Image: Philippe Jaroussky: “Tener una voz bonita es un don pero también un tormento”

Image: Philippe Jaroussky: “Tener una voz bonita es un don pero también un tormento”

Escenarios

Philippe Jaroussky: "Tener una voz bonita es un don pero también un tormento"

17 mayo, 2019 02:00

Philippe Jaroussky. Foto: Amandine Lauriol

El popular contratenor francés nos abre las puertas de su academia en París, donde ofrece clases a niños de familias sin recursos y a jóvenes talentos. Un proyecto educativo que compatibiliza con su exitosa carrera, cuyo último hito es un disco dedicado intégramente a las óperas de Francesco Cavalli.

Estos dos días de inmersión en la Academia Jaroussky arrancan con una divertida casualidad. Al entrar en la sala de ensayos donde el contratenor está dando clases, su alumna Marine Chagnon, prometedora mezzo, desgrana el bolero de Saint-Saëns El desdichado, ejemplo de la fijación de los compositores franceses decimonónicos por la postal de la España apasionada y racial. “Qué curioso que justo hayas llegado ahora. Es la única pieza en español que vamos a trabajar hoy”. Lo dice, a su vez, en un español que maneja con cantarina soltura. “Dinos, por favor, si suena auténtico y bien articulado”, pide antes de retomar la lección. Es media mañana y le queda por delante una larga jornada por la que desfilarán, por esa misma sala, una serie de jóvenes con voces superdotadas. Él intenta dosificarlas para que no se rompan antes de tiempo y potenciar su carácter único. Es una maratón en la que se vacía: gesticula sin parar, canta con ellos para ejemplificar sus instrucciones, toca a veces el piano de acompañamiento, coge sus caras para colocar en la posición adecuada la boca, ríe y, al mismo tiempo, exige mucho. El buen rollo reinante en el aula no está reñido con la búsqueda de la excelencia. Jaroussky (Maisons-Laffitte, 1977), a pesar de su endemoniada agenda de conciertos, óperas e incluso películas (en un par de días vuela a Praga para rodar una sobre los castrati), no contemporiza en este proyecto que puso en marcha hace un par de años y que ha cogido vuelo rápido, financiado al alimón por instituciones públicas y por firmas como Crédit Mutuele, Orange, Yamaha... Tiene su sede en La Seine Musicale, un imponente complejo de edificios situado a la orilla del Sena, en las afueras de París, que incluye un gran auditorio en forma de bola de cristal. En esta magnífica infraestructura consagrada a la música acoge dos grupos de 25 estudiantes: el de los jeunes talents, que no son sólo cantantes sino también pianistas, chelistas, violinistas (estos en manos de otros profesores especializados), y el de los niños de 7 a 12 años procedentes de familias con escasos recursos. Pregunta. ¿Qué le empujó a fundar la academia? Respuesta. Precisamente, democratizar el acceso a la música. Aquí los alumnos pagan una cantidad simbólica de unos 20 euros por todo el curso. Muchos jóvenes renuncian a su vocación musical porque no tienen dinero para pagarla. Es una pena porque a mí la música me cambió la vida. Pero yo recuerdo que cuando estudiaba violín y piano tuve algunas dificultades. Las partituras, los instrumentos, las clases… Todo eso es muy caro. Conseguí costearme los gastos dando a su vez clases de piano, que es una buena manera porque cuando pagas algo de tu bolsillo lo valoras más.

Jaroussky, cuyo bisabuelo llegó a Francia huyendo del bolchevismo, no se crió en una familia musical. Aunque sus padres sí escuchaban discos de Maria Callas, una voz que le marcó. “Mi madre siempre me cuenta que lloré cuando me enteré de su muerte”, recuerda ya al caer la tarde, terminadas las clases, en una terraza aledaña a La Seine Musicale. Habla ahora la mayor parte del tiempo en inglés. “Es que aquí en París no me sale el español”, se disculpa mientras degusta “una cañita”. A pesar del bloqueo, la ha pedido así, a la española, a un camarero desconcertado. Es un guiño a su interlocutor que denota el carácter guasón de Jaroussky, cuya especial destreza para las notas fue descubierta por un profesor de su colegio. Este incitó a sus padres a que le procuraran una formación musical. Le hicieron caso, aunque por entonces a él lo que le gustaba era dibujar y la danza. Se puso a tope con el violín pero ya era tarde para ser un virtuoso. “Es un instrumento con el que hay que empezar a los 6 o 7 años”, precisa. Luego se metió en faena con el piano, pensando más bien en devenir compositor o director. Pero la actuación de un contratenor le iluminó con 18 años. “Yo quiero ser esto”, se conjuró. P. ¿Cómo ha condicionado su carrera vocal el hecho de haber estudiado violín? R. Mucho. Es fácil reconocer a un cantante que ha estudiado un instrumento antes. Su relación con las notas es muy fluida. Yo entonces leía mucho más rápido una partitura que un libro. Y cantaba de una manera instrumental. Pero siempre me ha costado lo de actuar en la ópera. Es justo lo contrario que sucede con cantantes que vienen del teatro o el cine, actores que descubrieron en su día que tenían una voz bonita y dieron el salto. Ellos no tienen problemas para actuar pero sí más complicaciones con lo estrictamente musical. El violín, por otro, lado generó en mí una querencia por los sonidos agudos. De ahí, creo, surgió mi deseo de cantar en la tesitura de contratenor.

