Fotograma del  filme 'Segundo premio'.

Fotograma del filme 'Segundo premio'.

Cine

'Segundo premio': doloroso y luminoso retrato de Los Planetas, el precio del éxito y la amistad como maldición

Ganadora de la Biznaga de Oro en Málaga, Isaki Lacuesta firma junto a Pol Rodríguez la gran película que la generación del 'indie' se merecía. 

24 mayo, 2024 02:20
Pocas películas, o quizá ninguna, han retratado de manera tan hermosa el anhelo de éxito del ser humano como Los cuentos de la luna pálida (1953) del maestro Mizoguchi. La película cuenta la historia de un comerciante que sueña con hacerse rico y cuando lo consigue, enloquece. Puede parecer un ejemplo un poco extraño para hablar de una película como Segundo premio, el biopic más o menos fiel a la biografía de la banda indie Los Planetas que ha rodado Isaki Lacuesta junto a Pol Rodríguez.

Quizá suena más al caso la letra de una canción de The Kinks como A Rock`n Roll Fantasy, en la que Ray Davies canta eso de “Dices que quieres marcharte/ romper la banda, comenzar una nueva vida, ser un nuevo hombre/ Antes de marcharte, hay algo que deberías saber/ Tengo un vecino que vive para el rock/ Escucha discos noche y día/ Cuando el mundo le acecha/ Simplemente sube el volumen/ El solo gasta su vida viviendo en una fantasía de rock `n roll”.

En Segundo premio, aproximación libre de Isaki Lacuesta y el co-director Pol Rodríguez a un turbulento episodio de la historia de la banda indie granadina, vemos, como en el clásico de Mizoguchi o en la canción de Davies, la confrontación entre el mito del rock,  o el propio éxito, y la realidad en la pura esencia de la historia.

En este caso, ambos no forman parte de dimensiones paralelas que simplemente se reflejan la una a la otra, porque la propia realidad está teñida de ese mito, influida por él en un ejercicio de retroalimentación que las hace casi indistinguibles aunque en último término, la realidad siempre vence.

La búsqueda del éxito, es algo hermoso. Si nadie hubiera sido ambicioso no se habrían creado obras maestras, no habría habido avances científicos ni nada grande que haya realizado el ser humano. Pero el éxito tiene un reverso tenebroso y que cuando llega, se parece poco al éxito que habíamos imaginado. En el caso del rock, la fantasía es tan grande que condena a la propia realidad a parecer siempre miserable.

Esto lo explica muy bien Segundo premio en una de sus secuencias más logradas, cuando el turbulento guitarrista, Florent, sueña con atravesar el espejo para estar en la “verdadera buena fiesta” porque la suya le sabe a poco y no se da cuenta, como dice él mismo, que la tiene delante de las narices. 

El tercer disco

Las odiseas de las bandas de rock suelen parecerse. La historia de drogas, traiciones, miedos e inseguridades de Segundo premio no es nueva, pero Lacuesta (co-guionista junto a Fernando Navarro) la cuenta con fuerza, con emoción y diálogos vivaces y auténticos plagados de ingenio. Situada en el año 97 es un momento delicado para Los Planetas.

Por una parte, han arrasado con su primer disco, Super 8 (1994), convirtiéndose en los campeones definitivos de España en la escena indie, pero el segundo, Pop (1996), más psicodélico, más “difícil”, ha tenido menos éxito. El segundo disco siempre ha sido una maldición para los grupos de rock porque con frecuencia no llega tan lejos como el debut y el tercero se convierte en una amenaza existencial porque desempata y puede significar su consagración o su caída definitiva.

Los protagonistas son Jota (Daniel Ibáñez), cantante y guitarra, y Florent (Cristalino), guitarrista principal. Ambos componen juntos las canciones, se quieren (y se odian) como hermanos y su relación está marcada por una circunstancia trágica que es al mimo tiempo el motivo de la profundidad de su vínculo como la raíz de todos los males: se necesitan. El uno sin el otro tienen talento pero solo juntos son capaces de crear algo mágico como Los Planetas.

Fotograma de 'Segundo Premio'.

Fotograma de 'Segundo Premio'.

Dicen las estadísticas que ahora los jóvenes beben y se drogan menos, hacen más deporte y tienen una preocupación por su salud que, sin lugar a dudas, la generación del indie no tuvo. Basta salir a la calle para darse cuenta de que los jóvenes de hoy lucen cuerpos mucho más trabajados en el gimnasio que hace 30 ó 25 años pero en el undeground, aunque haya pasado de las guitarras eléctricas al trap y los sonidos urbanos, no ha cambiado tanto. Los raperos siguen yendo de malotes.

El mito del rock ha cambiado, ahora se viste con cadenas y chándal pero lo que cuenta la película no es un pasado remoto porque aunque la leyenda no sea formalmente la misma, sigue sin haber perdido fuerza. Y como el protagonista de Los cuentos de la luna pálida, ese reflejo sigue siendo un poderoso imán para millones de jóvenes. Eso sí, si antes la meca eran los callejones oscuros de Manhattan, como en Segundo premio, ahora son las luminosas calles de Los Ángeles.

