
Josep Maria Pou y Carme Sansa en 'Parenostre'.
La corrupción de la familia Pujol llega al cine con 'Parenostre': matar a los hijos para salvar al rey
Manuel Huerga dirige una película sobre la debacle de un 'expresident' arrepentido en la que, detrás del tono crítico, hay una cierta complacencia.
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"Aunque la palabra me gusta poco, la película es muy equidistante. Ni pretende glorificar al personaje ni entra a matar", afirma Manuel Huerga, director de Parenostre (estreno: 16 de abril), en declaraciones a El Cultural. En la película asistimos al derrumbamiento del expresidente de la Generalitat, Jordi Pujol, y el resto de la familia, con Marta Ferrusola (Carme Samsa) al frente y sus siete hijos, cuando salen a la luz sus cuentas millonarias en Andorra. "Sabemos perfectamente que vamos a recibir por los dos lados: de unos por ser demasiado condescendientes, y de otros, por cebarnos demasiado", ha añadido Huerga. Y seguramente tenga razón.
Venerado por una parte de Cataluña como un "padre de la patria", "trumpista" antes de que existiera el propio Trump, Pujol era muy rico de familia, pero se hizo aún más rico con sus negocios. Tuvo escándalos financieros como el de Banca Catalana y practicó una derecha populista, esencialista y mesiánica en la que reivindicaba los "viejos valores payeses" del trabajo duro, la honradez y el temor a Dios.
Todo se fue por los aires cuando la exnovia de uno de sus hijos, el coleccionista de coches de lujo Jordi (Pere Arquillué), comenzó a hablar de susviajes a Andorra con maletas cargadas de billetes, y se conocieron las cantidades millonarias que la familia acumulaba en el país. En un intento desesperado por salir del paso, el propio Pujol, como vemos en la película, publicó un artículo en La Vanguardia reconociendo una "herencia" que le había dejado su padre "escondida" para que su actividad política no acabara también con el patrimonio familiar. No le creyó nadie, ni su propia hermana ni cuñado, que salieron a desacreditar la versión.
Drama familiar, tragedia pública
Parenostre apenas se mueve del salón familiar de los Pujol en la ronda General Mitre de Barcelona. Es un drama familiar que también sirve como espejo de una tragedia social, política y "nacional". En este sentido, el retrato de esa Cataluña conservadora, religiosa, un tanto provinciana, de chaquetitas de punto, moños y tapetes de flores, se muestra con más creatividad en la serie La mesías, de los Javis, que aquí.
Huerga vivió la gloria en los 90 como director de las ceremonias de los Juegos Olímpicos de Barcelona y estuvo acertado en películas como Salvador (2006), sobre la ejecución de Puig Antich. Sin embargo, con Parenostre entrega una película entretenida pero con un aire "moderno" que parece un poco antiguo y por momentos demasiado televisivo.
En ese escenario del salón familiar, la familia se destruye. Por una parte, el propio Pujol acaba acusando a sus hijos, sobre todo a Jordi, de haber destrozado su "legado de obra de gobierno". Por la otra, los hijos reprochan al padre sus ausencias y que, entregado a sus "grandes ideales", no haya querido ver la realidad de cómo se pagaban las cosas en casa y en el partido. Y, finalmente, los propios hermanos se enredan en reproches entre ellos. Mientras, el octavo hijo, Artur Mas (David Selvas) afila los cuchillos para convertirse en el hereu por encima de los hijos y contra la "madre superiora", que le detesta.
Todo ello sucede al mismo tiempo que el gobierno de la Generalitat, liderado primero por Artur Mas y luego por Carles Puigdemont, se va envalentonando en el procés independentista que culminó en el simulacro de referéndum, la cárcel para muchos, el exilio... La historia es bien conocida.
Esa "equidistancia" que señala Huerga no solo tiene que ver con las luces y sombras del propio Pujol, también con la estrategia del ventilador. De esta manera, el president es primero víctima de sus hijos (la vieja idea del "gran hombre arruinado por sus ingratos descendientes") y también de un sistema podrido en su conjunto que va más allá de sí mismo. Los propios flashbacks, en los que también vemos la narrativa del "político de grandes ideales corrompido por el sistema", refuerzan ese carácter un tanto victimista del personaje.
Aparece el mismísimo Villarejo confesando en un encuentro clandestino con uno de los hijos, en una secuencia poco lograda en la que hasta el camarero es un espía. La película toca fondo en una conversación absurda entre el rey emérito Juan Carlos y Pujol. En ella se quiere poner en evidencia la "injusticia" del trato al "rey de Cataluña" frente al de España, este protegido por su "inviolabilidad" y aquel, arrojado a los leones y perseguido por el Estado. No sorprende que el guion lo firme Toni Soler, independentista radical. Por cierto, ni el emérito ni Pujol han ido a la cárcel ni irán.
El rey destronado
Al Pujol de Josep Maria Pou, trágico, arrepentido, ansioso por disfrutar del reconocimiento y la grandeza de antaño, resentido con los hijos y la propia Cataluña, le falta una cosa para ser más creíble: mala leche. Es un Pujol casi naïf, una especie de viejecito tierno en el que se echa en falta el carisma y el miedo que infundía el personaje original (aún vivo a sus 94 años).
Queda pendiente todavía el juicio contra él y toda la familia, previsto para noviembre, donde se solicitan penas que van de los 10 años para el propio president a los 9 a 29 para los siete hijos, todos inculpados. Parenostre abunda en el catolicismo del personaje (que busca en san Pancracio y en los curas su salvación) siguiendo una narrativa en sí misma católica: existe el pecado, pero también la redención. El hombre yerra, pero la causa sobrevive.