Tom Cruise en 'Misión imposible'. Foto: Rubén Vique

Tom Cruise en 'Misión imposible'. Foto: Rubén Vique

Cine

Tom Cruise, misión ¿final? del último gran héroe del cine de acción

El actor estrena 'Misión imposible: Sentencia final', la octava entrega y probable cierre de una saga que ha reivindicado el cine en su versión más clásica y artesana, como un gran espectáculo para ser compartido en una sala oscura.

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Fue en La tapadera (Sydney Pollack, 1993) donde Tom Cruise demostró que tenía madera de héroe de acción, a pesar de que el filme era un thriller judicial basado en una novela de John Grisham. No era la primera vez que veíamos al actor corriendo en pantalla, pero la secuencia en la que el íntegro abogado Mitch McDeere huye de unos matones por las calles de Memphis dejó a los espectadores anonadados.

¡Qué intensidad en la zancada! ¡Qué postura! ¡Qué determinación! Daba la impresión de que el personaje, incluso con maletín a rastras, hubiera batido a Carl Lewis si este hubiese estado corrompiendo el sistema legal americano.

Es cierto que, en ese momento, el actor ya había protagonizado un mito del cine palomitero como Top Gun (1986), pero allí se limitaba a poner cara de guapo mientras la acción recaía en los F-14 del ejército estadounidense. La tapadera, en cambio, nos ofrecía un aperitivo de la fisicidad circense con la que Cruise iba a conquistar la eternidad cinematográfica en su saga Misión imposible, cuya nueva y probablemente última entrega, Sentencia final, llega a los cines este 20 de mayo tras su paso por Cannes.

Salvar al mundo libre

Cruise había sido durante su infancia un gran seguidor de la serie homónima. Creada por Bruce Geller, y emitida por la CBS entre 1966 y 1973, recogía las andanzas, muy inspiradas en las aventuras de James Bond, de la Fuerza de Misiones Imposibles, una agencia secreta de inteligencia del gobierno de Estados Unidos que lucha en la sombra contra cualquier amenaza al mundo libre.

A comienzos de los 90, el actor se acordó de ella cuando buscaba un proyecto para la productora que acababa de crear, con la que trataba de saciar una incipiente megalomanía: ya no le bastaba con ser el actor más famoso del mundo, ahora quería el control creativo absoluto de sus proyectos. Y Misión imposible ofrecía la posibilidad de crear no una simple película, sino toda una franquicia que produjera pingües beneficios a lo largo de varias décadas.

El tiro dio en el centro en la diana. La saga ha acumulado ya, en siete entregas estrenadas entre 1996 y 2023, más de 4.000 millones de dólares, siendo una de las más exitosas de la historia. Además, el actor de Risky Business (Paul Brickman, 1983) no ha sucumbido a los cambios que han transformado el cine de entretenimiento en los últimos 30 años.

Sus películas no son ensaladas de efectos digitales, ni están pensadas para que se vean bien en televisión para su posterior explotación en plataformas. De hecho, no parece un detalle menor que el villano de las dos últimas entregas de la franquicia sea esa Inteligencia Artificial que amenaza también con cambiar para siempre el séptimo arte. Cruise reivindica el cine en su vertiente más clásica y artesana, como un gran espectáculo inmersivo y emocionante que tiene que ser compartido en una sala oscura. Bendito sea.

Eso no quiere decir que Misión imposible no haya evolucionado a lo largo de los años. Se mantiene , eso sí, la carismática sintonía original de la serie, compuesta por Lalo Schifrin; el protagonismo absoluto del íntegro Ethan Hunt de Cruise; los habituales compinches, como el cerebral Luther (Ving Rhames) o el divertido Benji (Simon Pegg); los giros de guion, las icónicas máscaras de látex y los escenarios exóticos.

Pero, si algo define a Misión imposible, es la fisicidad de unas escenas de acción que el intérprete, en una forma física increíble a sus 62 años, encara siempre en primera persona, como hacía Buster Keaton, jugándose el pellejo como nadie que no fuera un especialista lo había hecho antes, convencido de que es la única forma de que el espectador se implique en lo que le quiere ofrecer.

Volar, escalar, saltar...

De esta manera, lo hemos visto aferrado al exterior de un Airbus A400M en pleno despegue, escalando en Dubai el Burj Khalifa –el rascacielos más alto del planeta–, saltando desde un avión militar a más de 7.600 metros de altura, lanzándose en moto desde un acantilado en Noruega… En Sentencia final se añaden otras dos hiperbólicas secuencias para el recuerdo, una ambientada en un submarino varado en las profundidades y otra que se desarrolla en dos avionetas.

Muchas de estas escenas las tuvo que rodar el actor decenas de veces, tras prepararse a conciencia durante meses, y, que se sepa, solo una vez sufrió un percance, rompiéndose el tobillo cuando hacía parkour por el tejado de unos edificios de Londres. El rodaje se tuvo que paralizar durante varias semanas, pero la escena de la lesión acabó en el montaje final de Misión Imposible: Fallout (Christopher McQuarrie, 2018).

Lo que sí ha cambiado es la apuesta inicial por reclutar a prestigiosos cineastas que aportaran su sello a cada entrega. El título que abrió la saga, titulado simplemente Misión imposible (1996), contaba con Brian de Palma en la silla del director desplegando su hitchcockiano manejo del suspense y su virtuosismo en la planificación. Misión imposible 2 (2000), la entrega más barroca y alocada, recayó sobre los hombros del maestro hongkonés John Woo, especialista en las estilizadas secuencias de tiroteos.

La tercera, estrenada en 2006, estuvo capitaneada por un J. J. Abrams que ya había probado el espionaje internacional en la trepidante serie Alias (2001-2006) y que, viéndolo en retrospectiva, acabó de definir la saga. El creador de Perdidos (2004-2010) optó por un estilo aséptico y un ritmo frenético, priorizó la espectacularidad de las set-pieces frente a la narrativa (¿alguien recuerda cuál es la historia de alguna de las entregas? ¿Realmente importa?), introdujo el humor y dotó a Ethan Hunt de una mayor profundidad psicológica.

Tanto Brad Bird, que dirigió Protocolo fantasma (2011), como Christopher McQuarrie, al frente de Nación secreta (2015), Fallout (2018), Sentencia mortal - Parte 1 (2023) y Sentencia final (2025), aparecían como opciones más manejables para un Tom Cruise convertido ya en autor total de la saga. El primero daba el salto del cine de animación –Los increíbles (2004), Ratatouille (2007)– al de acción real; el segundo, reputado guionista, conseguía consolidarse como director gracias a un Cruise que le había dado la alternativa en Jack Reacher (2012).

Sentencia final parece el cierre perfecto para una saga que, mejor o peor, nunca ha perdido la fe en el cine. Lo que no tenemos claro es si Cruise ha llegado a meta o seguirá esprintando hasta el final en nuestras pantallas.