Diane Keaton en 'Annie Hall'.

Diane Keaton en 'Annie Hall'.

Cine

Diane Keaton, la reina de la comedia que liberó a las actrices de la obligación de ser "femeninas" y "fuertes"

La corbata, el sombrero, el chaleco y los pantalones anchos de 'Annie Hall' fueron una revolución cultural de la mano de una actriz que desafió todos los tópicos.

Más información: Muere a los 79 años la actriz Diane Keaton, musa de Woody Allen y protagonista de 'Annie Hall'

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Hay personas que sonríen mucho y, al mismo tiempo, dan la impresión de esconder una melancolía inaccesible, guardada para sí mismas en lo más profundo.

Es difícil encontrar una sola foto de Diane Keaton en la que no aparezca sonriendo, de oreja a oreja. Pero en su caso, esa sonrisa no transmite una felicidad banal, sino un deseo de sobreponerse a los rigores de la vida sin perder la amabilidad —la kindness, que dirían los americanos—.

Como en la sonrisa de otro ilustre cómico de apellido Keaton, Buster —referente confeso de la recientemente fallecida actriz—, en la de Diane hay buen espíritu y amabilidad, pero también un cierto existencialismo, una sorpresa ante un mundo tan loco, terrible y cruel como luminoso. Es una sonrisa comparable a la de la propia Mona Lisa: un pozo de misterio y fascinación.

La propia Keaton contaba en una entrevista con The New Yorker en 1978, cuando Annie Hall (Woody Allen, 1977) acababa de convertirla en una estrella mundial y le había dado un Oscar, que “canté en clubes nocturnos de Pasadena durante una temporada. Tuve unas críticas horribles. Cada vez que alguien aplaudía, pedía disculpas. Siempre he tenido esa manía de pedir disculpas por todo”.

A Keaton la nominaron tres veces más al Oscar por películas que demuestran su extraordinaria versatilidad más allá de la comedia.

En Reds (1981) interpreta a la periodista y escritora feminista Louise Bryant, que vive un apasionado romance con el reportero John Reed durante la Revolución bolchevique de 1917.

En La habitación de Marvin (1996) da vida a una mujer que ha dedicado media vida a cuidar de su padre enfermo, en un intenso drama familiar junto a Meryl Streep.

Y en Cuando menos te lo esperas (2003), su última nominación, retoma el arquetipo de la mujer sofisticada e independiente en un romance maduro junto a Jack Nicholson.

Annie Hall fue un fenómeno mundial, pero ese mismo año Keaton protagonizó una película tan valiente como rompedora: Buscando al señor Goodbar, donde interpreta a una profesora aparentemente convencional que por las noches busca hombres en bares para acostarse con ellos.

El impacto de ambas interpretaciones fue tal que la revista TIME le dedicó su portada

La mujer detrás de la sonrisa

La clave de su magnetismo fue, quizás, su autenticidad. Esa vulnerabilidad que transmitía en pantalla, mezclada con un espíritu indomable, no era impostada: era ella misma.

En la entrevista de 1978 confesaba también que no le gustaba el teatro porque “me siento más a gusto detrás de la cámara. No te interrumpen ni te distraen las reacciones del público”.

“Detrás de la cámara”, decía Keaton, como quien dice “detrás de una sonrisa”. ¿Por qué será que casi todos los grandes cómicos han sido, en el fondo, grandes tímidos y solitarios?

En sus memorias Then Again (“Entonces, otra vez”), Keaton manifestaba esa melancolía que la acompañaba: “Me he permitido caer en un estado de tristeza. No solo triste, sino estancado. He dejado de avanzar. Vivo en un mundo de ‘qué hubiera pasado si’ y ‘lo que solía ser’. Mi madre solía escribir sobre estas cosas".

Y en otro momento añade: "Esto de vivir es un gran trabajo. Demasiado, pero no suficiente. Medio lleno, medio vacío".

Keaton mantuvo sonadas relaciones con Woody Allen, Al Pacino, Warren Beatty o Keanu Reeves, pero casi todas fueron breves, y nunca se casó.

Admitió que jamás ha podido ver entera El Padrino, donde interpreta a Kay, la mujer que se casa con un mafioso sin saber dónde se mete, porque le daba vergüenza verse en pantalla.

Una pena, porque El Padrino es una de las mejores películas de la historia, y su personaje —aunque secundario— tiene uno de los arcos más bellos y trágicos del film: el de una “niña bien” ingenua que despierta al horror del poder y del crimen.

Lo cortés no quita lo valiente

Fuerte, independiente, deportista, deslenguada… La maravillosa Katharine Hepburn fue la primera gran actriz “hombruna” que desafió los estereotipos de lo que debía ser una “señorita”, interpretando a aristócratas pilotos de avión (Hacia las alturas, 1933) o a herederas excéntricas (La fiera de mi niña, 1938).

Hepburn podía brillar con vestidos suntuosos, pero se la veía más cómoda cubierta de barro o vestida con toga de abogada (La costilla de Adán, 1949).

Diane Keaton continuó ese legado demostrando que las mujeres podían ser fuertes, independientes y deslenguadas sin ser “doña perfecta”. Que podían tener el timón de sus vidas sin esperar a un marido que las salvara, pero también podían ser vulnerables e inseguras, como los propios hombres.

Una sola imagen puede cambiar el mundo. En Annie Hall, cuando el personaje de Woody Allen le dice a Keaton que le gusta cómo va vestida, la moda se convierte en cine, y el cine, en arte.

El bonete, el chaleco, la corbata y los pantalones anchos no son solo un icono estético, sino un manifiesto de libertad. En una cultura que exalta la excentricidad como forma de autenticidad, Keaton/Annie reclamaba, con un simple outfit, el derecho a ser genial, imperfecta y feliz a su manera.

Seria y divertida

Las películas clásicas de Woody Allen con Diane Keaton marcan su momento cumbre. Además de Annie Hall y la insuperable Manhattan (1979), están las primeras comedias más ligeras pero igualmente brillantes.

En Sueños de un seductor (1972), Allen conversa con un Humphrey Bogart imaginario que le da consejos amorosos, y Keaton interpreta a una mujer inteligente, algo caótica y sensible que anticipa el personaje de Annie Hall.

En El dormilón (1973), una sátira futurista, y La última noche de Boris Grushenko (1975), parodia de los clásicos rusos, Keaton despliega un humor físico, absurdo y salvaje. Al final de esta última, abandona al protagonista y le espeta: “No quiero casarme, solo divorciarme”.

Estas películas capturaban con agudeza el cambio del zeitgeist de los 70: un mundo donde las relaciones son inciertas, el divorcio común y la soledad una constante.

En ese contexto, Keaton representa una mujer moderna, cuidadora y fuerte, obligada a sostener al hombre inmaduro e hipocondríaco que Allen interpretaba como espejo de su propia fragilidad.

En un tiempo en que la comedia estadounidense prácticamente ha desaparecido, Keaton fue una reina del género, no solo en las películas de Allen.

Brilló en El padre de la novia (1991) y su secuela, junto a Steve Martin, y alcanzó otro enorme éxito con El club de las primeras esposas (1996), donde, junto a Goldie Hawn y Bette Midler, lideró una historia de venganza y redención femenina que el público abrazó masivamente.