Ester Expósito en una imagen extraída del cartel de la película 'El talento', dirigida por Polo Menárguez.

Ester Expósito en una imagen extraída del cartel de la película 'El talento', dirigida por Polo Menárguez.

Cine

Ester Expósito o la tragedia de ser una niña pija y asomarse al abismo de la ruina en la "mejor fiesta del mundo"

El cineasta Polo Menárguez da el salto con 'El talento'. La película, en cuyo guion participa Fernando León de Aranoa, sigue a una chica de clase alta que se ve atrapada en un juego diabólico cuando su familia necesita dinero.

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Polo Menárguez (Madrid, 1984) se dio a conocer con El plan (2019), una farsa amarga y demoledora sobre el paro en la edad madura que sorprendió por su crudeza y su precisión dramática.

Aquella ópera prima, ambientada en un piso de barrio y sostenida casi únicamente por el duelo actoral entre Antonio de la Torre, Raúl Arévalo y Chema del Barco, revelaba a un director con alta capacidad para reflejar a personajes llevados al límite. En El plan eran hombres a punto de explotar; en El talento, su nueva película, es una chica que descubre que su mundo se desmorona en apenas unas horas.

Con El talento, adaptación de una novela de Arthur Schnitzler escrita junto a Fernando León de Aranoa, da el salto a la primera división del cine español: un relato entre pesadilla y cuento moral protagonizado por Ester Expósito y Pedro Casablanc. "Me interesaba ese vértigo: que en una sola noche todo lo que dabas por seguro se tambalee, que te cambien las gafas y de repente no sepas quién eres ni cuál es tu lugar en el mundo", dice el director.

Si en El plan los protagonistas estaban dispuestos a todo para salir de la miseria en un ambiente obrero, en El talento el escenario es radicalmente distinto: una fiesta de clase alta en un chalet de lujo. Muchas cosas han cambiado en cien años, pero la clase alta quizá no tanto.

Dice Menárguez: "Me interesaba retratar esa frivolidad y esa brutalidad en un espacio que parece perfecto y luminoso, pero que encierra algo siniestro".

Uno de los secundarios más llamativos es un joven mexicano rico, arrogante, vacío y magnético a la vez. "Es el típico chulo que irrita y seduce, siempre con una respuesta para todo, dueño del espacio. Ese magnetismo irritante me interesaba como parte del ecosistema de la fiesta".

El corazón de la película, sin embargo, está en el desclasamiento. Mirella, la anfitriona, encarna esa fractura. "Con todos los privilegios del mundo, es víctima de una fantasía que, al caer, la deja sin recursos. Elsa descubre que ni la belleza ni el talento bastan para sostenerse si la estructura de clase que la protegía se viene abajo. Ese vacío es universal: la pérdida de un lugar en el mundo".

El respaldo de Aranoa

El proyecto no se entiende sin Fernando León de Aranoa, con quien firma el guion. "Yo era fan suyo desde adolescente. Recuerdo la rabia de perderme el estreno de Princesas porque ese año estudiaba fuera. Años después trabajé con él como ayudante de montaje en un documental y ahí empezamos a conocernos", relata Menárguez.

Un día Menárguez le habló de la novela de Schnitzler que había leído en la facultad. "Se la llevé y me dijo: 'Aquí hay una película, pero habrá que inventar mucho'. A partir de ahí empezamos un proceso de escritura a cuatro manos, muy intenso. Fernando es muy meticuloso con los guiones, trabaja como nadie. Nos dividimos el guion en dos partes y nos las íbamos pasando con libertad total para reescribir lo del otro. Al final ya no sabíamos quién había escrito qué diálogo".

Un fotograma de la película 'El talento', dirigida por Polo Menárguez

Un fotograma de la película 'El talento', dirigida por Polo Menárguez

Lo que más le impresionó fue la actitud de su colega. "Siempre me trató de tú a tú, sin condescendencia. Defendía sus ideas con firmeza, pero siempre me decía: 'La última decisión es tuya como director'. Eso ha sido un regalo. Más allá del talento, lo que me dio Fernando fue respeto y libertad".