El sonido interior

P. Estos cantan con una técnica específica. ¿Cuál es método vocal que intenta enseñarles a sus alumnos? R. Bueno, yo intento que haya una variedad de registros en mi grupo. Por eso selecciono sopranos, barítonos, tenores… Tampoco me concentro en el barroco, que es mi especialidad. Abordamos un abanico más amplio que incluye de todo, Wagner, Rossini, Mahler… Lo que yo les enseño puede aplicarse a cualquier repertorio. A mí mi profesor me salvó la voz. De joven tiendes a forzarla demasiado para impresionar. Es un error que, si no lo atajas a tiempo, te destroza la carrera. Si uno tiene que forzar, hay un problema. Se debe cantar relajado y preocupado más en cómo construyes el sonido en el interior de tu cuerpo que en proyectarlo al exterior.

Jaroussky se entrega en cada clase, canta, gesticula, corrige, toca el piano... Foto: Amandine Lauriol

Es una consigna que repite machaconamente a Julie Prola, soprano con una voz espectacular, que mana de su garganta franca y plena. Pero que tiende a excederse con las notas altas, algo que activa las alarmas de Jaroussky. “Tener una bonita voz es un don pero también puede ser un tormento”, apunta en un aparte al periodista mientras ella sigue cantando Bell raggio Lusinghier, aria de la Semiramide de Rossini. Prola ha tenido ya varios profesores y llegó a la academia evidenciando esa inercia destructiva. “Ahora se siente muy insegura pero creo que en un par de años lo podrá solucionar porque es modesta, acepta de buen grado las correcciones y es muy obstinada. Una luchadora”. Otro detalle en el que no deja de insistirle es en la verticalidad del canto, pues tiende a la horizontalidad. “Es muy común también en los cantantes de ópera: abrir demasiado las vocales cerradas como la ‘u', hasta hacerlas casi ininteligibles. Mi consejo siempre es el mismo: canta como hablas”. Ciertamente, lo va repitiendo al resto de sus pupilos. Entre ellos, a Marine Chagnon, que destaca de estas intensas semanas con Jaroussky “la posibilidad de ser asesorada por alguien que está subiéndose casi cada día a un escenario, algo que no sucede en el conservatorio”. Y al barítono Augustin Chemelle, que, por su parte, resalta “los consejos vocales prácticos y precisos como la utilización de tu voz parar ser más percutiente y atravesar así la masa sonora de una orquesta”. Ambos, a su vez, confían en que al estampar en su currículum el sello Jaroussky, un nombre que trasciende los cubículos de la clásica gracias a su carisma de eterno adolescente y a su canto angelical, les abra puertas en el futuro. De entrada, este verano ya les han surgido algunos bolos en festivales. Refuerza esa esperanza el hecho de que alumnos de la promoción anterior ya hayan hecho sus pinitos con formaciones de la alcurnia de Les Arts Florissants y Les Musiciens du Louvre-Grenoble. En la academia, además, reciben un curso para difundir su imagen. Es una enseñanza clave en un entorno tan competitivo, donde los agentes juegan un papel clave. P. ¿Y las redes sociales? ¿Hasta qué punto ayudan? R. Un artista que no está en ellas es un artista muerto. Yo confieso que me entusiasmé con ellas cuando nacieron. Pero ahora he reducido mucho mi presencia. Me dio mucho que pensar que colgando una foto mía comiendo ostras en una terraza de Londres consiguiera más de 5.000 ‘likes' en Facebook mientras que un vídeo que compartí de Lorraine Hunt, una artista clave para mí, sólo llegara a los 300. Hay que tomar cierta distancia para no caer en el egocentrismo banal. Aunque, la verdad, Youtube disparó mi carrera. Si tecleas ‘Vivaldi aria', salgo el primero cantando Vedro con mio diletto. Tiene millones de visitas.

Cóctel de arias

P. Ahora en cambio ha lanzado con Warner un curioso disco centrado en Cavalli. ¿Cómo surgió la idea? R. Quería salir del segundo barroco, tan virtuoso, muy explotado. Me refiero a la música napolitana, a Porpora y compañía. En cambio, no tantos han viajado al primero, donde se ubica Cavalli, del que hay 27 óperas, nada menos. De Monteverdi, por ejemplo, sólo conservamos tres. Con ese material podía hacer un sugerente cóctel con lo mejor.
Decliné participar en el concierto por Notre-Dame. Prefiero cantar en conciertos para los refugiados"
P. Lo grabó aquí en París, en la Iglesia de Notre-Dame-du-Liban. ¿Por qué? R. Es un templo muy cercano al Panteón, muy escondido y muy tranquilo. Allí se puede grabar con mucha seguridad. P. ¿Y en Notre-Dame, la catedral, había cantado alguna vez? R. No. Me propusieron participar en el concierto para recaudar fondos pero decliné. Los millones que se recaudaron en unos días me plantearon algunos dilemas. Es un símbolo de esta ciudad pero para atender a los refugiados no hubo la misma respuesta. En aquel concierto hubo mucho de autopromoción de los artistas. Prefiero cantar para los refugiados. Los monumentos son importantísimos pero lo son mucho más las personas. Nuestro presidente prometió que en seis meses nadie dormiría en las calles de París. Luego no ha hecho nada. El lema histórico de Francia es libertad, igualdad, fraternidad. Si renuncia a eso, dejará de ser Francia. Es una reflexión humanista que pronuncia contrariado. Mañana estará apoyando a sus alumnos en el concierto organizado en La Seine Musicale para que se curtan. Al día siguiente el vuelo ‘fílmico' a Praga. En septiembre se instalará en Milán dos meses para hacer en La Scala Giulio Cesare con Cecilia Bartoli. Y en 2022, revela, empuñará en París la batuta para dirigir su primera ópera. “No me veo cantando con 60 años pero sí espero que esta academia me sobreviva. Quizá suene megalómano pero, sí, ese es mi sueño”. @albertoojeda77