Julia Roberts (primer plano) en un fotograma de la película 'Caza de brujas', dirigida por Luca Guadagnino uista histérica
Luca Guadagnino estrena 'Caza de brujas' en Venecia: la pasión de Julia Roberts, una reconquista histérica
En 'Caza de brujas', Luca Guadagnino firma un melodrama complejo y almodovariano. En 'No Other Choice', Park Chan-wook convierte en una comedia popular pero insatisfactoria la 'Arcadia' de Costa-Gavras.
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Que Caza de brujas, la película que Luca Guadagnino acaba de estrenar en Venecia, sea tildada de antifeminista me resulta algo desconcertante. No solo por la claridad con la que evoca el abuso sexual que inicia este relato sobre la responsabilidad, sino también y fundamentalmente por el arco que propone para su protagonista, una aliada cuyo papel es cuestionado por todos y todes, hasta reventar en un ataque de nervios digno de las heroínas más icónicas de la historia del melodrama; una reconquista histérica.
Alma Imhoff (Julia Roberts), profesora de filosofía en Yale, fracasa al reaccionar estupefacta y cuestionadora ante la confianza de su alumna predilecta, Maggie (Ayo Edebiri), quien acusa de violación al mejor amigo de la docente, el hiperbólico y coqueto Hank (un exagerado Andrew Garfield).
Lo que sigue es una pasión física, personal y espiritual, sostenida sobre las espaldas de una Roberts brillante, expresiva y comedida a la vez; una actriz que juega todas las combinaciones posibles entre su cara pública y el runrún velado en su interior, de forma que no hay una sino tantas Alma como escenas tiene.
En realidad, Caza de brujas se despliega como una amplia miríada de conversaciones a través de las que la docente se irá posicionando una y otra vez, perdiendo y ganando por el camino mientras avanza a tientas hacia una versión más honesta de sí misma.
Un vals, o una partida de ajedrez sentida más que estratégica, hacia una verdad tan dimensional como los personajes que la rodean: un esposo dulce pero a veces cruel (Michael Stuhlbarg), la amiga-competidora de la cátedra con la que tanto sueña (Chloë Sevigny), incluso le novie preocupade pero egocéntrique de Maggie (Lío Mehiel, en una sátira generacional algo subrayada, pero igualmente humana).
Encerrada en impecables interiores de madera vieja, colchas de satén y lámparas de diseño (marca del diseñador de producción Stefano Baisi y del director de fotografía Malik Hassan Sayeed, ambos llegados de Queer), Alma podría protagonizar un Almodóvar in blue, una vista de Hopper con dejes expresionistas, o la versión acaudalada de Repulsión de Polanski. Comparte con sus referentes el gusto por lo velado, que Guadagnino cuida una y otra vez entre claroscuros, espacios sombríos y primeros planos apenas enfocados.
También el interés por el gesto como una forma menos mediada de expresión, una búsqueda que el italiano lleva refinando desde Cegados por el sol. En Caza de brujas tanto hablan bocas como manos y nueces del cuello, enfrascadas en imágenes-detalle que el cineasta compone con cuidado e inmortaliza en formol. El complejísimo ovillo en que se enredan palabras y viñetas pide ser decodificado con instinto, el más sabio de los sentidos.
No Other Choice
La Arcadia de Costa-Gavras (2005) fue la primera adaptación de la novela The Ax, de Donald E. Westlake, sobre un hombre que es despedido de su cargo intermedio en una fábrica papelera y concluye que la única posibilidad de ser reclutado por la competencia pasa por aniquilar a los otros cinco candidatos al puesto. Veinte años más tarde, Park Chan-wook ha vuelto sin grandes iteraciones sobre el mismo argumento, torciéndolo ahora hacia el género de la comedia negra, en No Other Choice.
Contra la inquietante "normalidad" del asesino de Costa-Gavras, Man-su (un resuelto Lee Byung-hun, en su tercera película con Park tras Joint Security Area y Three… Extremes) es de entrada el más incompetente de un mundo de necios, un payaso que aún usa su palma sudorosa para notitas importantes. Resulta del todo inverosímil que al final de la película pueda, de sopetón, desenvolverse del embrollo policial en que acaba metido.
De aquí para allá, Man-su es disparado –cual hombre-bala o "verdadero-culpable" hitchcockiano– por entre set pieces de lo más variado y en una trama que, de apaño en apaño, nunca se detiene. Ello acaba en algún episodio de comedia física especialmente inspirado, siempre en un registro expresivo hiperbólico, muy coreano. Park Chan-wook disfruta alimentando la habitual opulencia de su puesta en escena entre una cámara acrobática y largos arrebatos musicales, con su dosis de cortinillas e imágenes cruzadas.
Aprendemos pronto lo difícil que es dejar caer una pesada maceta sobre alguien con puntería, disfrutamos con goce infantil del amateurismo en la preparación del crimen perfecto que acaba en desastre. Al contrario del hieratismo ultraviolento de Costa-Gavras, la comedia de Park acaba por destensar el afiladísimo camino al patíbulo moral del protagonista… Lo cual alarga innecesariamente una película que supera las dos horas. En fin, la recordaremos por sus mejores gags.