La apuesta: Ester Expósito

La película supone también un giro en la carrera de Ester Expósito. "Es muy famosa, pero aquí se enfrenta a su papel más exigente. Tenía que sostener la película entera desde la fragilidad y el derrumbe del personaje. En cámara se come el plano, es magnética".

Antes del rodaje hicieron una sesión de varias horas. "Se trajo tres escenas muy preparadas, lee muy bien el subtexto, entiende lo que hay debajo y trabaja el texto con mucha inteligencia. Como tenía poco diálogo, trabajamos mucho los pensamientos. Yo creo que la cámara capta cuando un actor piensa, y Ester se comprometió mucho con eso".

Además, el personaje lleva estudiando violonchelo desde niña. "Yo quería que Ester se sumergiera en ese mundo. Tomó clases, escuchó música clásica, desarrolló una relación de amor-odio con el instrumento. No puedes aprender a tocar en cuatro meses, pero sí entender la dificultad y el esfuerzo. Y eso hizo más fuerte al personaje".

Conciencia de género y clase

La película explora cómo se ejerce el poder cuando alguien se vuelve vulnerable. "Lo más perturbador es ver cómo, en el momento en que Elsa necesita ayuda, aparece un tutor paterno que aprovecha para ejercer dominio. En otras circunstancias quizá no se habría atrevido, pero su vulnerabilidad le abre esa puerta. Es un retrato incómodo de cómo funciona el poder en las sombras", explica el director.

Esa reflexión se cruza con una lectura de género. "Elsa se da cuenta de que el cuerpo de la mujer puede convertirse en moneda de cambio. Antes no era consciente; la vulnerabilidad se lo revela con crudeza. Lo contamos a través de gestos, espejos, decisiones. Es un despertar doloroso pero revelador".

La violencia de clase se refleja en la figura de la limpiadora. "Al principio Elsa la trata con desdén, como parte de ese clasismo interiorizado. Pero poco a poco esa presencia se convierte en un espejo. En el último plano, una limpiadora desenfocada aparece al fondo mientras Elsa le dice 'no' a su madre. Para mí, es el símbolo de cómo la dignidad puede sostenerse a través de la conciencia de clase".

El tono oscila entre lo onírico y lo pesadillesco. "Quería que la percepción de Elsa contaminara toda la película. Desde fuera la fiesta sigue igual, pero para ella se convierte en un descenso a los infiernos".

En lo visual, trabajaron con la saturación del color. Vemos un mundo de flores de plástico: demasiado perfecto para ser real, demasiado bello para no ocultar algo siniestro. "El inicio es todo brillo, felicidad, brilli-brilli. Poco a poco vamos envenenando el color, desaturando, hasta que el espectador nota que algo está mal. Hablábamos mucho de Blue Velvet: ese mundo perfecto de casas blancas y bomberos sonrientes… y una oreja podrida en el césped".

El riesgo, seña de identidad

Menárguez reivindica la necesidad de volver a las grandes historias y al riesgo formal. "Yo crecí con cineastas que arriesgaban: Tarantino, Fincher, los Coen. Si me dan libertad, prefiero arriesgar. Desde la primera reunión de vestuario dije: vamos a jugar, vamos a aprovechar esta oportunidad. Ese espíritu se nota en la película".

También en el uso de la cámara. "No creo en la neutralidad. La vida no es neutra. Si me llaman porque mi hija se ha hecho daño, mi percepción del trayecto hasta la guardería no es plana: el tiempo se comprime, la mirada se distorsiona. Yo quiero trasladar esa intensidad subjetiva. El cine sirve para dar forma visible a lo invisible".

De El talento espera que al espectador le quede "el vértigo de una identidad que se tambalea y la conquista de una dignidad propia. Que vea el brillo plástico de un mundo perfecto y lo que hay debajo. Y, sobre todo, que reconozca ese instante universal en el que uno está a punto de pedir ayuda y no sabe cómo hacerlo. Ese silencio compartido, esa soledad, me parece profundamente humana".