Robert Shaw en 'Tiburón' (1975).

Robert Shaw en 'Tiburón' (1975).

Cine

El cine y el pánico colectivo: 50 años rodeados, fascinados y atemorizados por 'Tiburón' y sus bastardos

El estreno de 'Tiburón blanco: La bestia del mar' demuestra que la relación entre los depredadores del mar y la gran pantalla está más viva que nunca.

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¿Quién le iba a decir a unos escualos con más de 400 millones de años de experiencia en esto de la depredación que su mayor enemigo serían las películas? El cine es algo poderoso, un refugio de la memoria, un espejo donde reflejar el mundo y, a veces, un arma ideal para propagar el terror. Pocas son las personas que alguna vez han estado tan cerca de un tiburón como para poder mirarle a los ojos, aun así, por culpa de Spielberg, todos estamos seguros de que su mirada es la de un asesino voraz e imparable.

A partir del verano de 1975, cuando Tiburón llegó a las salas como el primer blockbuster de la historia, el mar y sus profundidades nunca volvieron a ser los mismos, y es que la fobia colectiva es uno de los grandes fenómenos colaterales que puede desatar una película. Ejemplo de ello fueron las cortinas de ducha en Psicosis un producto que redujo sus ventas tras la salida de la película— o La Cabina telefónica de Antonio Mercero.

En este caso, el trauma ocasionado por el director de Parque Jurásico aún perdura, pero ha hecho mucho más daño a su antagonista principal que a nosotros. Aunque las probabilidades de ser atacado por un tiburón son de 1 entre 11,5 millones, desde el estreno de la película, estas especies han sido cazadas hasta lo irracional. El mismo Spielberg, en una entrevista en BBC Radio 4, lo reconocía: "Lamento sinceramente la aniquilación de la población de tiburones a causa del libro y la película".

Efectivamente, las poblaciones mundiales de escualos y rayas de alta mar han disminuido un 71% desde la década de 1970, según WWF. Aun así la carrera cinematográfica de estos depredadores tan villanizados parece estar muy lejos de extinguirse. 

El sharksploitation  —la producción de películas que antagonizan a los depredadores acuáticos— está más vivo que nunca, con estrenos de verano como Animales Salvajes y Tiburón blanco: la bestia del mar, o el reestreno de Tiburón, la que lo empezó todo.

Durante el verano de 1916, las playas de New Jersey vivieron una oleada de ataques de tiburón que terminaron con la muerte de cuatro personas en algo menos de dos semanas. El bestseller de Peter Benchley nació 60 años después de estos sucesos reales para luego obtener una adaptación cinematográfica por parte de Spielberg, la cual superó todas las expectativas.

El proyecto, eso sí, no siempre le perteneció al entonces joven cineasta estadounidense. Universal recurrió primero a un director más consolidado como John Sturges (Los siete magníficos o La gran evasión), pero su desinterés por estas bestias acuáticas les hizo decantarse por un joven que, ya por los 70, comenzaba a hacerse un nombre en una industria necesitada de sus taquillazos. El resto es historia.

Involuntariamente, Spielberg asentó las bases de la fórmula blockbuster y el camino a la supervivencia de Hollywood: historias sacadas de novelas bestseller, directores asignados por encargo, un enfoque comercial, sencillo y dinámico y, al menos, un par de caras reconocibles.

Susan Backlinie y Steven Spielberg en el rodaje de 'Tiburón'.

Susan Backlinie y Steven Spielberg en el rodaje de 'Tiburón'.

El gran acierto y mérito de la película original fue su capacidad para sobreponerse a las adversidades de lo que, durante la producción, parecía un pozo sin fondo de gastos. Después de tres maquetas fallidas de la bestia marítima —una de ellas de 7 metros— y un presupuesto que de un mes al siguiente se triplicó, al cineasta estadounidense no le quedó otra que tirar de ingenio.

El tiburón de Spielberg es la materialización de la talasofobia —miedo a la inmensidad de los océanos—, cosa que el director tenía muy claro cuando decidió trasladar el punto de vista del espectador a los ojos de la bestia. Esta decisión y su banda sonora icónica —y cómica, según pensó el mismo Spielberg cuando la escuchó por primera vez—, fue todo lo que necesitó para sembrar el caos.

La vida del sharksploitation, como todo buen subgénero, está plagada de auténticas abominaciones cinematográficas. El mayor logro de Sharkula (2022), Cocaine Shark (2023), El ataque del tiburón dos cabezas (2013) y su esperadísima, "sesuda" y tricéfala secuela, El ataque del tiburón de tres cabezas (2015) o Sky Sharks (2020) —zombis nazis a lomos de tiburones voladores— es haber hecho una película donde lo más importante sea el título.

Pero más allá de los descarrilamientos, también ha habido otros filmes que han conseguido hacer del subgénero un lugar mejor. Es el caso de la mítica Deep Blue Sea y sus feroces, gigantes y, sobre todo, inteligentes escualos modificados genéticamente. La película, estrenada en 1999, no consiguió ni pretendió plantear ideas revolucionarias, pero sí crear una buena tensión y suspense submarinos entre un grupo de atractivos investigadores.

Fotograma de 'Sharknado'.

Fotograma de 'Sharknado'.

El cine del siglo XXI también ha intentado reinventar las imágenes de esas aletas que emergen a ras del mar. En Soul Surfer (2011), por ejemplo, seguimos el drama basado en hechos reales de una surfista tras un ataque. En Infierno azul (2016), en cambio, el cineasta español Jaume Collet-Serra emplea arsenal tanto del cine autoral como del suspense para que la interpretación de una Blake Lively atrapada entre las aguas resplandezca y agobie.

Dignas de mención y merecedoras de un párrafo aparte son las películas de Sharknado, que fundaron un nuevo fenómeno meteorológico: los ciclones de tiburones. A pesar de sus malas críticas, la saga de Anthony C. Ferrante puede presumir de nunca haber traicionado a sus más fieles adeptos, que los hay. Abanderadas del cine de serie B, las seis películas de Sharknado son un cúmulo de gags absurdos, pitorreos metaficticios y parodias de bajo presupuesto.

Con todo ello a las espaldas llegamos a 2025, un año complicado para la taquilla en el que hasta ahora, de la cartelera veraniega, tan solo se han salvado los estrenos familiares y el cine de terror. Aun así, parece ser que las grandes productoras siguen confiando en el suspense acuático y en sus depredadores por excelencia, bien sea con el psicópata de Animales Salvajes o el escualo que atemoriza a unos reclutas de la Segunda Guerra Mundial en Tiburón blanco: la bestia del mar.