

Pronto saltó a los escenarios públicos con dos obras sobre los totalitarismos: Cartas de amor a Stalin (sobre el arresto que sufrió Bulgakov) y Himmelweg (adaptación de un informe real de un inspector de la Cruz Roja de visita a un campo de concentración nazi). A partir de entonces, ha sido un habitual de las programaciones de los teatros públicos, ya fuera como autor, ya como adaptador (Gerardo Vera y Helena Pimenta, mientras dirigieron el Centro Dramático Nacional y la Compañía Nacional de Teatro Clásico, respectivamente, le encargaron varias versiones de clásicos como El enemigo del pueblo o La vida es sueño).

Su obra es ecléctica. Según ha contado en repetidas ocasiones, capta en el ambiente social, cuando pasea o entra en un mercado y oye a la gente hablar, frases y situaciones que registra en un cuaderno; de ahí se le ocurren metáforas teatrales. Comenzó con los dramas, pero poco a poco ha ido ganando peso la comedia “impura”. Y su temática es variada, pero su tendencia es llevar casi siempre los argumentos a la metateatralidad: juega con el espectador a confundir lo que es verdad y mentira, a cómo vemos el mundo y nos ven. Ese es el rasgo más definitivo de su obra y, en este sentido, una de mis preferidas es la comedia El mago (2018).

Tiene otros textos excepcionales, sin duda uno de ellos es El chico de la última fila (2006), un “obrón” complejo e inquietante sobre muchos asuntos (la educación, la familia…) pero que indaga, ya lo hemos dicho, en cómo opera la ficción en la vida real; por cierto, llevada también al cine por François Ozon. Y La tortuga de Darwin (2008), que en la producción que se hizo contaba con una magnífica Carmen Machi haciendo un personaje peculiar: un testigo de la Historia del hombre con mayúsculas.

Tiene otras piezas excesivamente teóricas e irregulares (La paz perpetua, El cartógrafo, El crítico). Últimas palabras de Copito de Nieve (2004) recuerda a Kafka, tiene por protagonista a un gorila filósofo que también es actor. Y en este año ha estrenado El diablo cojuelo, versión en clave payasa que yo diría que es una obra totalmente nueva, y El golem, críptico e ininteligible texto para la que esto escribe que tiene dividida a la afición. También Silencio, un experimento teatral muy interesante que consiste en llevar su discurso académico para la RAE a un registro clown interpretado por Blanca Portillo en las tablas. Después de esta experiencia me pregunto a quién veremos dando el discurso y recogiendo el premio en octubre en Oviedo, a Portillo o al mismísimo Juan.