Charlotte Le Bon en 'Niki'.

Charlotte Le Bon en 'Niki'.

Cine

El cine francés reivindica a 'Niki', escultora para la que el arte era "como la poesía, una enfermedad"

Presentada en Cannes y dirigida por Céline Sallette, la película refleja cómo los abusos sufridos en la infancia marcaron totalmente la vida adulta y obra de la artista.

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"El arte es para los cerdos, la poesía es como una enfermedad", dice Jean Tinguely (Damien Bonnard), segundo marido de Niki de Saint Phalle (1930-2002), en un momento en el que dos almas solitarias parecen encontrarse en cierta madurez.

El cine francés tiene predilección por recuperar a sus grandes figuras, masculinas o femeninas, y le faltaba sin duda el biopic que merecía Saint Phalle, interpretada aquí por Charlotte Le Bon. Fue una mujer que encarnó la búsqueda de la "verdad artística" en una sociedad que, si bien en el ámbito cultural permitía más libertad que ahora, era mucho más rígida en lo social.

Y, al mismo tiempo, un ejemplo crudo de cómo los abusos sexuales y emocionales en la infancia dejan secuelas irreparables, tanto psíquicas como físicas, en la vida adulta.

Dirigida por Céline Sallette, actriz habitual del cine francés en las dos últimas décadas, la cinta supone su debut como realizadora y destila comprensión y admiración por Saint Phalle. La artista aparece retratada como una mujer marcada por su talento y su belleza, pero también por una infancia traumática que le dejó cicatrices psicológicas para siempre.

"No es un biopic", ha afirmado Sallette. "Solo cubre del año 52 al 61, cuando era joven, en la época de su formación como artista, y no puede llamarse biopic". En pantalla vemos a una Niki sensible, a caballo entre Nueva York, donde pasó su adolescencia y juventud, y París.

En Francia se instala con su primer marido, el poeta Harry Mathews (John Robinson), en una relación marcada por la infidelidad mutua, aunque nunca confesada. Su regreso fue, en parte, un exilio forzado por la "caza de brujas" de McCarthy: si Estados Unidos había sido refugio de europeos perseguidos, en su caso sucedió lo contrario.

Más que un biopic al uso, Niki es una reflexión sobre las consecuencias del abuso sexual en la infancia. En 1952, con solo 22 años y recién llegada a París, la artista sufrió un brote psicótico con conductas autodestructivas que la llevaron a ingresar en un psiquiátrico.

"Quise representar el Saturno devorando a su hijo de Goya, Niki escribió mucho sobre el desmembramiento de la infancia. Y me pregunté cómo traducir eso al cine".

En aquella época, los viejos sanatorios practicaban una psiquiatría implacable: electroshocks que agravaban el sufrimiento de los pacientes. En España, películas recientes como Los renglones torcidos de Dios (2022), de Oriol Paulo, han mostrado también esa brutalidad.

Víctima de violaciones reiteradas por parte de su padre y culpabilizada por su madre, que la acusaba de provocar las infidelidades de él, Niki de Saint Phalle inicia en la película un camino de autodescubrimiento donde el arte surge de manera natural, como sublimación de su tormento.

"Quise representar el Saturno devorando a su hijo de Goya", explica Sallette. "Niki escribió mucho sobre el desmembramiento de la infancia. Y me pregunté cómo traducir eso al cine. El padre podría devorar la cabeza de su hija. Esta dualidad atraviesa toda su obra: los árboles, las miradas… es una representación de la disociación, uno de los efectos del trauma".

Con su segundo marido, el artista Tinguely, la escultora —que tuvo en Gaudí una influencia decisiva— descubre no solo un amor más sincero que con Mathews, sino también una comunidad de creadores vibrante y rupturista, en la que por fin se siente integrada. Allí comienza a desatar su creatividad, transformando el trauma en motor de su obra, en una sociedad que catalogaba como "locura" lo que en realidad era dolor.

Sallette lo resume así: "Si miras el primer y el último plano de la película, ves cómo ha cambiado completamente. Pasa de ser una pequeña princesa silenciada a empuñar un fusil. Entra en erupción, se enfurece. La clave es cómo fue capaz de canalizar esa furia y convertirla en arte. La furia despertó la memoria del incesto y reveló su fuerza creativa".

Conocida en su madurez por sus esculturas monumentales y coloridas —el Parc Güell de Barcelona la fascinó—, Saint Phalle fue considerada durante un tiempo una artista "demasiado comercial". El filme, en ese sentido, también reivindica la verdad de su búsqueda poética: el arte como la más bella de las sublimaciones de un horror insoportable.