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Escenarios

José Luis Gómez: “Mi prioridad siempre ha sido dar paso al talento ajeno”

El actor estrena en La Abadía su nuevo espectáculo sobre 'Cantar de mio Cid'

29 enero, 2020 02:30

La Abadía cumple 25 años. Salvo en los últimos meses, en los que Carlos Aladro ha empezado a manejar el timón, todo ese tiempo ha estado regida por José Luis Gómez (Huelva, 1940), que hizo de este templo de la escena madrileña un bastión del talento creativo y de la dicción sublimada. Dos rasgos evidentes, por ejemplo, en uno de los últimos trabajos manufacturados allí: Nekrassov. En los fastos por el aniversario era de rigor reconocer la dedicación casi absoluta del padre fundador. Así lo hará Lluís Homar, conductor del homenaje que se le brindará el jueves 30 en el teatro. En él participarán muchos de los cómplices que le han rodeado durante su fecunda y generosa carrera.

Más tarde, el día 15 de febrero, ofrecerá otra muestra de su don (innato y duramente trabajado) para la oralidad con un recitado del Cantar de mio Cid, texto seminal del castellano, al que devuelve su fonética antigua. Ya lo ‘enunció’ durante el ciclo Cómicos de la lengua, que puso en marcha con motivo de su nombramiento como académico de la RAE, pero ahora le otorga mayor empaque escénico y musical, con la intención de que la temporada próxima se inserte en la programación regular de La Abadía. Acantonado en el semisótano de su chalet en la colonia de la Fuente del Berro, rodeado de muchos y doctos libros y macerado por un silencio gozoso que incita a la introspección y el estudio, Gómez, leyenda ya de nuestras tablas, conversa prolongadamente con El Cultural: repasa su viaje en La Abadía, revela algunos de sus proyectos artísticos futuros y filtra su estado espiritual frente a “la despedida de la vida”.

Pregunta. ¿Cómo se encuentra hoy? ¿Más tranquilo tras dejar la primera línea o sufre síndrome de abstinencia?

Respuesta. No, no tengo síndrome de abstinencia. Aun habiendo dejado la dirección sigo vinculado al teatro como director-fundador y por un compromiso de un proyecto artístico que puedo hacer cada año. Me han llegado muchas solicitudes de golpe porque, antes, estaba dedicado en exclusiva a La Abadía. Habré hecho, por ejemplo, tres películas en estos 25 años… La Universidad de Salamanca me ha confiado que siga haciendo en el Paraninfo cada curso la conmemoración de Unamuno. Pero también dejo espacio para otras cosas que no sean trabajo, para la reflexión, para prepararme para la despedida de la vida, para atender a mis gentes. Di el paso en el momento justo; bueno… quizá un poco tarde.

P. Dirigir 25 años un teatro público es algo insólito en la actualidad. Lo normal es que haya topes fijados por decreto y, además, los directores artísticos son decapitados, indefectiblemente, con cada cambio de gobierno.

R. Hay ejemplos históricos de directores que no fueron contestados. Strehler en el Piccolo, Stroux en Düsseldorf, Peter Stein en la Schaubühne… Yo me comprometí a aparcar cualquier otra actividad cuando el equipo de Leguina me propuso dirigir La Abadía. Por otro lado, las puestas en escena que yo he hecho son muy pocas en comparación con las que hacen los directores de centros públicos habitualmente, algunos con varios montajes al año. Mi prioridad siempre ha sido dar paso al talento ajeno.

P. Pero ¿qué le parecen los seísmos en las direcciones artísticas al son de la política?

“El teatro, medular en otros países, es mal entendido en España, donde se asocia inmediatamente al entretenimiento”

R. Las instituciones culturales son demasiado dependientes de la acción política. Por esa misma razón, por las injerencias en la labor artística, yo dimití del CDN, con Nuria Espert. Es algo que solo ha hecho también Marsillach desde que existe. E igualmente dimití del Español. Infortunadamente, el teatro, como actividad artística, medular en otros países, es mal comprendida en España, donde se asocia casi inmediatamente a entretenimiento. Por eso el lema que acuñé para La Abadía fue ‘El placer inteligente’.

La idoneidad de aladro

Gómez dice que puso, entre otros, el nombre de Aladro sobre la mesa cuando se planteó su sucesión. “Pensaba que era la persona adecuada porque, más allá de su paso por la Resad, se ha formado prácticamente en La Abadía”. Aunque Aladro ya ha volteado algunas de sus cartas y ha manifestado la filosofía que quiere que rija ‘su’ Abadía (continuidad sin continuismo, teatro al servicio del bien común, defensa del derecho al fracaso…), asegura que es “muy temprano” para opinar sobre su labor. “La Abadía siempre apostó por nuevos talentos, actores y directores. Él mismo tuvo más oportunidades allí que en otros sitios. La misión del teatro, tal y como se concibió, es abrir espacio a los mejores, a veces muy ocultos. No es tarea fácil reconocerlos pero es primordial. Las artes viven un momento de confusión en el que las tendencias proliferan y entresacar en ese mar lo más valioso requiere de un olfato y un instinto muy especial. Estoy seguro de que está haciendo un gran esfuerzo y le deseo mucha suerte”.