Lo que hoy sería impensable es que un gran artista de multinacional aparezca del revés en un programa de televisión a hacer el ridículo como hicieron Los Planetas y aparece en la película en una "gamberrada" con la que las grandes multinacionales hoy son mucho menos permisivas.  

Un universo reconocible

Es curioso que el cine español no haya rescatado antes el movimiento indie. Sometido a una critica intensa desde varios frentes, cinematográficamente parte con la ventaja de tener una estética muy clara, incluso cerrada en sí misma, reconocible y al mismo tiempo atractiva.

Es como Barbie, los años 60 o el wéstern, el indie es un movimiento sobre todo musical, también fílmico, pero siempre tuvo una fuerte carga estética: los pantalones ajustados, las Adidas Gazelle, las camisetas vintage y una influencia muy clara del underground de Nueva York representado por Lou Reed, la Velvet Underground y sus sucesores, Sonic Youth, ascendiente más claro de Los Planetas. Digamoslo claro, es posible que uno de los motivos por los cuales el cine llegue tarde al indie sea culpa del propio indie español.

Quienes vivimos esa época sabemos que tuvimos que soportar muchos, muchos, conciertos de bandas que imitaban a grupos extranjeros en un momento musical en el que existía veneración por lo anglosajón. En este sentido, Los Planetas eran los mejores, no todo era malo, porque por una parte no “imitaban” a bandas foráneas más dotadas sino que lograron integrar de manera orgánica esa influencia neoyorquina de vanguardia con su raíz granadina creando algo original y único. 

Fotograma de 'Segundo Premio'.

Fotograma de 'Segundo Premio'.

Fue un momento en el que también, como aparece en la película porque compartían batería (el célebre Eric Jiménez, protagonista de un reciente documental), en el que Enrique Morente grababa con Largartija Nick redundando en un momento de evolución de la música patria apasionante.

Un momento político y económico también más optimista del España "va bien" de Aznar en el que el indie ejercía como espejo, al mismo tiempo hedonista, despolitizado, pop y por tanto liberal. Si algún reproche cabe hacerle a Segundo premio es que aunque sea con pinceladas, no sitúe un poco mejor históricamente la película y a los propios Planetas en una escena mucho más amplia que lideraban. 

Si el indie patrio dio lugar a muchos grupos malos, al cine español tampoco se le dio tan bien un movimiento encabezado por cineastas como Hal Hartley, Kevin Smith, Larry Clark, Linklater o películas icónicas como Bocados de realidad (Ben Stiller, 1994). Tuvo su mejor exponente en Isabel Coixet (Cosas que nunca te dije de 1996 es indie hasta el paroxismo) quizá porque las rodaba directamente en Estados Unidos y no adolecía del defecto que películas patrias rodadas aquí y que parecían reflejar un mundo demasiado americanizado inexistente con el que era difícil reconocerse, algo aprecido a lo que con frecuencia pasaba con la música. 

La fotografía con grano de Segundo premio parece inspirarse en una película mítica del indie como Buffalo’ 66, de Vicent Gallo, en la que aparece ese Manhattan oscuro, bohemio, algo suicida y un poco cochambroso que ejerce una poderosa influencia en Los Planetas. Mérito del filme, por cierto, es que quizá por primera vez, una película española ambientada en España logra ser indie sin dejar de ser auténtica.

El mito de Manattan

La obsesión de Jota por grabar su siguiente disco en Nueva York se convierte, de hecho, en el leit motiv de la película. Agobiado porque la multinacional con la que han firmado no está dispuesta a costear el gasto sin que les enseñen más canciones mientras además arrecian los problemas internos de la banda, Jota se desespera porque se enfrenta al dilema que llega a todo artista, como ser auténtico y al mismo tiempo aliviar el miedo al fracaso, así como lidia con la drogadicción intensa de Florent, su apoyo hasta el momento.

El tercer vértice lo configura la ex bajista, May (Stèphanie Magnin), quien en el arranque de la trama abandona el grupo para comenzar una carrera universitaria. Si Jota y Florent viven al otro lado del espejo, en esa fantasía luminosa pero condenada a acabar generando un vacío que puede ser insoportable, May, que en su época en la banda tocaba de espaldas, representa la “sensatez”, el sentido común. Claro que ya lo decía Davies “recuerda amigo/ Tengo un vecino para el rock/ El solo gasta su vida viviendo en una fantasía de rock and roll”.

Pero al final, solo quienes persiguen esos sueños llegan a acariciarlos aunque estén condenados a decepcionar por exceso de expectativas. Como suelen acabar comprobando los verdaderos artistas el precio del éxito, o de lo sublime, no solo no resulta fácil sino que suele requerir un trozo insospechado de uno mismo, como una amputación o un desgarro, pero gracias a ellos, a todos, las canciones de Los Planetas, en este caso, siguen sonando maravillosas, eternas. El arte eleva pero destroza. Y la luna pálida, sigue brillando, misteriosa, caprichosa.