Rebecca Ferguson, en 'Una casa llena de dinamita'

Rebecca Ferguson, en 'Una casa llena de dinamita'

Cine

'Una casa llena de dinamita': Kathryn Bigelow inicia una terrorífica cuenta atrás para el pánico nuclear

Siempre del lado de sus personajes y enfrentada al poder institucional, Bigelow ha sabido proyectar en sus películas una mirada implicada pero nunca patriótica de la historia reciente de los Estados Unidos.

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A lo largo de su flamante trayectoria, la estadounidense Kathryn Bigelow (San Carlos, California, 1951) –responsable de títulos icónicos como Acero azul (1990) y Le llaman Bodhi (1991)– ha explorado las posibilidades del thriller de acción esquivando una y otra vez la tentación del maniqueísmo.

Esta reticencia a utilizar el dedo acusador de un modo simplista, renegando de las figuras heroicas o pérfidas, ha hecho de la autora de Días extraños (1995) una cineasta tan admirada como malinterpretada.

Cuando Bigelow estrenó en el Festival de Venecia de 2008 En tierra hostil, que terminaría llevándose el Oscar a la mejor película, un sector de la crítica leyó el filme como una crónica épica del despliegue militar del ejército estadounidense en Irak, cuando en realidad se trataba de una denuncia del pernicioso efecto adictivo que la guerra tenía sobre los soldados.

De un modo similar, La noche más oscura (Zero Dark Thirty) (2012) aprovechaba el retrato de la caza de Osama Bin Laden para meditar sobre el agujero negro moral que aquella cruenta misión abrió en la conciencia del pueblo americano.

Siempre del lado de sus personajes y enfrentada al poder institucional, Bigelow –que se forjó como cineasta colaborando con la directora feminista de vanguardia Lizzie Borden– ha sabido proyectar en sus películas una mirada próxima y a la vez crítica, implicada pero nunca patriótica, de la historia reciente de los Estados Unidos.

Ahora, en la trepidante y terrorífica Una casa llena de dinamita, Bigelow vuelve a abordar un tema candente –la posibilidad de una guerra nuclear– desde una perspectiva singular. Y es que cuando, en la ficción, los servicios de seguridad y el ejército detectan un misil nuclear que podría caer sobre suelo estadounidense, Bigelow y su guionista Noah Oppenheim deciden no revelar el origen de la amenaza.

Esta audaz apuesta narrativa desactiva la posibilidad de que Una casa llena de dinamita ponga en escena una contienda geopolítica. Y así, situando en un segundo plano la batalla entre naciones, Bigelow y Oppenheim –cocreador de la miniserie Día cero (2015), que se centraba en un devastador ciberataque– plantean un punzante retrato de la reacción de las autoridades estadounidenses ante el riesgo de una catástrofe planetaria.

Anthony Ramos, en Una casa llena de dinamita

Anthony Ramos, en Una casa llena de dinamita

Una hipótesis angustiosa de la que el filme extrae una conclusión aplastante: digan lo que digan los poderes fácticos, el mundo –incluidos los Estados Unidos– no está preparado para responder a un ataque nuclear.

Por su contundente crítica a la mezcla de belicismo e ingenuidad que se impone estos días en Occidente, Una casa llena de dinamita debe ser considerada un valiente ejercicio de denuncia. Planteada como un thriller psicológico, sin revólveres, solo con misiles, la película transita entre diferentes salas de comando en las que la élite política y militar americana se debate entre la negación, la incredulidad, la incapacidad y la histeria.

Como es habitual en su cine, Bigelow neutraliza cualquier posibilidad de heroísmo. Ante el abismo de la catástrofe, la mayoría de los personajes tienden a exponer sus flaquezas, incluido un presidente empático y comprometido con la paz (un imponente Idris Elba). ¿Pero será eso suficiente?

Los cinéfilos quizá preferirían contar con el presidente al que encarnó Henry Fonda en la excelente Punto límite (1964), donde, en plena Guerra Fría, y ante el pánico nuclear, Sidney Lumet orquestó una tensa negociación entre la Unión Soviética y Estados Unidos. Aunque la comparación más justa podría darse con ¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú (1964).

Una imagen del filme

Una imagen del filme

Si Bigelow fuese una cineasta irónica o sarcástica, quizá Una casa llena de dinamita luciría como una actualización de la sátira kubrickiana, aunque a la directora de Detroit (2017) no le interesa hacer reír, sino provocar en el espectador una angustia exasperante.

Producida por Netflix, Una casa llena de dinamita sabe optimizar sus virtudes, del extraordinario manejo del tempo fílmico que exhibe Bigelow a un reparto inspirado (Tracy Letts y Rebecca Ferguson brillan en la piel de altos mandos del ejército y la inteligencia). Sin embargo, la película también tiene sus problemas, comenzando por una inclinación al sentimentalismo inusual en la obra de Bigelow.

Para despertar la identificación del espectador con los personajes, la cineasta y Oppenheim salpican la narración con unos innecesarios ganchos emotivos: un hijo enfermo, una esposa embarazada y una hija con problemas psicológicos.

Además, hay algo inquietante en el modo en el que, a través de una estructura fragmentada, que juega con la iteración de la cuenta atrás, Una casa llena de dinamita refuerza la sensación de inevitabilidad del estallido bélico a gran escala. Un fatalismo que, en la coyuntura actual, está abriendo debates que apuntan, entre otras cuestiones, al auge de los presupuestos de defensa y la recuperación de los servicios militares.

En cualquier caso, la negativa de Bigelow a cerrar todos los flecos de su discurso, centrándose en una observación microscópica de las acciones de sus personajes, vuelve a demostrar la inteligencia de una cineasta que invita al espectador a pensar por sí mismo.

Una casa llena de dinamita

Dirección: Kathryn Bigelow.

Guion: Noah Oppenheim.

Intérpretes: Idris Elba, Rebecca Ferguson, Gabriel Basso, Jared Harris, Tracy Letts, Anthony Ramos, Greta Lee.

Año: 2025.

Estreno: 10 de octubre