P. El día 15 volverá a subirse a su escenario para recitar/interpretar el Cantar de mio Cid. ¿Qué le atrajo de esta obra, que se reservó para usted en el ciclo Cómicos de la lengua de la RAE?

R. Tiene algo fascinante: en todo el texto, sobre todo cuando se emite oralmente, reverberan las lenguas de este país. Percibes que las palabras del cantar están por debajo de las palabras que pronunciamos hoy. Y al ser el primer texto escrito en castellano plantea un tema identitario serio: nos da conciencia de pertenencia, de membresía, de que parte de esto soy yo.

"El Cantar de mio Cid plantea un tema de identidad serio: nos da conciencia de pertenencia, de que parte de esto soy yo"

P. ¿Estará más arropada escenográficamente que cuando la presentó en la RAE?

R. Sí, sí… También lo voy a musicar. En mí habrá dos juglares, el de antaño que habla con español del XII y el de hoy, que comenta por qué esa inquina del rey Alfonso VI con Rodrigo Díaz de Vivar.

'Azaña, una pasión española'. Foto: Ros Ribas

P. La figura de El Cid está muy en boga ahora por la novela de Pérez-Reverte. Por cierto, ¿qué le pareció?

R. Es estupenda. Estamos en la misma comisión en la RAE y le admiro mucho. Me ha ayudado para sentir aún más a El Cid. Pérez-Reverte, como siempre, se ha documentado muy bien y lo que narra es bastante fiable aunque obviamente en la ficción hay una libertad poética que es plausible.

P. El historiador David Porrinas también acaba de publicar El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra, donde denuncia la confusión entre la figura legendaria, que empezó a acuñarse precisamente en el Cantar, y la real. Una confusión a la que también contribuyó, añade, Menéndez Pidal.

R. Por supuesto, la manipulación que las distintas ideologías al servicio de sus intereses han hecho las conocemos… Es una figura confusa. Pero no hay duda de que fue un campeador, un batallador y un mercenario; siempre leal a su rey, eso sí. Tal lealtad es uno de los aspectos realmente esenciales de su historia. Tampoco es lo más importante si el Cantar es fidedigno históricamente, lo importante es que es un gran cantar de gesta que dibuja un hombre muy justo, noble y queridor de los suyos. El Cid es un valor de referencia.

P. Me comentaba que seguirá ‘habitando’ la piel de Unamuno. Otra figura que vive una eclosión de popularidad, algo que ha alimentado el éxito en taquilla de Amenábar. ¿Le convenció su versión?

R. Es un cineasta extraordinario y la película me gustó mucho, sí, sobre todo la sucesión prodigiosa de actores maravillosos en personajes secundarios, como el hermano de Franco.

'La Celestina'. Foto: Sergio Parra

Volviendo a las tablas, confiesa que tiene “un deseo muy intenso” de hincarle el diente al Siglo de Oro. Ya está trabajando en un texto de uno de sus máximos representates, sin precisar el nombre. Sí concreta en cambio que otro de los embriones que está gestando es un montaje sobre el último capítulo de El Quijote. Gómez, además, sigue enchufadísimo como espectador a los escenarios madrileños (tras la entrevista saldrá disparado al María Guerrero para ver Divinas palabras). Aunque su asistencia perseverante a las funciones le produce cierta contrariedad. Su concepción del teatro como el lugar donde ha de manifestarse la lengua con “su mejor sonido y su mejor sentido” no se materializa siempre en la interpretación de nuestros actores. “El trabajo hecho de La Abadía ha contribuido a incrementar la conciencia de su relevancia. Pero, aunque este momento de mi vida no quiero dejar ningún espacio a la melancolía, ninguno, se me cuela por las rendijas a veces. Creo que no se ha hecho lo suficiente en este país”, señala con impotencia, sabedor de que él ya no podrá aportar mucho más.

La formación del nuevo gobierno no le levanta el ánimo tampoco. Reconoce a Sánchez y a su gobierno en funciones el capote que le echó a la RAE en un momento muy delicado para las finanzas de la institución pero lamenta que en las distintas campañas que nos han asestado en los últimos meses la cuestión cultural ha brillado por su total ausencia. En cualquier caso, entiende que la agenda social sea la prioridad para el nuevo ejecutivo de coalición. “Sí, porque las desigualdades en España son abracadabrantes. Aquí pagamos muchos menos impuestos que en países de nuestro entorno, sobre todo la gente que tiene más”.

P. ¿Y cómo está su salud?

R. Estoy bien, estoy bien… [entra en bucle]. Estoy bien… Todo esto [se refiere a la afección que le obligó a cancelar algunas funciones hace un año] me ha llevado a muy buenos cambios en la vida. Los seres humanos tenemos que empezar cuanto antes a trabajar en ser criaturas… coño, mejores. La única melancolía que tengo es que el tiempo que me queda es poco. Estoy a punto de cumplir 80 años…

P. Decía que quiere escenificar el último capítulo de El Quijote. ¿Le resulta iluminador para afrontar el final?

R. Es una lección sobre el buen morir. Lo más hermoso de la muerte de Alonso Quijano es que acontece rodeado de la gente que quiere: el barbero, el cura, Sancho, la sobrina… Pero que conste que todo esto te lo dice una persona que goza de muy buena salud.

@albertoojeda77